Un Viaje por la Filosofía Moral: Grandes Teorías Éticas y su Impacto

1. Introducción: La distinción entre Ética y Moral

Con frecuencia, confundimos los términos “ética” y “moral” al hablar, como si se refirieran a lo mismo. Aunque se refieren a una misma realidad, vamos a empezar explicando las diferencias entre ellos. La moral es el conjunto de comportamientos, normas y valores que un individuo o un grupo social considera adecuados. Por eso, deriva de la raíz latina mos, moris, que significa precisamente hábito o costumbre. Todos, en condiciones normales, tenemos unas ciertas nociones o principios morales, unas ideas sobre lo que está bien o mal, en parte compartidas con nuestro entorno social. Esto no nos convierte en filósofos; sí en ciudadanos que intentan actuar lo mejor posible. Es una moral vivida o compartida. Incluso algunos autores han hablado de “moral inconsciente”: aquello en lo que creemos o que dirige nuestros actos.

La Ética es una reflexión de carácter filosófico sobre el sentido de las acciones humanas, sobre las creencias y los valores, sobre qué significado tienen términos como Bien, Libertad o Justicia y el uso que hacemos de ellos, así como la comparación entre los distintos sistemas políticos, filosóficos y morales y cómo podemos aclarar conceptualmente los distintos problemas prácticos que surgen en la acción humana. Por eso, como disciplina filosófica central, surgió en el marco de la filosofía griega, con la figura de Sócrates. Es, podríamos decir, la moral observada al microscopio.

2. Una primera teoría ética: El Intelectualismo moral

A Sócrates nos referiremos con frecuencia, porque es un pensador fundamental en la historia de Occidente. Es el creador de la primera teoría ética, el Intelectualismo moral, que identifica el Bien con la sabiduría y el mal con la ignorancia. Según Sócrates, el delincuente lo es porque ha recibido un influjo inadecuado de la sociedad, que es la auténtica responsable. Al construir al ignorante, ha construido de forma indirecta al delincuente. Por otro lado, hay una ignorancia productiva: la que se reconoce a sí misma y se libera de los prejuicios. Por eso dice: Solo sé que no sé nada. Sócrates crea el primer método educativo, la mayéutica. Consistía en interrogar a sus discípulos sobre un concepto importante –el de Justicia, por ejemplo–, rebatiendo todos sus argumentos, hasta que reconocían que no lo conocían. Entonces, una vez reconocida su propia ignorancia, ya podían empezar a investigar.

Para Sócrates, “el problema no es tanto la ignorancia, como las ideas preconcebidas”, lo que creemos que ya sabemos y nos impide pensar. Sócrates creía en el poder de la educación, de la Paideia, para liberar al hombre, pero no transmitiéndole valores sociales, sino enseñándole a pensar. De ahí, el lema: “Más escuelas; menos cárceles”. Sócrates responsabiliza a la sociedad en su conjunto de los males que se producen en ella, al no educar bien a los ciudadanos. Hoy hablaríamos más bien de determinismo social, es decir, la sociedad forma al individuo y lo moldea según sus valores, que pueden ser perjudiciales. Así, una sociedad puede crear individuos fanatizados o ignorantes.

3. La Ética como disciplina filosófica autónoma: La Ética de Aristóteles

Sócrates fue el maestro de Platón que, a su muerte, decidió dedicarse por completo a la Filosofía y a la formación de los futuros gobernantes. Aristóteles fue, precisamente, uno de los discípulos de Platón en la Academia, pero pronto se reveló como un pensador original. Tanto, que es sin duda uno de los pensadores más influyentes de la historia de la filosofía. Aristóteles, que después fundaría el Liceo, su propia escuela, fue el primero que escribió tratados sistemáticos y organizados de casi todas las ciencias (Lógica, Física, Metafísica, Política, Retórica, Psicología), y también de Ética, especialmente la Ética a Nicómaco. Con el modelo expuesto en la Ética a Nicómaco, se marcan las líneas de lo que serán muchas teorías éticas posteriores.

Es una ética basada en el concepto de Felicidad (Eudaimonía), como finalidad de la vida humana. Es una ética teleológica, porque busca cómo alcanzar el telos o finalidad de la existencia: ser feliz. “Todos los seres humanos quieren ser, por naturaleza, felices”. El problema es que no siempre lo consiguen, porque toman decisiones equivocadas. Confunden el fin (la felicidad) con los medios para obtenerla. Ya tenemos el diagnóstico y el problema. Ahora falta la solución. Aristóteles construye una ética práctica, que se centra en la capacidad que tenemos de razonar y tomar una decisión. Así, identifica la virtud (phrónesis) con la elección del término medio entre el exceso y el defecto.

Seremos más felices si tomamos decisiones prudentes, adecuadas. Otro problema es la confusión entre medios y fines. Queremos la riqueza o la fama porque creemos que nos harán felices. Lo cierto es que la felicidad depende más de cómo tomemos decisiones. Hay una finalidad implícita: desarrollar lo que es propio del ser humano, su inteligencia. La prudencia es la virtud principal, y se refuerza con el hábito o la costumbre, con el ejercicio diario. Por eso, podemos aprender a ser prudentes a lo largo de nuestra vida, mientras que un solo acto irreflexivo nos puede convertir en imprudentes para toda la vida. Distingue así entre dos tipos de virtudes que deben ser desarrolladas y cultivadas cada día de nuestra existencia: las virtudes del carácter o éticas, y las virtudes de la inteligencia, o dianoéticas.

4. La Ética se hace mayor: Las escuelas éticas del mundo helenístico

Alejandro Magno muere en el 323 a.C. y Aristóteles, su maestro, en el 322 a.C. Se cierra el periodo clásico y empieza uno nuevo, la Grecia Helenística. Es un periodo de crisis. Surgen entonces escuelas morales que siguen planteando el problema de la Felicidad (Eudaimonía) aristotélica, pero con un enfoque práctico. Así, pasan al pensamiento de Roma. Las grandes escuelas filosóficas de este periodo, el Estoicismo, el Epicureísmo, el Eclecticismo, el Escepticismo, los Cínicos, etc., son filosofías de un tiempo de crisis, que intentan resolver, ante todo, el grave problema existencial del hombre. Vamos a ver algunas brevemente.

4.1. El Estoicismo: abstine et sustine

La Stoa es una escuela griega que pasa al mundo romano, donde encuentra eco en pensadores como Séneca o Marco Aurelio, que también tuvieron un importante poder político. Para el estoico, la vida es un destino de sufrimiento, una carga. Tenemos que estar preparados para superar las dificultades, el sufrimiento y el dolor. El objetivo es alcanzar la tranquilidad de ánimo (ataraxia). Esto solo es posible si llegamos a comprender la naturaleza humana, que no es sino comprender su destino trágico. De ahí el lema: abstine et sustine (abstente y aguanta): resiste el dolor y opta por una vida de espiritualidad, de renuncia al placer y a la riqueza.

Los estoicos creen en un fuerte determinismo de las leyes de la naturaleza, que hay que comprender. La naturaleza se identifica con el destino. Puesto que no es posible la libertad frente a las rígidas determinaciones de la Naturaleza, empiezan a desarrollar el concepto de libertad interior que luego será desarrollado por los primeros filósofos cristianos como Agustín de Hipona. Quizá el mayor filósofo estoico, sin tener ese nombre, sea un gran pensador de la Modernidad, que vivió en el siglo XVII: el holandés Baruch Spinoza. Hoy hablamos de una “actitud estoica”, en aquellos que son capaces de afrontar dificultades con fuerza y resignación.

4.2. El modelo alternativo: El Hedonismo de Epicuro

Epicuro fue un gran filósofo griego, muy valorado en su tiempo, pero del que apenas sí se conservan pequeños fragmentos. Su filosofía contrasta fuertemente con la doctrina estoica. Defiende que el placer (Hedoné) es necesario para alcanzar la felicidad. Lo entiende como disfrute de la vida y sus posibilidades. Por eso es un “placer inteligente”. De ahí ha surgido el término Hedonismo, que se aplica por extensión a todos aquellos a quienes les gusta disfrutar el presente y aprovechar las cosas buenas que ofrece la vida, sin preocuparse tanto por el destino o los aspectos trágicos de la existencia. Epicuro considera que los seres humanos sufren principalmente por el miedo, que adquiere cuatro formas básicas: miedo a los dioses, miedo al destino y a la superstición, miedo al sufrimiento y miedo a la muerte. Por eso propone un cuádruple remedio o Tetrapharmakon, para liberarse de esos miedos fundamentales. Hay que recordar que pharmakon significa, al mismo tiempo, medicina y veneno. Epicuro fundó una escuela llamada El Jardín, donde cultivaban la amistad, el conocimiento y los placeres de la inteligencia. Se apartaban de los problemas cotidianos del mundo y no se implicaban en ellos. Puede parecer una actitud aristocrática, pero también es una forma de no participar de la injusticia en el mundo.

4.2.1. Una versión moderna del Hedonismo: El Utilitarismo británico

Uno de los grandes modelos en la Historia de la ética es el Utilitarismo británico, que se asocia a la obra de los pensadores Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Te lo incluimos aquí, como un añadido al Hedonismo de Epicuro, porque surge como una revisión de los planteamientos éticos anteriores. Toma del Hedonismo la idea de Bienestar, con criterios tanto individuales como sociales. Aparece ya en el filósofo David Hume, al vincular lo bueno con lo que es útil y placentero para nosotros, con lo que hace nuestra vida más cómoda y feliz. Según Hume, tenemos emociones morales, cuyo origen es la empatía. Esto se conoce como Emotivismo moral. Los utilitaristas reciben, por tanto, la influencia de Hume, pero también de Epicuro. El criterio de utilidad pasa a ser relevante para decidir si una acción es buena. Lo vinculan al desarrollo de la democracia, que debe promover el progreso social y el bienestar. Los principales filósofos utilitaristas son, como hemos dicho, Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Bentham enumera el principio utilitarista: una acción es buena si consigue el mayor bien para el mayor número. Pero esto necesita de una protección de las minorías y de los derechos del individuo. Por eso, el utilitarismo se vincula al Liberalismo y a la Democracia representativa. El liberalismo es esa teoría ética y política que incide en la importancia de los Derechos individuales por encima de los derechos colectivos, dando primacía al concepto de Libertad. Los utilitaristas son consecuencialistas. El Consecuencialismo es esa teoría ética que considera que una acción estaría justificada si sus efectos son beneficiosos para la sociedad. Esto del consecuencialismo, como puedes suponer, plantea muchos problemas de fundamentación… ¿Realmente cualquier acción puede ser juzgada solo por sus consecuencias? ¿Estaríamos legitimados a, por ejemplo, engañar o mentir para no hacer daño? Interesante, pero volvamos a los griegos, que nos hemos desviado un poco.

5. Volviendo a los griegos: Otras escuelas éticas

Hasta ahora, hemos visto el Estoicismo y el Epicureísmo, pero en la Antigüedad clásica florecieron otras corrientes que tienen ecos en el pensamiento de hoy. Por ejemplo, el Escepticismo.

5.1. El Escepticismo: Una parada necesaria en nuestro viaje

El Escepticismo no es propiamente una escuela ética, sino una actitud filosófica hacia la investigación, el conocimiento o la vida. Consiste en afirmar que no se puede alcanzar una verdad definitiva y que, tal vez, esa verdad ni siquiera exista. Lo encontramos en Gorgias o Pirrón, pero también en filósofos modernos, como Michel de Montaigne, René Descartes o David Hume. Estos tres filósofos nos permiten ejemplificar los tres modos básicos del escepticismo, dominado por la duda y por la desconfianza hacia los grandes mensajes, hacia las verdades absolutas:

  • En primer lugar, habría un Escepticismo ontológico. La realidad es dudosa y no podemos estar seguros de nada.
  • Pero también hay un Escepticismo Metodológico, que se usa en la investigación, poniendo en duda los conocimientos adquiridos (Descartes), o como en la célebre Navaja de Ockham, filtrando las distintas hipótesis por su cercanía a los hechos experimentales.
  • Por último, está el Escepticismo existencial, del que Montaigne es, tal vez el mejor ejemplo. La duda ante los propios valores de la existencia, de la política o de las ambiciones humanas; la desconfianza radical hacia las ilusiones que tejen una vida humana.

La palabra griega “skepsis” significa “investigación”. Por eso, el escéptico busca el conocimiento planteando la duda, sabiendo que solo puede aproximarse a él, sin alcanzarlo de forma definitiva.

5.2. Una escuela en los márgenes: Diógenes y los Cínicos

Otra escuela sorprendente es la de los filósofos cínicos, que asociamos a la figura de Diógenes, ese “pensador en los márgenes” que se sitúa fuera del orden establecido. Es, diríamos hoy, un ácrata, alguien que rechaza toda autoridad o poder (kratos, poder). Vivía sin posesiones y sin rendir cuentas ni a la sociedad ni a ningún gobernante. Es un cínico, en el sentido griego, alguien que utiliza una ironía mordaz para reírse de las convenciones sociales. Es conocida su anécdota con Alejandro Magno: el emperador le concedió un deseo y Diógenes le pidió que se apartara, porque le estaba quitando el sol. Hemos heredado el término cínico, con un sentido algo diferente: es el hipócrita inteligente, a medio camino entre la burla y la crítica mordaz.

5.3. Buscando la síntesis: Los Eclécticos

Hoy conservamos el término ecléctico, con una connotación positiva. Decimos que un músico es ecléctico, cuando mezcla influencias y estilos; una mentalidad abierta, en definitiva. Un ejemplo es el gran político y orador romano Marco Tulio Cicerón, que hizo una mezcla o simbiosis de distintas corrientes filosóficas, de Platón al estoicismo o el epicureísmo, como forma de afrontar los retos e inconvenientes de la vida. Vivimos en una época en la que el eclecticismo es un valor asumido, porque las distintas culturas tienden a confluir en un mundo globalizado. En 1979 se publicó en Francia un libro importante, La condición postmoderna de Jean-François Lyotard. En él hablaba de la quiebra de los grandes relatos de legitimación que habían dominado la historia y la emergencia de pequeños microrrelatos, versiones diferentes de la verdad que tienen que coexistir y convivir. Gianni Vattimo acuñó después el término “pensamiento débil”, para referirse a ese pensar carente de fundamento metafísico fuerte. Suele ser muy criticado, pero tiene un valor importante: asumir un elevado grado de pluralismo, de eclecticismo y de apertura al mundo en nuestros pensamientos y en nuestros actos.

6. Introducción: Las éticas formales o deontológicas

Hasta ahora, en la primera parte, hemos visto éticas que, siguiendo el modelo aristotélico, se plantean el problema del Bien, de la Felicidad o de la buena vida. A finales del siglo XVIII, con la obra del gran filósofo Immanuel Kant (1724-1804), surge otra forma de entender los problemas éticos. Kant incide en los conceptos de deber y de justicia. La cuestión ética no es saber lo que me hace feliz, sino aquello que debo hacer, aquello a lo que estoy obligado por ser humano. Kant evita cualquier consideración consecuencialista (de los perjuicios o beneficios prácticos de una acción) y se queda con su puro carácter de obligación. Por ejemplo, un bombero o un médico están obligados a actuar de una determinada manera, no porque les beneficie, sino porque han aceptado un deber ético vinculado a su profesión. Se habla de éticas formales o deontológicas cuando intentan delimitar qué es lo correcto, independientemente de las consecuencias.

Es decir, cómo deberíamos actuar si queremos ser justos. Por eso son éticas universalistas. Aparte de la ética de Kant, podemos considerar éticas formales o deontológicas el Existencialismo, la Teoría de la Justicia de John Rawls o la Teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas.

7. Una cumbre en la historia del pensamiento: La Ética kantiana

Immanuel Kant (1724-1804) es uno de los grandes pensadores y su ética ocupa un lugar central en la historia del pensamiento. Kant se aleja de las éticas anteriores, al formular el deber ético de forma universal, como un imperativo categórico, válido para toda persona y toda ocasión. La idea central es que una acción se identifica con el deber ético cuando se puede exigir a cualquier persona en cualquier circunstancia: “Actúa de modo que el principio de tu acción pueda convertirse en ley universal”. No sabemos si esa acción te hace feliz, pero debes llevarla a cabo como una obligación, porque eres un ser humano. Este imperativo categórico tiene otras dos formulaciones:

  • Segunda formulación:Obra de tal manera que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la de otros, siempre como un fin y no únicamente como un medio”.
  • Tercera formulación:Obra por principios de un miembro legislador universal en un hipotético reino de los fines”.

Esta última sintetiza las dos anteriores y refuerza el carácter abstracto y de universalidad. De aquí derivan, por ejemplo, los Derechos Humanos, que se formulan de forma universal e hipotética: “Todos los seres humanos tienen derecho a una vivienda digna…”. Por eso, los Derechos Humanos tienen cuatro rasgos principales:

  1. Son Universales: Son válidos para todo ser humano en cualquier situación.
  2. Son Inalienables: Ningún ser humano puede perderlos de forma definitiva.
  3. Son Innegociables: No se puede negociar el cumplimiento de un Derecho humano para obtener otro o para obtener algún negocio o beneficio.
  4. Son Imprescriptibles: No caducan en el tiempo ni dejan de tener validez por ninguna circunstancia.

Parece claro que solo una democracia abierta y con garantías puede hacer posible esa sociedad cosmopolita que demandaba Kant.

En una democracia, gobiernan las leyes sobre las peculiaridades de los individuos o sus intereses, garantizando cuatro principios:

  • Libertad (de expresión, reunión, asociación, etc.)
  • Justicia (Seguridad jurídica del Estado de Derecho).
  • Igualdad de oportunidades
  • Pluralismo político (y social, religioso, cultural, etc.).

En sus escritos La Paz Perpetua o Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, Kant marca el camino para la sociedad del futuro: una sociedad que busque resolver pacíficamente los conflictos y que sea cada vez más abierta y cosmopolita, más consciente de su pertenencia a una comunidad global. Kant pensaba que ese era el gran objetivo de la Ilustración: “la salida del hombre de su minoría de edad, de la que él mismo es responsable. El lema de la ilustración es Sapere Aude, atrévete a saber, a servirte de tu propia inteligencia para ser libre”.

8. Otros modelos formalistas y deontológicos

8.1. El Existencialismo

El existencialismo es una corriente de pensamiento que ha recorrido Europa desde mediados del siglo XX. Aborda el problema radical del absurdo de toda existencia humana. Grandes filósofos existencialistas fueron Søren Kierkegaard, Jean-Paul Sartre o Albert Camus. Se trata de un pensamiento claramente antropológico, centrado en la existencia. Es una filosofía pesimista, porque suele llegar a la conclusión de que la existencia humana carece de sentido y aboca al absurdo. “El hombre es una pasión inútil”, dirá Jean-Paul Sartre. El hombre es ante todo un ser inacabado, incompleto, un proyecto que se vive subjetivamente. Sin embargo, ese ser carece de fundamento: no está construido de antemano y no tiene razones válidas para construirse a sí mismo. El en-sí, el ser del hombre para sí mismo como proyecto, habrá de realizarse en la realidad humana, en el para-sí. La moral se convierte así en una cuestión puramente humana, en la que no cabe ningún Dios –al menos en el existencialismo de Sartre; no, por supuesto, en el existencialismo cristiano de, por ejemplo, Gabriel Marcel–. La moral está por tanto en directa relación con la realidad humana, sería la ley que regula, a través del contacto con el mundo, la relación de la realidad humana consigo misma.

Es una búsqueda de la autonomía moral y de la justicia frente al absurdo. Es un imperativo formal: la forma en que asume el hombre su relación consigo mismo está regulada por una ley. La ética se deriva de la noción de valor. Dice Sartre: “Pero si he suprimido a Dios padre, es necesario que alguien invente los valores. Hay que tomar las cosas como son. Y, además, decir que nosotros inventamos los valores no significa más que esto: la vida, a priori, no tiene sentido. Antes de que ustedes vivan, la vida no es nada; corresponde a ustedes darle un sentido, y el valor no es otra cosa que ese sentido que ustedes eligen”. De este modo, la ética sartreana encuentra su fundamento último en la libertad, que Sartre define de este modo: “Dicho de otro modo, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre”. Es decir, la libertad no es tanto un bien como una condena. De ahí que afirme paradójicamente que el hombre está condenado a ser libre. Estamos irremisiblemente destinados a la libertad, y esto implica hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos, y del concepto de Justicia que se pone en juego con ellos. Esto provoca inseguridad en el hombre, que casi siempre recurre a ficciones exculpatorias; valores suplementarios y autoridades superiores que le liberen de su propia responsabilidad de decidir. Dios, el Estado… serían grandes ficciones construidas por un hombre que prefiere ser sumiso a una entidad superior para no aceptar la responsabilidad moral de sus propias decisiones. La libertad es, por tanto, fuente tanto de ficciones y de sumisiones, como de valores positivos. Tiene, como el arte, una dimensión eminentemente productiva. El hombre debe asumir su propio proyecto vital en una existencia moralmente comprometida, éticamente constructiva. El hombre como productor de valores es el hombre auténtico; el hombre escamoteado, escondido bajo ficciones exculpatorias, es un hombre dominado por la mala fe, por la inautenticidad.

8.2. La Teoría de la Justicia de John Rawls

Frente a los excesos utilitaristas y consecuencialistas de gran parte del pensamiento moderno, otros modelos, también influidos por el formalismo kantiano, van a incidir en la justicia, como concepto rector de la vida ética. Así, en tiempos recientes se ha planteado el dilema, difícil de conciliar o de resolver, entre la libertad y la justicia. ¿Es posible al mismo tiempo una sociedad completamente libre y completamente justa? Tal vez, no. Una de las contribuciones más importantes a la Filosofía Política contemporánea es Una teoría de la Justicia, de John Rawls (1972) que analiza estas cuestiones. John Rawls, con una fuerte influencia del filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), intentó proyectar en las democracias modernas procedimientos formales que equilibraran las desigualdades, intentando conciliar libertad y justicia. Por ejemplo, su idea de que para legislar de forma justa es necesario un “velo de ignorancia”, es decir, legislar desde una posición universal que ignora a propósito la condición personal del legislador. Si no sabemos quién somos, podremos hacer una ley que no margine a nadie ni que otorgue falsos privilegios. Los planteamientos de John Rawls tuvieron una dura respuesta de Robert Nozick, en su libro Anarquismo, Estado y Utopía, de 1974. Nozick trabajaba en la misma universidad que Rawls, pero tenía planteamientos muy diferentes: era un liberal extremo, que privilegiaba la libertad individual sobre cualquier otro valor. Así, proyectó su idea del Estado mínimo, que tendría unas mínimas atribuciones, entre las que no se encontraría la protección social. John Rawls se mantuvo firme, sin embargo, en torno a esa idea fundamental de la justicia como equidad. La filosofía de John Rawls es, sin duda, una de las más consistentes y valiosas de nuestro tiempo, y ha inspirado gran parte de las reflexiones contemporáneas. En tiempos más recientes, se han desarrollado otros conceptos, como el de “igualdad compleja” de Michael Walzer, mientras se asistía, sobre todo en el ámbito filosófico anglosajón, a un recrudecimiento de la polémica entre comunitaristas y liberales. Mientras tanto, en Europa, pensadores como Jürgen Habermas o Norberto Bobbio han intentado fundamentar las modernas democracias sociales, como Estados de Derecho.

Serían modelos democráticos “a la europea”, con altas dosis de protección social y de garantías procedimentales, más cercanos desde luego a las ideas expresadas por John Rawls en sus obras.

9. Un apunte necesario: La Metaética

No podemos terminar este breve recorrido sin detenernos, al menos un momento, en una de las grandes corrientes de la Ética, pero menos conocida, más asociada, injustamente, al ejercicio de los filósofos académicos. Es la Metaética, que tiene su momento fundacional a principios del siglo XX con la publicación del libro Principia Ethica, de G. E. Moore. Moore estaba muy influido por el pensador ilustrado y escéptico escocés David Hume, al que ya nos hemos referido antes. Sobre todo, su idea de la falacia naturalista. Hume pensaba que damos un paso inadecuado de nuestras experiencias cotidianas a la idea de lo que debe ser. Es decir, incurrimos en una falacia que consiste en naturalizar la costumbre, en dar un paso inadecuado del es al debe ser. Esto lo vemos en numerosos actos cotidianos. Como lo hacemos todos los días, llegamos a pensar que es así como se debe actuar. Moore plantea que términos como Bueno o Bello son indefinibles. Por eso, en realidad cuando los usamos, les atribuimos significaciones que no tienen. La Metaética es esa disciplina apasionante que promueve la idea de que, antes de usar términos como Bien, Belleza o Justicia, deberíamos preguntarnos qué queremos decir con esas palabras.

10. Conclusión: Un punto y aparte en una historia apasionante

Como puedes observar, la historia de la ética, como la historia de la filosofía o de la política, están vivas en las polémicas actuales que afectan a todas las dimensiones humanas y sociales del hombre. Cuanto más reflexionamos sobre los problemas y las controversias que nos atañen, más se abre el pensamiento a la búsqueda, al diálogo y a la indagación constantes.