Conceptos Fundamentales de la Filosofía Clásica y Medieval: Platón, Aristóteles, Agustín y Tomás de Aquino

Platón: El Dualismo y la Búsqueda del Estado Ideal

Contexto, Biografía y Obra

Platón nació en Atenas en el 427 a. C., en un contexto marcado por la guerra del Peloponeso y la posterior condena a muerte de su maestro Sócrates, hecho que influyó profundamente en su pensamiento. Hacia el 387 a. C. fundó la Academia, una escuela dedicada al estudio de las matemáticas y la dialéctica con el objetivo de formar gobernantes filósofos capaces de mejorar el Estado. Platón escribió sus obras en forma de diálogo como homenaje al método socrático, y aunque es difícil ordenarlas cronológicamente, suelen agruparse en cuatro etapas:

  • Diálogos socráticos o de juventud: Centrados en temas éticos (ej. Apología, Critón, Protágoras).
  • Diálogos de transición: Sobre ética, política y conocimiento (ej. Gorgias, Menón).
  • Diálogos de madurez: Donde desarrolla el dualismo antropológico y la teoría de las Ideas (ej. Fedón, El Banquete, República, Fedro).
  • Diálogos de vejez: Crítica a sus propias teorías (ej. Parménides, Sofista).

Su pensamiento recibe influencias decisivas de Heráclito (cambio en el mundo sensible), Parménides (ser verdadero e inmutable), Pitágoras (importancia de las matemáticas) y Sócrates (método dialéctico y función educativa de la filosofía).

La Teoría de las Ideas (Ontología)

Las Ideas o Formas, según Platón, son realidades universales, eternas e independientes del mundo sensible; no son conceptos mentales, sino entidades objetivas que existen en un plano inteligible. Son inmutables y solo pueden conocerse mediante el entendimiento, no por los sentidos. Estas Ideas son la causa de las cosas sensibles, que no se definen por su materia, sino porque imitan o participan de su modelo ideal. Las cosas se relacionan con sus Ideas de dos maneras:

  • Mediante la participación (méthexis), por la cual algo es bello en la medida en que participa de la Idea de Belleza.
  • Mediante la imitación (mímesis), por la cual los objetos sensibles son copias imperfectas de su modelo ideal.

Las Ideas están organizadas jerárquicamente y la Idea suprema es la Idea de Bien, origen de todo lo verdadero, bello y perfecto, y condición del conocimiento del mundo inteligible. Debajo de ella se sitúan las Ideas éticas y estéticas, luego las matemáticas y finalmente las Ideas de las cosas sensibles, que son los prototipos de los objetos del mundo material.

Cosmología: El Demiurgo y el Mundo Sensible

Platón explica el origen del mundo sensible en el Timeo, donde distingue entre la materia originaria, caótica e informe, y las Ideas, que son los modelos perfectos de orden y racionalidad. El mundo sensible nace cuando un ser divino, el Demiurgo —eterno, inteligente y bueno, pero inferior a las Ideas— ordena esa materia caótica tomando como referencia las Ideas, aunque no la crea de la nada. Gracias a este ordenamiento, las cosas del mundo sensible poseen cierto grado de belleza y racionalidad; sin embargo, nunca alcanzan la perfección de sus modelos porque la materia limita su forma. Por eso el mundo sensible está en constante cambio, mientras que el mundo inteligible, formado por las Ideas, es eterno e inmutable. Platón describe el cosmos como un ser vivo organizado por el Demiurgo y animado por un Alma del Mundo. En su filosofía, la ontología y la epistemología están unidas: conocer los distintos tipos de realidad implica comprender también los distintos grados de conocimiento, y viceversa.

Epistemología: De la Opinión a la Ciencia

Para Platón, el conocimiento sensible no puede ser universal ni necesario porque el mundo material está en continuo cambio, como ya afirmaban los sofistas. Sin embargo, esto no significa que la verdad no exista: las esencias o Ideas permanecen estables y permiten un conocimiento objetivo y universal. Por ello, el conocimiento auténtico no procede de los sentidos, sino del intelecto. Platón distingue dos grandes niveles:

  • La opinión (dóxa), que se basa en el mundo sensible y se divide en imaginación (imágenes) y creencia (objetos sensibles).
  • La ciencia (epistéme), que tiene como objeto las Ideas y se divide en pensamiento discursivo (razón matemática) e intelección (contemplación directa de las Ideas).

El proceso educativo consiste en elevarse desde la opinión hasta la ciencia. Para ascender hacia el conocimiento verdadero, Platón propone tres vías:

  1. La teoría de la reminiscencia: Conocer es recordar, porque el alma ya contempló las Ideas antes de unirse al cuerpo y las sensaciones solo sirven como ocasión para recuperar ese saber.
  2. La dialéctica: El método racional de discusión y argumentación que permite pasar de lo múltiple y sensible a lo universal e inteligible, culminando en la Idea de Bien.
  3. El amor: Entendido como atracción hacia la belleza que guía progresivamente desde los cuerpos particulares hasta la belleza absoluta.

El conocimiento pleno se alcanza al comprender la Idea de Bien, y quienes lleguen a esta verdad son, para Platón, los más aptos para gobernar.

Antropología y Ética: El Alma y la Justicia Interior

Platón aplica también a su visión del ser humano el dualismo que establece entre el mundo sensible y el inteligible. El ser humano está compuesto por dos realidades distintas: el cuerpo, material y mortal, y el alma, espiritual, racional y eterna. El cuerpo pertenece al mundo sensible y actúa como una “cárcel” para el alma; su unión con ella es accidental y transitoria. El alma, en cambio, procede del mundo inteligible y es el verdadero núcleo del ser humano. Su naturaleza la impulsa a liberarse de las ataduras del cuerpo y a orientarse hacia el conocimiento de las Ideas. Platón la define como principio de movimiento autónomo: se mueve a sí misma y da vida al cuerpo, que sin ella sería inerte. Por ser autosuficiente en su movimiento, el alma es ingénita e inmortal; la muerte solo implica su separación del cuerpo, que se descompone mientras el alma continúa existiendo. Además, el alma es principio de racionalidad y constituye la parte más elevada y divina del ser humano.

Las Tres Partes del Alma

Platón distingue tres partes en el alma humana y las explica mediante la metáfora del carro alado del Fedro:

  • Alma racional (Auriga): Representa la inteligencia, ubicada en la cabeza. Debe gobernar al ser humano gracias a su capacidad de reflexión y búsqueda del bien. Su virtud es la prudencia (sabiduría).
  • Alma irascible (Caballo blanco): Sede del ánimo, del valor y de las emociones nobles. Actúa como aliada de la razón, aportando energía y fuerza para cumplir sus órdenes. Su virtud es la valentía.
  • Alma concupiscible (Caballo negro): Sede de los deseos y apetitos irracionales. Carece de juicio y tiende a arrastrar al individuo hacia lo sensible. Su virtud es la templanza.

La filosofía y la educación buscan armonizar estas tres partes para que gobierne la razón, logrando así la justicia interior y el equilibrio personal.

La Virtud y la Felicidad

Para Platón, el fin supremo del ser humano es la felicidad, alcanzada mediante el ejercicio de la virtud. Cuando cada parte del alma cumple correctamente su función sin invadir la de las otras, se alcanza la justicia, entendida como equilibrio y salud interior. Así, la ética platónica busca la armonía del alma mediante el cultivo de las virtudes.

Aristóteles: La Ética Teleológica y el Hilemorfismo

Ética y la Búsqueda de la Felicidad (Eudaimonía)

Para Aristóteles, todos los conocimientos teóricos alcanzan su pleno sentido cuando se aplican a la acción, por eso Ética y Política forman una misma realidad centrada en la conducta humana. La Ética, que es una ciencia práctica basada en los principios teóricos de la metafísica y la física, estudia cómo alcanzar el fin último del ser humano: la felicidad. Esta consiste en la actividad racional, propia de nuestra naturaleza, aunque también requiere ciertos bienes materiales moderados. La ética aristotélica es teleológica porque toda acción tiende a un fin y todos los fines se subordinan a uno supremo: la felicidad. Para alcanzarla es necesario actuar según la virtud, entendida como término medio entre dos extremos —exceso y defecto—, lo que Aristóteles llama mesotes. Distingue entre virtudes dianoéticas (intelectuales) y éticas (morales), siendo la justicia la más importante de estas últimas. La virtud, fundamento de la felicidad, se basa en la moderación y no se identifica con actos aislados, sino con hábitos adquiridos mediante la repetición de conductas correctas.

Cosmología: El Primer Motor Inmóvil

Aristóteles explica la estructura del cosmos en Sobre el cielo como un sistema de esferas concéntricas con la Tierra en el centro. Distingue dos regiones: el mundo sublunar, compuesto por los cuatro elementos —tierra, agua, aire y fuego—, sujeto al cambio y la corrupción; y el mundo supralunar, perfecto e incorruptible, formado por éter y regido por leyes distintas. El universo, finito en extensión pero eterno en el tiempo, se mueve de manera continua gracias al Primer Motor, una causa incausada, inmóvil, eterna, indivisible y perfecta, que impulsa todo movimiento sin moverse él mismo. Esta visión del cosmos, que recuerda en parte a la Idea de Bien platónica y al concepto cristiano de Dios, fue asumida después por Ptolomeo y se convirtió en el modelo dominante durante toda la Edad Media.

Antropología: El Alma como Forma del Cuerpo

Aristóteles concibe al ser humano como un ser natural y lo explica mediante su teoría hilemórfica, según la cual todo ser está compuesto de materia (cuerpo) y forma (alma). El alma es el principio vital y no es exclusiva del hombre, sino que existen tres tipos:

  • Alma vegetativa: Responsable de la nutrición y la reproducción.
  • Alma sensitiva: Encargada de las emociones, la percepción, la memoria, la imaginación y el movimiento.
  • Alma intelectiva: Propia del ser humano, cuya función es el conocimiento teórico y práctico.

En el ser humano coexisten las tres, pero el alma intelectiva es independiente del cuerpo. Por ello Aristóteles entiende al hombre como una unidad sustancial de cuerpo y alma, donde ambos están profundamente unidos pero el intelecto conserva un carácter superior.

Concepción del Hombre y Teoría del Conocimiento

Aristóteles entiende al ser humano como un ser natural más, aplicando su teoría hilemórfica: está compuesto de materia (cuerpo) y forma (alma). El alma es principio vital y no exclusivo del hombre. Distingue tres tipos de alma: vegetativa (asimilación y reproducción), sensitiva (conocimiento sensible, emociones, memoria, imaginación y movimiento) e intelectiva (conocimiento teórico y práctico). En el ser humano conviven las tres almas; las dos primeras están vinculadas al cuerpo y la tercera, intelectiva, posee cierta autonomía. Así, concibe al hombre como un compuesto de cuerpo y alma en relación sustancial.

Teoría del conocimiento: Aristóteles prioriza el conocimiento racional, pero se distancia de Platón respecto al origen del saber. Rechaza la reminiscencia y afirma que todo conocimiento comienza con la experiencia sensible, que permite percibir las cualidades de los objetos. Los sentidos coordinados por el “sentido común” generan información que se almacena en la memoria y se reproduce mediante la imaginación. A un nivel superior, el conocimiento intelectual, propio del entendimiento, permite razonar, crear hipótesis y expresar juicios, constituyendo la base de la ciencia, que busca la universalidad de las cosas mediante la demostración. La abstracción transforma lo particular en universal gracias al entendimiento agente (que abstrae) y el paciente (que recibe y almacena los conceptos universales). El hombre nace como tabula rasa y construye su saber a partir de la experiencia, afirmando que “nada hay en la inteligencia que antes no haya pasado por los sentidos”.

Filosofía Medieval: Agustín de Hipona y Tomás de Aquino

Contexto Histórico y la Patrística

La Edad Media (s. V – s. XV) comienza en 476 d.C., con la caída del Imperio Romano, aunque las bases del cristianismo surgieron ya en el siglo II d.C. Esta religión monoteísta, fundada en la fe y los dogmas, condiciona la vida política, social y cultural, restringiendo la filosofía al ámbito del poder eclesiástico y provocando la pérdida de muchas obras anteriores, como la Biblioteca de Alejandría. Durante esta época, los filósofos cuestionaban el cosmos y la condición humana a menudo de manera anónima. La religión cristiana, centrada en la salvación del alma, se consolida en el siglo III y se convierte en oficial en 380. Surge así la teología, término acuñado por Agustín de Hipona, que busca armonizar filosofía y fe. Los primeros pensadores cristianos, agrupados en la patrística, incorporan elementos del neoplatonismo y de la filosofía clásica, abordando cuestiones como la relación entre fe y razón, la existencia de Dios, la salvación del alma, la compatibilidad entre leyes divinas y humanas, y la concepción lineal del tiempo.

Agustín de Hipona: Fe, Razón e Iluminación Divina

Teoría del Conocimiento y la Verdad Eterna

Para Agustín de Hipona, la razón por sí sola no puede alcanzar la verdad eterna; necesita el apoyo de la fe, ya que Dios ilumina el alma y guía al ser humano hacia el conocimiento de las ideas eternas. El proceso de conocer es gradual y ascendente: comienza con el conocimiento sensible, adquirido a través de los sentidos y útil para la vida cotidiana, compartido incluso con los animales, y progresa hacia el conocimiento racional. Dentro de este, se distingue un nivel inferior, ligado a la razón aplicada a la experiencia, y un nivel superior, que consiste en la contemplación de las ideas eternas presentes en la mente de Dios, constituyendo la verdadera sabiduría. La teoría del conocimiento de Agustín se inspira en el platonismo, pero incorpora la intervención divina y la fe como elementos indispensables para acceder a la verdad universal.

Para Agustín de Hipona, la razón por sí sola no alcanza la verdad eterna; necesita la fe, ya que Dios ilumina el alma y guía al ser humano hacia el conocimiento de las ideas eternas. El conocimiento es gradual: comienza con el sensible, percibido por los sentidos y útil para la vida diaria, y progresa hacia el racional. Este último tiene un nivel inferior, basado en la experiencia, y un nivel superior, la contemplación de las ideas eternas en la mente de Dios, que constituye la verdadera sabiduría. La teoría de Agustín se inspira en el platonismo, pero incorpora la fe y la intervención divina como indispensables para acceder a la verdad universal.

El Mal y la Ciudad de Dios

Agustín de Hipona explica la existencia del mal de dos maneras: como privación del bien, que varía según la cercanía a Dios, y a través del libre albedrío, otorgado por Dios pero afectado por el pecado original; solo la gracia divina permite al ser humano actuar moralmente y alcanzar el bien. En La ciudad de Dios, divide a la humanidad en dos grupos: los que se aman a sí mismos por encima de Dios, que constituyen la ciudad terrena, carente de verdadera justicia y política, y los que aman a Dios sobre todo, que forman la ciudad de Dios, organizada según criterios divinos de justicia y fe.

Tomás de Aquino: La Armonía entre Fe y Razón

Relación entre Filosofía y Teología

Tomás de Aquino distingue dos tipos de verdades: las cuestiones de razón, que pueden ser captadas por los sentidos y estudiadas por la filosofía, y las cuestiones de fe, que son sobrenaturales y se abordan mediante la teología. Existen además los “preámbulos de la fe”, que pueden interpretarse tanto por la razón como por la fe, funcionando como preparación racional para comprender la verdad de la fe. Si se produce una aparente contradicción entre fe y razón, el filósofo debe replantear sus argumentos; la fe siempre enuncia la verdad, y la razón debe encontrar el camino para demostrarla. Si esto no es posible, Aquino sostiene que la investigación racional debe ceder ante el estudio de la fe.

Tomás de Aquino distingue verdades de razón, captadas por los sentidos y estudiadas por la filosofía, y verdades de fe, sobrenaturales y abordadas por la teología. Los “preámbulos de la fe” pueden interpretarse por ambos caminos y preparan racionalmente para comprender la fe. Si surgen contradicciones entre fe y razón, el filósofo debe revisar sus argumentos; la fe siempre expresa la verdad, y la razón debe encontrar cómo demostrarla. Si no es posible, la investigación racional cede ante el estudio de la fe.

Las Cinco Vías para Demostrar la Existencia de Dios

Tomás de Aquino rechazó el argumento ontológico clásico y buscó demostrar la existencia de Dios a partir de la experiencia, siguiendo el modelo causal aristotélico. Diferenció pruebas a priori (propter quid), basadas en la idea de Dios como causa primera, y pruebas a posteriori (quia), que parten de la experiencia sensible. Desarrolló cinco vías:

  1. La del movimiento (todo lo que se mueve es movido por un motor inmóvil).
  2. La de la causa eficiente (todo efecto tiene una primera causa).
  3. La del ser necesario (debe existir un ser necesario en sí mismo).
  4. La de los grados de perfección (existe un ser máximo en bondad, verdad y nobleza).
  5. La del gobierno del mundo (los seres actúan hacia un fin guiados por Dios).

De estas vías se deducen los atributos de Dios: motor inmóvil, causa eficiente, necesario, perfecto e inteligente. Para aproximarse a su esencia, Aquino propone tres caminos: vía negativa (Dios es contrario a la imperfección), vía de la analogía (los atributos positivos se asemejan a Dios) y vía de la eminencia (las perfecciones del mundo remiten a Dios).

Tomás de Aquino rechazó el argumento ontológico y demostró la existencia de Dios a partir de la experiencia, siguiendo la causalidad aristotélica. Propuso pruebas a priori (basadas en Dios como causa primera) y a posteriori (desde la experiencia). Sus cinco vías son: movimiento, causa eficiente, ser necesario, grados de perfección y gobierno del mundo. De ellas se deducen los atributos de Dios: motor inmóvil, causa eficiente, necesario, perfecto e inteligente. Para acercarse a su esencia, propone la vía negativa (Dios es opuesto a la imperfección), la analogía (atributos positivos semejan a Dios) y la eminencia (las perfecciones del mundo remiten a Dios).

Ética y Ley Natural

La ética de Tomás de Aquino, inspirada en Aristóteles, es eudaimónica: la felicidad consiste en la contemplación de Dios, alcanzable tras la muerte. Los seres humanos, dotados de razón, comprenden su finalidad a través de la ley natural, que refleja la ley divina, y la sindéresis, la conciencia moral que dicta “el bien se ha de hacer y el mal se ha de evitar”. El libre albedrío permite aceptar o rechazar esta ley, siendo el pecado el desvío de ella. La vida moral implica desarrollar las virtudes aristotélicas —dianoéticas y éticas— junto con las virtudes teologales: fe, caridad y esperanza. En política, el Estado organiza la vida social y promueve la felicidad mediante leyes positivas que deben respetar la ley natural; si las leyes humanas contradicen la ley natural, se consideran injustas y carecen de obligación de cumplimiento, pues el poder político está subordinado a la autoridad divina y a la Iglesia.