Platón: La Expansión de los Conceptos Universales
No todo terminó ahí, ya que fue Platón, discípulo del difunto Sócrates, quien continuó y amplió su teoría de los conceptos universales. La teoría de Platón, denominada Teoría de las Ideas, fue el principal núcleo de su pensamiento. Así, su hipótesis se basaba en el dualismo ontológico (dos realidades) y en el idealismo.
El Dualismo Ontológico y la Estructura de la Realidad
Platón duplicaba la realidad, dividiéndola en dos mundos totalmente opuestos:
- El Mundo Sensible: Es el mundo en el que se habita y donde se producen los cambios. Es la realidad material y corruptible.
- El Mundo Inteligible: Es el reino donde se encuentran los conceptos de las ideas “en sí”, es decir, el verdadero significado de cada una de las cosas que se encuentran en el mundo sensible (la belleza en sí, la justicia en sí, etc.). Este es el mundo de la verdad inmutable.
Los Grados del Conocimiento (La Línea Dividida)
A continuación, Platón explicaba el camino para poder alcanzar el Mundo de las Ideas, mediante el cual se explicaba el Mundo Sensible. Dividió los grados de conocimiento en dos grandes secciones, que a su vez se dividían en otros dos:
1. Opinión (Doxa) – Conocimiento del Mundo Sensible
- Imaginación (Eikasía): El nivel más bajo de conocimiento, basado en las sombras o reflejos.
- Creencia (Pistis): Basada en los objetos físicos del mundo sensible.
En este primer escalón situaba Platón a la mayoría de la población, que era capaz de opinar sobre un tema, pero no de saber si aquello que opinaban era verdaderamente cierto o no.
2. Ciencia (Episteme) – Conocimiento del Mundo Inteligible
- Pensamiento (Diánoia): Basado en los objetos matemáticos para descifrar la verdad, que preparaban la mente para poder identificar objetos abstractos.
- Conocimiento (Nóesis): Era el grado de inteligencia más elevado, y permitía ver (con los ojos del alma) el Mundo de las Ideas y conocer los significados, en su sentido más elemental, de las cosas.
El Mito de la Caverna: Una Alegoría de la Educación
Una de las obras más conocidas de Platón es El mito de la caverna, que se utiliza para explicar su teoría. En esta historia se nos cuenta cómo diversos hombres han estado encadenados desde su nacimiento, siendo obligados a mirar siempre en la misma dirección. Por delante de ellos se proyectaban sombras de objetos que representaban a los objetos reales (por ejemplo: el objeto real es un caballo, la maqueta de un caballo es lo que se utiliza para proyectar, y la sombra de la maqueta del caballo es lo que se ve proyectado).
En un momento dado, uno de los hombres es liberado y obligado a salir de la caverna, un trabajo duro para él. Una vez fuera, y tras enormes esfuerzos para adaptar sus ojos (que provenían de la oscuridad) a la luz, poco a poco va descubriendo el verdadero conocimiento, el auténtico origen de las cosas que veía dentro de la caverna. Después, entra de nuevo en la caverna y trata de contar a sus compañeros qué ha visto y de guiarlos hacia la auténtica verdad.
Interpretación del Mito
En este breve resumen, podemos identificar cómo el Mundo Sensible en el que vivimos sería el equivalente al interior de la caverna y el exterior de la misma correspondería al Mundo de las Ideas. También podemos identificar los distintos grados de conocimiento:
- La imaginación y la creencia (Opinión) se situarían en las sombras que ven proyectadas los prisioneros.
- El pensamiento y el conocimiento (Ciencia) se situarían en los objetos reales y verdaderos que se pueden observar fuera de la cueva.
Dialéctica y la Reminiscencia
Platón consideraba que la educación que impartían los sofistas no era verdadera, ya que no mostraba el camino hacia la auténtica realidad, sino que enseñaba los conceptos corruptibles del Mundo Sensible. Él, por el contrario, utilizaba en sus libros un método llamado dialéctica, en el que Sócrates conversaba con otra persona e iba planteando preguntas sucesivas a las respuestas de su interlocutor, hasta llevarlo al punto en que descubriría la verdad. Este método se basaba en la teoría de la reminiscencia que ya había planteado su maestro y apelaba al absolutismo: la existencia de una única verdad absoluta e incuestionable.
La Distinción entre Cuerpo y Alma
Platón hacía una distinción fundamental entre el cuerpo y el alma. El primero, cambiante, corruptible y temporal, estaba obligado a permanecer en el Mundo Sensible y a “ver” mediante los sentidos. Por otra parte, el alma estaba atrapada en el cuerpo por un periodo de tiempo, tras el cual volvería al Mundo de las Ideas y sería capaz de ver las ideas en sí de nuevo. Mientras tanto, había formas de “ver” el Mundo de las Ideas estando en la otra realidad, y estas eran mediante el uso de la razón, que permitía percibir objetos no perceptibles por los sentidos.
Aristóteles: La Superación del Dualismo y la Teoría Hilemórfica
Y esto es, precisamente, lo que criticó Aristóteles sobre la teoría de su maestro. Platón expresaba que había dos mundos en que se dividían las cosas, aunque jamás explicó qué relación existía entre ambos, ni cómo se relacionaban las ideas en sí con los objetos del mundo material.
La Sustancia y el Hilemorfismo
Así pues, Aristóteles definió las cosas como sustancias, una esencia unitaria formada por dos principios inseparables:
- La Forma (Morphe): Lo que es; la esencia universal e inmutable.
- La Materia (Hyle): Lo que puede ser; el sustrato físico y potencial.
Teniendo todo esto claro, creó lo que se conoce como su Teoría Hilemórfica, que consiste en introducir el mundo ideal de Platón en nuestro propio mundo, sin tener la necesidad de duplicar la realidad. Aristóteles opinaba que la esencia conjunta de todos los seres de un grupo era inherente a estos, y no se encontraba en otra realidad inalcanzable. Así, aunque todas las mesas sean diferentes, hay una cualidad, una definición universal, que es el concepto de mesa, y esta reside en la mesa misma.
Resolución del Problema del Cambio
De esta manera, Aristóteles consiguió resolver el eterno problema del cambio, ya que explicaba cómo había partes que cambiaban en todos los seres (como sostenía Heráclito), pero había otras que se mantenían constantes e invariables (como defendía Parménides). La materia cambia, pero la forma esencial permanece, garantizando la identidad de la sustancia.