T1 – El Realismo y el Naturalismo: la Novela
El realismo surgió en Europa en la segunda mitad del siglo XIX como reacción contra el idealismo romántico. Se caracteriza por la observación rigurosa de la realidad, la representación de ambientes cotidianos y la descripción de personajes que pertenecen, principalmente, a las clases medias. La novela se convirtió en el género literario más importante, ya que permitía desarrollar historias verosímiles y profundas, con especial atención al análisis psicológico de los personajes.
La narrativa realista posee varias características fundamentales:
- Objetividad
- Verosimilitud
- Ambientación detallada
- Uso de un narrador omnisciente
- Lenguaje sencillo y funcional
- Interés por los conflictos sociales y morales
- Análisis psicológico de los personajes
A través de un estilo sobrio, los autores pretenden reflejar de forma fiel los problemas de la sociedad, abordando temáticas como la hipocresía social, la lucha de clases, el matrimonio, el papel de la mujer o el conflicto entre tradición y progreso.
En España, el realismo se desarrolló plenamente a partir de 1870, aunque sus inicios pueden rastrearse en la literatura prerrealista. Esta etapa, previa a la consolidación del realismo, se caracteriza por una mayor atención a la verosimilitud y la observación social. Entre los autores prerrealistas destaca Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, quien con obras como La gaviota inauguró una narrativa que, si bien aún conservaba rasgos románticos, anticipaba el realismo en su atención al entorno rural y a los tipos populares.
Juan Valera (1824-1905) ocupa un lugar peculiar dentro del realismo español. Su propósito principal era crear relatos estilísticamente bellos. Sus novelas son amables, de tono optimista y final feliz, donde el amor supera los obstáculos. Ambientadas en escenarios andaluces, sus obras, más cercanas al costumbrismo que al realismo comprometido, destacan por el análisis psicológico de los personajes femeninos. Su novela más representativa es Pepita Jiménez (1874).
Otro nombre destacado es José María de Pereda (1833-1906), quien representa un realismo conservador y rural. Preocupado por la corrupción de los valores tradicionales a causa de la modernidad urbana, Pereda exaltó el mundo rural como depositario de las auténticas virtudes humanas. En Peñas arriba (1895) reflejó esta visión nostálgica y crítica del cambio social.
El gran maestro del realismo español fue Benito Pérez Galdós (1843-1920). Interesado en las clases medias, Galdós combina la descripción histórica con el análisis individual, a través de innovadoras técnicas narrativas como el uso de la interiorización de los personajes y el diálogo vivo. Su trayectoria novelística se inicia con las novelas de tesis, como Doña Perfecta (1876), donde plantea conflictos ideológicos. Posteriormente, en las novelas contemporáneas como Fortunata y Jacinta (1886-1887), realiza un ambicioso retrato de la sociedad madrileña. Más tarde, en sus novelas espiritualistas, como Misericordia (1897), se centra en valores humanos y religiosos. Además, Galdós escribió los Episodios Nacionales, iniciados con Trafalgar (1805), una monumental recreación de la historia contemporánea española.
Leopoldo Alas, Clarín (1852-1901), es otro gran nombre del realismo español. Su obra La Regenta (1884-1885) ofrece un profundo análisis psicológico de sus personajes, sobre todo Ana Ozores, atrapada en un ambiente provinciano opresivo. Clarín pretendió denunciar la hipocresía social y moral de la ciudad de Vetusta, inspirada en Oviedo, mostrando un entorno donde los valores tradicionales y religiosos encubren corrupción y mediocridad.
El naturalismo, nacido en Francia de la mano de Émile Zola, llevó el realismo a un extremo determinista, defendiendo que el comportamiento humano está condicionado por factores hereditarios y sociales. En España, el naturalismo se incorporó de manera parcial y adaptada. Emilia Pardo Bazán (1851-1920) fue su principal difusora. En su ensayo La cuestión palpitante defendió los principios naturalistas, aunque nunca aceptó su radical determinismo, debido a su fe cristiana. En novelas como Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza, retrató la decadencia de la pequeña nobleza rural gallega, en un ambiente dominado por la brutalidad, la ignorancia, el instinto y la violencia.
Vicente Blasco Ibáñez, por su parte, adaptó el naturalismo en sus novelas, donde refleja con fidelidad descriptiva ambientes y caracteres, centrando su atención en realidades marginales y populares. Su narrativa aborda con crudeza temas sociales, contribuyendo a consolidar un realismo naturalista en el panorama literario español de finales del siglo XIX.
T2 – Literatura de fin de siglo. La Generación del 98 y el Modernismo. La Novela y el Teatro anterior a 1936
El fin del siglo XIX fue un periodo de crisis en Europa, marcado por el escepticismo y el rechazo a las viejas creencias y valores. Este espíritu de “fin de siglo” estuvo relacionado con el individualismo, la melancolía, el deseo de evasión y una fuerte inclinación hacia lo espiritual y lo irracional. En este contexto surgieron dos movimientos fundamentales: el Simbolismo y el Parnasianismo. El Simbolismo, con autores como Baudelaire o Verlaine, buscaba sugerir más que nombrar directamente, utilizando imágenes evocadoras para acceder a una realidad profunda e intuitiva. El Parnasianismo, por su parte, defendía el arte por el arte, la perfección formal y el gusto por los temas exóticos y mitológicos, inspirando en gran medida al modernismo hispánico.
El Modernismo, nacido en Hispanoamérica y encabezado por Rubén Darío, fue una reacción contra la vulgaridad burguesa y un anhelo de belleza y renovación estética. Se caracteriza por la búsqueda de la perfección formal, el preciosismo, la musicalidad del lenguaje, el cosmopolitismo y la evasión en mundos de ensueño, aunque también refleja a veces una honda preocupación existencial. Entre los principales poetas modernistas destaca Rubén Darío, figura central del movimiento, cuyas obras más representativas son Azul, Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza. Su poesía evoluciona desde la exaltación de la belleza hasta una profunda meditación sobre el sentido de la vida.
Antonio Machado, aunque vinculado al Modernismo en su primera etapa, mostró una sensibilidad distinta, más sobria y reflexiva. En Soledades, galerías y otros poemas, aparece un estilo intimista, donde el simbolismo de paisajes interiores y la musicalidad del verso expresan la melancolía y la introspección. Juan Ramón Jiménez también participa inicialmente del Modernismo y la posromántica. En su primera etapa, su poesía combina la búsqueda de musicalidad y perfección formal con una sensibilidad delicada y un idealismo lírico.
Dentro de la prosa modernista, destaca Ramón María del Valle-Inclán con Las sonatas (Sonata de otoño, 1902; Sonata de estío, 1903; Sonata de primavera, 1904 y Sonata de invierno, 1905). Esta tetralogía, subtitulada Memorias del Marqués de Bradomín, estructura cada novela como una composición musical en cuatro tiempos, asociando estación, edad del protagonista y geografía. El Marqués de Bradomín es un donjuán decadente, aristocrático, cínico y provocador, en escenarios llenos de misterio y lujo, con un lenguaje refinado que constituye la culminación de la prosa modernista española.
Paralelamente al Modernismo surge en España la Generación del 98, nacida del impacto del Desastre del 98 y de la pérdida de las últimas colonias. Sus autores se caracterizan por su angustia existencial, la reflexión sobre el sentido de la vida y el tema de Dios. También dedican una especial atención a la identidad de España, retratando su paisaje de forma simbólica y crítica, y mostrando una actitud de regeneracionismo social. Además, el primitivismo, entendido como la búsqueda de lo esencial y originario, impregnó sus obras.
Entre los principales autores de la Generación del 98 figura Azorín, quien desarrolla una narrativa de estilo sobrio y reflexivo, con especial atención al paso del tiempo y la contemplación del paisaje. Entre sus obras principales destacan la Trilogía de Antonio Azorín y Castilla. Pío Baroja, otro de los grandes representantes, ofrece una narrativa ágil y pesimista, centrada en personajes rebeldes y desencantados. Sus principales trilogías son La lucha por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora roja) y La raza (El árbol de la ciencia es una de las obras más significativas dentro de esta última).
Miguel de Unamuno, pensador y novelista, aborda en su obra temas como la lucha interior del ser humano, la fe y la inmortalidad. Entre sus novelas más importantes se encuentran Niebla, San Manuel Bueno, mártir y Abel Sánchez. Unamuno, además, acuñó el término “nivola” para definir un tipo de novela en la que primaba el desarrollo de ideas sobre la forma narrativa tradicional.
Ramón María del Valle-Inclán también escribió en el ámbito novelístico, destacando con Tirano Banderas, primera novela que incorpora elementos esperpénticos. Ambientada en una dictadura hispanoamericana ficticia, esta obra ofrece una sátira del poder, usando un lenguaje creativo que amalgama distintos rasgos de las variedades lingüísticas hispanoamericanas.
Antonio Machado, además de su primera etapa modernista, es autor de Campos de Castilla, obra que representa una evolución hacia el compromiso social y la reflexión sobre el alma de España, a través de un lenguaje sencillo, directo y cargado de profundidad humana.