El Grupo Poético del 27

El grupo poético del 27.

I. La poesía del 27. Generalidades.

En 1927 el Ateneo de Sevilla organiza un acto para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Góngora. Al acto acudieron, entre otros, Rafael Alberti (1902-2000), Federico García Lorca (1898-1936), Jorge Guillén (1893-1984), Dámaso Alonso (1898-1990), Gerardo Diego (1896-1987) y Luis Cernuda (1902-1963). Si damos un salto a 1945, en un ensayo titulado Nueve o diez poetas, Pedro Salinas (1891-1951) recuerda a quienes, con él mismo, protagonizaron una de las etapas más brillantes de la poesía española. Y junto a los citados habla de Vicente Aleixandre (1898-1984), Emilio Prados (1898-1962) y Manuel Altolaguirre (1905-1959). Estos nombres son los que constituyen lo que se ha dado en llamar “Generación del 27” o “Grupo poético del 27”. También se les ha llamado “Generación de la Dictadura”, “Generación de 1925”, “Generación de la Revista de Occidente”… e incluso “Generación de la amistad”, como la llamó con nostalgia Dámaso Alonso. En rigor, no se puede hablar de generación sino de grupo poético, ya que a la misma generación histórica pertenecen dramaturgos (Valle-Inclán o Benavente estrenaban obras en estos años) novelistas (Max Aub), pintores como Dalí y directores de cine como Luis Buñuel. Por otra parte, algunos de los “requisitos generacionales” (los mismos que aplicamos a la Generación del 98) no se cumplen: no hay un guía claro, ni un acontecimiento histórico clave, ni formaciones intelectuales iguales. Sin embargo, todos nacen en torno a principios del siglo XX, participan hasta 1936 en actos culturales comunes, estuvieron vinculados de diversos modos a la Residencia de Estudiantes y colaboraban en las mismas revistas literarias, que fueron abundantísimas en esta época: Verso y prosa (Murcia), Litoral (Málaga), Revista de Occidente, Ultra, Caballo verde para la poesía… Los intercambios culturales de los poetas fueron continuos a través de estas publicaciones. En suma, hay una apretada convivencia entre 1920 y 1936. “Sabe Dios –dijo más tarde Jorge Guillén- cuánto habría durado aquella comunidad de amigos si una catástrofe no le hubiera puesto un brusco fin de drama o tragedia”.

II. Afinidades estéticas del grupo de 1927.

Los poetas del 27 concilian y superan las tendencias que luchaban en la poesía española. Es decir, son una síntesis de varias actitudes ante la literatura y de varios conceptos que con ellos se armonizan y se equilibran.

  • Son capaces de combinar el intelectualismo con la emoción.
  • Cuando los diferentes poetas hablan de su propia creación coinciden en considerar la poesía como inspiración y trabajo al mismo tiempo.
  • Combinan la pureza estética y la autenticidad humana.
  • Se sitúan entre el “arte de minorías” y la “inmensa compañía”.
  • El grupo del 27 también armoniza lo hispánico y lo universal.

III. Tradición y renovación.

El equilibrio integrador del grupo se confirma cuando se observan sus gustos comunes, que van del escritor más actual hasta el poeta más “primitivo”.

Primera etapa (hasta 1927 aproximadamente).

En las primeras producciones que salen a la luz en las revistas se nota la presencia de tonos becquerianos y posmodernistas. Pronto se dejan sentir los influjos de las primeras vanguardias (Ultraísmo y Creacionismo, sobre todo en Gerardo Diego). Al mismo tiempo, la presencia de Juan Ramón Jiménez les orienta hacia la “poesía pura”, el deseo de depurar el poema de “anécdotas humanas”, de toda emoción que no fuese estrictamente artística. Jorge Guillén defiende una poesía “químicamente pura”, cuyos resultados se ven en su primer libro, Cántico, o en Canciones de Lorca. El instrumento de esa depuración es la metáfora, con nuevos atrevimientos que aprenden de Ramón Gómez de la Serna y de las vanguardias. Esta tendencia hizo que al principio se les achara de herméticos y deshumanizados. Pero no es exactamente así. Lo humano entra en la poesía del 27 a través de varios caminos: el influjo de Bécquer, de la lírica popular… Otra característica de esta etapa es el rescate del clasicismo, dado por el ansia de perfección formal: a ello responde el cultivo de estrofas tradicionales que se observa en libros escritos entre 1925 y 1928: Versos humanos, de Gerardo Diego, Cal y canto de Alberti, Égloga, elegía, oda de Cernuda, el Romancero gitano de Lorca. Así se desemboca en el fervor por Góngora.

Segunda etapa (hasta la Guerra Civil).

El culto a Góngora marca la cima y el descenso de los ideales esteticistas. Comienza a notarse cierto cansancio del puro formalismo. Se inicia así el proceso de rehumanización, más rápido en unos que en otros; pero en todos hay un deseo de comunicación más cercana con el lector. Ello coincide con la irrupción del Surrealismo, también radicalmente opuesto a la poesía pura. Pasan a primer término los sentimientos humanos: el amor, el ansia de plenitud, las frustraciones, las inquietudes existenciales o sociales… Se habla, por ello, en esta etapa de “Neorromanticismo”.

Tercera etapa (después de la Guerra Civil).

Tras la Guerra Civil la trayectoria vital de los poetas del 27 sufre duros cambios: el asesinato de Lorca y la partida hacia el exilio de la mayoría de los miembros del grupo –todos salvo Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego- produce una dispersión en la que cada poeta sigue su rumbo, pero ninguno abandonará ya los caminos de una poesía rehumanizada.

IV. Miguel Hernández (Orihuela, Alicante, 1910-1942).

Es un poeta al que algunos críticos incluyen dentro de la Generación del 27 pues lo consideran, por motivos cronológicos, un epígono de la misma. Pastor de cabras en su infancia, su deseo de aprender y su amor por la literatura lo llevan a formarse de manera autodidacta. En 1933 se traslada a Madrid: la amistad con algunos poetas del 27, sobre todo con Vicente Aleixandre, y con el poeta chileno Pablo Neruda, determinan su evolución ideológica y poética. Firme defensor de la República, combatió como soldado y fue hecho prisionero. Murió en la cárcel de Alicante en 1942. Su poesía, por evidentes razones políticas, no fue bien conocida hasta algunos años después, en que se convirtió en un símbolo de la literatura comprometida. Tras unos inicios formalistas, a partir de El rayo que no cesa (1936) el poeta comenzó a tratar sus temas predilectos –la vida, el amor y la muerte-, sobre todo en forma de sonetos. Durante la guerra escribió Viento del pueblo (1937), con un estilo más popular, sobre temas patrióticos y bélicos. Su libro póstumo, Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) es un conjunto de poemas sencillos sobre la cárcel y la angustia por el destino de su esposa y de su hijo