Explorando la Filosofía y Ética Moderna y Contemporánea

Hannah Arendt: Totalitarismo y la Banalidad del Mal

1. Contexto de la Autora

Hannah Arendt es una de las filósofas más influyentes en el pensamiento del siglo XX. Alemana de padres judíos, estudió en la Universidad de Marburgo, pero se vio obligada a huir de la persecución nazi, primero a Francia y luego a EE.UU. Su pensamiento no es solo una meditación sobre la catástrofe totalitaria, sino una reflexión sobre los condicionantes sociales y psicológicos que permitieron semejante barbarie y que podría volver a repetirse: la ausencia de espíritu crítico, el exceso de individualismo y la desconexión del ciudadano con los poderes políticos pueden provocar la “normalización” o “banalización” de las mayores injusticias.

2. Ideas Principales del Texto

En este fragmento de la obra de Arendt, Los orígenes del totalitarismo, incide en la anulación y la destrucción del individuo que se dio en los sistemas totalitarios de la primera mitad del siglo XX como causa principal de la aceptación sin resistencia de la aniquilación de miles de seres humanos.

  • Tras el asesinato de la persona moral y jurídica se produce la destrucción de la individualidad.
  • Debe haber razones psicosociales (“psicología de masas”) que expliquen por qué miles de personas aceptaron sin resistencia su aniquilación: la destrucción de la individualidad también destruye la espontaneidad y la capacidad de rebelarse.
  • En esta situación, los seres humanos se comportan como marionetas que aceptan con resignación su destino.
  • El triunfo del sistema totalitario consiste en que el individuo, destruido física y psicológicamente por las torturas o el miedo a sufrirlas, renuncia a sí mismo, a su propia identidad, a su vida.
  • La violencia de la SS (soldados, policías u oficiales de estos sistemas) no se produce por mero sadismo, sino que obedece a un plan: el dominio, control y sumisión al sistema de todo un pueblo, que termina aceptando el enorme poder de este.

3. Explicación de las Ideas: Comentario

Arendt en este fragmento analiza uno de los rasgos de todo estado totalitario. Tanto en la Alemania nazi como en el comunismo ruso, se produjo un abandono de las leyes dejando toda decisión en manos del líder, el control de la población mediante fuerzas de opresión (Gestapo nazi o KGB soviética), creación de enemigos (judíos, disidentes, etc.) y sospecha mutua que enfrenta a la población y genera la omnipotencia y omnipresencia de un estado opresor. Esta situación conduce a la persecución, confinamiento y eliminación del colectivo señalado en campos de concentración y de exterminio.

Arendt afirma en su obra Los orígenes del totalitarismo que “El primer paso esencial en el camino hacia la dominación total es matar en el hombre a la persona jurídica”, es decir, acabar con el estado de derecho, con el imperio de la ley, colocando a ciertas categorías de personas fuera de la protección de la ley (judíos, gitanos, comunistas, homosexuales, etc.). El siguiente paso es el asesinato de la persona moral en el hombre. Ello se realiza, en general, haciendo que sea imposible que alguien tenga un comportamiento moral. Si al final todo esto pasará y se olvidará, lo importante es sobrevivir como sea, traicionando o enviando a la muerte a los que fueron vecinos y amigos; cualquier decisión que se tome implica decidirse por el mal. El último paso es matar la individualidad de la persona humana, su creatividad, su capacidad de actuar, a través de métodos brutales de tortura física y psicológica, que anulan su capacidad de elegir sus propios actos. Los presos en los campos de concentración ya no tenían capacidad para rebelarse, se dejaban llevar hasta la muerte sin protestar, renunciaban a sí mismos y a su identidad. En las tiranías se impide la acción política de los súbditos, pero los totalitarismos van más allá, impiden la capacidad de pensar. Por eso los totalitarismos los considera Arendt como “el mal radical”, lo más malvado que ha existido en la historia.

Pero lo más horroroso de estos sistemas es que la sociedad donde se implantan termina por normalizar la situación, de ahí surge la expresión de Arendt de la “banalización del mal”: lo terrible es que el peor de los males pueden llevarlo a cabo personas “normales” que, simplemente, han renunciado a su capacidad de pensar y aceptan el orden establecido. El caso de Eichmann reveló a Arendt esta terrible verdad…

Panorama de la Filosofía Moderna y Contemporánea

La Ilustración y sus Legados

La modernidad del siglo XVII inauguró nuevas ideas políticas basadas en el pacto social de Hobbes, Locke y Rousseau, que conciben al Estado como fruto de un acuerdo entre individuos libres e iguales, e introducen la soberanía popular y la división de poderes, pilares del estado de derecho moderno y de la Ilustración, que promovió el progreso a través de la educación (la Enciclopedia), la ciencia y las reformas sociales. Kant, sintetizando este espíritu en Sapere aude (“atrévete a saber”), defendió una sociedad guiada por la razón.

Las ideas ilustradas inspiraron la Revolución francesa, aunque excluyeron la igualdad de género. Surgieron entonces Mary Wollstonecraft (Vindicación de los derechos de las mujeres) y Olimpia de Gouges, iniciadoras de la primera ola del feminismo, que en el siglo XX continuó con el sufragismo y con autoras como Simone de Beauvoir (El segundo sexo), quien denunció los roles patriarcales que restringen la identidad femenina.

Idealismo, Materialismo e Irracionalismo

Kant, filósofo clave de la Ilustración, integró racioempirismo y filosofía crítica, afirmando que la mente estructura la realidad mediante formas a priori. Este idealismo trascendental, vinculado al método científico (Galileo, Newton), rechazó la metafísica y abrió paso al positivismo del siglo XX. En sus obras Crítica de la razón pura y Crítica de la razón práctica, analizó el conocimiento y formuló una ética formal basada en la intención, distanciándose tanto del utilitarismo inglés como del sentimentalismo de Hume.

Frente a Kant, Hegel propuso un idealismo absoluto ligado al romanticismo decimonónico, del que surgieron las corrientes derechistas e izquierdistas hegelianas; de esta última brotó el pensamiento de K. Marx, quien, desde el positivismo, desarrolló el materialismo histórico, teoría científica de la historia según la cual las leyes económicas determinan la conciencia social y conducen, a través de la lucha de clases, a la revolución comunista.

Como reacción al racionalismo extremo, Schopenhauer y Nietzsche reivindicaron los instintos y pasiones: Nietzsche calificó la cultura occidental de decadente y propuso al “superhombre” como superación de sus límites. Paul Ricoeur agrupó a Marx, Nietzsche y Freud como “filósofos de la sospecha” por desvelar fuerzas inconscientes tras la cultura. Este irracionalismo, señalado por G. Lukács como “asalto a la razón”, preludió el posmodernismo, con Vattimo y su “pensamiento débil”, Lyotard criticando los “metarrelatos históricos” y Derrida desarrollando la deconstrucción.

Corrientes Filosóficas del Siglo XX

El siglo XX, marcado por avances científicos y dos guerras mundiales, dio lugar a diversas corrientes:

  • Fenomenología y corrientes asociadas: Husserl analizó las esencias de la conciencia; Heidegger y Sartre aplicaron este método al ser humano, con la idea sartreana de que el hombre está “condenado a elegir” y vive en un absurdo existencial.
  • Filosofía del lenguaje: la filosofía analítica (Moore, Russell, Wittgenstein) y el “neopositivismo” del Círculo de Viena sostenían que muchos problemas filosóficos son mero abuso del lenguaje, proponiendo su análisis como tarea filosófica central.
  • Escuela de Frankfurt: fundada por Horkheimer con Adorno, Marcuse y Habermas, formuló una teoría crítica que denuncia la “razón instrumental” al servicio de intereses económicos, defendiendo una “dialéctica negativa” y, en Habermas, la “razón dialógica” como motor de emancipación.
  • En esta misma línea, Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén, analizó la banalidad del mal y la falta de juicio crítico del “hombre-masa”.
  • Por último, la filosofía española, influida por existencialismo y vitalismo, incluyó a Miguel de Unamuno (sentimiento trágico de la vida), José Ortega y Gasset (raciovitalismo: “yo soy yo y mis circunstancias”) y María Zambrano, quien desarrolló la razón poética, orientada al sentido vital previo a la razón lógica.

Corrientes Filosóficas Clave: Filosofía Analítica y Existencialismo

Filosofía Analítica

La filosofía analítica es una de las principales corrientes del pensamiento contemporáneo. Se desarrolla a partir de la tradición empirista moderna, recogiendo la crítica a la metafísica iniciada por Hume y Kant, y consolidándose en el contexto del positivismo del siglo XIX. Se centra especialmente en las universidades de Cambridge y Viena, donde surge el Círculo de Viena, con autores destacados como B. Russell, G.E. Moore y L. Wittgenstein.

Esta corriente se caracteriza por su defensa del empirismo y positivismo, sosteniendo que solo el conocimiento derivado de la experiencia y el método científico es válido. Como consecuencia, la filosofía se redefine como epistemología, es decir, como reflexión sobre el conocimiento científico, sus límites y fundamentos. Uno de sus aportes más importantes es el análisis del lenguaje, desde dos perspectivas: la formal, que busca construir un lenguaje lógico perfecto para la ciencia; y la no formal, centrada en el lenguaje ordinario, especialmente en el uso cotidiano del lenguaje.

El propósito del análisis del lenguaje es evitar errores filosóficos generados por conceptos sin sentido, como ocurre en la metafísica. En este contexto, L. Wittgenstein es una figura clave. En su primera etapa, influenciado por Russell, desarrolla el atomismo lógico, afirmando que la estructura del lenguaje refleja la estructura de la realidad, como se expone en el Tractatus lógico-philosophicus. En su segunda etapa, se aleja del positivismo radical y se enfoca en los usos del lenguaje ordinario, en obras como Investigaciones filosóficas.

Los filósofos analíticos trataron especialmente los temas del significado y la verdad de las proposiciones. Consideraron que no tienen sentido aquellas proposiciones sin referencia empírica (como “alma” o “Dios”), y que muchos conceptos éticos poseen un significado meramente emotivo, sin valor científico. Respecto a la verdad, defendieron que una proposición es verdadera si puede verificarse empíricamente, aunque esto derivó en formulaciones más rigurosas como el criterio de demarcación y el falsacionismo de Popper, que establece que solo es científico aquello que puede ser refutado por la experiencia.

Existencialismo

El existencialismo, por otro lado, surge como respuesta a la crisis provocada por las guerras mundiales y los regímenes totalitarios. Aunque cuenta con antecedentes en Nietzsche (con su visión del nihilismo tras la muerte de Dios) y Kierkegaard (centrado en la angustia y la desesperación), es Martin Heidegger quien le da forma en Ser y tiempo. Allí describe al ser humano como un ser temporal abocado a la muerte, lo que le obliga a vivir con conciencia de su finitud. Heidegger distingue entre una vida inauténtica, marcada por la evasión en lo superficial (cosas materiales, diversión), y una auténtica, en la que se acepta la muerte como posibilidad esencial.

Jean-Paul Sartre continúa esta tradición con una visión inicialmente pesimista. En El ser y la nada, afirma que el ser humano está “condenado a ser libre”: arrojado a una existencia que no elige, pero en la que debe decidir constantemente. Considera que esa libertad absoluta es una carga, y que el ser humano es una “pasión inútil”, condenado a actuar en un mundo sin sentido último. Más tarde, en El existencialismo es un humanismo, adopta una postura más esperanzadora, en la que la libertad se convierte en herramienta para la autoconstrucción, retomando ideas de Ortega y Gasset sobre el papel del ser humano como autor de su propia vida.

Junto al existencialismo ateo de Sartre, también se desarrolla un existencialismo cristiano, representado por pensadores como G. Marcel y E. Mounier, que defienden una visión más optimista basada en la fe, la trascendencia, el amor, la relación con los otros y la participación comunitaria. Desde esta perspectiva, el ser humano puede alcanzar la realización plena mediante la apertura al otro y la búsqueda de sentido más allá de la muerte.

El Feminismo en la Época Contemporánea

El feminismo en la época contemporánea surge como respuesta a una cultura occidental con raíces patriarcales, donde la mujer ha sido relegada históricamente a un papel secundario y doméstico. Mitos como los de Eva y Pandora refuerzan esta visión, presentando a la mujer como causa de los males humanos.

A partir del siglo XIX, las mujeres comienzan a tomar conciencia de su situación e inician reivindicaciones de derechos. Según Ana de Miguel, el feminismo comienza cuando se articula un conjunto coherente de demandas y las mujeres se organizan para alcanzarlas. Tanto ella como otras autoras como Amelia Valcárcel y Celia Amorós reconocen una fase previa en el periodo ilustrado, con obras como La igualdad de los sexos (1673) de F. Poullain de la Barre, que propone una educación igualitaria y el acceso de la mujer a los mismos puestos que el hombre.

Las Olas del Feminismo

Primera Ola: Feminismo Liberal Sufragista (Siglos XIX – Principios XX)

La primera ola del feminismo, o feminismo liberal sufragista, se desarrolla en los siglos XIX y principios del XX, centrada en la igualdad de derechos civiles y políticos, educación, acceso a cargos públicos y derecho al voto. Figuras clave son Mary Wollstonecraft con Vindicación de los derechos de la mujer, y Olympia de Gouges con su Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana. Esta ola incluyó acciones como el “cuaderno de quejas” presentado en 1789 a la Asamblea francesa, exigiendo voto, reforma del matrimonio y custodia de hijos.

Segunda Ola (Mediados XIX – Años 50 XX)

La segunda ola (desde mediados del XIX hasta los años 50 del XX) tiene como texto clave El sometimiento de la mujer de John Stuart Mill y Harriet Taylor. Comienza con la Declaración de Seneca Falls (1848), impulsada por Elisabeth Cady Stanton y Lucrecia Motts, y extiende sus demandas a la abolición de la esclavitud, el acceso a la educación y el trabajo. En Inglaterra, el sufragismo ganó fuerza, y en España, la Constitución de la Segunda República reconoció el voto femenino, defendido por Clara Campoamor, frente a las reservas de Victoria Kent y Margarita Nelken.

En esta etapa destacan también obras como El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir, que funda el feminismo de la igualdad, afirmando que la mujer es producto de una cultura patriarcal que le asigna un rol subordinado, del que debe liberarse para construir su propia identidad, y La mística de la femineidad (1963) de Betty Friedan, base de las luchas feministas desde los años 60.

Tercera Ola: Feminismo Contemporáneo (Desde los Años 80/90)

La tercera ola: el feminismo contemporáneo (desde los años 80 y 90) exige un cambio de valores y que la justicia intervenga en lo privado. Lucha contra estereotipos femeninos como el de mujer-objeto y roles domésticos difundidos por los medios, y denuncia estructuras patriarcales que generan desigualdades sociales y jerarquías de género. En este contexto, Marilyn Loden acuña en 1978 el término “techo de cristal” para describir los obstáculos invisibles que limitan el ascenso profesional de las mujeres.

Con el lema de Carol Hanisch «lo personal es político», entran en el debate temas como la sexualidad femenina, la violencia de género, la salud, el aborto y la contracepción.

En el siglo XXI, nuevas voces como Judith Butler (autora de El género en disputa) cuestionan las nociones tradicionales de género como construcciones culturales que imponen estereotipos, base del movimiento LGTBIQ+ que defiende la diversidad de géneros e identidades. Movimientos como Me Too y Time’s Up combaten el acoso y la violencia de género, especialmente en el ámbito laboral.