Al-Andalus: Historia, Sociedad y Legado Cultural (Siglos VIII-XIII)

La Península Ibérica en la Edad Media: Al-Ándalus (Siglos VIII al XIII)

Índice de Contenidos:

  • Introducción.
  • 1. Evolución política: la conquista, los emiratos y el Califato de Córdoba.
  • 2. La crisis del siglo XI: reinos de taifas e imperios africanos.
  • 3. Organización política y social.
  • 4. El legado cultural.

Introducción

A comienzos del siglo VIII, la Península Ibérica fue conquistada por los musulmanes, completando su expansión por el Mediterráneo occidental. Este acontecimiento tuvo una gran trascendencia para las tierras hispanas, que quedaron incorporadas (a excepción de las comarcas montañosas del norte) a una nueva civilización.

Durante tres siglos, Al-Ándalus, nombre que designaba el territorio peninsular dominado por los musulmanes, mantuvo una superioridad indiscutible sobre los pequeños núcleos del norte, tanto en el terreno político como en el económico y cultural. Brillante fue la época del Califato de Córdoba. Pero en las primeras décadas del siglo XI se produjo la ruina del Califato y con ello el declive del poder islámico en la Península Ibérica.

Los debates acerca de la influencia islámica en la historia de España han sido muy intensos. ¿Islamización de Hispania o hispanización de los musulmanes que llegaron a la Península Ibérica? En cualquier caso, son innegables las huellas, materiales y espirituales, del Islam en España.

1. Evolución Política: La Conquista, Los Emiratos y El Califato de Córdoba

Tras la conquista de la Península Ibérica, Al-Ándalus vivió su periodo de esplendor durante los siglos VIII al X. Políticamente, diferenciamos tres momentos fundamentales: emirato dependiente, emirato independiente y califato de Córdoba.

1.1. La Conquista

La presencia de los musulmanes en la Península Ibérica se debió a la confluencia de dos procesos simultáneos: la crisis interna de la monarquía visigoda, debido a su carácter electivo y al excesivo poder de la nobleza e Iglesia, y el movimiento expansivo del Islam desde el año 634.

El rey visigodo Witiza había asociado al trono a su hijo Agila, pero a la muerte de aquel (710), el duque de Bética, Roderico, tras una revuelta, ocupó el trono y desencadenó una guerra civil. El bando witizano pidió ayuda a los musulmanes, que en su expansión por el norte de África, habían llegado hasta el Atlántico.

El gobernador del norte de África, Musa, concibió entonces la posibilidad de extender sus conquistas por la Península Ibérica, gracias al apoyo brindado por el bando visigodo witizano y del gobernador de Ceuta, el conde Julián. En consecuencia, decidió enviar en 711 una expedición dirigida por Tariq, quien consiguió trasladar hasta Gibraltar (Gabal Tariq), unos 7000 hombres, en su mayor parte bereberes.

El enfrentamiento decisivo se produjo en la batalla de Guadalete (711), donde fue derrotado el ejército de Roderico y con ello se hundió la débil monarquía visigoda.

A partir de entonces y durante tres años (711-714) se consumó la conquista de casi toda la Península sin apenas resistencia. La ocupación de los territorios conquistados se efectuó mediante dos sistemas: la rendición incondicional de aquellos que opusieron mayor resistencia y la rendición pactada o capitulación de los que se sometieron voluntariamente. Factores decisivos en la rápida expansión de los musulmanes fueron el desinterés de la mayoría de la población por defender una monarquía con la que no se identificaban, así como la tolerancia y respeto de los musulmanes hacia cristianos y judíos, por ser considerados Gentes del Libro.

1.2. Los Emiratos

a) Emirato Dependiente (714-756)

Durante este periodo de asentamiento inicial, la Península Ibérica fue una mera provincia de Damasco, gobernada por un emir. Se iniciaba la etapa del Emirato Dependiente (714-756), caracterizada por la obediencia al califa de Damasco. La capital se trasladó a Córdoba. Fue una época de extrema turbulencia, debido a la diversidad étnica de los musulmanes establecidos (disputas entre bandos de la aristocracia árabe y sublevación de los bereberes). Estos problemas no frenaron la actividad militar, que continuó esos años con suerte diversa:

  • La derrota de Covadonga (722), magnificada por la tradición cristiana, garantizó la independencia del pequeño núcleo cristiano de Asturias.
  • La batalla de Poitiers (732), a manos de los francos, frustró los intentos de expansión al otro lado de Pirineos.

b) Emirato Independiente (756-929)

A mediados del siglo VIII se produjo una gran sublevación en Oriente Medio que expulsó al califa de Damasco y asesinó a los miembros de su familia, los Omeya. Con el nuevo califa, se inició una nueva dinastía, los Abbasíes, que trasladaron la capital del califato a Bagdad y sustituyeron la primacía árabe por la persa en la cabeza del poder islámico.

Abd al-Rahmán I (756-788), miembro de los Omeyas y superviviente de la matanza, consiguió llegar a la Península Ibérica, donde se hizo con el poder en Al-Ándalus, desligándose de Bagdad y proclamándose Emir Independiente. Esta independencia respecto al califato se limitaba solo al ámbito político, puesto que en el religioso se mantenía el reconocimiento de la supremacía espiritual del Califa de Oriente.

Se puede considerar al Emirato Independiente como una etapa de consolidación y reorganización del poder musulmán en Al-Ándalus, en la que se tuvo que hacer frente a tensiones sociales dentro de los propios grupos musulmanes y con la población cristiana y judía. Tensiones que posibilitaron que los núcleos cristianos del norte descendieran, ocupando las llanuras del valle del Duero. Una de las revueltas más peligrosas fue la iniciada en 879 por Omar Ibn Hafsun, dirigente de los muladíes (cristianos convertidos) andaluces descontentos. Desde su centro en Bobastro (Málaga) controló amplias zonas de la península.

1.3. El Califato de Córdoba

Abd al-Rahmán III (912-961), gran político y militar, se propuso, desde el primer momento, restablecer la autoridad de los Omeyas en Al-Ándalus. Acabó con la sublevación de Omar Ibn Hafsun, quien había ganado el apoyo de muchos mozárabes, frenó el avance cristiano en la Meseta Septentrional con victorias como Valdejunquera (920), consiguiendo que la línea del Duero no fuera rebasada por los cristianos, y se enfrentó a la revuelta fatimí en el norte de África, conquistando Melilla, Ceuta y Tánger.

En el año 929 dio el paso definitivo para la independencia de Al-Ándalus, autoproclamándose califa, es decir, marcando su independencia no solo en el campo político sino también espiritual. ¿Pretendía con este gesto reafirmarse frente a los abasíes de Bagdad, rompiendo el vínculo religioso, el único que subsistía? Más razonable sería pensar en esta medida como una acción defensiva frente a los fatimíes, deseosos de unificar el Islam bajo su mando.

En cualquier caso, el periodo del Califato de Córdoba representó el momento culminante del poder político musulmán en España. Además, fue la época de máximo esplendor cultural y artístico de Al-Ándalus, especialmente durante el reinado de Al-Hakam II (961-976), quien fomentó la enseñanza pública y fue el responsable de reformas en la Mezquita de Córdoba, como el bellísimo Mihrab.

Al morir Al-Hakam, le sucedió su hijo Hisham II (979-1009), menor de edad. El poder efectivo nunca fue ejercido por el califa, sino por su tutor, Ibn Abi Amir. Miembro de una familia media, realizó una carrera meteórica en la corte califal, que culminó al convertirse en protector del heredero.

En los primeros cinco años del califato, consiguió hacerse con el control absoluto de Al-Ándalus, a base de eliminar a sus rivales y de adquirir prestigio en campañas militares contra los cristianos. Construyó el palacio de Medina Al Zahira como sede de la administración, con el objetivo de deslindar el poder político y administrativo de la residencia del califa y apartarlo del poder.

En 981 recibió el sobrenombre de Al-Mansur (el victorioso por Allah), de donde deriva Almanzor. El califato se convirtió bajo su mando en una dictadura militar, que como tal, dependía de los éxitos de su ejército. En las dos últimas décadas del siglo X, dirigió una serie interminable de campañas militares contra los núcleos cristianos del norte. La más espectacular fue la de Santiago de Compostela, en la que solo respetó la tumba del Apóstol.

Muerto Al-Mansur (1002), las turbulencias políticas y las luchas entre bandos rivales caracterizaron la fase final del Califato, que acabó desintegrándose en numerosos reinos de taifas.

2. La Crisis del Siglo XI: Reinos de Taifas e Imperios Africanos

2.1. Los Primeros Reinos de Taifas (1031-1090)

Desde comienzos del siglo XI algunos territorios habían comenzado ya a independizarse, aprovechando la crisis y debilidad del califato. Finalmente, en el año 1031 una rebelión en Córdoba depuso al último califa, Hisham III, y con él desapareció el último símbolo de la unidad de Al-Ándalus, que se fragmentó en una multiplicidad de núcleos independientes, denominados reinos de taifas. El nuevo mapa fue el resultado y la demostración más evidente de las profundas divergencias que existían en el seno de la población islámica dirigente. Sus rasgos esenciales fueron:

  • Desde el punto de vista político fueron muy frecuentes las disputas entre los diferentes reinos (taifa significa facción). Además, su elevado número inicial se fue reduciendo por la incorporación de los más pequeños a otros mayores, como el reino de Sevilla.
  • Introdujeron novedades en el terreno fiscal incrementando los impuestos, tanto de la tierra como de las transacciones comerciales, justificándolo en el pago de parias y la necesidad de costosos ejércitos de mercenarios. Pero la presión fiscal motivó el descontento de la población, la cual no dudó en apoyar a los invasores almorávides. Los reyes taifas acuñaron moneda propia.
  • La debilidad política de los taifas contrastó con el esplendor económico y cultural alcanzado en dicha época. Las cortes de taifas se caracterizaron por la práctica del mecenazgo a escritores y artistas. Se cultivaron las ciencias jurídico-religiosas y la geografía. La obra más importante es El collar de la Paloma, de Ibn Hazm, canto al amor concebido desde una perspectiva neoplatónica.

A finales del siglo XI, ante el avance militar y la fuerza de los reinos cristianos (conquista de Toledo, 1085), los reinos de taifas comprendieron la necesidad de ponerse de acuerdo por la causa común y solicitar ayuda exterior.

2.2. La Unificación Almorávide (1090-1145)

Tras la conquista cristiana del fundamental enclave estratégico de Toledo (1085), los reyes taifas de Sevilla, Granada y Badajoz pidieron ayuda a Yusuf Ibn Tasfin, dirigente del imperio almorávide, constituido pocos años antes en el Sáhara occidental.

Los almorávides (hombres del ribat) eran una confederación de tribus bereberes dedicadas a la ganadería, que predicaban un rigorismo y que habían insuflado a sus tropas el espíritu de la guerra santa. Su centro de acción se hallaba en Marraquech. Yusuf desembarcó en Algeciras (1086) y a los pocos meses derrotó a Alfonso VI en Sagrajas (Badajoz). Cuatro años después retornó a la Península, con el objetivo de incorporar al imperio almorávide los reinos de taifas, que fueron cayendo uno a uno bajo su poder. Los almorávides supusieron un freno a la Reconquista castellana, pero los reyes aragoneses, de la mano de Alfonso el Batallador, iniciaron una gran expansión, desde el valle del Ebro hasta el fin de las montañas de Teruel.

El poder de los almorávides no llegó a consolidarse plenamente debido a varias razones:

  • La pérdida de territorios, como Zaragoza, y la incapacidad para recuperar otros, como Toledo, contribuyeron al desprestigio militar de los almorávides entre la población hispanomusulmana.
  • Su fanatismo religioso provocó el descontento de cristianos, judíos y amplios sectores de la población musulmana, que añoraban la tolerancia y libertad de pensamiento que habían caracterizado a Al-Ándalus.
  • La aparición en el norte de África, a mediados del siglo XII, de un nuevo movimiento político y religioso, el almohade, que se erigía sobre las ruinas del decadente imperio almorávide.

Hacia 1145, la descomposición del poder almorávide propició en Al-Ándalus el retorno a la fragmentación política –los segundos reinos de taifas–, y se vivía de nuevo una situación de aguda inestabilidad.

2.3. La Unificación Almohade (1145-1232)

Los almohades fueron los protagonistas de un segundo intento de reunificación de las taifas de Al-Ándalus. Los almohades (al Muwahidun, “unitarios”) eran un grupo bereber que había constituido un imperio en el norte de África. Desde allí cruzaron a la Península Ibérica y fueron incorporando los nuevos reinos de taifas a sus dominios. La completa unificación se produjo en 1172, y Sevilla se convirtió en la capital del imperio almohade hispano. Los últimos años del siglo XII representaron su momento de máximo esplendor, con victorias sobre los reinos cristianos como la de Alarcos (1195).

Sin embargo, los castellanos reaccionaron, unificaron sus fuerzas y derrotaron a las tropas almohades en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa (1212), que significó el declive almohade y un nuevo impulso reconquistador de los reinos cristianos.

Los rasgos más destacados de este periodo fueron:

  • Los almohades tuvieron como columna vertebral de su poder al ejército.
  • Desde el punto de vista económico se registró un importante progreso, claramente perceptible en la expansión de regadíos. Realizaron reformas monetarias.
  • La cultura cobró nuevo aliento. Nombres famosos fueron el pensador judío Maimónides y Averroes. En el campo de las artes plásticas destacan la Giralda, alminar de la gran mezquita de Sevilla, y la Torre del Oro.
  • No llegaron a Al-Ándalus ni reclamados por los reinos de taifas ni como libertadores frente a la amenaza cristiana, sino con el afán de destruir lo que quedaba del imperio almorávide.

El debilitamiento del poder almohade supuso el surgimiento por tercera vez de nuevos reinos de taifas. Ante el avance cristiano fueron sucumbiendo todos, excepto el de Granada, que consiguió sobrevivir hasta 1492, sometiéndose al vasallaje de los Reyes cristianos.

3. La Organización Política y la Sociedad de Al-Ándalus

Organización Política

El Estado musulmán era autocrático. El gobierno estaba centralizado en el palacio donde los emires y califas ejercían un poder absoluto. La administración pública estaba en manos de los diwanes o ministerios. Al frente de cada uno estaba un visir y por encima de estos un primer ministro o hachib. La administración de justicia estaba en manos de los cadíes.

El territorio estaba dividido en coras (provincias) a cuyo frente se encontraba el valí (gobernador). Los territorios fronterizos con los cristianos estaban divididos en marcas donde el gobernador tenía poderes militares.

Esta organización se sostenía gracias a los impuestos y a un poderoso ejército. Todos los ciudadanos pagaban impuestos: los musulmanes la zakat, una especie de limosna obligatoria, y los no musulmanes (mozárabes y judíos) la yizya, un impuesto personal según los bienes que se poseía y que se debía pagar para poder practicar su religión. Los impuestos extraordinarios también eran frecuentes y se establecían según las necesidades del Estado.

Entre esas necesidades se encontraba un ejército permanente, fundamental para el control de las fronteras y la política de expansión militar. Estaba formado por numerosos mercenarios (bereberes, francos, eslavos).

La Población

La población de Al-Ándalus era heterogénea. Básicamente estaba integrada por el sustrato romano-visigodo, claramente mayoritario, y los diversos grupos de invasores que habían ido llegando después de 711. En principio, el principal elemento diferenciador era el religioso: por una parte los musulmanes, por otra, los no musulmanes. Sin embargo, sobreponiéndose a estas dos categorías y a pesar de las doctrinas igualitarias del islam, se distinguían grupos sociales diferenciados según su origen étnico, su riqueza o su poder. Así los textos de la época nos hablan de una rica aristocracia terrateniente, una precaria población urbana de artesanos, de colonos vinculados a terratenientes y de campesinos adscritos a la tierra.

Los Musulmanes

Entre la población musulmana, en los primeros tiempos de la conquista, podían distinguirse tres grupos principales:

  • La aristocracia de origen árabe, a la que se añadieron los sirios que acudieron en su ayuda tras la rebelión bereber de 741. Era un grupo reducido de familias que se asentaron en las tierras más fértiles (Andalucía, Levante, valle del Ebro).
  • Los bereberes fueron un grupo numeroso. Dotados de un fuerte espíritu tribal, se asentaron en las zonas más pobres. Su posición de sometimiento hacia los árabes los llevó en ocasiones a adherirse a doctrinas islámicas radicales, de signo igualitario.
  • Los muladíes (muwalladum) eran los hispanos convertidos al Islam. Esa aceptación masiva de la nueva religión obedecía a las ventajas sociales y exención de impuestos que significaba ser musulmán.

Las Minorías No Musulmanas

Fuera de la comunidad de creyentes, existían dos grupos: cristianos (mozárabes) y judíos. Se les concedió la protección de la ley religiosa basada en los preceptos del Corán, que consideraba a ambos grupos como “Gentes del Libro”, por haber recibido la revelación divina. Como tales, se les permitía practicar sus propias religiones, tener una jurisdicción completa para sus asuntos familiares y civiles, poseer propiedades y ejercer toda clase de actividades laborales. Debían pagar un impuesto de carácter personal (yizya) y otro de tipo territorial (jaray).

  • Los judíos gozaron bajo el Islam de una política de tolerancia que contrastaba con la hostilidad mantenida hacia ellos por la monarquía visigoda. Su colaboración con los musulmanes en el inicial proceso de conquista fue notable.
  • Los mozárabes, o cristianos residentes en territorio musulmán, fueron disminuyendo tanto por las conversiones al Islam como por la emigración hacia los reinos cristianos del norte ante el avance de la Reconquista.

Los Esclavos

La esclavitud ocupaba la base de la estructura social. Dentro de ella podían distinguirse dos grupos diferenciados:

  • Los esclavos eslavos (saqqalibah), hicieron su aparición bajo Abd al-Rahmán III. Eran prisioneros de origen europeo que tras su manumisión, se incorporaron a los ejércitos califales. Algunos aprovecharon su jefatura militar para erigirse en reyes de taifas a la caída del Califato.
  • Los esclavos negros procedentes de Sudán, empleados en el servicio doméstico.

4. El Legado Cultural

Al-Ándalus ocupa un papel esencial en la formación y transmisión del saber en la Edad Media europea. El Islam, en su expansión, tomó y mezcló sabiamente elementos de las diferentes civilizaciones y culturas con las que entraba en contacto. De este modo, asimiló el mundo clásico a través de la cultura bizantina e incorporó conocimientos científicos y técnicos de países tan lejanos como China, India o Persia (el papel, la brújula, la pólvora, los números arábigos, conocimientos astronómicos, químicos y médicos), transmitiendo estos conocimientos a la Europa Medieval a través de Al-Ándalus.

La utilización de una lengua común, el árabe, permitió el contacto con los focos culturales de oriente (Damasco, Bagdad, El Cairo). Estos contactos fueron más intensos durante el califato de Al-Hakam II, quien llegó a tener una biblioteca de más de 800.000 volúmenes, en la que se guardaban conocimientos de la cultura persa y grecorromana.

De este modo, la vida intelectual y cultural de Al-Ándalus alcanzó altos niveles de desarrollo respecto a la Europa medieval y al mundo islámico. La cultura andalusí fue adquiriendo una originalidad importante.

Vida Intelectual y Cultural

La época del califato vivió un esplendor cultural en consonancia con el político y económico propiciado por califas como Al-Hakam II, quien convirtió a Córdoba en un centro cultural de primer orden con un desarrollo de disciplinas científicas como matemáticas, historia, medicina y poesía.

Con la caída del califato y la aparición de los reinos de taifas, la cultura vivió su segunda etapa de esplendor. Las principales cortes compitieron en la práctica del mecenazgo y fomento de las artes y las ciencias, en un clima de libertad intelectual. Sevilla fue famosa por sus poetas, como el propio rey Almotamid, y Toledo por sus científicos. En este periodo Ibn Hazm escribió “El collar de la Paloma”, uno de los mejores tratados sobre el amor de la literatura universal.

Los almorávides y almohades impusieron, con su rigorismo religioso, una seria limitación al pensamiento. No obstante, surgieron tres grandes figuras del pensamiento en general: los musulmanes Abentofail y Averroes, y el judío Maimónides. Los tres, conciliando el pensamiento aristotélico con sus propias convicciones religiosas, ejercieron una gran influencia en el occidente cristiano.

Manifestaciones Artísticas

Las manifestaciones artísticas estuvieron profundamente marcadas por la doctrina religiosa, que prohibía la representación de imágenes en edificios religiosos. Por este motivo la arquitectura fue la manifestación más importante. Sus rasgos más destacados son: el empleo de materiales pobres, como mampostería y ladrillo; la abundante decoración en yeso o mosaico con motivos vegetales (ataurique), geométrico (lacería) e inscripciones epigráficas; y un mayor interés por el interior que por el exterior del edificio.

Arte del Califato (Siglos VIII-X)

Durante la etapa de esplendor de Al-Ándalus (VIII-X), se erigió la Mezquita de Córdoba. Iniciándose con Abd al-Rahmán I, tuvo sucesivas ampliaciones en época de Al-Hakam II (la más espléndida), y de Al-Mansur. Su tipología de arcos (de medio punto, de herradura y polilobulados), la alternancia del rojo de ladrillo y el blanco de la piedra y la original solución arquitectónica de la capilla del Mihrab, otorgan un carácter imponente a la obra. De esta etapa es la construcción del Palacio de Medina Azahara, en las cercanías de Córdoba.

Arte de los Reinos de Taifas

Durante los reinos de taifas, se acentuó la tendencia decorativa, ocultando la pobreza de los materiales empleados. El arco de herradura fue sustituido por arcos polilobulados y mixtilíneos. La obra más representativa es el Palacio de la Aljafería de Zaragoza.

Arte Almorávide y Almohade (Siglos XII-XIII)

En los siglos XII y XIII, almorávides y almohades marcaron una reacción contra la excesiva decoración anterior. Del arte almorávide apenas se conservan muestras en España. De los almohades conservamos en su capital, Sevilla, dos ejemplos: la Torre del Oro —torre exenta de la muralla para reforzar las defensas del Alcázar— y la Giralda —minarete de la Mezquita, cuyo solar ocupa la Catedral actual, en la que destacan los llamados paños de sebka (red de rombos que resulta de la superposición y entrecruzamiento de arcos lobulados).

Arte Nazarí (Siglos XIV-XV)

De la etapa nazarí de Granada (siglos XIV y XV) destaca el Palacio de la Alhambra, que en realidad son dos palacios unidos: uno en torno al patio de Los Arrayanes, y el otro en torno al patio de Los Leones. Sus estructuras pobres están enmascaradas con una fantástica decoración, que cubre por completo techos y muros. La arquitectura se funde orgánicamente con la naturaleza: las fuentes y la vegetación envuelven los edificios o los invaden. Estas características son aún más evidentes en la residencia veraniega del Generalife, situada enfrente de la Alhambra.