Friedrich Nietzsche: Crítica y Revaloración del Pensamiento Occidental
El Conocimiento y la Razón Antivital
Nietzsche critica la epistemología tradicional por considerar que ha impuesto una idea de la racionalidad profundamente antivital. Para él, Sócrates y Platón concibieron la razón como una facultad contraria a los sentidos y más “elevada” que ellos. Nietzsche propone que la razón debe reubicarse junto a los sentidos y concebirse como instrumentos para la vida, para la supervivencia, para ampliar el poder y el dominio sobre la naturaleza.
La razón occidental no solo se ha opuesto epistémicamente a los sentidos, sino también a lo sensual, al disfrute que estos nos deparan. Así, Nietzsche muestra las conexiones entre el intelectualismo y lo que él denomina el “espíritu ascético”, el que fomenta la renuncia a todo placer sensual y a todo disfrute. Desde esta tradición, se ha entendido que los sentidos son engañosos y que la sede de los sentidos es el cuerpo, lo que lleva a un desprecio hacia lo sensible y hacia el cuerpo y sus funciones naturales y vitales.
La razón opera con conceptos, pero para Nietzsche, estos conceptos son metáforas que el hombre ha olvidado que lo son. Son quimeras que pretenden captar lo “universal” y lo “inmutable”, cuando la realidad está compuesta de individuos todos diferentes entre sí y en continuo cambio. Los conceptos eliminan arbitrariamente la diferencia, la peculiaridad y el cambio, seleccionando ciertos aspectos de las cosas en detrimento de otros.
Para Nietzsche, no hay una verdad única, sino tantas como perspectivas, como individuos que se enfrentan al mundo. La “voluntad de verdad” no es una búsqueda sincera y desinteresada, sino una muestra del interés por someter el mundo a la voluntad de poder: no hay conocimiento desinteresado, neutral, objetivo, sino “amor”, subjetivo y parcial.
La mentira, para Nietzsche, no es una objeción para sostener una creencia. Lo que rechazamos, dice, no es la mentira, sino ser perjudicados por ella. Nietzsche parece defender implícitamente una concepción pragmática de la verdad, en el sentido de que la verdad de una creencia debe ser medida por los efectos y las consecuencias que produce en el individuo, más concretamente sobre cómo incrementa el poder de su voluntad.
La realidad es más accesible para el creador, para el artista que la moldea y la somete, que para quien se aproxima a ella desde la distancia del que solo quiere contemplarla. Nietzsche reflexiona sobre el lenguaje, porque no es solo el terreno en el que se muestra la metafísica occidental, sino en el que se atrinchera y se hace fuerte. Las palabras refuerzan esa concepción estática de la realidad: el sustantivo ya sugiere la sustancia, y la sustancia nos lleva a imaginar que lo real es permanente.
La Concepción del Hombre y el Superhombre
El hombre, tal como lo entiende Nietzsche, no es solo una entidad definida por su biología como especie, sino por sus actitudes y sus valores ante la realidad en la que vive. El profundo error de la filosofía occidental, al negar el devenir y reducir el mundo y la vida a simple apariencia, también tiene consecuencias antropológicas: el hombre ha sido concebido como animal racional, y la racionalidad se ha entendido como una facultad superior, más divina que humana, más celestial que terrenal.
Nietzsche no rechaza la dimensión racional del hombre, sino que la reformula para situarla junto a los sentidos, no contra ellos, y como un refinamiento de su potencial, no como su negación o su rectificación. No concibe al hombre como un ser situado por encima de la naturaleza y de la vida, sino como un viviente más, dotado de instintos y de impulsos, de voluntad de poder, entendida como la tendencia interna de todo ser a afirmarse individualmente en su entorno, la disposición a someterlo, a que se adapte a sí.
Como toda entidad y especialmente todo ser vivo, el hombre es “voluntad de poder”, que Nietzsche concibe no solo como una voluntad de prevalecer, de permanecer y eliminar toda resistencia que se le imponga al sujeto, sino como una voluntad de crecer, de ser más y mejor, de superación y de vivir plenamente.
El Superhombre: Creador de Nuevos Valores
La antropología nietzscheana es inseparable de su noción de superhombre: “el hombre es un arco tendido entre la bestia y el superhombre”, un animal que debe desarrollarse para llegar a ser lo que es, lo que ya contiene como posibilidad. El superhombre, tal como lo entiende Nietzsche, es ante todo un creador de nuevos valores. Su figura se contrapone a los “esclavos”, que se limitan a invertir los valores de los “señores”, a darles la vuelta, impulsados por un espíritu de venganza y resentimiento.
El superhombre debe llenar el vacío (nihilismo) dejado por la muerte de Dios, afirmar la vida, la individualidad, el gozo sensual, la terrenalidad; pero también debe asumir el dolor y el sufrimiento como elementos constitutivos de la vida, abrazarlos por ello, no buscar imaginarios paraísos donde no existan. Debe ser capaz de integrar las fuerzas presentes en el mundo griego que Nietzsche identifica como el espíritu apolíneo (el orden, la proporción, la mesura) y el espíritu dionisíaco (la exaltación, el caos, lo impulsivo). El superhombre acepta gozosamente el devenir y lo afirma con todo su contenido trágico de dolor y sufrimiento. El superhombre “ama su destino”.
Las Tres Transformaciones del Espíritu
En su obra cumbre, Así habló Zaratustra, Nietzsche habla metafóricamente de las transformaciones que dan lugar a ese “hombre nuevo”, esa superación del hombre presente:
- La primera transformación es el camello, la figura que representa la actitud del deber, de la aceptación de la carga como algo pesado.
- El camello se deberá transformar en el león, la afirmación de la voluntad, del “yo quiero”, el que se rebela combatiendo todo lo que se le resista.
- Pero el león se tendrá que transformar en niño, la inocencia de quien no tiene nadie que le imponga deberes y que ríe y disfruta de la vida sin concebir nada trascendente más allá de ella.
La Muerte de Dios y el Nihilismo
En Nietzsche, al igual que en Marx, el problema de Dios se plantea en términos negativos, como una tarea que requiere desenmascarar un concepto irreal y quimérico: no se trata de demostrar su existencia, sino de explicar por qué los hombres han creado y creído en esa falsa noción. El enfoque de Nietzsche se orienta a desvelar el papel central que desempeña en la metafísica contra la vida que ha caracterizado la cultura occidental.
Si los conceptos son para Nietzsche nociones arbitrarias y convencionales incapaces de captar el carácter caótico de la realidad, el devenir, la individualidad y la diferencia, Dios es el concepto de los conceptos. Representa la eternidad contra la temporalidad del mundo de la vida, la inmutabilidad frente al devenir, la Verdad frente a la perspectiva subjetiva, la espiritualidad frente a lo sensible y lo corpóreo, etc. Dios es el fundamento del orden metafísico que Nietzsche denomina genéricamente el “platonismo”, la garantía del otro mundo en el que se encuentra la máxima realización del bien y que supone la devaluación de este.
Para Nietzsche, la “muerte de Dios” es el gran acontecimiento axiológico (relativo a los valores) que ha sucedido en nuestra época. Se ha producido porque nadie cree en una idea tan increíble. El avance de la ciencia y la extensión del proyecto de la Ilustración han ido socavando la capacidad de persuasión de la religión.
Nietzsche se aleja de las posiciones pesimistas como las de su antes admirado Schopenhauer, que ven en el avance de la racionalidad científica algo negativo, una “sombra” que se cierne sobre el hombre. Nietzsche cree que el vacío de valores que ha dejado tras de sí la muerte de Dios, el nihilismo, es una oportunidad histórica para que los “espíritus libres” puedan crear nuevos valores que afirmen el valor supremo de la vida y la terrenalidad.
Sin embargo, Nietzsche encuentra que ese impulso que ha construido la idea de Dios, el que fomenta una visión estática de la realidad, que ve permanencia donde solo hay devenir, ha echado raíces en el lenguaje. La idea de sustancia se encuentra en las mismas entrañas de cada palabra que decimos: las palabras, los sustantivos, reviven y reproducen la metafísica de la permanencia. Por eso dice Nietzsche que difícilmente nos liberaremos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática.
La Moral: Genealogía y Tipos
Para Nietzsche, la moral constituye el núcleo de una cultura, la base de toda epistemología y de toda metafísica, puesto que en cada caso, partimos de valoraciones, de actitudes que expresan nuestro sistema de valores. Cuando Nietzsche trata de reconstruir el proceso de formación de nuestro sistema de valores (en eso consiste el método genealógico), encuentra que “bueno” y “malo” significaban originariamente estados fisiológicos, es decir, no eran términos de valoración moral del carácter de una persona, sino de valoración física.
Este significado “extramoral” de “bueno” y “malo” se proyectó posteriormente al ámbito moral, pero de manera invertida, transmutada. Nietzsche comprueba cómo esa inversión de los valores ha dejado sus huellas en el lenguaje.
Nietzsche identifica dos tipos de moral, que se corresponden con dos modelos de valoración, con dos modos de posicionarse ante el mundo y ante la vida:
- La moral de esclavos: Es la propia de quien adopta la debilidad como estrategia de su voluntad de poder. El “esclavo”, en este tipo moral nietzscheano, es el que agacha la cabeza, se humilla, huye de los estados vitales elevados y grandiosos y busca el rebaño porque sabe que su fuerza está en la cantidad de personas, no en su calidad como individuo. El esclavo es necesariamente falso e hipócrita, porque tiene que ocultar sus verdaderos motivos para sobrevivir.
- La moral de señores: Se muestra como afirmación vital, de la energía y la fuerza. El señor es orgulloso y noble, generoso y amante de la soledad o de rodearse de iguales a él o, mejor, superiores, hacia los que muestra agradecimiento por lo que recibe de ellos, algo que contrasta con el resentimiento que anima al “esclavo”. El señor es el único capaz de ser veraz, de decir y soportar la verdad.
Para Nietzsche, estos valores recogen ideas y actitudes procedentes de dos tradiciones diferentes: de un lado el platonismo, con su énfasis en “otro mundo” inteligible e inmutable y, de otro lado, el cristianismo, al que Nietzsche califica de “platonismo para pobres“, que sitúa ese “otro mundo” en un paraíso quimérico. Lo que tienen en común es su desprecio por esta vida, por la terrenalidad. El avance de la ciencia y de una visión positivista e ilustrada han socavado sus cimientos.
Nihilismo Activo y la Creación de Nuevos Valores
Dios es la piedra angular de esa moral, su núcleo y fundamento. Dios es el ser, la eternidad, la inmutabilidad: justo la negación de todo aquello que deviene, vive y muere. La muerte de Dios significa la muerte de un sistema de valores basado en esa actitud antiterrenal y transmundana.
Para Nietzsche, la muerte de Dios no es solo un hecho, algo que ya ha sucedido (nihilismo pasivo), sino un acto, una decisión de cada hombre (nihilismo activo). Nietzsche considera que la muerte de Dios no es un hecho triste, amenazante y oscuro, sino que abre las puertas a una etapa luminosa de esperanza para el hombre, que se ha librado de una pesada carga. La creación de nuevos valores corresponde con el nuevo hombre, que se habrá liberado definitivamente de los viejos valores. El superhombre es la superación moral del “viejo” hombre, la afirmación del devenir y de la vida, de la diferencia y de la terrenalidad. La prueba o test definitivo para el superhombre es el eterno retorno, que se presenta en una dimensión moral, como una valoración absoluta e incondicional de la vida.
Karl Marx: Materialismo Histórico y Crítica del Capitalismo
La Sociedad y la Infraestructura Económica
El marxismo es una filosofía en la que la reflexión sobre la historia y la estructura social ocupan un lugar central. Para Marx, la sociedad es una compleja estructura que ha evolucionado conforme lo ha ido haciendo la actividad productiva: la estructura de la sociedad refleja lo que sucede en la producción de la vida material del hombre.
Las sociedades, desde que se estableciera la división del trabajo en manual e intelectual, se encuentran divididas en clases. Con este tipo de división del trabajo, comienza una historia de desigualdad en las relaciones humanas que se manifiesta como desigualdad en la propiedad privada. Unas clases poseen los medios de producción (la tierra, las herramientas, las fábricas, en definitiva, la tecnología) y otra solo posee su fuerza de trabajo.
Marx denomina infraestructura económica a la base material y productiva de la sociedad, al conjunto de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. El otro elemento de la estructura social son las “ideas”, las creencias, los valores y las normas: los productos de las formas de conciencia. A todo ello lo denomina superestructura ideológica, que incluye el derecho, la filosofía, la religión, el arte o la literatura.
El materialismo histórico afirma como su tesis central que la base económica (infraestructura) determina las formas de conciencia (superestructura). Así, los cambios en el ámbito productivo son la causa de los cambios en el ámbito de la conciencia. De este modo, el “cambio de mentalidad” requiere una transformación de cuanto sucede en el terreno de la producción de la vida material. La conciencia no es “libre”, sino que es “terrenal”.
Modos de Producción y Crítica al Capitalismo
A lo largo de la historia se han sucedido distintos modos de producción:
- El asiático (ejemplificado por las civilizaciones mesopotámica y egipcia, con un Estado centralizado que controlaba toda la producción).
- El esclavista (basado en la relación amo-esclavo).
- El feudal (basado en la relación siervo-señor).
- El capitalista, en el que la relación social básica es la del burgués y el proletario.
Bajo el capitalismo, el trabajo es formalmente (aparentemente) libre, pero es realmente trabajo forzado. El capitalista se apropia de la plusvalía, el valor que el trabajador ha añadido a los objetos, y paga al trabajador un salario que cubre únicamente una pequeña parte de la riqueza producida por el trabajo. El burgués busca maximizar la plusvalía y reducir el salario hasta el punto de asegurar la simple subsistencia.
Marx considera que el capitalismo no solo debe ser combatido porque es injusto, sino que necesariamente colapsará debido a sus contradicciones internas: es el sistema que más riqueza produce y el que más miseria humana genera.
Contradicciones del Capitalismo y la Sociedad Comunista
Las contradicciones internas del capitalismo provocarán que el proletariado industrial se convierta en la clase mayoritaria, ya que las clases intermedias (pequeños campesinos, comerciantes, etc.) terminarán engrosando las filas del proletariado. En su búsqueda por aumentar la plusvalía y reducir los salarios, el capitalismo terminará produciendo grandes cantidades de bienes que nadie podrá comprar.
Marx predijo que las revoluciones sociales se darían en aquellos países en los que las fuerzas productivas hubieran alcanzado un alto grado de desarrollo, pues de otro modo solo se repartiría escasez y miseria. Tras la caída de la democracia burguesa (tesis) se instaurará la dictadura del proletariado (antítesis), es decir, la dictadura de la mayoría, que es una fase de transición hacia la sociedad socialista y comunista.
Bajo el comunismo, la propiedad de los medios de producción será colectiva, por lo que habrán desaparecido las clases y, con ello, ya no será necesario el Estado, pues no es —según Marx— sino un instrumento de dominación y coacción violenta al servicio de la clase dominante. En el comunismo, todos los hombres son libres e iguales y la distribución de los bienes se regirá por un principio en el que a cada uno se le exigirá según sus capacidades, pero se le dará según sus necesidades.
Otro factor que contribuyó a que esas predicciones no se cumplieran fueron las reformas sociales (derechos de los trabajadores, subsidios, seguridad social) que el capitalismo fue introduciendo, así como la capacidad de innovación tecnológica del capitalismo industrial, algo que Marx subestimó, como la producción en cadena y la reducción de los costes de producción sin reducir los costes del factor trabajo.