Los años de la inmediata posguerra fueron tiempos difíciles de miedo y privaciones, nada propicios para la actividad artística y literaria. La Guerra Civil supuso además un corte brusco y radical con la tradición inmediatamente anterior. Otro hecho influyó negativamente en la actividad literaria: la imposición de una severa censura, que marcará el devenir literario hasta casi los años 80. Los poetas hispanoamericanos, desde Rubén Darío, han influido enormemente en la evolución de la literatura española del siglo XX. Contar con la presencia en España de autores como Borges o Pablo Neruda supuso, en una España cerrada al exterior y mermada por la censura, un poco de aire fresco.
Poesía de Posguerra
La Guerra Civil dejó un país en ruinas y un gran vacío: Machado, Unamuno, Valle-Inclán y Lorca han muerto. Casi todos los poetas del 27 se han exiliado: Salinas, Guillén, Cernuda, Alberti… Hay un poeta que muere en la cárcel en 1942. Se trata de uno de esos poetas difíciles de encasillar en una u otra generación, pero del que hay que hablar: Miguel Hernández. De familia humilde, fue autodidacta y empezó a escribir a los 16 años. En la Guerra Civil se alista en el bando republicano y es hecho prisionero. Desde la cárcel escribe versos y allí muere años después de tuberculosis. Al igual que Lorca, sabe unir a la perfección el arte popular con las técnicas novedosas.
En 1936 aparece la obra maestra de Hernández, El rayo que no cesa, conjunto de poemas, en su mayor parte sonetos cuyo tema central es la frustración amorosa del poeta. El extraordinario equilibrio entre desbordamiento emocional y densidad conceptual confiere a los poemas de este libro una fuerza expresiva raras veces alcanzada en la lírica castellana. La obra incluye la emocionada “Elegía a Ramón Sijé”. De Cancionero y Romancero de ausencias destaca su archiconocida “Nanas de la cebolla”. El poeta está en la cárcel. Ha recibido una carta de su mujer en la que le dice que muchos días no hay para comer más que cebollas.
Años 40: Poesía Arraigada y Desarraigada
Hay autores que eligen la evasión y, bajo la influencia de Garcilaso, componen poemas donde se busca más la perfección formal. La temática religiosa es común a ellos. Autores representativos de esta tendencia de poesía arraigada son: Luis Felipe Vivanco y Leopoldo Panero.
En 1944 se publica una obra que origina la renovación de la poesía del momento: Hijos de la ira de Dámaso Alonso. El poeta ve que el mundo es un caos y una angustia, y se siente sin raíces, es decir, desarraigado, sin encontrar justificación a su vida y a su destino humano. Así, estos poetas en general, expresan angustia y desesperación, sienten la incomunicación de Dios y una radical soledad. Es una poesía rehumanizada, centrada plenamente en los sentimientos. Abordan temas existenciales (muerte, tristeza, soledad, desesperación). La influencia de Miguel Hernández en ellos fue decisiva en cuanto al concepto de la vida como lucha con el medio exterior o interior. En cuanto al estilo, rechazan la estética serena y armónica del garcilasismo y se inclinan por un lenguaje directo, coloquial, duro y apasionado. Representan esta tendencia Dámaso Alonso, Victoriano Crémer y Carlos Bousoño.
Años 50: Poesía Social
En los años 50 la poesía desarraigada evoluciona hacia la poesía social, se pasa de expresar la angustia individual a manifestar la solidaridad con los demás. Los factores sociales se convierten en elementos centrales del poema. La poesía se concibe como “arma de combate”, según Celaya. Su intención es solidaria, comprometida con el pueblo, preocupada por la libertad, la justicia y la situación de España. Esta poesía de denuncia tiene un precursor claro, Pablo Neruda, y un ideólogo francés, Jean-Paul Sartre.
Las características más esenciales son:
- Poesía para la inmensa mayoría, en contraposición a la inmensa minoría de Juan Ramón; poesía, por tanto, como medio de comunicación.
- La poesía es testimonio fiel de la realidad que se vive en la calle.
- Los temas principales son la denuncia social, la falta de libertad.
- El estilo es sencillo, cercano al lenguaje coloquial, a veces prosaico y muy expresivo, para llegar al máximo número de personas posible.
Victoriano Crémer, Eugenio de Nora o Gabriel Celaya con Cantos íberos, son algunos de los representantes de esta generación pero sin duda, es Blas de Otero, con Pido la paz y la palabra el autor y la obra más característicos de la década. Blas de Otero resume las etapas cubiertas por nuestra poesía durante varias décadas: primero existencial, luego social y, por último, buscando nuevos caminos poéticos.
Años 60: Poesía Existencial
Aparece en la década de los 60 una generación que supone un cambio respecto a la poesía social. Para estos poetas la poesía es una manera de conocimiento de la realidad. Comparten la visión crítica de la realidad pero desde una actitud humanista, centrándose en los problemas del ser humano. Hay en ellos una preocupación fundamental por el hombre. Su temática se caracteriza por un retorno al intimismo.
El cambio más significativo ocurre en el plano formal. Su lenguaje es natural, pero no coloquial. Tiene por tanto un mayor rigor poético buscando la depuración y la concentración de la palabra, evitando el prosaísmo de la década anterior.
Representan este grupo:
- Ángel González: representa el paso de la poesía social a nuevos tonos. Su abierta denuncia se irá cargando de ironía y poco a poco aparece en él lo más íntimo y lo amoroso.
- Jaime Gil de Biedma: Es el cronista desencantado y amargo de una vida burguesa, evocada con ironía y nostalgia. Es un maestro en el arte del tono coloquial cargado de emoción.
Nos debemos detener en la figura del zamorano Claudio Rodríguez. Aún no había cumplido los veinte años cuando obtuvo el Premio Adonais por Don de la ebriedad. Era un libro que chocó fuertemente con la poesía social que se practicaba en 1953 al estar protagonizado por la hondura intimista y la sobriedad en el canto a su tierra. Sorprendió a poetas y críticos su genial precocidad creativa y su carácter visionario: se trataba de un libro de imágenes deslumbrantes y misteriosas escrito por un poeta adolescente entonces desconocido, que lo había ido componiendo en sus largas caminatas por tierras de Castilla.
En este primer poemario la poesía se concibe como un don (un regalo) y una ebriedad (un entusiasmo). Esta conmoción se manifiesta en una respuesta exaltada ante el hecho de vivir, de estar vivo y, se plasma en su poesía mediante exclamaciones irracionales y simbólicas. El poeta recurre a símbolos que lo entroncan directamente con la poesía de Rimbaud.
En su andadura poética, esa exaltación se modera, llegando a veces a desaparecer por completo. En Alianza y condena, su tercer poemario, ha terminado el canto entusiasmado. La etapa de madurez poética de Claudio Rodríguez trae consigo la desilusión y el desengaño que le producen un sentimiento de dolor resignado. Sin embargo, con El vuelo de la celebración apunta desde el título a otra actitud vital donde el poeta alude en varias ocasiones a la vinculación entre poesía y fiesta. El objeto de la celebración es la vida en su totalidad a favor de unas facetas de la realidad, las positivas, en detrimento de otras, las negativas.
Sus cinco libros de poesía han hecho de él un clásico, referente imprescindible en la evolución de la poesía española del siglo XX. Su obra es relativamente breve, caracterizada por la esencialidad, el absoluto dominio del ritmo, la sorprendente capacidad imaginativa y la hondura ética.
Su estilo tiene una mezcla de surrealismo y clasicismo a lo que se añade la insuperable musicalidad de sus endecasílabos. El lenguaje poético de Claudio Rodríguez se caracteriza por la búsqueda de un lenguaje vivo. Siente que las palabras cotidianas, las usuales, las más sencillas, son aquellas que se hallan más cerca de las cosas que designan, razón por la cual son las más adecuadas para acceder a la esencia de las cosas.
Su poesía manifiesta la independencia creadora de su autor con respecto a escuelas, tendencias o programas del panorama poético de los años 50 y 60, aunque su obra discurra de manera paralela a la de su generación y a la de su época.
Años 70: Los Novísimos o Generación del 68
En 1970 aparece la antología Nueve novísimos poetas españoles, de ahí el nombre de novísimos. En conjunto tienden hacia una lírica experimental, minoritaria. Intentan la renovación del estilo a través de formas expresivas de vanguardia, como el surrealismo. Los nuevos autores no creen que se pueda cambiar la sociedad mediante la poesía.
Son comunes a toda la generación las siguientes características:
- Nacidos después de la Guerra Civil, son disidentes.
- Tienen una rica formación literaria, sobre todo, europea y americana, ya que rechazan a la tradición española.
- Reciben gran influencia de los medios de comunicación de masas.
- Eligen la escritura automática y evitan el discurso lógico.
- Combinan temas intimistas (amor, erotismo, infancia…), sociales y políticos (el consumismo, la guerra de Vietnam…), y los tratan con ironía, humor y distanciamiento. El cine, la música o el cómic son temas muy recurrentes.
- Su estilo es una mezcla de Modernismo y surrealismo.
Representan a los novísimos: Leopoldo María Panero, Ana María Moix, Pere Gimferrer, y Vicente Molina Foix.