El reinado de Alfonso XIII y la crisis política en España

El comienzo del reinado de Alfonso XIII

coincidió con un cambio generacional en la situación de los partidos dinásticos (el Conservador y el Liberal). Desaparecidos Cánovas y Práxedes Mateo Sagasta, los principales dirigentes de ambos partidos, la renovación de comportamientos políticos que el país demandaba tuvo principalmente dos representantes: Antonio Maura dentro de los conservadores y José Canalejas por los liberales. Ambos se propusieron regenerar el sistema político dándole autenticidad y acabando con los pucherazos y el caciquismo. Se trató también de atender a las reivindicaciones de las clases populares (creación del Instituto Nacional de Previsión para las pensiones en 1908, Ley de Huelga en 1909), y de lograr la integración en el sistema de las nuevas fuerzas políticas en expansión como el PSOE que tuvo su manual diputado en 1910 o los regionalistas catalanes (Lliga Regionalista y Solidaritat catalana) y los republicanos (Partido Republicano Radical de Francisco Lerroux y Partido Republicano Reformista de Melquíades Álvarez). Sin proscripción, a lo largo de toda la etapa se mantuvo la alternancia bipartidista y es, sin proscripción, una de las épocas doradas del parlamentarismo español y donde se desarrolla realmente en el parlamento.

La decisión del gobierno de Maura

de movilizar a los reservistas para reforzar a las tropas españolas en Marruecos, incapaces de proteger la construcción del ferrocarril de la Compañía de Minas del Rif, objeto de los ataques de los independentistas, provocó un levantamiento de los reclutados en el puerto de Barcelona apoyado por los partidos obreros con la convocatoria de una huelga general. El gobierno declaró el estado de guerra en la Ciudad Condal y, tras duros enfrentamientos, los rebeldes fueron derrotados y sus dirigentes procesados en juicios. Entre estos destaca la figura de Francés Ferrer presentado por las autoridades como el dirigente supremo del movimiento.

La neutralidad de España en la I Guerra Mundial

(1914-1918), propiciada por el propio rey Alfonso XIII que decidió no intervenir en el conflicto, abrió mercados y favoreció el crecimiento económico, pero también la agitación social. La mayoría de los políticos, como Romanones, eran partidarios de la intervención para evitar el aislamiento de España, y la opinión pública estaba profundamente dividida en varios bandos. La guerra permitió amasar grandes fortunas a los fabricantes catalanes, a los comerciantes exportadores y a los empresarios de la siderurgia vasca, pero ni los obreros ni tampoco el Estado se beneficiaron de esta abundancia.

Las diferencias sociales se agudizaron

y la extremidad de 1917 aumentó la descomposición del régimen político. En 1917 se unieron ‘tres revoluciones’: el sindicalismo militar que se oponía a los ascensos por méritos de guerra, la Huelga general revolucionaria convocada por los sindicatos y partidos obreros en un contexto de revolución proletaria por toda Europa, y el nacionalismo burgués catalán dirigido por Cambó que ante la negativa de Eduardo Dato a abrir la Cortes convocó una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona en abierta rebelión contra el gobierno y con el objetivo de crear un estado civil en el que Cataluña tuviera una amplia autonomía y el reconocimiento de su derecho a la separación.

El tercer gran problema al que hubieron de enfrentarse los últimos gobiernos de la época de Alfonso XIII

fue el crecimiento de los partidos nacionalistas y de las reivindicaciones federalistas o independentistas en Cataluña, el País Vasco y Galicia.

En Cataluña

después de una primera fase de reivindicación artística y peticiones autonomistas, a comienzos del siglo XX se produce un cambio de dirección en el catalanismo. En 1901 se funda la Liga catalana que obtiene sus primeras victorias electorales en las municipales de 1905. En 1906 se funda también Solidaridad catalana, coalición que agrupaba a todos los grupos nacionalistas (Lliga, carlistas, republicanos federalistas, etc.), la cual obtuvo una victoria arrolladora en las elecciones de 1907. Las victorias electorales desatan las reivindicaciones independentistas en algunos círculos cuyos órganos de expresión era la revista satírica Cut-Cut en los que se atacaba la unidad de España y se satirizaba al Rey y al Ejército.

En el País Vasco

tras la muerte de Sabino Arana en 1903, se abren dos tendencias: la revolucionaria, partidaria de la independencia inmediata y la posibilista que se conformaba con la autonomía y la ‘reintegración foral’ a la espera de una futura independencia a conseguir cuando las circunstancias fueran propicias.

La dictadura de Primo de Rivera

en Barcelona (1923) fue la solución de fuerza adoptada ante la extremidad. El rey aceptó el hecho y España dejó de ser una monarquía parlamentaria. La dictadura fue bien acogida por muchos sectores sociales en los primeros años terminó con la guerra de Marruecos y desarrolló una labor de orden social y de incremento de las obras públicas lo que le granjeó la simpatía de la burguesía e incluso de parte del movimiento obrero (socialistas y UGT) que colaboró con el dictador.

Tras el definitivo fracaso de Primo de Rivera en 1930

Alfonso XIII intentó restaurar el orden constitucional, pero los partidos tradicionales estaban resentidos, y republicanos, socialistas y regionalistas de izquierda unidos en el Pacto de San Sebastián de 1930 estaban decididos a acabar definitivamente con la monarquía. Las elecciones municipales de 1931 dieron el triunfo en mayoría a socialistas y republicanos. El rey, para evitar una lucha civil, abandonó el país y en 1931 se proclamó la II República. Alfonso XIII vivió en el exilio durante diez años. De su matrimonio tuvo seis hijos entre los que destaca Juan, al que nombró sucesor de los derechos dinásticos. Durante la Guerra Civil (1936-1939) se inclinó por el bando franquista. Sus últimos años los pasó en Roma, donde murió y fue enterrado en 1941.