El Carlismo
El carlismo nació como el movimiento político que apoyó las pretensiones al trono del infante Carlos María Isidro, hermano del rey Fernando VII, y de sus descendientes. Se convertiría en un movimiento fundamental en la historia de España del siglo XIX. La crisis dinástica que le dio origen se produjo por el hecho de que Fernando VII no tenía descendencia masculina, lo que forzó a abolir la Ley Sálica, vigente desde los primeros Borbones, mediante la promulgación de la Pragmática Sanción.
Ideario Político del Carlismo
Este cambio legislativo no sería aceptado por su hermano Carlos María Isidro, quien conseguiría recabar apoyos suficientes para mantener su causa sobre la base de la creación de un ideario político que se mantendría sin grandes cambios a lo largo del siglo. Este ideario político (Dios, Patria y Rey) se basaba en una serie de principios fundamentales como eran:
- La defensa del absolutismo monárquico frente al sistema constitucional que querían implantar los liberales.
- La defensa del catolicismo y del papel director de la Iglesia en la sociedad.
- Una cierta idealización del medio rural, de donde procederían la mayoría de sus apoyos, al que se consideraba el depositario de las tradiciones y, en consecuencia, el recelo hacia las sociedades urbanas e industriales.
- El mantenimiento de las instituciones y de los fueros históricos del País Vasco y de Navarra, que se encontraban amenazadas por las pretensiones de los liberales de uniformidad administrativa.
Apoyos al Carlismo
Estos principios encontraron un significativo apoyo entre una buena parte del clero, sobre todo en las zonas rurales, pues este veía en el avance del liberalismo una amenaza a su tradicional influencia en la sociedad y a su propio sostenimiento económico (especialmente tras la Desamortización de Mendizábal). La baja nobleza simpatizó o apoyó decididamente a este movimiento, ya que la pérdida de sus privilegios (la igualdad legal suponía la desaparición de privilegios como los mayorazgos o la vinculación de sus tierras) ponía en serio riesgo su supervivencia como clase social.
Por último, la mayor parte del apoyo al carlismo provenía de los campesinos del norte peninsular, pero también de otras zonas de España. Muchos de estos campesinos eran pequeños propietarios o arrendatarios de tierras que se veían perjudicados por los nuevos impuestos o por la reforma agraria que querían implantar los liberales, lo que empeoraba seriamente sus condiciones de arrendamiento al perder los derechos tradicionales sobre las tierras que les reconocía el Antiguo Régimen.
Revuelta y Conflictos
Estos grupos ya habían manifestado su descontento durante el último periodo de reinado de Fernando VII y habían protagonizado revueltas como las de los llamados apostólicos y de los agraviados (en Cataluña). Como tal, el carlismo encontró apoyos en todo el territorio español, pero en la zona en la que encontró mayor arraigo, y en la cual los carlistas llegaron a controlar buena parte de las zonas rurales, fue el norte peninsular, destacando las zonas de las Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña y la región del Maestrazgo.
Guerras Carlistas
A lo largo del siglo XIX, el carlismo estuvo en el origen de tres guerras. De todas ellas, la primera fue la que tuvo mayor extensión y repercusión. La Primera Guerra Carlista se extendió entre 1833 y 1840. Tras la muerte de Fernando VII, su hermano Carlos encontró suficientes apoyos a su causa en la zona vasconavarra e instaló en Navarra su propio Estado, con capital en la localidad de Estella, dirigiendo desde allí las operaciones militares. Organizó un pequeño pero disciplinado ejército en el que destacó la figura del general Zumalacárregi, quien obtuvo importantes éxitos militares contra las tropas isabelinas.
En la Cataluña interior se situó un segundo foco y en el Bajo Aragón y el Maestrazgo otro de importancia bajo la dirección del general Cabrera. La muerte de Zumalacárregi en el asedio de Bilbao provocó tensiones en las filas carlistas y, a pesar de expediciones como las del general Gómez y la propia de don Carlos en 1837, los carlistas fueron perdiendo la iniciativa frente a los liberales, que encontraron en el general Espartero un liderazgo fuerte.
Finalmente, el Convenio de Vergara, por el que los carlistas lograron el mantenimiento de los fueros y la integración de los oficiales en el ejército a cambio del abandono de la lucha, terminó con el conflicto en el norte en 1839, si bien Cabrera mantendría la lucha un año más en el Maestrazgo.
La Segunda Guerra Carlista fue menos importante y apenas se circunscribió al territorio catalán. Es conocida como la Guerra Dels Marinera y se desarrolló entre 1846 y 1849 en apoyo a las pretensiones del conde de Montemolín, hizo de Carlos María Isidro.
La Tercera Guerra Carlista se englobaba como uno más de los conflictos que se produjeron durante el Sexenio Revolucionario o Democrático (1868-1874). En este caso se defendían las aspiraciones al trono de Carlos VII, tras el derrocamiento de Isabel II y especialmente tras la proclamación de la I República. La guerra se extendería desde 1872 hasta 1876 y tuvo una zona de actuación muy similar a la de la primera, contribuyendo decisivamente a la desestabilización de la monarquía de Amadeo de Saboya y de la primera experiencia republicana. Terminó con la Restauración borbónica tras la llegada del rey Alfonso XIII.