El Problema del Conocimiento en el Siglo XVII: Racionalismo y Empirismo
Las dos grandes escuelas de este siglo, el racionalismo y el empirismo, se enfrentan a la misma problemática, pero se diferencian en la forma de enfocarla y tratar de resolverla.
El Racionalismo: Descartes y la Primacía de la Razón
El racionalismo, y Descartes como su más reputado representante, se caracteriza por conceder la primacía a la razón para alcanzar la verdad y sostiene como principio básico que «nuestros conocimientos verdaderos de la realidad tienen su origen y fundamento en la razón». Identifican el conocimiento racional con el conocimiento científico y muy especialmente con las matemáticas. Están convencidos de que la estructura de la realidad es de índole matemática, idea que defendieron los pitagóricos, que influyó notablemente en Platón, y que defendió Galileo en el Renacimiento.
Siguiendo el modelo de la matemática, los racionalistas establecen como ideal del conocimiento el «sistema deductivo». Los racionalistas defienden que las ideas y primeros principios evidentes los posee el entendimiento en sí mismo, son innatas. Ahora bien, con su innatismo, el racionalismo no está afirmando que el hombre ya nazca consciente de esas ideas, sino que son ideas connaturales a la razón, porque esta posee una predisposición natural a formarlas.
El Empirismo: La Experiencia Sensible como Fundamento
Los empiristas, por su parte, defienden que nuestro conocimiento procede en última instancia de los sentidos: «el origen y fundamento de nuestro conocimiento se encuentra en la experiencia sensible». Este punto de partida establece, en primer lugar, un límite claro a las posibilidades de conocimiento: este no puede ir más allá de la experiencia sensible y solo podremos tener certeza de los conocimientos que caen dentro de ella. Cualquier pretendido conocimiento que no pueda ser reducido, en última instancia, a los sentidos, será rechazado.
El punto de partida de los empiristas significa un rechazo radical de la existencia de ideas innatas de tipo platónico o, como veremos más adelante, de las que propugna el racionalismo y Descartes. El método de conocimiento que propugnarán será el «sistema de inducción» que parte de experiencias particulares y de ellas extrae conclusiones universales.
Objetivo y Punto de Partida de la Filosofía Cartesiana
Como hemos visto, una de las escuelas más influyentes al terminar el Renacimiento es el escepticismo, escuela que, en esencia, afirma la imposibilidad de alcanzar el conocimiento verdadero. Descartes, aunque influido por Montaigne, se enfrenta, sin embargo, y de manera decidida, al escepticismo en el terreno del conocimiento. Partirá de principios radicalmente contrarios: la verdad y la certeza absolutas son alcanzables porque la razón humana es suficientemente poderosa para obtenerlas. Su proyecto es construir un sistema de conocimientos en el que nada sea aceptado como verdadero si no es evidente por sí mismo y, por tanto, totalmente indudable.
El primer paso, en consecuencia, será tratar de establecer sólidamente los principios de la verdad. De ahí que tome la determinación de romper con todo lo anterior, rechaza la autoridad de Aristóteles y de la escolástica, quienes habían constituido el pensamiento dominante durante toda la Edad Media. Descartes está firmemente convencido de que para alcanzar su objetivo solo debe aceptar el conocimiento que sea auténticamente verdadero más allá de cualquier duda posible, y rechazar como falso todo conocimiento probable, verosímil. Descartes, en suma, decide partir de cero y confiar en la razón como único criterio: «En lo que atañe a las opiniones a las que entonces había dado crédito, no podía hacer nada mejor que emprender, de una vez, la tarea de suprimirlas, a fin de sustituirlas después por otras mejores, o bien por las mismas cuando las hubiese ajustado al nivel de la razón».
La condición básica para llevar a cabo el proyecto era encontrar y aplicar el método adecuado. Un método que sirva «para dirigir bien la razón y alcanzar la verdad en las ciencias», pues el estado de confusión y desorientación en que se encuentra sumida la filosofía, y que da pie a la desconfianza en el poder de la razón y al consiguiente resurgir del escepticismo, no es producto de la incapacidad de la razón, sino de la errónea utilización que se hace de ella.
2. Los Principios del Conocimiento Humano
Descartes parte de un principio fundamental: que el buen sentido o la razón, que es la capacidad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, es naturalmente igual en todos los hombres: la diversidad de nuestras opiniones, las contradicciones… no se deben, por tanto, a que existan diferencias en cuanto a la razón entre unos y otros, sino a que conducimos nuestros pensamientos por distintos caminos y a que no consideramos las mismas cosas.
El problema que afronta Descartes es el de dirigir bien la razón, pues no basta con tenerla, sino aplicarla bien.
2.1. Los Modos del Conocimiento Humano y el Método
Dos son los modos de conocer de la razón según Descartes: la intuición y la deducción.
La intuición nos la define como una especie de «luz natural» por medio de la cual captamos de manera inmediata y sin posibilidad alguna de duda o error, ideas simples, absolutamente verdaderas, porque son evidentes de por sí, a las que denomina naturalezas simples. Utilizamos el verbo «mostrar».
La deducción. A partir de las «naturalezas simples» o ideas claras y distintas se desarrolla todo el conocimiento gracias al segundo modo de conocer, la deducción, la cual define como «toda inferencia necesaria a partir de otros hechos que son conocidos con certeza». La inteligencia descubre conexiones entre las distintas intuiciones, y recorre paso a paso estas conexiones por medio de la deducción. La inspiración cartesiana es claramente matemática. Utilizamos el verbo «demostrar».
Hay tres puntos que nos parece importante señalar:
- Que el método de la geometría cumple las exigencias de las ideas claras y distintas que serán descubiertas por la intuición y trabadas, a continuación, en largas cadenas deductivas.
- El no aceptar como verdadero algo sin absoluta certeza.
- Respetar el orden necesario de la deducción, ir pasando de evidencia en evidencia hasta cualquier eslabón de la cadena de razonamientos, con la certeza de que así alcanzaremos la verdad.
2.2. El Método
Conocida la estructura de la razón y su modo de conocer, Descartes procede a elaborar el método. En la segunda parte del Discurso del Método formula los cuatro preceptos en los que finalmente ha resumido sus reflexiones:
El primer precepto es el de la evidencia y lo formula como sigue: «El primero era no admitir ninguna cosa como verdadera en tanto yo no la conociese con evidencia que lo era: es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender nada más en mis juicios que lo que se presentase tan clara y distintamente que no tuviese ocasión de ponerlo en duda».
Fijémonos en dos elementos importantes de este precepto. En primer lugar, evitar la precipitación y la prevención, pues son dos causas de errores. La precipitación es aceptar como evidente lo que es confuso y oscuro, por no haber procedido a una clarificación suficiente. La prevención es el error contrario, no aceptar como evidente lo que es claro y distinto, lo que consiste en una negación a aceptar la evidencia por exceso de desconfianza. Ambas son actitudes que llevan al error. Ahora bien, el error no es de la razón, que bien utilizada puede encontrar la verdad, sino de la voluntad que se decide precipitadamente a aceptar como verdadero aquello de lo que no tiene certeza absoluta, o sigue negando obcecadamente la verdad de aquello que se le muestra clara y distintamente.
El segundo precepto es el denominado del análisis, y nos propone el análisis minucioso de los problemas hasta reducirlos a ideas simples, claras y distintas aprehensibles por la intuición.
El tercer precepto, llamado de la síntesis, nos explicita con claridad la vía de la deducción: «Conducir con orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como por peldaños, hasta el conocimiento de los más compuestos».
El cuarto precepto es el de la enumeración. Nos lo formula de la siguiente manera: «Hacer recuentos tan completos, y revisiones tan generales, que estuviese seguro de no omitir nada». El método, como hemos indicado antes, es de clara inspiración matemática.
2.3. La Duda Metódica
El objetivo de Descartes, como sabemos, es encontrar verdades absolutamente ciertas sobre las cuales no sea posible dudar en absoluto, es decir, verdades evidentes que permitan fundamentar el edificio del conocimiento verdadero con absoluta garantía. El primer problema que se le plantea es cómo encontrarlas, y para resolverlo elabora el método. El primer momento de este proceso de búsqueda del conocimiento verdadero es la llamada duda metódica.
El primer paso debe ser dudar de todo lo que creemos y rechazar inicialmente todo aquello de lo que sea posible dudar. Este primer paso se denomina duda metódica, porque es el resultado de la aplicación del primer precepto del método: «no admitir jamás ninguna cosa como verdadera en tanto no la conociese con evidencia». Esta duda es un instrumento metódico para alcanzar su objetivo: la intuición de una idea clara y distinta, evidente sobre la que no haya ninguna posibilidad de duda. Encontrar, en suma, una verdad que pueda ser el punto de partida del edificio del conocimiento.
Tres son los motivos de duda aducidos por Descartes:
- Duda sobre la fiabilidad de los sentidos o duda sobre el mundo sensible.
- La hipótesis del sueño, o la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño.
- La hipótesis del genio maligno o duda hiperbólica.
Duda sobre la Fiabilidad de los Sentidos
Los sentidos nos ponen en contacto y nos proporcionan un conocimiento de cosas que solemos aceptar como verdadero, pero también sabemos que, a veces, los sentidos nos engañan. Efectivamente, existe un gran número de alteraciones e ilusiones perceptivas como, por ejemplo, cuando sumergimos un palo en el agua y lo vemos quebrado, o ver las cosas alteradas por la distancia, igualmente otras alteraciones que nos hacen percibir como verdaderas «realidades» que no lo son en absoluto… Las experiencias del engaño nos han de llevar a concluir que el conocimiento proporcionado por los sentidos es, como mucho, probable, y lo probable es verosímil, pero no es absolutamente verdadero. Lo probable es altamente dudoso y no se le debe conceder más credibilidad que a lo falso. No olvidemos que Descartes busca una primera verdad absolutamente cierta.
La Dificultad de Distinguir la Vigilia del Sueño
Tenemos sueños tan vivos que los sentimos como reales y solo al despertar descubrimos que eran sueños: esto nos permite pensar que podemos estar dormidos y que las percepciones no son más que representaciones del sueño. La postura de Descartes puede parecer descabellada por excesiva, pero recordemos que busca la certeza absoluta y para ello rechaza todo aquello de lo que se pueda dudar aunque sea por la razón más remota: si alguna vez he sido engañado por algo, ya no debo fiarme de ello, pues no me da garantía de verdad absoluta. Solo las matemáticas se salvan: dormidos o despiertos, 2 + 2 son 4.
La Hipótesis del Genio Maligno
Descartes añade un tercer motivo de duda, aún más radical y extremo, tanto que él mismo lo denomina duda hiperbólica, la hipótesis del «genio maligno»: «Así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios –que es fuente suprema de verdad–, sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme». Este tercer paso es de extrema radicalidad, es una hipótesis improbable, pero no imposible y, por eso, generadora de duda.
Recapitulando, la duda radical exigida por el método le ha llevado a rechazar el conocimiento en su totalidad. No obstante, no debemos perder de vista que esta duda es provisional, exigencia del método, es decir, un camino para obtener la verdad absoluta y no una vía hacia el escepticismo, que es precisamente lo que pretende rebatir.
3. Formulación y Fundamentación del Criterio de Verdad
3.1. El Cogito: Primera Verdad y Criterio de Certeza
La duda metódica no lleva a Descartes, como ya sabemos, al escepticismo. Por el contrario, será de la duda radical, precisamente, de donde extraerá su primera certeza absoluta: la existencia del sujeto que piensa, verdad que expresa en su célebre formulación: «pienso, luego existo» (cogito, ergo sum): «dándome cuenta de que esta verdad: yo pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulos, como el primer principio de la filosofía que buscaba». Mi existencia como sujeto pensante está, pues, más allá de cualquier posibilidad de duda, y esta proposición absolutamente verdadera es la primera verdad. Para Descartes, el «cogito, ergo sum» es una verdad inmediata conocida por la intuición; en la intuición se da una percepción directa, inmediata de la verdad. El cogito es una experiencia única en la que se capta de forma inmediata la relación necesaria entre el pensar y el ser, la simultaneidad entre el pensamiento y la existencia. Es la primera verdad porque es resultado de la intuición y porque, además, posee las dos características esenciales de toda verdad: la claridad y la distinción.
A la pregunta «¿Qué soy?», Descartes contesta: «soy una cosa que piensa». Pensar es entender, sentir, imaginar, querer. Con el cogito descubre la primera verdad y, también, el criterio general de certeza. Efectivamente, «cogito, ergo sum» es una verdad indudable, la intuición la percibe con claridad y distinción.
3.2. Teoría de las Ideas
La aplicación del primer principio del método y el uso de la intuición han dado como resultado la primera verdad. A partir de ella, Descartes deberá enfrentarse al problema de deducir la existencia de la realidad extramental, o sea, el mundo de las cosas materiales. La respuesta a este problema la da mediante su teoría de las ideas. Las «ideas», para Descartes, son como una representación gráfica de las cosas, y esta representación es la que contempla el pensamiento.
Procede a analizar la naturaleza de las ideas, y distingue en ella un doble aspecto:
- Las ideas en tanto que modos de pensamiento, esto es, actos mentales. Son todas iguales.
- Las ideas en tanto que imágenes que representan algo, esto es, en tanto que poseen un contenido objetivo o representativo. Son diferentes, pues unas representan unas cosas y otras, otras cosas.
El paso siguiente es analizar aquello en que las ideas son diferentes; esto es, procederá a un examen de contenido, pues unas poseen más realidad que otras. Las ideas que representan cosas materiales poseen más realidad objetiva que las que representan cualidades.
Distingue tres tipos de ideas:
- Ideas adventicias: parecen provenir del exterior, siendo su causa la percepción sensible. Por ejemplo, una mesa.
- Ideas facticias: son aquellas que la mente construye a partir de otras. Por ejemplo, sirena, centauro…
- Ideas innatas: son pocas pero muy importantes. Son las ideas que posee por sí mismo el pensamiento. El innatismo de Descartes no afirma que todos nazcamos con esos conocimientos, como dice Platón, sino que la razón posee una predisposición natural a formarlas, es decir, son ideas que brotan de forma natural, espontánea e inmediata de nuestro pensamiento. Son la base de la filosofía racionalista. Entre ellas, descubre la idea de Infinito, que identifica inmediatamente con la idea de Dios, pues es el único ser del que se puede concebir tal predicado. Concluye que la idea de Dios es una idea innata. Tendrá que demostrar la existencia de Dios a partir de la misma idea de Dios.
3.3. Argumentos para la Demostración de la Existencia de Dios
Tres serán los argumentos que empleará Descartes para su demostración de la existencia de Dios:
a) El Argumento de la Causalidad de la Idea de Ser Infinito
La idea de un ser infinito no puede haber sido causada por mí mismo, puesto que yo soy un ser finito, sino que debe haber sido causada por un ser cuya realidad sea proporcional a la idea, en suma, por un ser infinito.
b) El Argumento de Dios como Ser Perfecto
En pocas palabras, este argumento viene a decir: en mi mente hay una idea de perfección infinita que es evidente que yo no poseo. Por tanto, si poseo la idea de perfección, y yo no poseo la perfección, yo no puedo ser la causa de esa idea. De esto se desprende que la causa de mi idea de perfección es alguien tan perfecto, al menos, como la idea de perfección que yo poseo, y que la ha puesto en mí, y este ser no puede ser más que Dios.
c) El Argumento Ontológico
Fue formulado por primera vez por San Anselmo en el siglo XI, fue rechazado por Santo Tomás de Aquino, retomado por Descartes, vuelto a rechazar por Kant, defendido por Hegel y en la actualidad algunos filósofos han vuelto a considerarlo. Lo novedoso y realmente original del argumento ontológico es que pretende ser una prueba de la existencia de Dios partiendo de la idea misma de Dios.
Descartes debe acudir a este tipo de argumentos porque, hasta el presente, solo tiene seguridad de la existencia del yo como ser pensante, de la existencia de las ideas y de los tipos de ellas. Una vez demostrada la existencia de Dios y reconocida su naturaleza como la suma de todas las perfecciones, se puede proceder a rechazar la hipótesis del genio maligno engañador, pues ese deseo de engañar no se puede dar en Dios, que es un ser perfecto.
En el sistema cartesiano, pues, el criterio de verdad está garantizado por Dios.
4. Los Principios de las Cosas Materiales
Demostrada la existencia de Dios, que es la garantía del criterio de verdad, se tiene la posibilidad de demostrar la existencia de las cosas corpóreas, extramentales. Descartes razona del siguiente modo: puesto que Dios existe y por su propia perfección es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me engañe continuamente y, en concreto, no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe; por tanto, el mundo existe. Si tengo ideas de objetos extramentales, ¿cuál es la causa que produce esas ideas? Como ya sabemos, hay ciertas ideas que proceden de una causa externa a mí mismo (adventicias). Esta causa debe ser un cuerpo, pues yo siento una fortísima inclinación a creer que son producidas por cosas sensibles, y si Dios, que me ha dado esa fortísima inclinación, me engaña, sería un ser falaz, engañador, lo cual es contradictorio con su idea de perfección. Por tanto, esa inclinación me dice la verdad: la causa de las ideas de las cosas sensibles son las cosas corpóreas, y estas, por tanto, existen.
Descartes ha descubierto tres ámbitos de la realidad:
- Dios como ser infinito y veraz.
- El yo o cosa pensante.
- Las cosas materiales o corpóreas, o sea, un mundo al que mi cuerpo pertenece como una cosa material más.
Para referirse a estos tres ámbitos, Descartes utiliza el término sustancia/substancia y distingue entre:
- Sustancia infinita.
- Sustancia extensa.
- Sustancia pensante.
El término «sustancia» es un concepto fundamental en Descartes y en todo el racionalismo. Lo que existe es, pues, la sustancia. Tomada en sentido estricto, la definición de sustancia solo es aplicable a Dios, pero Descartes considera que por analogía puede ser aplicada a todos aquellos otros seres que no necesitan de ninguna otra cosa, excepto a Dios, para existir, y estos son dos: el yo y los cuerpos materiales. El atributo esencial del yo será el pensamiento, el cogito. En el caso de las cosas materiales, el atributo que constituye su esencia o naturaleza y que podemos percibir clara y distintamente es la extensión.
Resumiendo, dejando aparte la sustancia infinita o Dios, Descartes distingue otras dos:
- El yo o sustancia pensante (res cogitans).
- Los cuerpos o sustancia extensa (res extensa).
4.1. Las Cualidades de la «Res Extensa»
La existencia de las cosas corpóreas ha sido demostrada, pero aún queda una pregunta importante: ¿las cosas son como las percibimos?, ¿todas las cualidades que percibimos en las cosas tienen realidad objetiva? Descartes, siguiendo las enseñanzas de Galileo, procede a diferenciar entre cualidades primarias y cualidades secundarias. Nos dice que lo único que tiene realidad objetiva en los cuerpos es aquello que percibimos con claridad y distinción, y solo poseen estas características las cualidades primarias, o sea, las cualidades que pueden expresarse matemáticamente y son: la extensión o volumen, el movimiento y la figura. Las cualidades secundarias, como el olor, sonido, gusto… no existen objetivamente en las cosas, sino que son apreciaciones subjetivas. Descartes limita el verdadero conocimiento a las cualidades primarias.
4.2. La Explicación Mecanicista del Mundo
Partiendo de los atributos esenciales o cualidades primarias de la materia, Descartes procede a una explicación mecanicista del mundo. Un ejemplo muy claro de la concepción mecanicista es un reloj de cuerda, en el que todos los movimientos que se dan en él son producto de otros movimientos transmitidos por contacto de un cuerpo a otro cuerpo. Dios es la causa inicial del movimiento.
La interpretación mecanicista abarca a todo el universo, por lo que también está incluida en esta explicación el mundo orgánico: las plantas, animales y el propio cuerpo del ser humano, a los que considera máquinas que se rigen por las leyes deterministas, necesarias y universales del movimiento (nacimiento, crecimiento y muerte). Aquí se plantea el problema de la libertad.
5. El Dualismo Antropológico
5.1. Dualismo e Interacción Alma-Cuerpo
La teoría de las dos sustancias adquiere una importancia de primer orden en la antropología de Descartes, pues le permitirá salvar la libertad dentro de su universo mecanicista. Descartes elabora una teoría antropológica dualista, esto es, una concepción del ser humano como compuesto de dos sustancias: el pensamiento o sustancia pensante y el cuerpo o sustancia extensa como sustancias independientes entre sí. Es importante señalar dos cosas:
- La afirmación de que el alma y el cuerpo están unidos.
- La insistencia de Descartes de que son dos sustancias diferentes.
Esta insistencia no es gratuita, pues en ella está en juego la libertad. Si insiste en afirmar la distinta naturaleza del cuerpo y el alma, y su independencia, es para sustraer el alma de las leyes mecanicistas. Al dejar a salvo la libertad, Descartes quiere, además, salvar el resto de los valores espirituales en los que cree, como, por ejemplo, la inmortalidad del alma. Si queremos salvar la libertad humana, esta debe residir en algo que esté al margen de las leyes necesarias, y ese algo solo puede ser el alma, la res cogitans, el yo como pensamiento. El problema está en cómo relaciona ambas sustancias. Nuestro autor recurre a una explicación de tipo fisiológico: nos dice que en el centro, en la parte más baja del cerebro, se encuentra una glándula denominada pineal, que es donde residiría el alma o, al menos, sería el punto de contacto donde tendría lugar la interacción cuerpo-alma. Esta explicación es claramente insatisfactoria y uno de los puntos más débiles de la filosofía cartesiana.
5.2. Las Pasiones del Alma
Descartes nos dice que la relación entre el alma y el cuerpo se asemeja a un combate entre:
- Los apetitos naturales o pasiones, que son lo propio del cuerpo.
- La razón y la voluntad que son facultades propias del alma.
Tres preguntas tendrá que responder:
¿Qué son y cuál es la causa de las pasiones?
Las pasiones son sentimientos o emociones. Su origen está en el cuerpo y, al ser generadas por él, se caracterizan por ser:
- Involuntarias: no dependen del alma racional.
- Irracionales: no son acordes con los dictados de la razón, obligándola a establecer una lucha para someterlas a su control.
¿Cómo influyen en el alma?
La fuerza del alma consistirá, precisamente, en tratar de controlar y dirigir las pasiones. En sí mismas no son buenas ni malas; depende del uso que se haga de ellas, por lo que se ha de aprender a gobernarlas.
¿Cómo responde el alma ante las pasiones?
La razón es la encargada de proporcionar el conocimiento y los juicios para que la voluntad pueda conducir adecuadamente las acciones de la vida. En esto Descartes sigue las enseñanzas de los estoicos, según los cuales había que estar por encima de la violencia de las pasiones para alcanzar el equilibrio, la paz interior y la tranquilidad de espíritu.
En esta lucha del alma por controlar y encauzar las pasiones es donde interviene la libertad.
5.3. La Libertad
Para Descartes, la libertad solo puede residir en el alma. El alma tiene dos funciones: el entendimiento y la voluntad. En tanto que entendimiento, es la facultad de pensar, de tener intuiciones de las verdades claras y distintas; la voluntad es la facultad de afirmar o negar, y Descartes la identifica con la libertad.
Pero, ¿en qué consiste la libertad? La libertad es básicamente la capacidad de elegir entre diversas opciones que se nos presentan. No consiste en la indiferencia. Solo cuando el entendimiento tiene ideas claras y distintas sobre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, la voluntad puede elegir con plena libertad. La libertad, pues, consiste en el sometimiento de la voluntad al entendimiento, y este sometimiento es la idea central de la ética cartesiana.
6. La Moral Provisional
En cuanto al conocimiento, después de rechazar el saber aprendido de los escolásticos, nos expone el método y nos dice que hemos de dudar de todo lo que creíamos saber. Esta duda es un instrumento metódico para llegar a su objetivo: la intuición de una idea clara y distinta, evidente por tanto, sobre la cual no haya posibilidad de duda. Encontrar, por tanto, una verdad que pueda ser el punto de partida. Es decir, que la duda lo que pretende es encontrar los principios que se puedan considerar verdaderos. El último objetivo es, pues, encontrar la certeza absoluta partiendo de la duda.
Otra de las grandes preocupaciones de Descartes es saber qué principios morales lo guiarán en la vida diaria mientras encuentra principios absolutamente ciertos, porque no podemos suspender nuestros actos, no podemos dejar de actuar diariamente y tomar decisiones en nuestra vida cotidiana. Él plantea los principios de una moral provisional, mientras tanto no llegue a la certeza: como no puedo permanecer sin actuar en mi vida práctica, he de establecer una moral provisional que me proporcione las normas para actuar correctamente.
La moral provisional tiene tres reglas:
- «La primera era obedecer las leyes y las costumbres de mi país, conservando con constancia la religión en la que Dios me ha concedido la gracia de ser instruido desde mi infancia, y rigiéndome en todo lo demás con arreglo a las opiniones más moderadas y más alejadas de los excesos que fuesen comúnmente aprobadas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir». No significa conformarse, cosa que significaría una aceptación pasiva. La recomendación de Descartes es, por el contrario, guiarnos por las opiniones de los hombres más prudentes, lo que significa observación, discernimiento y juicio. En caso de duda, es mejor seguir a los más prudentes que no dejarnos llevar por el amoralismo o la falta de normas.
- «Mi segunda máxima era ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiese, y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas, una vez que me hubiese determinado (decidido), que si hubiesen sido más dudosas». Es preferible actuar, aunque cometamos un error, que quedarnos paralizados. La constancia en la acción es preferible y más provechosa que la inconstancia. Descartes utiliza la analogía del viajero perdido en el bosque para explicarnos esta regla.
- «Mi tercera máxima era siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y modificar mis deseos antes que el orden del mundo; y, generalmente, acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder sino en nuestros pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que nos falta para conseguir el éxito es para nosotros absolutamente imposible». Esta regla es claramente estoica. Se distingue entre lo que depende de nosotros y que, por tanto, podemos controlar y modificar (nuestros juicios, deseos…) y lo que no depende, sino que está al margen de nuestra voluntad (el mundo, la sociedad, el azar, el poder…). Si nos hacemos amos de nuestros pensamientos, podremos llegar a la felicidad. Utiliza como ejemplo a Séneca.
«En fin, como conclusión de esta moral, se me ocurrió examinar una tras otra todas las ocupaciones que tienen los hombres en esta vida para procurar escoger la mejor; y sin que quiera decir nada de las demás, pensé que no podía hacer nada mejor que continuar en la misma que tenía, es decir, emplear toda mi vida en cultivar mi razón y avanzar, tanto como pudiese, en el conocimiento de la verdad siguiendo el método que me había prescrito».
De entre todas las ocupaciones, elige la filosofía: cultivar la razón y llegar al conocimiento de la verdad es lo que nos conducirá a una conducta justa y buena.
En resumen, en la moral provisional corremos el riesgo de equivocarnos, pero siempre será mejor equivocarnos que no actuar por no decidirnos a tomar decisiones y mantenernos en parálisis. Es necesario tomar una decisión y seguirla firmemente. La moral provisional es un seguro contra el amoralismo. Descartes nunca elaboró una moral racional que considerara definitiva.
Descartes distingue entre razón teórica y razón práctica, o lo que es lo mismo, entre la racionalidad y el mundo de la acción. Estando la filosofía práctica encaminada al mundo de la acción, no puede realizarse en ella la misma abstención que en la teórica, pues la acción no admite dilaciones, de manera que habrá que conformarse con la probabilidad en lugar de con la evidencia, y actuar con firmeza, aunque haya dudas, mientras que en los saberes teóricos se rechaza algo como falso ante la mínima posibilidad de duda.
Su moral no es demasiado original, está influida por autores anteriores como:
- Montaigne: seguir las leyes, costumbres y religión del propio país. El escepticismo como punto de partida.
- Aristóteles: seguir las opiniones más moderadas y alejadas de cualquier exceso.
- Séneca: no desear lo que no se encuentra dentro de nuestras posibilidades (postura estoica).
- Sócrates y Platón: el intelectualismo moral o ética porque ha decidido emplear la vida cultivando la razón.
La originalidad cartesiana se encontraría en la manera que tiene de combinar estos planteamientos con el proceso de revisión de sus opiniones.