La Deconstrucción de la Feminidad: Simone de Beauvoir y la Filosofía de la Alteridad

1. El Concepto de Mujer y el Método Regresivo-Progresivo

Al formular la pregunta, se pone en duda el concepto de mujer ya establecido. Este punto de vista relaciona el ser mujer con la cualidad de feminidad, que se manifiesta en mayor o menor medida. Se trata de una idea de tipo platónica de la que las mujeres tendrán que participar para ser plenamente mujeres.

La feminidad no es una cualidad que caracteriza a las mujeres de manera natural. Es un mito forjado a lo largo del tiempo. La pasividad, la dependencia y la emotividad no son cualidades naturales; son el resultado de un complejo proceso de aprendizaje que empieza desde los primeros momentos: “No se nace mujer: se llega a serlo”.

Tradicionalmente se ha asociado ser mujer a realizar funciones vitales y al cuidado de los demás. A la pasividad, dependencia o emotividad se les añade en las mujeres la sensibilidad, la afectividad, la debilidad, la necesidad de protección, la incapacidad técnica y la irracionalidad. A los varones se les atribuye la capacidad para la acción, la racionalidad, la capacidad para ejercer el poder, el control de la motilidad, la valentía, el gusto por el riesgo, la falta de sensibilidad y la falta de afectividad.

Por primera vez, la pregunta ha sido planteada de manera explícita y sitúa la duda filosófica sobre un concepto que parecía natural, pero no lo es. La feminidad es el resultado de la socialización diferenciada de niños y niñas que afecta negativamente y sitúa a las mujeres en una posición de inferioridad y dependencia. La obra de Simone de Beauvoir responde más a la necesidad de reflexión que a la voluntad de reivindicación.

El Método Regresivo-Progresivo

El método regresivo-progresivo cuenta con dos fases: la primera, analítica regresiva, y la segunda, sintética y progresiva. La primera perspectiva presenta cómo evolucionó a lo largo del tiempo la consolidación de la feminidad. El punto de partida es la falta de simetría entre feminidad y masculinidad. Lo masculino se ha identificado con lo humano, y lo femenino se ha construido como carencia de determinadas cualidades respecto a lo masculino. Se plantean las circunstancias que hicieron posible que el varón sea tradicionalmente considerado sujeto, y la mujer no, pues no se plantean en términos de reciprocidad. ¿Cómo es posible que haya existido un punto de vista que anula a la mitad de la humanidad y de dónde le viene a la mujer esta sumisión?

La mirada regresiva trata de entender la opresión de las mujeres clarificando las circunstancias que confluyen en el pasado para que esta situación injusta se gestase. Es una mirada analítica porque descompone el fenómeno universalmente extendido de la opresión de las mujeres en diferentes aspectos, para que se muestre su complejidad.

Estructura de El Segundo Sexo

La fase regresiva se desarrolla en el primer volumen de El segundo sexo, que consta de tres partes:

  1. Destino: Considera que ser mujer constituye un destino, un modo de ser predeterminado por factores fisiológicos, psicológicos y económicos, que no deja espacio para la libertad.
  2. Historia: Es una tarea regresiva que pretende sacar a la luz las causas del origen de la situación de inferioridad desde los tiempos primitivos.
  3. Mitos: Analiza el papel que han desempeñado los mitos elaborados por los varones en un modo de organización social denominado patriarcado.

El segundo volumen de El segundo sexo consta de cuatro partes y la conclusión:

  1. Formación: Trata del aprendizaje de la condición de mujer desde la infancia.
  2. Situación: Recorre facetas distintas de la experiencia de las mujeres: matrimonio, maternidad, vejez.
  3. Justificaciones: Mecanismos que emplean algunas mujeres para realizarse individualmente en la sociedad desigual. Señala tres casos: la narcisista, la enamorada y la mística.
  4. Hacia la liberación: Cambios que se requieren para que se produzca la liberación de la mujer.

En resumen, el método regresivo-progresivo consta de dos fases que se desarrollan en los dos volúmenes que constituyen la obra. Es una situación humana que se investiga en primer lugar como exterioridad, como objeto de saber, y en segundo lugar, interioridad, en cuanto sujetos que asumen los elementos diferentes que constituyen su situación y los trascienden.

2. La Mujer como la Alteridad y la Dialéctica del Amo y el Esclavo

En la Introducción de El segundo sexo, la filósofa existencialista comienza con una constatación de la desigualdad enraizada en todas las sociedades conocidas. Se suele considerar ser mujer desde un punto de vista parcial y específico, que no puede ser pasado por alto. En cambio, la perspectiva del varón se considera como la perspectiva del ser humano en general, objetiva, neutra, que no requiere justificación. Hombres y mujeres no constituyen dos categorías humanas simétricas. La mujer ha sido concebida como la Otra, la Alteridad.

Existen dos categorías de individuos desde posiciones de poder desiguales e injustas. La mujer se encuentra en situación de dependencia e inferioridad. El reconocimiento de uno mismo requiere que cada sujeto se afirme como tal frente a otras conciencias, que a su vez afirmarán el papel de sujetos para sí mismas. Todo individuo consciente de sí puede ser “el otro” para los demás. En relaciones igualitarias ha de ser posible el reconocimiento mutuo.

El problema se plantea cuando los varones se afirman como sujetos, relegando a las mujeres al papel de “otras”, y estas no realizan la operación simétrica de afirmarse como sujetos, y se someten a un punto de vista ajeno. Se ha de averiguar las circunstancias históricas que se dieron para impedir que las mujeres reivindicasen su legítimo papel de sujetos y quedaran relegadas a una situación de inferioridad y dependencia.

La Dialéctica del Amo y el Esclavo

Para clarificar el tipo de relación desigual y jerárquica que se ha establecido entre hombres y mujeres, Beauvoir realiza un paralelismo con la relación entre los amos y sus esclavos. Hombres que someten por la fuerza a otros seres humanos para que trabajen para ellos. Esclavizados por la fuerza, reconocen el poder del amo y le dan su trabajo a cambio de protección.

Hegel, en la Fenomenología del Espíritu, caracteriza la relación del amo con el esclavo como una relación “dialéctica”. Dialéctica se refiere a un tipo de movimiento o relación dinámica que se desarrolla mediante la oposición o contradicción entre elementos. Hegel introduce la hostilidad, la oposición, en la constitución de la conciencia misma. Todo sujeto toma consciencia de sí mediante la negación de las otras conciencias. Esta operación es reversible: el otro es siempre sujeto cuando se adopta su punto de vista. El problema de la relación hombre-mujer es que la reversibilidad ha desaparecido; la mujer no opera la inversión de afirmarse como sujeto, y aparece como conciencia dependiente, esclava.

Amo y esclavo están unidos por una necesidad económica que no libera al esclavo. El amo necesita al esclavo y, sin embargo, esta necesidad no es usada por el esclavo para exigir su liberación. El esclavo reconoce el prestigio del amo y se sabe dependiente: ha interiorizado la necesidad que tiene del amo. Si el esclavo no reconociera el prestigio, el poder del amo no tendría razón de ser. Aplicándolo a la relación entre hombres y mujeres, el prestigio que el varón obtiene le posibilita ejercer su poder sobre las mujeres, que son sometidas. Los varones compensarán las desventajas que las mujeres padecen en la relación no igualitaria asumiendo tareas de protección material sobre ellas.

Existen tres momentos en esta relación:

  1. Primer momento: Riesgo/Libertad. Los varones arriesgan su vida en acciones peligrosas, pueden libremente decidir sobre sus propios fines.
  2. Segundo momento: Reconocimiento/Desigualdad. Las mujeres reconocen el valor de los hombres. La mujer es el ser que da la vida, aunque no puede decidir sobre esta.
  3. Tercer momento: Sometimiento/Protección. Los varones someten a las mujeres aprovechando el prestigio del que disfrutan y les brindan protección para mantenerlo.

Las servidumbres de la reproducción supusieron un fuerte lastre para el desarrollo existencial de las mujeres, que no podían decidir ni controlar sus maternidades, lo que impedía su libre desarrollo. El prestigio y reconocimiento social de los varones posibilitó un sistema de opresión sobre las mujeres: el patriarcado. La afirmación beauvoiriana de que “económicamente hombres y mujeres constituyen casi dos castas”, en cuanto a salarios, oportunidades, prestigio, sigue vigente todavía en buena parte del mundo. Como se encuentran en situación de desigualdad con los hombres, la “alianza” con ellos les reporta ventajas en la relación de vasallaje.

La situación de “vasallaje” no ha sido abolida. En primer lugar, las mujeres no tienen medios para agruparse en una unidad, viven dispersas entre los hombres. Poder decir “nosotras” requiere elementos identificatorios. Las ventajas no son solo materiales, sino además existenciales: afirmarse como sujeto implica ser responsable de los proyectos de realización personal, que requiere un esfuerzo. La conciliación del trabajo productivo con el reproductivo es uno de los elementos fundamentales para conseguir la autonomía de las mujeres. Esto solo es posible si el trabajo reproductivo no cae exclusivamente en ellas.

Y el sistema público se hace cargo en gran medida de las niñas y los niños, que han de recibir una educación igualitaria. Solo la autonomía económica puede garantizar a la mujer el desarrollo de su libertad concreta. El factor primordial es la transformación de su condición económica, pero se han de producir las consecuencias morales, sociales y culturales. Esto requiere una evolución colectiva, llevada a cabo, sobre todo, a través de una educación realmente igualitaria para niños y niñas. Se necesitan establecer modelos masculinos y femeninos no jerárquicos, y proporcionar una educación sexual coherente mediante un sistema educativo mixto de coeducación.

En conclusión, la relación de vasallaje solo puede ser superada cuando las mujeres tengan las oportunidades necesarias para que se produzca su emancipación plena. Han de poder afirmarse como sujetos de sus propios proyectos vitales. La emancipación de las mujeres solo será posible cuando las mujeres decidan con plena libertad la maternidad, no recaigan sobre ellas exclusivamente las tareas del cuidado y gocen de autonomía económica en igualdad de condiciones con los varones, teniendo un papel fundamental la educación igualitaria.

3. La Moral Existencialista y la Búsqueda de la Autenticidad

Para Simone de Beauvoir es importante dejar clara la perspectiva filosófica al llevar a cabo su investigación: la moral existencialista. Los seres humanos han de hacerse a sí mismos a través de sus decisiones: han de establecer sus propios fines y seguir constituyéndose a través de sus acciones. Decidir y actuar define al ser humano y, por ello, es sobre todo libertad. No hay esencias; la existencia precede a la esencia, no hay una cierta naturaleza común a todos los individuos. Solo hay ser cuando se actúa inventándose los fines de la acción. Existir es hacerse responsables.

Pero el ser humano es también Mitsein (“ser-con-otros”), existencia compartida, y los demás pueden contribuir al desarrollo de la libertad propia o pueden obstaculizarla. Cuando el sujeto no puede decidir o actuar, la existencia se degrada, pierde su carácter humano y se cosifica. Por tanto, el “mal” consiste en obstaculizar la libertad de los demás o renunciar uno mismo a ella. El “bien”, en procurar oportunidades para la acción, facilitar la libertad de los otros y asumir la libertad propia.

Todo sujeto humano se encuentra en una situación determinada y no todas favorecen su libertad. La situación es el marco, el contexto complejo, en el que ha de decidir los fines de su acción. Está compuesta de condicionamientos biológicos y sociales diversos. La opresión sobre las mujeres a lo largo de la historia ha ido forjando para estas una situación que impide su autonomía.

La mujer se descubre y se elige en un mundo en el que los hombres les imponen que se asuma como la Otra: se pretende petrificarla como objeto y consagrarla a la inmanencia. Caer en la inmanencia significa perder la autonomía que caracteriza al sujeto. Supone cosificarse, hacerse objeto, degradarse en un “en sí”. La conciencia es como “para sí”, hace que los seres humanos sean históricos. La existencia permite, en la medida que sea decisión, salir de su inmanencia.

El ser humano es siempre sujeto situado: “sujeto” porque ha de decidir para ser, pero “situado” porque la decisión se efectúa en un complejo contexto concreto, sobre todo cultural. No todos los contextos son igualmente opresivos ni todos los individuos están dispuestos siempre a realizar el esfuerzo que, a veces, la emancipación requiere. Beauvoir afirma que la situación específica en que han sido confinadas la mayor parte de las mujeres es una situación ambigua, porque los hombres les han impuesto que vivan en dependencia respecto a ellos, como si ellos fuesen en exclusividad los únicos sujetos. Mientras no se reconozcan mutuamente, las relaciones entre ambos serán insatisfactorias.

A las mujeres se les educa para que “dimitan” o “abdiquen” de su autonomía, para que cedan a los varones su capacidad de elección. Estos comportamientos son perjudiciales para ellas porque pierden su autonomía, pero también para ellos, que han de actuar de manera continua para mantener el sometimiento. La mala fe comienza cuando cada uno culpa al otro. Las mujeres son “pegajosas”, pesadas y sufren por ello; y es que tienen la suerte de un parásito que chupa la vida de un organismo ajeno.

La “autenticidad” viene dada por el reconocimiento de la libertad propia y de la libertad de los demás. Es una tarea ética porque requiere esfuerzo moral: se trata de una libertad que debe inventar sus propios fines sin ayuda y esto puede provocar angustia y tensión. Se opone a la “mala fe”, que supone mentirse a uno mismo por comodidad en relación a la realización libre de la existencia propia. Es huir de la libertad y convertirse en presa de voluntades ajenas.

El interés prioritario de esta propuesta ética consiste en procurar oportunidades concretas a los individuos para ejercerla. Por ello, es una propuesta humanista y emancipatoria y, en la que la ética conduce a la política: juzgamos las instituciones según las oportunidades concretas que ofrecen a los individuos. Los elementos fundamentales para conseguir la transformación social que se requiere son:

  • Autonomía económica para las mujeres, sin discriminación laboral y salarial.
  • Libertad erótica para hombres y mujeres.
  • Acceso a métodos adecuados de control de la natalidad.
  • Tareas del cuidado y domésticas compartidas.
  • Sistema de enseñanza que coeduque en igualdad.

Simone de Beauvoir esclarece la historia de la subordinación de las mujeres que se ha dado en prácticamente todas las sociedades a lo largo del tiempo. No obstante, su argumentación contiene polémicas. Se ha considerado androcéntrica la afirmación de que, en las sociedades primitivas, las tareas vinculadas a la maternidad lastraban las vidas de las hembras y les impedían participar de proyectos propiamente humanos, creadores de valores que permiten la trascendencia. Entre estos proyectos Beauvoir sitúa la guerra. El segundo sexo es una de las obras filosóficas más influyentes del siglo XX. Algunos de sus argumentos han sido caracterizados de androcéntricos, pero sin su obra se hubiera tardado mucho más en poder hablar de androcentrismo. Se pone énfasis en la falta de oportunidades de las mujeres para actuar a lo largo de la historia como característica fundamental del patriarcado.

La subordinación se explica por tres motivos: la carencia de medios, la especificidad y estrechez del vínculo que las une a los hombres, y la culpable complacencia en algunos casos. Considera que sin la independencia económica no puede haber autonomía y, por tanto, emancipación. Cuando enumera las circunstancias que convergen en la aceptación de sueldos más bajos que los de los varones, podemos seguir reconociéndolas, algunas en nuestro entorno, otras en países en vías de desarrollo: hace referencia al techo invisible sobre las cabezas de las mujeres, que limita su desarrollo profesional y personal. El otro pilar de la emancipación se encuentra en conciliar la vida familiar con la profesional y personal, la maternidad libremente decidida y la corresponsabilidad sobre las cargas familiares. Estas ideas están extendidas hoy en la sociedad occidental, aunque en la práctica no se llega a conseguir del todo. “No existe el instinto maternal”, “No se nace mujer, se llega a serlo”. No basta con transformar las condiciones económicas para que surja la mujer nueva: se han de producir consecuencias morales, sociales y culturales. Solo una evolución colectiva puede posibilitar los cambios necesarios para que todos los individuos tengan las mismas oportunidades, en términos de libertad y no de felicidad.

4. Origen de la Jerarquía Sexual y la Socialización Diferenciada

¿Por qué la mujer es la Alteridad? ¿Por qué las mujeres no cuestionan la soberanía masculina? ¿De dónde le viene a la mujer esta sumisión? Se responde en el primer volumen del estudio (fase regresiva del método).

Rechazo al Determinismo Biológico

El primer capítulo de El segundo sexo, dedicado a la biología, rechaza que la opresión de las mujeres esté determinada por sus características biológicas específicas vinculadas a la reproducción. Muchas de las interpretaciones reflejan los prejuicios de la situación desigualitaria. Denuncia el carácter ideológico de muchas teorías científicas que se mezclan con los prejuicios androcéntricos. Los aspectos fisiológicos solo tienen sentido en un contexto socio-histórico, cultural en definitiva, determinado. Una perspectiva humana no puede evaluar las capacidades fisiológicas de las personas sin situarlas en un contexto histórico determinado. El cuerpo humano es cuerpo vivido, revestido de los valores en un contexto económico, social y psicológico. Cómo las mujeres vivan su cuerpo va a depender del contexto cultural y de las oportunidades que puedan gozar para ejercer su libertad.

Establecimiento de la Jerarquía de los Sexos

¿Cómo se estableció la jerarquía de los sexos? Para Beauvoir, solo puede explicarse si se consideran los datos de la prehistoria y la etnografía a la luz de la filosofía existencial. Su punto de partida es el periodo que precedió a la agricultura: grupos nómadas en nuevas condiciones de vida. Aquellos que tenían el privilegio de la fuerza física, los varones, asumían las tareas de defensa. Las vidas de las mujeres estaban lastradas por las servidumbres de la reproducción, embarazos casi continuos que las alejarían de determinadas funciones dentro del grupo, que serían asumidas por los varones: defensa, caza, pesca…

Desde esta perspectiva, engendrar o amamantar no son actividades decididas por las mujeres. Son funciones naturales, no sirven a la mujer para una afirmación activa de su existencia. Los hombres arriesgan su vida mediante actos que trascienden la vida animal: experimentan un poder que les permite establecer sus propios fines. En la humanidad, la superioridad no la tiene el sexo que engendra, sino el que mata. Como afirma Beauvoir, aquí está la clave de todo el misterio. El macho humano moldea el mundo, crea instrumentos nuevos, inventa, forjando el futuro. La hembra humana se reconoce en estos proyectos de los varones y no realiza los suyos propios. En sentido existencialista, es más humano matar que engendrar.

Mujeres y hombres valoran aquellas empresas en las que los individuos establecen sus propios fines, y había pocos fines propios en una maternidad no decidida y no compartida. Los varones someten a las mujeres a partir del reconocimiento que han obtenido por parte de ellas; no hay posibilidad de reconocimiento mutuo porque solo los varones han tenido la posibilidad de arriesgar su vida, trascendiendo su animalidad. En esta etapa inicial, esta situación se debe a la inmediatez: no hay todavía instituciones que justifiquen la superioridad de los varones. A partir de este momento, se desarrolla esta jerarquía: el régimen paternalista o patriarcado.

El patriarcado es una forma de organización social caracterizada por la hegemonía masculina y la consiguiente opresión de las mujeres. La formación y consolidación del patriarcado será para Beauvoir el resultado de lentas transformaciones que conducirán a su establecimiento con la redacción escrita de mitologías y leyes. Son los varones los que elaborarán los códigos en los que la posición de la mujer siempre será subalterna. En muchos casos, existe miedo a lo femenino. Caracterizada como Alteridad, la mujer es entendida como la pasividad frente a la actividad, la diversidad frente a la unidad, la materia frente a la forma, el desorden frente al orden, vinculándose así también al Mal. Esto resulta en la falta de oportunidades para decidir sus proyectos propios y desarrollar su libertad.

Impacto de la Industrialización y la Socialización

En el siglo XIX, la revolución industrial y el maquinismo posibilitan una nueva era. La incorporación de las mujeres en masa al trabajo industrial las dota de protagonismo económico sin el cual no hay libertad posible. Trabajan en durísimas condiciones de explotación por la larga tradición de sometimiento. Las máquinas anulan en muchos casos las diferencias en relación a la fuerza física entre los trabajadores y trabajadoras, pero aun así la mano de obra femenina es más fácilmente explotable. La presión de las cargas familiares, el carácter complementario de su sueldo, la falta de solidaridad y conciencia colectiva, llevan a la aceptación por parte de muchas mujeres de salarios muy bajos.

Con el trabajo industrial cobra fuerza otro de los grandes problemas que las mujeres han de afrontar: la conciliación entre su papel reproductor y el trabajo productor. Por tanto, el control de esta función generadora es absolutamente necesario para que la mujer pueda realizarse como ser humano. Por ello, el desarrollo de las prácticas anticonceptivas es fundamental para la apertura de las posibilidades vitales de las mujeres, así como la práctica del aborto.

El control por parte de la mujer de su propio cuerpo es condición necesaria para que pueda asumir el papel económico. Las circunstancias están cambiando desde el siglo XIX, aunque el mundo sigue en manos masculinas. Además, para las mujeres, la elección del camino de la independencia requiere un esfuerzo moral mayor que el que han de realizar los varones porque se les educa para que acepten la subordinación y dependencia, para que dimitan de su libertad. La mujer acepta la pendiente de la facilidad; a lo largo de toda su vida la miman, mediante una socialización desigual de niños y niñas.

La modificación de la situación dependerá de la transformación de los elementos culturales y de la educación. Pues, no basta con modificar su condición económica para que la mujer se transforme. La intervención cultural desde la infancia es la causa del abismo. Un trato diferencial irá enseñándoles a ser hombres y mujeres, en situaciones totalmente desiguales en relación a las oportunidades que tendrán de desarrollarse como seres libres.

En estos momentos iniciales, la niña parece engañosamente como privilegiada: será más mimada, se le permiten más manifestaciones de fragilidad y sensibilidad. El niño comprenderá pronto que para él hay designios más importantes. Su entorno aparece inicialmente más hostil que el de las niñas, ya que pertenece a la casta superior. Se le transmite el orgullo por su virilidad que plásticamente se encarnará en su pene. El pene es símbolo de aquello a lo que el entorno concede prestigio. La educación tradicional favorece en los varones las actitudes encaminadas a la acción, el riesgo; en las niñas, a su papel de objeto. No hay destinos biológicos, sino destinos impuestos por la educación y por la sociedad.

Beauvoir expone con detalle los mecanismos sociales: las resistencias, las compensaciones, los papeles que juegan padres y madres diversos, el papel de la literatura infantil, de la mitología, de la religión. Solo desde este punto de vista puede entenderse el carácter negativo que reviste tan frecuentemente para las niñas la crisis de la pubertad. El cuerpo de las niñas comienza a ser objeto de miradas; se les inculca vergüenza y pudor. A muchas niñas no se les ha informado de la menstruación, y esto produce que la primera vez se viva como humillante y repugnante. Así como el pene extrae su valor del contexto social, es el contexto social el que convierte la menstruación en una maldición.

El desarrollo del erotismo en la adolescencia también viene marcado de manera diferente por el contexto; en los chicos se afirma públicamente, en las chicas se vive de manera más clandestina. En los chicos se potencia la actuación y la iniciativa y en ellas la pasividad y la dependencia. Ellos sujeto, ellas objeto. Los cambios fisiológicos son vividos desde una determinada situación. El contexto social fomenta y permite actitudes muy diferentes en chicos y chicas. Mientras ellos desarrollan su agresividad, su voluntad de poder, ellas entran en el momento de la renuncia. Si a ello se les suma la falta de estímulos, las sobrecargas de trabajo doméstico que implica la feminidad desde la juventud, la necesidad impuesta de autocontrol, nos encontramos en una situación limitada que estimula la pereza y la mediocridad.

En el chico, la independencia y la libertad que en él se fomentan contribuyen a su realización como ser humano. En el caso de las chicas se potencia aquello que menos contribuye a su desarrollo personal. La civilización patriarcal no interpreta el erotismo desde la reciprocidad. Prohibiciones y tabúes se reparten de manera injusta en todas las sociedades. Las primeras relaciones en las mujeres tienen un carácter negativo, con miedo al embarazo no deseado. La sexualidad de la mujer está condicionada por el conjunto de la situación, que incluye el contexto social y económico.

La autora insiste en que la autonomía de la mujer hará surgir nuevos modos de vivir la sexualidad, más libre para ellas, que posibilitará relaciones eróticas más equilibradas y enriquecedoras. Las concepciones tradicionales de masculinidad y feminidad conllevan a que se efectúen juicios muy negativos acerca de los individuos cuyas actitudes no se corresponden con ellas. Es lo que sucede con las mujeres que actúan con iniciativa, que no manifiestan docilidad, que se inclinan a actividades no típicamente femeninas o muestran más agresividad. La “mujer, mujer” es un producto artificial que fabrica la civilización; sus supuestos instintos de coquetería, de docilidad, se le insuflan como al hombre el orgullo fálico. Lo que requiere explicación es por qué muchas lo aceptan. Siempre hay decisiones libres que provocan una elección y no otra, aunque las circunstancias juegan un importante papel: “ningún destino sexual gobierna la vida del individuo”. Recordemos que en esta propuesta filosófica el ser humano es libertad y realiza su ser mediante su acción.