Obras Maestras del Siglo XIX: Un Recorrido por el Arte Decimonónico
Este documento presenta una selección de obras de arte emblemáticas del siglo XIX, abarcando diversos movimientos y estilos que definieron la época, desde el realismo y el romanticismo hasta el impresionismo y el postimpresionismo.
Los burgueses de Calais (Auguste Rodin)
Esta escultura representa a un grupo de burgueses que, durante la Guerra de los Cien Años, se entregaron al ejército inglés para salvar su ciudad. Los personajes, identificados, aparecen descalzos, con la cabeza descubierta, con cuerdas al cuello y las llaves de la ciudad en la mano. La obra transmite tensión, un sentido trágico de la escena y diversidad de actitudes en espera de la muerte. Las formas están desdibujadas y hay riqueza de puntos de vista. Las deformaciones son de tipo expresionista, y es asombrosa su enorme fuerza expresiva e intensidad dramática.
La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix)
En su obra La Libertad guiando al pueblo, Delacroix exalta la Revolución de Julio de 1830, que dio paso a la monarquía constitucional de Luis Felipe de Orleans. Francia y la Libertad, representadas como una mujer, llevan la bandera tricolor y conducen al pueblo en esta revolución popular. La pintura está llena de sentimiento y presenta personajes realistas (burgueses, proletarios, soldados, un niño, etc.). El cuadro presenta una composición piramidal, ocupando el vértice la bandera tricolor francesa. La base la constituyen la barricada y los cuerpos muertos; los lados están definidos por el palo de la bandera y el fusil a un lado, y al otro, por la línea de los brazos del muchacho. Los personajes avanzan hacia el espectador, llenos de movimiento y dinamismo. Destacan el colorido y las pinceladas sueltas.
Lluvia, vapor y velocidad (J.M.W. Turner)
La obra representa un tren que atraviesa velozmente un puente sobre el Támesis, bajo la lluvia. Una línea horizontal divide la composición en dos mitades: la superior ocupa por completo el cielo y la inferior, el puente sobre el río que atraviesa el tren. El puente y los raíles se prolongan hacia un punto lejano en el horizonte, desde el que avanza un tren que, en un momento, desaparecerá por la parte inferior derecha del lienzo, sugiriendo una sensación de velocidad y movimiento. El artista capta la luz y la atmósfera, difuminando los colores, lo que permite que se transparenten unos sobre otros. Los amarillos del cielo aparecen a veces iluminados por el blanco, a veces ensombrecidos por los azules, reservándose los tonos oscuros para el tren y el puente.
Se aprecia el carácter abstracto de la obra, que se aleja de la representación concreta del tema para reflejar la atmósfera y los efectos lumínicos a base de manchas de color que, de hecho, sustituyen al dibujo. El vapor, el humo y la niebla sirven de vehículos inmateriales del color.
El Ángelus (Jean-François Millet)
El Ángelus representa a una pareja de campesinos rezando el Ángelus al atardecer. La composición es muy simple, y las figuras, en primer plano, resaltan sobre un fondo con una línea del horizonte alta que confiere profundidad al cuadro. En la lejanía, destaca la aldea con su iglesia. La obra reproduce con fidelidad la pobreza de las ropas, los utensilios agrícolas, el campo, etc. Los colores son terrosos y están llenos de armonía. La pincelada es suelta y las formas están deshechas. La luz presenta tonos dorados llenos de poesía. Sus cuadros dignifican el trabajo del campo y a los campesinos.
El almuerzo en la hierba (Édouard Manet)
El tema representa a una mujer desnuda con dos hombres vestidos, sentados en el campo. Se completa con otra figura femenina, más alejada, que tiene los pies metidos en un arroyo, y con un bodegón en primer plano. Parece que las cuatro figuras no guardan relación entre sí, ya que la mujer mira hacia el espectador y los hombres tampoco se comunican entre ellos. El color y la luz son elementos fundamentales. El color lo aplica de forma plana, con manchas, utilizando contrastes cromáticos entre los tonos oscuros de los trajes masculinos y el desnudo de la joven, por un lado, y, por otro, entre los tonos oscuros del primer plano y las tonalidades suaves de la luz del fondo.
Impresión, sol naciente (Claude Monet)
Una obra que resume a la perfección las características del Impresionismo. El tema representa el puerto de El Havre al amanecer, con un ambiente brumoso en el que se diluyen las figuras. Al fondo, se aprecian los barcos mercantes y las chimeneas de las fábricas. Acercándose al espectador, tres botes de remos navegan por unas aguas tranquilas en las que se refleja el sol al amanecer.
La esfera roja del sol se refleja en el agua del puerto.
El autor busca plasmar la impresión percibida en un instante. La obra está tomada directamente del natural, sin retoques en el estudio y con una técnica rapidísima. El autor se ha despreocupado de la forma y busca únicamente la sensación colorista. Los colores son claros, con predominio de los anaranjados en el cielo y de los grises en las siluetas de las grúas. Dos manchas negras representan dos pequeños barcos de remos. Sus pinceladas son cortas, sueltas y cargadas de pintura.
Moulin Rouge (Henri de Toulouse-Lautrec)
Cabaret del que hizo varias versiones: en una de ellas aparece La Goulue bailando en el centro del cuadro; en otra, el pintor se autorretrata con personajes famosos del París nocturno. La protagonista de la escena es una famosa bailarina del Moulin, La Goulue.
Es una litografía que tiene una doble finalidad: difusión y publicidad. Es una obra impactante, clara y con un mensaje reconocible. En la composición hay figuras (la bailarina, la silueta del bailarín Jacques Renaudin y las siluetas en negro de algunos espectadores) y textos (el nombre del local, repetido tres veces, y la actividad que se desarrolla todas las noches).
El abandono de los criterios y la técnica clásica es definitivo en esta obra.
Es el primero de los 32 carteles que el autor realizó a lo largo de 10 años.
La obra fue un encargo de los propietarios del local para atraer público al Moulin.
Noche estrellada (Vincent van Gogh)
Van Gogh representa un cielo de tonos violetas oscuros, en el que destacan la luna y las estrellas blancas, y nubes que se retuercen y giran en espiral, como cobrando vida. La imaginación atormentada del autor aporta a la pintura un nocturno puro, dominado por estrellas y una luna agitada, todo en deformados tonos amarillos.
Pinta con colores fuertes: amarillos, verdes y azules. La pincelada se aplica a trazos largos y pastosos, a modo de pinceladas gruesas y retorcidas, en bandas casi concéntricas. Crea un paisaje atormentado y subjetivo, muy propio de este pintor. Los cipreses son ondulantes y sinuosos, y el cielo, a través de líneas atormentadas, nos da una visión de inquietud y poco sosiego.
Tahitianas (Paul Gauguin)
Representa dos figuras sentadas en una playa, al borde del mar, en una composición cortada y en una atmósfera luminosa. Al fondo, la franja verde oscura del mar, y las figuras sobre una franja amarilla de arena. Renuncia a la perspectiva, a una composición tradicional y suprime el modelado y las sombras.
Se caracteriza por la exaltación del color, las figuras grandes y contorneadas de manera nítida, como si fueran tallas de madera. Las figuras se caracterizan por la rotundidad de los volúmenes y la violencia del color (protagonista de la escena). Crea un fondo cerrado en el que sobresalen formas planas y líneas definidas.
En sus obras de Tahití, quiso reflejar la alegría de una vida sencilla en armonía con la naturaleza, la sensualidad de los cuerpos de las mujeres indígenas y la dimensión espiritual de su cultura.
Jugadores de cartas (Paul Cézanne)
Presenta dos jugadores sentados en torno a una mesa, presidida por una botella de vino que actúa como eje de simetría. El juego de naipes era común entre las clases populares. La taberna donde se desarrolla ha quedado muy reducida, y solo se aprecian los dos personajes: el de la izquierda, más joven y recortado en el lienzo; y el de la derecha, para el cual sirvió como modelo Alexandre, el jardinero del padre de Cézanne, fumando pipa.
Aquí el color es apagado y presenta fuertes contrastes, como en las chaquetas de los jugadores. El color también delimita las figuras, que se reducen a volúmenes geométricos (el cuerpo y el brazo son cilindros). La mirada del espectador se centra en la mesa, donde se posan las manos con los naipes, verdadero centro de acción de la escena.