El Humanismo Renacentista y la Emancipación del Ser Humano

1.1.1. El humanismo renacentista

Entre los siglos XIV y XVI tiene lugar un movimiento artístico y cultural denominado Renacimiento, que se origina en Italia y desde allí se expande al resto de Europa. Los artistas e intelectuales renacentistas encuentran su inspiración en el legado de la antigüedad clásica grecorromana: tanto a nivel estético como filosófico se vive un gran interés por recuperar las fuentes clásicas, pues en esta época despiertan un gran interés. El movimiento intelectual más destacado que surge en esta época es el llamado Humanismo, conforme al cual se pasa de una cultura medieval de corte teocéntrico (todo gira en torno a Dios y a la relación del ser humano con Dios) a una cultura antropocéntrica (el ser humano pasa a ser el centro y el punto de partida de toda reflexión). El ambiente es de un mayor optimismo con respecto a la posibilidad humana de goce de la vida terrena, así como a las capacidades humanas racionales: los humanistas exaltarán la autonomía intelectual y moral del individuo, sin renunciar a las creencias cristianas.

Dentro de este marco de exaltación entusiasta antropocéntrica destaca Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) por su reivindicación relativa a la dignidad humana: el ser humano ha sido creado por Dios como un ser libre por naturaleza, lo cual le permite elegir el tipo de vida que más le satisfaga, a diferencia de los animales, que permanecen sujetos a los mandatos del instinto. Pico de la Mirándola propone una concepción del ser humano en la que se unen el mito de Prometeo y el relato bíblico de la creación, junto con la teoría platónica de las Ideas (modelos ejemplares). Cuando Dios termina la creación del cosmos, decide crear alguien que pudiera apreciarla; pero se encuentra con que ya no queda ni sitio ni “modelo” para ningún ser más.

Así, si el pensamiento cristiano de la Edad Media había concebido la vida como un simple trámite hacia la salvación o la condena eterna, los pensadores del renacimiento reivindican el valor intrínseco de nuestra existencia y, dentro de esta, la capacidad creativa del ser humano, esto es, sus dotes artísticos e intelectuales; se defendía, de este modo, el valor de la conciencia subjetiva, es decir, la capacidad que tiene todo sujeto de emplear su racionalidad para criticar y analizar la tradición y los valores de la sociedad.

1.2. La emancipación del ser humano

Entre los siglos XVI y XVIII tuvo lugar un gran desarrollo de las ciencias, que dio lugar a una concepción mecanicista del cosmos: pasó a verse el universo como una gran máquina. Este principio también se aplicó al ser humano, pues en lo que se refiere al cuerpo, se consideró que funcionaba según esas mismas leyes físicas que se aplicaban a toda la materia: el cuerpo humano fue concebido con una máquina. De todas formas, numerosos filósofos de este período afirmarán que, al estar el cuerpo en contacto con el alma y al ser esta de naturaleza no material, sino espiritual, el ser humano es un ser dotado de entendimiento y libertad.

Por otro lado, los avances científicos y técnicos que se fueron produciendo durante la Modernidad fueron aumentando progresivamente la confianza en la capacidad de la razón para poder explicar la realidad a todos los niveles. La invención del microscopio y del telescopio había ampliado enormemente nuestra mirada sobre el mundo, William Harvey (1578-1657) descubría la circulación de la sangre, las leyes de Isaac Newton (1642-1727) lograban dar cuenta de los movimientos tanto a nivel terrestre como celeste, y Antoine Lavoisier (1743-1794) sentaba las bases de la química moderna en la segunda mitad del siglo XVIII. En este clima intelectual, la Ilustración se constituirá como un movimiento que reivindica que el ser humano va camino de alcanzar la “mayoría de edad”: los ilustrados afirmarán que todo el saber heredado de la tradición debe ser sometido a la crítica de la razón, que pasa a constituirse en el tribunal que establecerá qué creencias y qué valores se mantendrán, y cuáles deben ser rechazados. El lema de los ilustrados es Sapere aude, que suele traducirse por “atrévete a saber”, “atrévete a usar tu propia razón”, esto es, piensa por ti mismo y trata de llegar a tus propias conclusiones: con ello se invitaba a la gente a no dar por válida una afirmación solo porque siempre se había creído que era así. De este modo, el ser humano trata de emanciparse de los falsos saberes.

En un clima de confianza en las posibilidades del ser humano para alcanzar cada vez un mayor conocimiento de la naturaleza, unido al desarrollo creciente de la técnica, se alimenta la idea de que la Humanidad se había situado definitivamente en la vía de un progreso que prometía ser ilimitado: se esperaba que la ciencia y sus aplicaciones en la sociedad dieran lugar a un mundo mejor para todos, si bien para que fuera realmente mejor para todos y no solo para una selecta minoría, era necesario la promoción de cambios en la estructura social y reclamar la igualdad de derechos. De este modo, las reivindicaciones políticas formarán parte de la lucha por la emancipación humana, al ponerse en cuestión la legitimidad del Antiguo Régimen y el orden sociopolítico que se había mantenido vigente hasta entonces.