A pesar de que lo prohibiera expresamente la Constitución, el Congreso y el Senado se reunieron en una llamada Asamblea Nacional que, aquel mismo día, proclamó la República por amplísima mayoría y eligió a Estanislao Figueras como presidente del Poder Ejecutivo.
La República, proclamada tras la caída de Amadeo I, fue de tipo federal. Esta se fundó sobre las bases de la Constitución de 1869, aun cuando la forma de gobierno fue cambiada. La idea federal respondía a los ideales proclamados por las masas revolucionarias de las ciudades y las juntas revolucionarias de 1868.
A pesar de las apariencias, no existió una ruptura tan marcada entre la proclamación de la I República y la monarquía anterior. La clase política del periodo resultó, en esencia, la misma, y la proclamación de la República se produjo porque la voluntaria renuncia del rey impuso el cambio de régimen como única solución viable.
La República española solo fue reconocida por países federales como Suiza y Estados Unidos, a diferencia de Francia, Gran Bretaña, etc.
Inestabilidad y Desafíos Iniciales
La inestabilidad de la Primera República fue patente desde el principio: fue proclamada por unas Cortes en las que el republicanismo estaba en minoría y la mayoría pertenecía al partido radical de Ruiz Zorrilla. Llegó inesperadamente; ninguno de los hombres que ocuparían el poder en los próximos meses —Figueras, Pi y Margall, Salmerón, Castelar— había podido preparar un verdadero programa de gobierno. Las divisiones ideológicas y políticas surgieron pronto en el seno del republicanismo. No tuvo una formulación única, sino varias sucesivas: indefinida desde el principio, federal, y, tras la revolución que supuso el movimiento cantonal, acabó siendo autoritaria.
A la inestabilidad política propiamente dicha, hay que añadir la agitación social, la insurrección carlista y la rebelión cantonal. La experiencia republicana desembocó en una quiebra casi total de la autoridad del Estado y un caos prácticamente total. Se encontró con la hostilidad de todas las fuerzas conservadoras:
- Los carlistas, que con más fuerza que nunca continuaron la guerra.
- La nobleza, que lógicamente la ignoró y conspiró.
- Los militares, que no aceptaron un régimen que defendía la abolición de las quintas.
- Amplios sectores de la burguesía, que simplemente le tenían miedo.
El Proyecto Constitucional Federal de 1873
A todo esto hay que añadir la elaboración de un proyecto constitucional federal de 1873, basado en la Constitución de 1869. El texto, preparado por Castelar, no llegó a aprobarse, pero dejaba clara la voluntad descentralizadora que lo animaba. La nación española quedaría compuesta por diecisiete estados que agrupaban los territorios peninsulares e insulares, además de las provincias ultramarinas de Cuba y Puerto Rico.
A la división de poderes tradicionales se añadía un cuarto poder: el del Presidente de la República. El poder legislativo correspondería a las Cortes (Congreso elegido por sufragio universal directo y Senado por las Cortes de sus estados). Los derechos individuales quedaban tan detallados como en la Constitución de 1869, además de la separación de Iglesia y Estado.
Presidentes de la Primera República y su Evolución
Estanislao Figueras (Febrero – Junio de 1873)
El primer gobierno republicano fue encargado a Estanislao Figueras. Una de sus primeras medidas fue suprimir los impuestos sobre los consumos y las quintas —una de las mayores reivindicaciones populares—, concediendo una amplia amnistía. Todo esto no impidió que las juntas revolucionarias ocuparan los ayuntamientos de muchas ciudades y que muchos campesinos creyeran que la República era la «ocupación de tierras». El Estado, falto de ingresos, pronto se halló en apuros, y el ejército, desarticulado el sistema de quintas, se sumió en una gran anarquía. Figueras tuvo que dimitir el 11 de junio.
Pi y Margall (Junio – Julio de 1873)
El movimiento cantonal supuso la respuesta local de los republicanos federales que trataban de llevar a la práctica sus ideales políticos. El 12 de julio se proclamó el cantón de Cartagena, que adoptó la forma de una república independiente. Esta medida tuvo su réplica en muchas ciudades andaluzas y del Levante español, aunque tampoco faltaron las del interior. Le sucedió Pi y Margall, que no logró reconducir la situación; al contrario, esta se agravó. El movimiento cantonal surgió por todas partes: Valencia, Granada, Murcia, Cartagena. Dimitió en julio.
Nicolás Salmerón (Julio – Septiembre de 1873)
El tercer presidente fue Nicolás Salmerón. Este intentó formar un gobierno fuerte que consolidara la tambaleante República. Se apoyó en los generales que podían mantener el orden público, a los cuales ordenó reprimir el movimiento cantonal, y movilizó un ejército para frenar el avance carlista. Dimitió en septiembre al negarse a firmar una sentencia de muerte.
Emilio Castelar (Septiembre de 1873 – Enero de 1874)
En el cargo le sucedió Emilio Castelar, que actuó con mano dura y presidió una República conservadora. Rompió toda vinculación con el federalismo y se centró en el problema que le preocupaba: la lucha contra la revuelta social. Mientras, los generales más significados del ejército se le ofrecían secretamente para dar un golpe de Estado. El 2 de enero de 1874, Castelar fue derrotado en una votación en el Congreso de los Diputados.
El Golpe de Pavía y el Gobierno de Serrano
Los militares estaban conspirando abiertamente. El capitán general Manuel Pavía, al conocer la derrota de Castelar, se presentó en el Congreso y disolvió las Cortes. El general más prestigioso del momento, Francisco Serrano, asumió nominalmente la jefatura del gobierno.
Desde el poder, Serrano siguió una política de orden, con medidas que hubieran podido dar la victoria a una solución republicana. Adoptó medidas tendentes a ilegalizar la Internacional o perseguir a los federales más intransigentes. Aplastó la revuelta de Cartagena, pero no se produjo la esperada victoria sobre los carlistas y la situación financiera del Estado era pésima.
El Fin de la República y la Restauración Borbónica
Mientras, todas las fuerzas políticas de la derecha se estaban acercando hacia la monarquía, que representaba un modelo político estable que podía poner fin al conflicto carlista, al problema cubano, al problema obrero y a la agitación campesina. El Manifiesto de Sandhurst, escrito por Cánovas del Castillo y refrendado por el futuro Alfonso XII, favoreció esta situación.
El 29 de diciembre, contrariando los proyectos de Cánovas, que deseaba una restauración estrictamente civil, el general Arsenio Martínez Campos se pronunció en Sagunto y proclamó Rey de España a Alfonso XII. La posibilidad abierta por la Revolución de 1868 de que la revolución liberal española desembocara en una revolución democrática se había frustrado.