El trienio liberal (1820-1823)

EL TRIENIO LIBERAL (1820-1823)

La actuación de los liberales en el poder.

Los nuevos gobernantes mantuvieron a Fernando VII en el trono y permitieron el regreso a España de los afrancesados exiliados, pero se apresuraron a encarcelar a destacados partidarios del absolutismo (como los diputados firmantes del Manifiesto de los persas o como el general Elío, quien fue ejecutado). Los liberales aprobaron, a lo largo de los tres años que permanecieron en el poder, un conjunto de audaces y radicales medidas legislativas.
a) La Inquisición quedó abolida, el pago del diezmo fue reducido a la mitad y se prohibió a la Iglesia la compra de nuevos bienes inmuebles. Además, los jesuitas fueron disueltos y cerca de 1.000 monasterios y conventos de todas las órdenes religiosas fueron cerrados. Sus propiedades y tierras fueron nacionalizadas y vendidas por el gobierno para castigar el respaldo del clero regular al absolutismo y para obtener fondos con el objetivo de reducir las deudas estatales.
b) Los mayorazgos fueron suprimidos, las libertades económicas fueron recuperadas e incluso se aprobó un proyecto de reforma judicial para implantar los juicios con tribunales populares integrados por ciudadanos. Al mismo tiempo, los derechos y libertades de imprenta, expresión y opinión fueron reestablecidos, lo que estimuló la apertura de más de 600 nuevos periódicos (de pocas páginas, pequeña tirada y vida efímera en su mayoría).
c) La Milicia Nacional fue reintroducida y reforzada con el propósito de disponer de un cuerpo armado formado por ciudadanos civiles voluntarios que estuvieran dispuestos a defender el sistema liberal. Los ayuntamientos costearon el armamento y los uniformes de los milicianos, a cuyas filas se apuntaron numerosos desarrapados urbanos. 15

Las dificultades de los gobernantes liberales.

Durante el breve periodo del trienio existió siempre una fuerte tensión entre el rey Fernando VII y los nuevos gobernantes liberales, muchos de los cuales habían sido encarcelados años antes por decisión del monarca. La mutua desconfianza, los enfrentamientos y las discrepancias fueron permanentes. Fernando VII intentó continuamente bloquear y entorpecer como pudo las reformas, mientras que los liberales obligaron en ocasiones al rey a firmar las leyes bajo amenazas. Además, Fernando VII mantuvo, desde 1821, contactos secretos con los monarcas absolutistas de la Santa Alianza solicitando su ayuda para recuperar el poder pleno.
El endeudamiento estatal continuó creciendo. Los planes de los gobiernos liberales, que confiaban en los efectos positivos de la liberalización económica para generar mayor desarrollo y riqueza (y en consecuencia más impuestos para el Estado), no se cumplieron. Por este motivo se vieron obligados a subir los impuestos al campesinado, a rebajar los tipos de interés de los títulos de deuda pública y a suspender los pagos, provocando así el descontento de todos.
Entre los mismos liberales aumentaron las discrepancias y los encontronazos. Los liberales favorables a actuar con templanza y mesura (que recibieron el nombre de «doceañistas» por ser viejos veteranos de la época de la Constitución de Cádiz como Toreno, Muñoz Torrero, Pérez de Castro y Martínez de la Rosa) preferían evitar excesos, temían los desórdenes y estaban a favor de buscar un acercamiento con el rey, el clero y los nobles buscando su aceptación e integración pacífica en el sistema liberal. Por el contrario, los liberales más exaltados y jóvenes (como Riego, Romero Alpuente o José María Calatrava) estaban decididos a actuar con más radicalidad, a romper por completo con el pasado y a solicitar el apoyo de los grupos sociales menos favorecidos (especial mente de los trabajadores asalariados urbanos) para culminar la obra revolucionaria.
Asimismo, los gobiernos liberales fueron incapaces de impedir desórdenes como la rebelión antimaquinista en la ciudad alicantina de Alcoy (donde una multitud de más de mil personas armadas arrasó los telares mecánicos de las fábricas locales) o la repetición de violentos sucesos anticlericales. Durante el trienio, grupos incontrolados de radicales antiabsolutistas asesinaron cruelmente a unos 95 clérigos (algunos murieron desnudos y con los ojos o los dedos arrancados).
Estos acontecimientos, junto con la legislación sobre asuntos religiosos, endurecieron aún más la hostilidad y la propaganda antiliberal y anticonstitucional del clero católico. En España había entonces unos 60.000 miembros del clero secular (de ellos, unos 18.000 eran curas párrocos) y casi 80.000 miembros del clero regular (cifra que incluía a las 25.000 mujeres pertenecientes a las diversas órdenes religiosas). En 1823, varios obispos se vieron obligados a expatriarse y las relaciones del gobierno con el Vaticano quedaron completamente rotas.

La resistencia de los absolutistas.

A los pocos meses del levantamiento de Riego, los partidarios del absolutismo reaccionaron y comenzaron a reorganizarse. En sus esfuerzos por desplazar del poder a los liberales utilizaron, aunque de manera descoordinada, diversos métodos y tácticas: desde las actividades propagandísticas y las conspiraciones secretas, hasta las sublevaciones militares y la creación de partidas de guerrilleros armados. Sin embargo, todos los intentos de golpe de Estado protagonizados por oficia les antiliberales fracasaron (entre ellos la sublevación de la Guardia Real, que culminó con un intenso tiroteo contra la Milicia Nacional en las proximidades de la madrileña Puerta del Sol), de manera que la formación de decenas de grupos guerrilleros en zonas rurales se convirtió en la forma de resistencia más eficaz empleada por los absolutistas (quienes comenzaron a tomar los nombres de «realistas», «apostólicos» o «soldados de la fe»).
Los guerrilleros contrarrevolucionarios, que consideraban al rey secuestrado por los liberales, lograron controlar extensas zonas rurales en el interior y el norte de Cataluña (donde llegaron a ocupar la ciudad de La Seo dUrgell), así como en Galicia, Asturias, Álava y Burgos. Estas partidas eran pequeñas -cada una de ellas estaba integrada por unos 400 voluntarios- y fueron animadas e incluso encabezadas en ocasiones por algunos clérigos como el Trapense o los curas Gorostidi y Merino (este último había sido uno de los líderes guerrilleros más destacados durante la guerra de la Independencia). El número total de guerrilleros absolutistas tal vez no sobrepasó los 15.000, pero encontraron muchas simpatías entre los modestos campesinos del norte peninsular.
No obstante, no fue la presión de estas guerrillas «apostólicas» la que puso fin al gobierno liberal, sino una intervención militar extranjera. Los monarcas absolutos de la Santa Alianza, reunidos en 1822 en un congreso celebrado en la ciudad italiana de Verona, decidieron actuar en España y Portugal para liquidar a sus 16
respectivos gobiernos liberales. Un año antes, las tropas austriacas ya se habían encargado de irrumpir en Nápoles con similar propósito.
Así, un cuerpo de ejército formado por unos 125.000 soldados franceses -denominados los Cien Mil Hijos de San Luis- fue enviado por el rey Luis XVIII a nuestro país para ayudar a Fernando VII a recuperar su autoridad absoluta. Las tropas francesas cruzaron los Pirineos, penetraron por territorio vasco y llegaron a Madrid en sólo un mes ante la completa pasividad de la población y la total incapacidad de los liberales para oponer una mínima resistencia armada. También en 1823, los absolutistas reconquistaron el poder en Portugal.