La Constitución Moderada de 1876
3) La Constitución moderada de 1876: Es la Constitución de mayor vigencia de nuestra historia, ya que se mantiene hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera (1923). La Constitución de 1876 restaura el liberalismo doctrinario: el rey, que representa la tradición, y las Cortes, que representan a la nación.
Es heredera de los principios que contiene el Estatuto Real de 1834 y la Constitución de 1845. Además, incorporó una declaración de derechos proveniente de la Constitución de 1869. Por último, sus características más destacadas eran:
- Sistema de representación: Se limita el poder de las Cortes, que eran bicamerales.
- Atribuciones reales: El rey amplía sus atribuciones y se convierte en el auténtico árbitro del sistema.
- Derechos y libertades: Reconocimiento de todos los derechos y libertades individuales fundamentales.
- Religión: Afirmación de la libertad religiosa individual y el reconocimiento del catolicismo como religión oficial del Estado español, obligando a la nación a mantener el culto.
- Sufragio: La desaparición del sufragio universal.
- Unidad legislativa: La unidad de códigos, que es la unidad de leyes para todo el territorio nacional.
- Administración local: La mejora de la administración local, que hace que la elección de los Ayuntamientos fuese regulada en 1876.
El Funcionamiento Real del Sistema: Turnismo y Caciquismo
Esta teoría política contrastaba, sin embargo, con el funcionamiento real de un sistema que ignoraba la voluntad popular, ya que se tornaba en una farsa basada en el turnismo pactado de antemano por los dos partidos políticos principales, conservador y liberal, que se lograba mediante el fraude electoral y el caciquismo.
De esta forma, los conservadores y liberales se relevaron en el poder de manera pacífica, pactando entre ellos y con el rey el momento de gobernar o de dejar de hacerlo. El rey, entonces, mandaba formar gobierno al nuevo partido, disolvía las Cortes y convocaba nuevas elecciones que, tras ser debidamente manipuladas, situaban al partido entrante en el poder y al partido saliente en la oposición, esperando su nuevo turno de gobierno.
Este engranaje precisó del falseamiento electoral que legitimase los cambios de gobierno, principalmente a partir de 1881, pues hasta ese momento los conservadores acapararon el poder para asentar el sistema canovista. Este fraude electoral respondía a una organización piramidal de clientelismo que se estructuraba así: desde Madrid, los oligarcas de ambos partidos daban instrucciones a los gobernadores civiles de cada provincia, los cuales elaboraban los encasillados (es decir, el listado de candidatos que habrían de salir elegidos) y, a su vez, daban instrucciones a los caciques locales, personalidades importantes con poder e influencias que controlaban a la gente.
Por ello, los caciques manipulaban en última instancia los resultados electorales, sirviéndose de actitudes paternalistas, pucherazos, amenazas y extorsiones. Pese a sus claroscuros, el sistema canovista de la Restauración estableció los resortes políticos que afrontan los problemas de España en el último tercio del siglo XIX, problemáticas enmarcadas tanto en el efímero reinado de Alfonso XII (1874-1885), como en la regencia de su esposa María Cristina de Habsburgo (1885-1902).
El Reinado de Alfonso XII: «El Pacificador»
En cuanto a Alfonso XII, este ganó su apodo de «el Pacificador» al lograr tanto la estabilización política como la consolidación del poder civil por medio de factores como: la imposición del sistema canovista ya analizado, el fin de la práctica decimonónica del pronunciamiento y la finalización de las guerras heredadas del periodo anterior: la Guerra Carlista y la Guerra de Cuba.
El poderío militar alfonsino y los apoyos recuperados finiquitaron la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) y el carlismo como amenaza militar, al tiempo que la Paz de Zanjón (1878) clausuró, pero no definitivamente, la Guerra de los Diez Años de Cuba.
La Regencia de María Cristina de Habsburgo
El cierre del siglo XIX español llegó de la mano de María Cristina de Habsburgo, viuda de Alfonso XII y madre de su hijo póstumo, Alfonso XIII, que hubo de ejercer su regencia, la cual estuvo determinada por los siguientes acontecimientos:
- El «Parlamento largo» (1885-1890): El gobierno continuo del Partido Liberal de Sagasta, según lo establecido en el Pacto de El Pardo, que se caracterizó por el desarrollo de un amplio programa legislativo que engloba los Códigos de Comercio (1885) y Civil (1890), la Ley de Asociaciones (1887), que legalizó las organizaciones obreras, la Ley de Jurado (1888), la Ley de Sufragio Universal (1890), que sustituye el sufragio censitario, y el Arancel proteccionista de 1891.
- El asesinato de Cánovas del Castillo (1897): Un suceso que sacudió el sistema político al que dio forma.
- El Desastre de 1898: La torpeza de la política española en Cuba se evidenció tanto con la Guerra Chiquita (1879), motivada por el incumplimiento de la Paz de Zanjón, como con la definitiva Guerra de Cuba (1895-1898), desatada por el Partido Revolucionario Cubano de José Martí ante la tajante negativa española ante cualquier atisbo de autonomía cubana.
El Conflicto Colonial y el Tratado de París
Este conflicto, iniciado con el «Grito de Baire» del propio Martí y los levantamientos de Máximo Gómez y Antonio Maceo, no solo no cesó con las intervenciones de Martínez Campos y Weyler, sino que fue espoleado por la intervención de EE. UU. tras el hundimiento del Maine (1898), país interesado en el comercio cubano y en la liberación de Filipinas.
Las derrotas de España en Cavite y Santiago de Cuba forzaron a España a firmar el Tratado de París (1898) por el que perdió Cuba, cedió a EE. UU. Puerto Rico, las islas de Guam y Filipinas, estas últimas por 20 millones de dólares. Este conflicto arrastró consecuencias como el fin del imperio colonial español, la agonía de su potencial bélico, el antimilitarismo derivado del injusto sistema de cuota y el desprestigio internacional y nacional de España.
Sin embargo, los efectos políticos y económicos del conflicto no fueron tan devastadores como se anunciaba; no en vano, el Desastre del 98 fue, ante todo, una crisis moral e ideológica, una crisis de conciencia nacional que esbozó