Las Éticas de la Felicidad: Un Recorrido Filosófico
2.1. Contexto Histórico de la Ética Eudemonista de las Virtudes
En los cuatro siglos que preceden a la época de Aristóteles, la base de la educación en la sociedad griega eran los poemas épicos, principalmente los recopilados por Homero en la Ilíada y en la Odisea. En dichos poemas se describe a cada personaje como portador de alguna virtud en la que destaca: Aquiles es veloz, Héctor sobresale por su valor, Príamo es excelente por su prudencia, Penélope es ejemplar por su fidelidad y su paciencia, etc. En el contexto de la Grecia arcaica, como en muchas otras sociedades tradicionales, los relatos que ayudan a formar moralmente a los jóvenes están llenos de personajes considerados dignos de imitación. La virtud (areté) es entendida como excelencia del carácter: el virtuoso es el que se sitúa por encima de la media en alguna actividad, y que pone esa excelencia al servicio de una buena causa, que suele ser el interés de la comunidad propia.
2.2. Eudemonismo: La Moralidad como Forja del Carácter
Consecuente con esa tradición de los héroes virtuosos, Aristóteles considera que la bondad moral reside en forjarse un buen carácter: una buena persona, a su juicio, se comporta adecuadamente para llevar una vida buena, una vida plena. Aristóteles usa el término griego eudaimonía, que suele traducirse por “felicidad”, pero en el sentido de autorrealización. Por eso se denomina “eudemonismo” a esta teoría ética. Para forjarse un buen carácter no basta con saber lo que está bien y lo que no; es preciso que la persona se esfuerce por comportarse en consecuencia con ese saber, de manera que se convierta en una persona virtuosa. Las virtudes morales son aquellas cualidades que sería deseable que tuvieran todas las personas. Aristóteles considera que las virtudes se pueden entender mejor si las pensamos como el término medio deseable entre dos extremos indeseables, que serían viciosos, uno por exceso y otro por defecto.
2.3. La Prudencia como Clave de la Moralidad
Conforme a esta filosofía, las personas tendemos necesariamente a la felicidad. La felicidad es considerada como el fin último natural de nuestra vida; pero no solo el fin natural, sino también el fin moral, porque alcanzarlo o no depende de que sepamos elegir los medios más adecuados para llegar a ella y de que actuemos según lo elegido. Obrar moralmente es entonces lo mismo que obrar racionalmente, siempre que entendamos aquí por razón la razón prudencial, que nos aconseja elegir los medios oportunos para ser feliz. Por eso, la virtud más importante en esta filosofía es la prudencia (phrónesis), una cualidad que para Aristóteles es al mismo tiempo una virtud intelectual, porque nos acerca a la verdad de las cosas, y moral, porque nos permite elegir con acierto. La persona prudente es aquella que reúne estas características:
- Al elegir, no tiene en cuenta solo un momento concreto de su vida, sino lo que le conviene en el conjunto de su existencia.
- Se propone siempre fines buenos, a diferencia de quien solo es hábil.
- Sabe aplicar los principios morales más generales, como el que define la virtud como un término medio, a los casos concretos de la vida cotidiana.
- Es capaz de deliberar acerca de qué deseos deben ser satisfechos porque su satisfacción proporcionará felicidad, y cuáles no.
2.4. Hedonismo y Utilitarismo: El Cálculo Inteligente del Placer
Epicuro: El Hedonismo Clásico
También en el mundo griego nace otro modo de entender el saber moral y el modo en el que funciona la racionalidad, que es propio del hedonismo, de hedoné, que significa “placer”. Esta tradición ética se asienta fundamentalmente sobre tres puntos, que ya señaló Epicuro:
- Todos los seres vivos con capacidad de sentir buscan el placer y huyen del dolor.
- La felicidad consiste en organizar de tal modo nuestra vida que logremos el máximo de placer y el mínimo de dolor.
- Precisamente porque se trata de alcanzar un máximo, la razón moral será una razón calculadora, es decir, una razón que calcula las consecuencias de nuestras acciones, valorándolas desde el punto de vista del placer que proporcionan.
Obra moralmente el que sabe calcular de forma inteligente, a la hora de tomar decisiones, qué opciones proporcionarán consecuencias más placenteras y menos dolorosas, y pone en práctica tales opciones. Epicuro considera que el cálculo hedonista es cosa de cada individuo, que ha de hacerlo teniendo en cuenta únicamente sus intereses particulares. Epicuro distingue entre dos tipos de placeres: los negativos y los positivos. Los negativos consisten en la armonía producida por ausencia de dolor en el cuerpo y de turbación en el alma. En cambio, los positivos son los producidos por una excitación que va más allá de eliminar el dolor, y que puede acarrear fácilmente consecuencias dolorosas, como, por ejemplo, la alegría provocada por algunas bebidas. Considera que los negativos son más estables y le parecen superiores a los positivos, porque tienen menos riesgos. La razón ha de hacer un buen cálculo, ponderando qué placeres son más intensos y duraderos, y cuáles producen menos dolor, para obtener así el máximo placer posible.
El Utilitarismo Moderno
El hedonismo moderno, que recibe el nombre de utilitarismo, propone como meta moral lograr la mayor felicidad para el mayor número posible de seres sintientes, es decir, seres vivos capaces de sentir dolor y placer. El placer es entendido ahora como “bienestar de la mayoría”. Se puede considerar a David Hume como un precursor de esta teoría ética, especialmente por su insistencia en que los seres humanos estamos dotados de unos sentimientos sociales que nos impulsan a preocuparnos por los demás. La base de estos sentimientos sociales, como la compasión, la vergüenza o la indignación, estaría en la empatía, que es la capacidad de identificarse con otros y compartir sus sentimientos.
Calcular placeres es indispensable para saber si los hay de distinto tipo, y es uno de los mayores problemas del hedonismo. Bentham, por su parte, cree que el placer puede medirse, porque según él todos los placeres son iguales en cualidad, pero difieren en la cantidad. Para obtener la cantidad hay que tener en cuenta la intensidad, la duración, la proximidad (si se va a conseguir pronto o no) y la seguridad (si se va a conseguir con seguridad o no). Sin embargo, Mill considera, frente a Bentham, que los placeres se diferencian también por la cualidad, y no solo por la cantidad, de modo que hay placeres superiores y placeres inferiores. El problema que se presenta entonces es el de determinar quiénes están legitimados para decidir qué placeres son superiores y cuáles inferiores. Mill cree que esta tarea corresponde a aquellas personas que han experimentado a lo largo de su vida ambos tipos de placeres, y considera que estas personas tienen por placeres superiores los intelectuales y morales, mientras que desdeñan como inferiores los que más nos asemejan a los animales. El utilitarismo de Stuart Mill considera que el bien supremo es el bienestar social, de modo que lo esencial para construir un mundo mejor es hacer las reformas sociales, políticas y económicas que sean necesarias para alcanzar dicho bienestar.
Dos Modos Contrapuestos de Entender el Utilitarismo
Muchos autores utilitaristas distinguen entre dos maneras de entender lo que exige esta teoría:
- Utilitarismo del acto: Consiste en preguntarse qué modo de actuar será preferible en cada caso particular, con vistas a la mayor felicidad del mayor número.
- Utilitarismo de la regla: En cambio, otra interpretación de lo que exige el principio utilitarista es que, para conseguir la mayor felicidad del mayor número, es necesario que todos nos atengamos a las reglas generales de moralidad en las circunstancias normales, y que únicamente en circunstancias extraordinarias se realice el cálculo de consecuencias que puedan suponer el incumplimiento de una regla establecida.