La Concepción Nietzscheana del Ser Humano
Genealogía de la Moral y Transvaloración de Valores
Nietzsche utiliza el método genealógico para abordar una investigación de los conceptos morales desde el punto de vista etimológico e histórico. Observa que, en diversas culturas, el significado del término bueno se asocia a valores que tienen que ver con la nobleza, el orgullo o la fuerza, mientras que el término malo se vincula a lo plebeyo, la humildad o la obediencia.
Según Nietzsche, la transformación de los valores fue iniciada por los judíos y continuada posteriormente por el cristianismo. Esta transformación, que él denomina la rebelión de los esclavos, tiene como base fundamental el resentimiento.
De ahí la necesidad de producir una nueva transvaloración de los valores, siguiendo su idea central de afirmación de la vida. Nietzsche considera esencial establecer nuevos valores que tengan su origen en una exaltación de la vida y no en un resentimiento contra esta. La humanidad ha valorado como bueno todo aquello que se opone a la vida; de ahí la urgencia de realizar esta transvaloración de los valores.
Esta transvaloración es encarnada por el superhombre (Übermensch), el único que posee la fuerza creadora suficiente para forjar nuevos valores, impulsado por su voluntad de poder. La voluntad de poder es, según Nietzsche, la fuerza creadora de valores, y solo el superhombre, como portador de esta voluntad, puede crearlos. Este superhombre puede ser un producto del eterno retorno.
Es el producto de tres transformaciones del espíritu:
- El camello: representa el peso del pasado y la obediencia a los valores establecidos.
- El león: simboliza la afirmación del propio individuo y la rebelión contra el pasado y la moral cristiana.
- El niño: posee la fuerza para crear nuevos valores, ya que es inocente, se sitúa más allá de la moral tradicional y encarna la voluntad de poder en su estado más puro.
La Sociedad y el Nihilismo Nietzscheano
La crisis de los valores ha sumido a la cultura occidental en una época de nihilismo. Nietzsche define el nihilismo en términos de voluntad de poder: cuando esta disminuye en una civilización, surgen planteamientos nihilistas. Según Nietzsche, esta es la situación en la que la civilización occidental se encuentra inmersa o a punto de caer.
Nietzsche distingue entre el nihilismo pasivo y el nihilismo activo, reaccionando contra el primero. Dentro del nihilismo activo es posible distinguir dos aspectos fundamentales: uno destructor y otro creador.
Como potencia destructora, el nihilismo activo procede de una fuerza del espíritu que pugna por aniquilar valores que ya no tienen vigencia. El espíritu no espera a que los valores caduquen por sí solos, sino que los destruye activamente a través de la voluntad de poder. Por otro lado, ofrece un aspecto creador, ya que solo desde la destrucción de los valores caducos puede la voluntad de poder forjar valores nuevos.
La Perspectiva Nietzscheana sobre el Conocimiento y la Verdad
Según Nietzsche, debemos aceptar el testimonio de los sentidos. Es crucial captar las apariencias como lo auténticamente real y abandonar la noción de las “cosas en sí”. Las “cosas en sí”, al igual que otros conceptos metafísicos, no son más que engaños del lenguaje que provienen de haber subestimado a los sentidos y, consecuentemente, haber sobrevalorado la razón.
Por ello, Nietzsche sostiene que el gran error de la metafísica, desde Platón hasta Kant, ha sido admitir la existencia de un “mundo verdadero” frente a un “mundo aparente”, cuando en realidad solo el mundo aparente es real.
Nietzsche remite todo su pensamiento a la idea de la voluntad de poder. Según él, el deseo de conocimiento no es más que un producto de esta voluntad de poder. El ser mismo sería una manifestación de la voluntad de poder. Lo mismo ocurre con la ciencia: no es más que el intento de imponer leyes a una Naturaleza en constante devenir con el propósito de controlarla y dominarla.
La consideración que Nietzsche hace del conocimiento es que este es un proceso interpretativo de la realidad. El conocimiento no puede ser ajeno a la vida; debe incluirse dentro de ella. Por ello, el proceso de interpretación que constituye el conocimiento debe estar basado en las necesidades vitales.
Por eso, el objetivo último del conocimiento es intentar controlar y fijar el devenir. Si el conocimiento es un proceso de interpretación del devenir, la idea de una “verdad absoluta” es una invención de la razón, que no puede soportar el movimiento continuo del devenir y busca el refugio del ser.
Nietzsche sostiene que existen algunas ficciones que resultan más necesarias que otras para vivir, y estas son consideradas como “verdades absolutas”. Aquellas que se consideran inútiles son descartadas como errores o falsedades. Las ficciones que son consideradas como verdades pasan a formar parte del lenguaje; ahí radica su problematicidad, puesto que estas “verdades” tradicionalmente se han extrapolado del lenguaje y se han considerado como una representación exacta de la realidad.
La Muerte de Dios y la Crítica al Cristianismo
Según la perspectiva de Nietzsche, el destino de la civilización occidental es la pérdida de sus valores, un proceso que él asocia con el nihilismo. Nietzsche afirma que la cultura occidental ha perdido su “norte”, representado por la figura de Dios y los valores que esta encarna. Esta situación sume a la cultura occidental en un proceso de autodestrucción.
Ahora bien, Nietzsche sostiene que todas las manifestaciones culturales occidentales provienen de una fuente común que se presenta como portadora del nihilismo y enemiga de la vida: el cristianismo. Por ello, el cristianismo es el principal “enemigo” contra el que Nietzsche lanza su ataque al desarrollar su crítica de la cultura occidental.