Realismo y Naturalismo en la Segunda Mitad del Siglo XIX
La segunda mitad del siglo XIX en Europa se caracteriza por el auge del pensamiento científico, el desarrollo de la industria y la consolidación de la burguesía como clase dominante. En este contexto nace el Realismo, una corriente literaria que surge en Francia con autores como Balzac y Stendhal, y que se afianza gracias a Flaubert y Zola. Su propósito era representar con verosimilitud la vida cotidiana, analizando las relaciones entre el individuo y la sociedad. El Naturalismo, iniciado por Zola, lleva esta tendencia al extremo, sosteniendo que la conducta humana está determinada por la herencia biológica y el medio social, negando así la libertad individual. Estas corrientes se trasladan a España en las décadas centrales del siglo, cuando los cambios políticos, como la Revolución de 1868, favorecen el triunfo de una literatura que pretende observar, describir y explicar la realidad con precisión y objetividad.
La Novela
La novela se convierte en el género por excelencia del periodo. Frente a los excesos idealistas del Romanticismo, los novelistas realistas aspiran a mostrar la vida tal como es, con un estilo sobrio y claro. Se introduce el narrador omnisciente, capaz de analizar psicológicamente a los personajes y describir los ambientes con detalle. También se emplean técnicas como el estilo indirecto libre y se cuida que el lenguaje se adapte al origen y nivel cultural de cada personaje. La intención moral de estas novelas es clara: a través de la representación de los conflictos personales y sociales se busca una mejor comprensión del ser humano y del entorno. Los temas más frecuentes son el matrimonio, el amor, la religión, la injusticia social o la hipocresía de la vida burguesa.
En España, los primeros pasos del Realismo se dan en una novela de tipo costumbrista y moderada, como en Pedro Antonio de Alarcón o Juan Valera, autor de Pepita Jiménez. Pero quien eleva la novela a su máxima expresión es Benito Pérez Galdós. En sus Episodios nacionales reconstruye la historia del siglo XIX desde una perspectiva narrativa, fundiendo ficción y realidad. En su producción independiente destacan obras como Fortunata y Jacinta, donde contrapone dos mundos sociales —la burguesía y el pueblo— mediante un triángulo amoroso, y Misericordia, centrada en la caridad como forma de dignidad humana. En todas ellas se advierte su dominio de la descripción y del análisis de los personajes. Otro gran novelista del periodo es Leopoldo Alas Clarín. En La Regenta, su obra maestra, retrata la hipocresía social de una ciudad de provincias, Vetusta, y la tragedia íntima de Ana Ozores, víctima del ambiente opresivo. Clarín despliega una gran riqueza técnica al utilizar el estilo indirecto libre y el monólogo interior. Emilia Pardo Bazán aporta al panorama novelístico la influencia del Naturalismo, aunque con reservas ideológicas. En Los pazos de Ulloa, retrata la brutalidad del medio rural gallego y el conflicto entre la civilización y la barbarie, con gran precisión descriptiva y crítica social.
La Poesía
La poesía de este periodo queda en segundo plano, aunque destaca la obra de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro, ambos representantes del posromanticismo. Sus versos, sobrios y emotivos, anticipan una nueva sensibilidad moderna. Bécquer, con sus Rimas, y Rosalía, en En las orillas del Sar, abren el camino hacia una poesía más íntima y musical. Frente a ellos se sitúan tendencias más convencionales, como la poesía moralizante de Campoamor o la retórica grandilocuente de Núñez de Arce.
El Teatro
En cuanto al teatro, sigue predominando el gusto por lo romántico en temas y formas, aunque se aprecian varias tendencias. La alta comedia, cultivada por Tamayo y Baus, tiene una intención moral y didáctica. El drama neorromántico, o melodrama, alcanza su mayor representante en José de Echegaray, autor de obras como El gran galeoto, donde prima el efectismo sentimental. También surge el drama social, como Juan José, de Joaquín Dicenta, que denuncia los conflictos de las clases trabajadoras. Dentro de una línea más personal se encuentra la producción teatral de Galdós, quien adapta algunas de sus novelas a la escena y escribe obras como Electra, una crítica al fanatismo religioso. Aunque su teatro no alcanza la fuerza de su narrativa, se adelanta a las transformaciones que llegarán en el siglo XX.
Este periodo representa una etapa de madurez narrativa, donde se consolida la novela moderna en España, y se sientan las bases para una literatura más comprometida con el análisis de la realidad y los conflictos del individuo.
Literatura de Fin de Siglo: Generación del 98 y Modernismo
A finales del siglo XIX, se produce una profunda renovación en la literatura española e hispanoamericana. Surgen dos corrientes fundamentales: el Modernismo y la Generación del 98, que, aunque distintas en su forma, comparten una actitud de rechazo hacia la sociedad burguesa, el racionalismo dominante y el atraso cultural de España. Ambas buscan nuevos lenguajes para expresar una visión crítica del mundo y un anhelo de transformación estética o moral.
El Modernismo
El Modernismo nace en Hispanoamérica y alcanza su esplendor en la primera década del siglo XX, gracias a la influencia del simbolismo y parnasianismo franceses. Propone una literatura centrada en la belleza, la musicalidad del lenguaje y la evasión del mundo cotidiano. Su principal representante es Rubén Darío, autor de Azul, Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza, donde combina el culto a lo exótico, lo sensual y lo mitológico con una crítica al imperialismo estadounidense y una defensa de la identidad hispanoamericana. En España, el modernismo influyó en autores como Manuel Machado, que desde una sensibilidad decadentista exalta lo efímero y lo bello, y Antonio Machado, quien evoluciona desde un primer simbolismo intimista en Soledades hasta una poesía ética y sobria en Campos de Castilla.
La Generación del 98
La Generación del 98 surge como reacción a la crisis nacional provocada por la pérdida de las últimas colonias en 1898. Sus miembros reflexionan sobre la decadencia de España, la necesidad de regenerarla y el sentido de la vida. Cultivan sobre todo el ensayo, la novela y una poesía simbolista. Unamuno, en El sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo, expresa su angustia vital ante el problema de Dios y el destino humano. Azorín, en Castilla, intenta recuperar los valores esenciales de lo español desde una mirada nostálgica e impresionista.
La Novela anterior a 1936
La novela anterior a 1936 muestra una evolución desde el realismo decimonónico hacia formas más subjetivas y estilísticamente innovadoras. Los autores del 98 no se interesan tanto por reflejar la sociedad como por explorar los conflictos interiores del individuo. Unamuno crea las “nivolas”, novelas filosóficas como Niebla o San Manuel Bueno, mártir, donde los personajes discuten sobre la existencia, la fe y la libertad. Azorín, en La voluntad, emplea un estilo pausado y descriptivo, centrado en la percepción personal del paisaje y la historia. Baroja, por su parte, se interesa por la aventura individual y la acción, como en La busca o El árbol de la ciencia, protagonizadas por personajes escépticos y desengañados. Valle-Inclán inicia su carrera narrativa con obras modernistas como las Sonatas, pero evoluciona hacia un estilo más crítico y deformador en Tirano Banderas, anticipando el “esperpento”.
El Teatro anterior a 1936
El teatro anterior a 1936 ofrece una dualidad entre un teatro comercial, que triunfa entre el público, y un teatro innovador que apenas se representa. Dentro del teatro integrado destaca Jacinto Benavente, Premio Nobel en 1922, con obras como Los intereses creados, donde fusiona el teatro clásico con la farsa moderna. También tiene éxito el teatro de humor, como el sainete de Carlos Arniches o los hermanos Álvarez Quintero, de ambientación popular, y el “astracán” de Pedro Muñoz Seca, cuya obra más famosa es La venganza de don Mendo, parodia del drama romántico.
En contraste, el teatro renovador se orienta hacia lo simbólico, lo existencial y lo experimental. Unamuno, en Fedra, o Azorín, en Brandy, mucho brandy, abordan cuestiones filosóficas mediante largos diálogos. Pero el gran renovador es Valle-Inclán, cuya obra evoluciona desde las Comedias bárbaras, de tono trágico y mítico, hacia el esperpento. En Luces de bohemia (1920), Valle-Inclán representa la realidad española desde una óptica grotesca y deformada. Su protagonista, el poeta ciego Max Estrella, recorre un Madrid oscuro, acompañado de Don Latino, reflejando la miseria moral de la España de la Restauración.
Este periodo supone la base de la literatura contemporánea: se rompen moldes clásicos, se experimenta con nuevas formas y se da voz a una profunda preocupación por el hombre y su entorno.
Novecentismo y Generación del 14
El Novecentismo, también conocido como la Generación del 14, es un periodo significativo en la literatura española que abarca desde 1914 hasta 1925. Este movimiento literario surge como una respuesta a los ideales del romanticismo, realismo y modernismo, buscando una renovación en la forma de entender y crear literatura. El término fue acuñado por el filósofo y ensayista Eugenio D’Ors, quien fue una figura clave en la articulación de las ideas que caracterizan esta etapa.
Entre los escritores más destacados de la Generación del 14 se encuentran José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala y Juan Ramón Jiménez. El Novecentismo se distingue por una serie de rasgos que incluyen el racionalismo, el antirromanticismo, el intelectualismo, el europeísmo, el cosmopolitismo, el esteticismo y una marcada preocupación por la calidad formal de las obras literarias. Este enfoque se traduce en una búsqueda de la excelencia en la expresión artística, alejándose de las corrientes anteriores que predominaban en la literatura española.
El Ensayo
En el ámbito del ensayo, José Ortega y Gasset se destaca con obras fundamentales como Meditaciones del Quijote y La rebelión de las masas. En estos textos, Ortega aborda temas de gran relevancia social y cultural, reflexionando sobre la identidad española y los desafíos de la modernidad. Su estilo ensayístico se caracteriza por una profunda erudición y una capacidad para conectar ideas complejas con el contexto social de su tiempo.
La Novela
La novela novecentista se puede dividir en dos tendencias principales. La primera es la tendencia intelectual, representada por Ramón Pérez de Ayala, quien explora la psicología de los personajes y las complejidades de la vida moderna. La segunda tendencia es la lírica, con Gabriel Miró como uno de sus exponentes, quien se enfoca en la belleza estética y la musicalidad del lenguaje.
La Poesía
En el ámbito de la poesía, Juan Ramón Jiménez se erige como el máximo exponente del Novecentismo. Su evolución poética se puede dividir en tres etapas: la sensitiva, donde se centra en la experiencia inmediata; la intelectual, que busca una mayor profundidad conceptual; y la suficiente, que integra ambas dimensiones. Su obra más conocida, Platero y yo, es un relato poético que ha dejado una huella perdurable en la literatura española. Además, Juan Ramón Jiménez fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1956, lo que subraya su importancia y relevancia en el panorama literario de la época.
En resumen, el Novecentismo y la Generación del 14 representan un periodo de renovación y reflexión en la literatura española, con autores que aportaron nuevas ideas y estilos que marcaron un hito en la historia literaria del país. Este movimiento no solo influyó en la literatura, sino que también dejó una profunda huella en la cultura y el pensamiento español del siglo XX.
Las Vanguardias en Europa, España e Hispanoamérica
Las vanguardias artísticas y literarias emergieron en Europa, España e Hispanoamérica como una respuesta a la desconfianza en la razón y la ciencia, especialmente tras los horrores de la Primera Guerra Mundial. Este contexto histórico llevó a los artistas a rechazar las estructuras morales y sociales tradicionales, buscando una renovación estética a través de movimientos radicalmente irracionales. Los movimientos de vanguardia, que alcanzaron su apogeo en los años 20 y comenzaron a declinar en los 30, se caracterizan por su voluntad de experimentación, su rechazo a la estética anterior y un carácter elitista, proponiendo un arte que se distanciaba de los gustos populares y se dirigía a una minoría selecta.
Vanguardismo en España: Las Greguerías
En España, Ramón Gómez de la Serna se destacó como una figura central del vanguardismo. Su obra más representativa son las “greguerías”, breves metáforas humorísticas que transforman la realidad, como “El platillo es el sol de la orquesta” y “Las gaviotas nacen de los pañuelos que dicen ¡adiós!, en los puertos”. Estas greguerías son un ejemplo de la revalorización de la metáfora en el contexto vanguardista, combinando ingenio y humor sin pretender abordar temas trascendentes.
Principales Movimientos Vanguardistas Europeos
Los movimientos vanguardistas más relevantes en Europa incluyen el expresionismo, el futurismo, el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo.
Expresionismo
El expresionismo, de origen germano, busca representar la realidad interior del artista, deformando la realidad a través de sus emociones, como se observa en la técnica del esperpento de Valle-Inclán.
Futurismo
El futurismo, fundado por Marinetti en Italia, celebra la industrialización y el militarismo, rechazando el lenguaje anterior y experimentando con la sintaxis. En España, Pedro Salinas y Rafael Alberti exploraron este movimiento, dedicando poemas a objetos modernos como automóviles y billetes de tranvía.
Cubismo
El cubismo se caracteriza por el uso de técnicas de collage y fue representado en la poesía por Gerardo Diego, quien se inspiró en los caligramas de Apollinaire, donde la disposición del texto forma un dibujo relacionado con el significado del poema.
Dadaísmo
El dadaísmo, encabezado por Tristán Tzara, surge como una rebelión contra la lógica y las convenciones estéticas, promoviendo un lenguaje incoherente y liberando la fantasía.
Surrealismo
Por último, el surrealismo, fundado por André Bretón, busca representar la verdadera realidad del ser humano más allá de la lógica y la razón.
Vanguardismo en Hispanoamérica
En Hispanoamérica, el ultraísmo se destacó a través de la revista “Ultra”, con figuras como Jorge Luis Borges y Guillermo de Torre, quienes adoptaron temas de la vida moderna y versos libres. Vicente Huidobro fue un destacado representante del creacionismo, defendiendo la capacidad creadora de la poesía. Su obra Altazor es un ejemplo de esta experiencia creacionista, llena de imágenes insólitas y asociaciones lingüísticas sorprendentes. Gerardo Diego, en España, también fue un importante representante del creacionismo con su obra Fábula de Equis y Zeda, que sintetiza elementos barrocos y vanguardistas.
En resumen, las vanguardias en Europa, España e Hispanoamérica representaron un momento crucial en la historia del arte y la literatura, caracterizado por la ruptura con las tradiciones anteriores y la búsqueda de nuevas formas de expresión que reflejaran la complejidad de la experiencia humana en un mundo en transformación.
La Generación del 27: Características y Trayectoria
La Generación del 27 fue un destacado grupo de poetas españoles que emergió en la década de 1920, marcando un hito en la renovación de la poesía española. Este grupo alcanzó su apogeo en 1927, año en el que se conmemoró el tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora, un poeta del Siglo de Oro español que influyó profundamente en la estética de los poetas de esta generación. Entre los miembros más prominentes de la Generación del 27 se encuentran Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Rafael Alberti, quienes, junto a otros autores, contribuyeron a la rica diversidad de voces y estilos que caracterizan este movimiento.
Características Compartidas
Los poetas de la Generación del 27 compartían varias características que los unían en su búsqueda artística. En primer lugar, poseían una sólida formación cultural, lo que les permitió abordar la poesía desde una perspectiva amplia y enriquecida por diversas corrientes literarias. Además, se caracterizaban por sus actitudes liberales, lo que les llevó a cuestionar las normas establecidas y a explorar nuevas formas de expresión. Este deseo de modernización se tradujo en una fusión de elementos de la tradición literaria con las innovaciones de las vanguardias, creando así un estilo único y distintivo.
Tendencias Poéticas
Dentro de la Generación del 27, se pueden identificar tres tendencias poéticas principales.
Poesía Neopopular
La primera es la poesía neopopular, que se inspira en las tradiciones populares y folclóricas de España, buscando recuperar y revitalizar la voz del pueblo.
Poesía Pura
La segunda tendencia es la poesía pura, que se centra en la búsqueda de la esencia de la poesía, despojándola de elementos superfluos y buscando una expresión más directa y auténtica.
Poesía de Vanguardia
Por último, la poesía de vanguardia explora nuevas formas y estilos, rompiendo con las convenciones anteriores y desafiando las expectativas del lector.
Trayectoria
La trayectoria de la Generación del 27 se puede dividir en tres etapas significativas.
Primera Etapa (Poesía Pura)
La primera etapa se caracteriza por la búsqueda de la poesía pura, donde los poetas se enfocan en la esencia de la poesía y en la depuración de su lenguaje.
Segunda Etapa (Asimilación del Surrealismo)
En la segunda etapa, se produce una asimilación del surrealismo, lo que les permite incorporar elementos oníricos y simbólicos en su obra.
Tras la Guerra Civil
Finalmente, tras la Guerra Civil de 1939, cada poeta sigue su propio camino, reflejando sus experiencias personales y visiones del mundo en sus escritos.
El Teatro de García Lorca
En el ámbito del teatro, Federico García Lorca se destaca como una de las figuras más importantes de la Generación del 27. Sus obras teatrales abordan temas universales como la lucha entre autoridad y libertad, y se centran en la vida de personajes que enfrentan la represión social y sus deseos frustrados. Entre sus obras más reconocidas se encuentran Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba. En Bodas de sangre, Lorca explora el conflicto entre el amor y las normas sociales, mientras que en Yerma se centra en la desesperación de una mujer que anhela ser madre en una sociedad que la oprime. Por su parte, La casa de Bernarda Alba presenta la historia de una madre autoritaria que impone un estricto control sobre sus hijas, reflejando la represión y el deseo de libertad.
En conclusión, la Generación del 27 y el teatro de García Lorca representan un momento crucial en la literatura española, caracterizado por la innovación poética y la exploración de temas profundos y universales. La influencia de estos poetas y dramaturgos perdura hasta nuestros días, y su legado sigue siendo objeto de estudio y admiración en el ámbito literario.
La Lírica y el Teatro Posteriores a 1936
Tras la Guerra Civil, la literatura española queda marcada por la censura y la represión. Muchos autores se exilian, mientras que los que permanecen en España deben adaptarse a las restricciones impuestas por el régimen.
La Lírica
En la lírica, la poesía del exilio refleja la nostalgia y la denuncia de la situación española. Destacan León Felipe, con Español del éxodo y el llanto, y Miguel Hernández, que en la cárcel escribe Cancionero y romancero de ausencias. En España, la poesía de posguerra se divide en dos tendencias: la poesía arraigada, vinculada al franquismo y de tono clásico, con Luis Rosales como representante; y la poesía desarraigada, que expresa angustia y desesperación, inaugurada por Dámaso Alonso con Hijos de la ira en 1944. A partir de los años 50, la poesía se orienta hacia el compromiso social con obras como Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos íberos, de Gabriel Celaya.
Desde los años 50, algunos autores comienzan a superar el realismo social con una poesía más intimista y personal, denominada “poesía de la experiencia”, cultivada por Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo y Ángel González. En los 70 surge la Generación de los Novísimos, con un estilo vanguardista e influencias culturales extranjeras, representada por Pere Gimferrer y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. En la actualidad, la poesía mantiene una pluralidad de tendencias: la poesía de la experiencia con Luis García Montero, el neosurrealismo con Blanca Andreu y la poesía social con Jorge Riechmann y Elvira Sastre, abordando temas como la globalización o el ecologismo.
El Teatro
En cuanto al teatro, el exilio favorece su desarrollo en Hispanoamérica, con autores como Alejandro Casona (La dama del alba) y Rafael Alberti (Noche de guerra en el Museo del Prado). En España, el teatro de posguerra sigue dos caminos: el tradicional, de tono patriótico y religioso, representado por Juan Ignacio Luca de Tena y Joaquín Calvo Sotelo; y la comedia de evasión, de carácter burgués, con Edgar Neville (El baile) como figura destacada. Sin embargo, algunos autores introducen elementos del teatro del absurdo, como Miguel Mihura (Tres sombreros de copa) y Jardiel Poncela (Eloísa está debajo de un almendro).
En los años 50 y 60, surge el teatro comprometido, que evoluciona del existencialismo a la denuncia social. Destacan Historia de una escalera, de Buero Vallejo, y Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Paralelamente, el teatro se abre a la experimentación con influencias del teatro europeo (Brecht, Ionesco, Artaud) y gracias a los grupos universitarios (TEU). En esta línea innovadora destacan Francisco Nieva y Fernando Arrabal (Pic-Nic). En los últimos años del franquismo, nacen compañías de teatro independiente como Els Joglars, La Fura dels Baus o El Tricicle.
En la democracia, el teatro se orienta hacia temas contemporáneos, como en Los ochenta son nuestros, de Ana Diosdado, o La estanquera de Vallecas, de Alonso de Santos. También hay un interés por la memoria histórica, reflejado en ¡Ay, Carmela!, de Sanchis Sinisterra, o Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez. En el siglo XXI, destaca Juan Mayorga, quien aborda el abuso de poder en obras como Hamelín o Cartas de amor a Stalin.
Así, tanto la poesía como el teatro han evolucionado desde la censura y el exilio hasta la experimentación y el compromiso social, reflejando las transformaciones de la sociedad española.
La Novela Española de 1939 a 1975
Tras la Guerra Civil, la literatura española se ve marcada por el exilio y la censura. A medida que avanza el franquismo, se produce una lenta apertura política y económica, y cada década está dominada por una tendencia narrativa: la novela existencial en los años 40, el realismo social en los 50 y la experimentación en los 60 y 70.
La Novela Existencial (años 40)
Los escritores exiliados centran sus obras en la Guerra Civil y sus consecuencias, combinando realismo con innovaciones técnicas. Destacan Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender; El laberinto mágico, de Max Aub; y Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel.
En España, la novela refleja el malestar de la posguerra a través de personajes desarraigados y ambientes de soledad y pobreza, pero sin una crítica política explícita debido a la censura. Es el caso de La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela, que inaugura el tremendismo, mostrando la violencia como destino inevitable. Carmen Laforet gana el Premio Nadal con Nada (1945), un retrato de la miseria y la frustración en la posguerra. Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada (1947), aborda la hipocresía y la resignación en la España de la época.
La Novela Social (años 50)
Predomina el realismo con dos enfoques: objetivo, que documenta la realidad sin intervenir, y crítico, que denuncia la injusticia social. Se retratan temas como la pobreza rural, la explotación laboral y la desigualdad social.
Entre los principales autores, Cela publica La colmena (1951), que, con una técnica caleidoscópica, ofrece un retrato colectivo del Madrid de posguerra. Miguel Delibes se centra en el mundo rural con El camino (1950) y Las ratas (1962), mientras que Rafael Sánchez Ferlosio, en El Jarama (1955), refleja la falta de expectativas de la juventud española a través de un día de ocio junto al río.
La Novela Experimental (años 60 y 70)
Los novelistas abandonan el compromiso social y apuestan por la renovación formal, influenciados por el boom hispanoamericano y autores como Kafka, Joyce o Faulkner.
Entre sus características destacan el punto de vista múltiple, los saltos temporales, el monólogo interior, el desorden cronológico y el uso de diversos registros lingüísticos. Obras clave de esta etapa son Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos, Cinco horas con Mario (1966) de Delibes, Señas de identidad (1966) de Juan Goytisolo, Últimas tardes con Teresa (1966) de Juan Marsé, Volverás a Región (1967) de Juan Benet y La saga/fuga de J.B. (1972) de Gonzalo Torrente Ballester.
A partir de 1975, con la muerte de Franco, la narrativa se transforma. La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza, marca el inicio de una nueva etapa con un retorno a la narratividad y la recuperación de la intriga.
Así, la evolución de la novela española en el siglo XX refleja los cambios sociales y políticos del país, desde el existencialismo y la denuncia social hasta la experimentación y la renovación narrativa.
La Novela Española a partir de 1975: Renovación y Diversidad
Durante los años 70, en plena dictadura franquista, continúa desarrollándose en España una novela de carácter experimental que había comenzado en la década anterior. Se trata de una narrativa con estructuras fragmentadas o en secuencias, ruptura de la linealidad temporal, empleo del punto de vista múltiple, uso del monólogo interior y las digresiones, así como un lenguaje culto y una sintaxis compleja. Sin embargo, este modelo empieza a mostrar signos de agotamiento y se va alejando del lector medio. A partir de 1975, con la muerte de Franco y el inicio del proceso democrático, se abre una nueva etapa en la narrativa española, marcada por una mayor libertad creativa y por el fin del aislamiento cultural respecto al resto de Europa.
Un punto de inflexión lo marca la publicación de La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza. Aunque aún conserva ciertos rasgos formales de la novela experimental, esta obra supone una clara recuperación de la intriga y del placer por contar historias. Se abre así un nuevo periodo en el que lo común a todas las tendencias será la vuelta a la narratividad, es decir, el deseo de recuperar el relato comprensible, bien estructurado y atractivo. Se abandona el hermetismo formal y temático, y se da paso a temas más personales e íntimos como la soledad, las relaciones humanas, el amor, el erotismo o la memoria. A ello se suma un estilo más accesible, con intención comunicativa y un tono más irónico o desencantado hacia los problemas colectivos.
Podemos distinguir dos grandes generaciones de narradores: por un lado, los que se formaron bajo el franquismo y ya eran autores consagrados; por otro, los que comienzan a publicar en los años 80 y 90, en un contexto democrático y culturalmente más abierto.
Autores Consagrados
Entre los primeros, destacan nombres como Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela, Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Juan Marsé o Juan Goytisolo. De esta etapa sobresale Nubosidad variable (1992), de Carmen Martín Gaite, donde, a través de la escritura epistolar y los diarios, se abordan temas como la incomunicación, la carencia de amor y la búsqueda de identidad personal. También resulta fundamental El hereje (1998), de Miguel Delibes, una incursión brillante en la novela histórica que, desde una perspectiva individual, defiende la tolerancia religiosa en la rígida sociedad del siglo XVI, bajo el reinado de Carlos V.
Nuevas Voces y Tendencias (años 80 y 90)
En los años 80 y 90 se incorporan nuevas voces, con una notable presencia femenina y un creciente interés por el relato corto. Muchos de estos autores combinan la actividad periodística con la literaria, como Manuel Vicent, Rosa Montero o Almudena Grandes. Las tendencias se multiplican, pero pueden agruparse en varios géneros principales:
Novela Policiaca o de Intriga
Influida por la novela negra y el cine estadounidense, presenta detectives atípicos y un tono crítico o irónico. Manuel Vázquez Montalbán crea al detective Carvalho en novelas como Los mares del Sur o Asesinato en el Comité Central. Antonio Muñoz Molina cultiva este género con una prosa más lírica en obras como El invierno en Lisboa o Beltenebros. Por su parte, Eduardo Mendoza parodia el género policiaco en El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas, protagonizadas por un investigador salido de un manicomio.
Novela Histórica
Una de las tendencias más exitosas, ambientada tanto en épocas remotas como en el pasado reciente (Guerra Civil, posguerra). Destacan títulos como El capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte; Historia del rey transparente, de Rosa Montero; La vieja sirena y Octubre, octubre, de José Luis Sampedro. La memoria histórica ocupa un lugar importante en obras como Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez; El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas; y El corazón helado, de Almudena Grandes.
Metanovela
Estas obras reflexionan sobre el proceso de creación literaria. El narrador o el protagonista suele ser un escritor. Es el caso de El desorden de tu nombre, de Juan José Millás, donde asistimos a la construcción de la novela desde dentro. En Beatus ille, de Antonio Muñoz Molina, el narrador investiga sobre otro personaje, y esa investigación es también un relato de cómo se construye una historia.
Novela Intimista
Narraciones centradas en personajes urbanos, de mediana edad, desconcertados, que enfrentan temas como la soledad, el amor, la memoria o la pérdida de identidad. Estas obras, con frecuencia, difuminan la línea entre lo real y lo fantástico. Ejemplos destacados son Juegos de la edad tardía, de Luis Landero; La soledad era esto, de Millás; Todas las almas, de Javier Marías; Contra muerte y amor, de Marina Mayoral; o Historia de un idiota contada por él mismo, de Félix de Azúa.
Novela Neorrealista o Testimonial
De tono duro y directo, muestra la vida de los jóvenes en ambientes urbanos degradados, con presencia de violencia, drogas, y jergas juveniles. Madrid suele ser el escenario principal. Títulos como Historias del Kronen, de José Ángel Mañas; Días contados, de Juan Madrid; y Héroes, de Ray Loriga reflejan este universo. También se aborda la reivindicación femenina, como en Te trataré como a una reina, de Rosa Montero.
Junto a estas tendencias, merece mención una serie de obras y autores que destacan por su originalidad y capacidad de innovación: Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxebarría, refleja los conflictos de identidad y género; Enrique Vila-Matas, con Bartleby y compañía y El mal de Montano, escribe novelas que son a la vez ensayo, diario y reflexión literaria; Javier Cercas rompe barreras entre realidad y ficción con Soldados de Salamina y Anatomía de un instante, aportando nuevas formas de abordar la historia reciente.
En conjunto, la narrativa española posterior a 1975 se caracteriza por una gran diversidad temática y formal, una clara voluntad comunicativa, y la recuperación del relato como forma esencial de expresión literaria.
Literatura Hispanoamericana Contemporánea
Durante el siglo XX, la literatura hispanoamericana —en especial la poesía y la narrativa— alcanzó una proyección internacional sin precedentes, influyendo notablemente en las letras españolas y europeas. Tras la Segunda Guerra Mundial, si bien las vanguardias (sobre todo el Surrealismo) siguieron siendo una referencia, la poesía hispanoamericana adoptó un lenguaje más llano, cercano y directo, con el que abordar inquietudes existenciales, sociales, religiosas o políticas.
Poesía Hispanoamericana
Entre los poetas más relevantes del periodo destaca Nicanor Parra, creador de la antipoesía, en la que adopta un lenguaje coloquial y antirretórico con intención crítica. En su obra Poemas y antipoemas (1954) denuncia el mundo moderno y sus abusos, cuestionando también las formas literarias tradicionales. En una línea más claramente política, Pablo Neruda, en Canto general, y Mario Benedetti, en Inventario, emplean la poesía como herramienta de denuncia frente a la injusticia social, las dictaduras y la represión. Ernesto Cardenal, con Hora cero, hace de la poesía un arma contra la dictadura de Somoza en Nicaragua.
Por otro lado, Octavio Paz, premio Nobel en 1990, evoluciona desde una lírica centrada en el amor, la soledad y el erotismo, hacia una poesía más experimental y filosófica, con obras como Salamandra o Ladera este, que exploran el poder crítico y liberador del lenguaje. También abordaron temas existenciales José Lezama Lima y Dulce María Loynaz, con una poesía de hondo lirismo.
Narrativa Hispanoamericana
En cuanto a la narrativa, hasta mediados del siglo XX predominan el realismo y la atención al entorno natural. Surgen la novela de la tierra —como Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, protagonizada por un gaucho— y la novela indigenista, que denuncia la marginación de los pueblos originarios, como en El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría.
Pre-Boom (1945-1960)
Entre 1945 y 1960 se inicia una renovación narrativa con el realismo mágico, que combina la vida cotidiana con lo fantástico, la crítica social con el mito, y que se apoya en técnicas innovadoras como el monólogo interior, el perspectivismo o los saltos temporales, inspirados en autores como Kafka o Faulkner. En este periodo destacan:
- Jorge Luis Borges, con Ficciones o El Aleph, donde lo fantástico y lo filosófico se entrelazan con precisión;
- Miguel Ángel Asturias, premio Nobel en 1967, cuya obra El señor presidente se inscribe en la línea de la novela de dictador;
- Alejo Carpentier, con El siglo de las luces, que mezcla historia, mito y simbolismo;
- y Juan Rulfo, con Pedro Páramo y El llano en llamas, obras claves del realismo mágico por su hondura existencial y estructura innovadora.
El Boom (a partir de 1960)
A partir de 1960 se produce el fenómeno del “boom” hispanoamericano, que da visibilidad mundial a esta narrativa. Editorialmente impulsado desde Barcelona, el boom supone la culminación de las innovaciones previas: hay una ampliación temática, una consolidación del realismo mágico, una profunda renovación formal y un firme intento de definir una identidad literaria propia. Sus máximos exponentes son:
- Gabriel García Márquez, premio Nobel en 1982, cuya novela Cien años de soledad mezcla lo mítico y lo cotidiano en una narración de estructura circular y gran carga simbólica;
- Carlos Fuentes, que revisa la historia de México con técnicas experimentales, como en La muerte de Artemio Cruz;
- y Mario Vargas Llosa, premio Nobel en 2010, quien aborda con mirada crítica la violencia y la corrupción en América Latina, en obras como Conversación en la catedral o La fiesta del chivo.
Con el paso del tiempo, el “boom” se disgrega por diferencias políticas e ideológicas, y la narrativa posterior se diversifica, perdiendo unidad estilística pero ganando en riqueza individual. Aun así, pueden identificarse ciertos rasgos comunes: la recuperación de la narración clásica con intriga y personajes más definidos, y el tratamiento de problemas existenciales o sociales dentro de un contexto globalizado.
Narrativa Posterior al Boom
Entre las líneas principales destacan:
- La pervivencia del realismo mágico en obras como La casa de los espíritus o Cuentos de Eva Luna, de Isabel Allende.
- El uso del humor para explorar las relaciones personales y la memoria histórica, como en Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique, o Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.
- La influencia de la literatura y el cine en la construcción de nuevas ficciones, como en El cartero de Neruda, de Antonio Skármeta, o El beso de la mujer araña, de Manuel Puig.
Así, la literatura hispanoamericana del siglo XX se convierte en una referencia global por su capacidad de renovar los géneros, integrar la tradición con la modernidad y expresar con fuerza los conflictos individuales y colectivos de su tiempo.