Escultura en Italia: Bernini y la arquitectura barroca española

Escultura en Italia: Bernini

Bernini, como Miguel Ángel, dominó todas las disciplinas pero fue, sobre todo, escultor. Aprendió la profesión de su padre. Tras el traslado de la familia a Roma, en 1605, se dedicó a hacer copias de las obras clásicas que había en el Vaticano. Podemos dividir la producción escultórica de Bernini en cuatro etapas:

  1. Etapa juvenil:

    • Compuesta por los encargos, mitológicos y bíblicos, que le hace el cardenal Scipione Boghese para decorar su villa.
    • Destaca el virtuosismo técnico en el tratamiento de la piel y el tratamiento psicológico de los personajes.
    • Obras: Eneas, Anquises y Ascanio, El rapto de Proserpina, Apolo y Dafne y un David.
  2. Alto barroco:

    • Coincide con el papado de su amigo Urbano VIII.
    • Lo más llamativo es el tratamiento de las ropas. Las telas se mueven y concentran en masas, lo que produce efectos de claroscuro.
    • La principal obra es San Longinos, en el Vaticano.
  3. Periodo medio:

    • Entre 1640 y 1654, años del papado de Inocencio X.
    • Sus logros más importantes son:
      • Desarrolla una escultura convertida en espectáculo teatral: El Éxtasis de Santa Teresa.
      • Da forma al monumento papal en la tumba parietal de Urbano VIII.
      • Erigió una fuente monumental en la Piazza Navona (Roma): la Fontana dei Quattro Fiumini, con las personificaciones de cuatro ríos (Danubio, Ganges, Nilo y Río de la Plata) que representaban a las cuatro zonas que entonces se conocían del mundo.
      • Resolvió el problema del pecho cortado en los retratos de busto (pendiente desde la época imperial romana) mediante la colocación de ropas flotantes que envuelven los hombros. Retrato del duque Francisco I d’Este.
      • Impone un nuevo modelo de estatua ecuestre, con el caballo en corveta y el personaje convertido en héroe: Constantino el Grande.
  4. Estilo tardío:

    • A partir de 1654, fecha del comienzo del papado de Alejandro VII.
    • Busca la espiritualidad, siguiendo el mismo camino de Donatello y Miguel Ángel.
    • Las figuras se alargan y los ropajes se agitan, como podemos observar en los Ángeles con los atributos de la Pasión que decoran las barandillas del Puente de Sant’Angelo.



La arquitectura barroca española

Durante los siglos del Barroco, se construyen en las ciudades españolas numerosos conventos. Están ubicados en el interior del casco urbano y constan de iglesia, claustro, huerto y dependencias anejas. Son tantos y tan grandes que ocupan un tercio de la superficie edificada. Sevilla llegó a tener 73 conventos; Madrid, 57; y una ciudad tan pequeña como Segovia, 24. Muchos de los autores de esta arquitectura conventual van a ser frailes de las distintas órdenes. Las plantas que diseñan son funcionales pero poco originales: proceden de los modelos del siglo anterior y se acomodan a los modelos de cajón y de salón, llamado así por su estructura rectangular. Lo que no tienen, desde luego, son las formas curvas que habían utilizado en los muros Bernini o Borromini. En Castilla, se impone el tipo de “salón”, con forma de cruz, una sola nave y capillas laterales con contrafuertes interiores. En cambio, en Andalucía predomina el “cajón”, consistente en un simple rectángulo. Lo que sí comparten ambos es una amplia capilla mayor, visible desde todas las partes del templo. Todos ellos son edificios sobrios, cuya escasa altura, observable también en las fachadas. Dos buenos ejemplos de estas fachadas, que servirán de modelo a todas las demás, son la del monasterio de la Encarnación de Madrid y la del convento de San José de Ávila. Otra característica de la arquitectura barroca española es la pobreza constructiva: Uso casi exclusivo del ladrillo. Construcción de falsas cúpulas, llamadas “encamonadas” porque están construidas con camones, es decir, armazones de caña o listones. Esta estructura se recubría de yeso. Tenían dos ventajas: su ligereza y su bajo precio. Pero esta sencillez interna se complementó, sobre todo en el último tercio del XVII y primera mitad del XVIII, con una deslumbrante decoración interior, hasta el punto de que muchas iglesias se convirtieron en cuevas doradas: Yeserías voluptuosas Coloristas cuadros de altar Retablos dorados que impactaban a los fieles mental y sensorialmente Esta decoración abigarrada recibirá el nombre de “castiza” frente a los palacios cortesanos, de influencia francesa o italiana, que construyen los Borbones en Aranjuez, Madrid o La Granja (Segovia).



La pintura barroca española

Al contrario que la imaginería, que se mantiene en la tradición nacional, los pintores españoles del Barroco están muy influidos por los modelos extranjeros, sobre todo de Italia y Flandes. Los caminos para la llegada de esta influencia son tres: Los viajes de los pintores españoles a Italia. La emigración de pintores italianos y flamencos a España. La compra de cuadros en el mercado del arte. Los Austrias adquieren numerosas obras que son expuestas en el Alcázar Real de Madrid, el palacio del Buen Retiro y el monasterio de El Escorial. Muchos nobles aprovechan sus nombramientos como embajadores en el exterior para comprar obras que luego envían a sus residencias en España. Los comerciantes de Génova y Amberes introducen cuadros por el puerto de Sevilla, que son comprados por galeristas particulares. En el siglo XVII, considerado el “Siglo de oro” de la pintura española, podemos distinguir dos periodos, que corresponden casi exactamente con las dos mitades de la centuria: En la primera mitad, predomina el naturalismo tenebrista. Los pintores imitan a Caravaggio y su técnica del claroscuro. Desde 1650, aproximadamente, se impone el gusto colorido de Rubens y la forma de pintar de Tiziano y de los artistas venecianos. Es lo que los expertos llaman el realismo barroco. La Iglesia sigue siendo el principal cliente, lo que significa que predominan los temas religiosos: Se mantiene la tradición hispana del retablo de casillero, con cajas donde se cuelgan lienzos que representan la vida de Cristo, de la Virgen y de los santos. En la capillas laterales de las iglesias y catedrales, surge el “gran cuadro de altar”, que suele ocupar todo un testero de las mismas. Hay pocos temas mitológicos, excepto que encargaron reyes o nobles para decorar estancias privadas de sus palacios. En cuanto a los temas profanos, predominan el retrato y el bodegón. El realismo barroco: Velázquez y Murillo. Diego Rodríguez de Silva Velázquez (Sevilla, 1599 – Madrid, 1660) es, quizás, el mayor genio del arte español. Y forma, con Bernini y Rubens, el trío más importante del arte barroco europeo. Abarcó todos los géneros de la pintura (el retrato, las fábulas mitológicas, los bodegones, los paisajes y los cuadros religiosos) y supo captar como pocos la naturaleza, la luz y el movimiento, interpretándolos siempre con la serenidad propia de su temperamento. Aprende en el taller sevillano de Francisco Pacheco, con el que acaba emparentándose al casarse con su hija. En 1623, se instala en Madrid para ocupar la plaza de pintor de cámara de Felipe IV. Realizó dos viajes a Italia: El primero (1629), de estudios, le lleva a recorrer Génova, Milán, Venecia, Bolonia, Nápoles y Roma, copiando en el Vaticano a Rafael y Miguel Ángel. Estas experiencias le llevarán a pintar La fragua de Vulcano. El segundo, diez años después, fue para comprar estatuas clásicas para la colección real. Es entonces cuando retrata a criado moro Juan de Pareja y al Papa Inocencio X, en el que retrata al pontífice con gran penetración psicológica. Se cuenta que Inocencio X, al verlo, exclamó troppo vero!, lo que significa que le pareció demasiado realista. Esta segunda estancia duró tres años. El retraso se debió, en parte, al nacimiento del hijo que tuvo con una mujer romana, a la que presumiblemente pintó en La Venus del espejo. En la obra de Velázquez pueden advertirse dos épocas: la etapa sevillana, de formación; y la madrileña, de madurez: ETAPA SEVILLANA: o Según atestigua su suegro y maestro, Velázquez tenía una inclinación por copiar del natural. Se dedicó a pintar a un aprendiz en diversas posturas. Las figuras, de contornos muy precisos, recuerdan las imágenes labradas por Martínez Montañés y policromadas en el taller donde Velázquez estudiaba. o De tema profano, sobresalen dos cuadros: Vieja friendo huevos y El aguador de Sevilla. o Hay otros, llamados “bodegones a lo divino”, que contienen connotaciones religiosas: Cristo en casa de Marta y María, y La mulata. o Los de asunto más claramente religioso son los siguientes: La Inmaculada y San Juan en Patmos. Realizados cuando Velázquez solo tenía 18 años y conservados actualmente en la National Gallery de Londres, han sido interpretados como un regalo de boda que hizo a su esposa, apareciendo retratado el joven matrimonio como la Virgen y el Evangelista. ETAPA MADRILEÑA: o Hacia 1630, comienza a observarse un cambio en la pintura del maestro. Comienza a tratar la luz de forma diferente, no solo para iluminar sino para mostrar el aire que hay entre los objetos. Los colores ganan intensidad y comienza a utilizar la gama de grises típica de su producción madura. El cuadro que marca la transición es Los borrachos. o De este periodo, cabe destacar la serie de magníficos retratos de personajes de la corte, a pie, a caballo o cazando: el rey, la reina, el príncipe Baltasar Carlos, el conde-duque de Olivares, etc. Con frecuencia, aparecen en los cuadros bufones, tratados con cariño y simpatía. O militares, como el general Ambrosio de Spínola, inmortalizado en el cuadro Las lanzas o La rendición de Breda. o De sus composiciones religiosas, destaca el Cristo crucificado (Museo del Prado). o En la recta final de su vida, pintó dos obras maestras de la pintura universal: La familia de Carlos IV o Las meninas7 (1656) Está localizado en el taller que los pintores de cámara tenían en el Alcázar de Madrid. Todos los personajes están dispuestos frontalmente: En el primer plano, Velázquez; y, a su izquierda, Isabel de Velasco (menina), la infanta Margarita, Agustina Sarmiento (menina), la enana Maribárbola y el bufón Nicolás Pertusato (que pisa al perro). Detrás, doña Marcela de Ulloa y el mayordomo Diego de Azcoitia. Al fondo, en las escaleras, el aposentador Don José Nieto. Reflejados en el espejo, los reyes Felipe IV y doña Mariana de Austria, que ocupan el lugar del espectador y que es ese momento estarían posando para el lienzo que pinta el artista. Las hilanderas (1657) Desarrolla la fábula de Aracne, según la narración de Ovidio contenida en Las metamorfosis. Como ya había hecho en Los borrachos y en La fragua de Vulcano, Velázquez vuelve a tratar un tema mitológico pero despojándolo de referencias heroicas. Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682) pertenece a la generación siguiente a la de Velázquez, con el que presenta notables diferencias biográficas: Vivió siempre en Sevilla y no viajó a Italia. Su conocimiento de los maestros extranjeros lo adquirió en las pinturas que encontró en su ciudad natal. No gozó de las ventajas de los pintores de cámara, cuya única obligación era pintar a los reyes, sino que tuvo que ganarse la vida con la venta de sus obras. Su vida familiar fue dura: huérfano de padre y madre desde que era niño, vio morir a seis de sus nueve hijos. En cambio, fue muy querido por la sociedad sevillana, que admiró sus obras religiosas, siempre amables y entrañables. Y gozó de prestigio internacional pues sus obras fueron vendidas en toda Europa a través de la amistad que entabló con dos comerciantes flamencos. Su obra fue dividida por los románticos extranjeros en tres periodos: El periodo frío corresponde a su etapa juvenil y se caracteriza por los fuertes contrastes en la luz y la precisión en el dibujo. La serie que pintó para el convento de la Casa Grande de San Francisco de Sevilla, con los milagros de la vida de San Diego de Alcalá, es muy representativa de este periodo. Otros cuadros importantes son La Virgen del Rosario con el Niño y la Sagrada Familia del pajarito, en la que el artista desdramatiza los sentimientos religiosos tras la epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649. El periodo cálido se caracteriza por la desaparición del tenebrismo y la incorporación de un colorido más vivo y efectos de contraluz Se inicia con el San Antonio de la Catedral de Sevilla. Y continúa con la serie de Santa María la Blanca, y los lienzos para el retablo mayor de los Capuchinos de Sevilla. El periodo vaporoso abarca los últimos años de su producción. En ellos, el color se hace transparente y difuminado. Entre las obras más importantes de esta etapa están: Los grandes cuadros para los altares laterales del convento de los capuchinos: San Francisco abrazando al crucificado, La adoración de los pastores y Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna (actualmente, están los tres en el Museo de Bellas Artes de Sevilla). Entre 1670 y 1674 pinta una serie de Obras de misericordia para la iglesia de la Santa Caridad: En los laterales del presbiterio, La multiplicación de los panes y los peces, y Moisés haciendo brotar el agua de la peña (aluden, respetivamente, a la obligación de dar de comer al hambriento y de beber al sediento). En las paredes de la nave, El regreso del hijo pródigo (alude a vestir al desnudo), Abraham y los tres ángeles (dar posada al peregrino), La curación del peregrino en la piscina probática (atender a los enfermos) y La liberación de San Pedro (redimir a los cautivos). En los altares laterales, San Juan de Dios transportando un enfermo y Santa Isabel curando a los tiñosos (ambos aluden a la caridad con el prójimo). Una parte importante de la obra de Murillo son las representaciones de la Inmaculada (vestida de celeste y blanco, con un trono de ángeles a los pies) y las representaciones infantiles de San Juanito y el Niño Jesús: Los niños de la concha, San Juanito con el cordero y El Buen Pastor. También encontramos temas profanos. Buen ejemplo son los dos cuadros siguientes, conservados en la Pinacoteca de Múnich: Muchachos comiendo uvas y Muchachos jugando a los dados.