La vida y la obra de Miguel Hernández (M. H.), trágicamente truncadas por la guerra, sirven de puente entre dos etapas de la poesía española. Por una parte, sus contactos con la Generación del 27 hicieron que Dámaso Alonso lo considerara un «genial epígono» del 27. Por otra parte, por edad, se le puede incluir en la llamada Generación del 36 (Rosales, Celaya…).
Primeros Años y Formación en Orihuela
M. H. nació en 1910 en Orihuela (Alicante). La vida plácida y conformista de Orihuela era la de una pequeña arcadia, la de una ciudad levítica que ya contaba con treinta y tres iglesias y conventos para sus apenas diez mil habitantes.
Durante su adolescencia, Hernández había leído febrilmente, a escondidas de un padre asentado en las tradiciones de la época que no toleró que permaneciera en el colegio más allá de sus catorce años, porque había de trabajar como los demás miembros de la familia. Miguel supo generalizar su situación y su sentimiento en el poema «El niño yuntero». Fue, en efecto, pastor de cabras, aunque despistado y por poco tiempo. Aun púber, ya mostraba paso firme y decidido por las calles de Orihuela y, aunque ensimismado a veces, era apreciado por su saber deslumbrantemente precoz y por su jovialidad entre los amigos.
En expresión de María Zambrano, Hernández había nacido para ser poeta. Aunque existen borradores de aprendiz de poeta desde los quince años, la primera publicación de Miguel Hernández, el poema «Pastoril», aparece a los diecinueve en el diario El Pueblo de Orihuela. Es una muestra de ambiente pastoril, con influjos de Garcilaso de la Vega; Miguel describe la naturaleza de la huerta oriolana como si de un moderno Fray Luis de León se tratara. La naturaleza del primer Hernández es una perfecta obra divina, repleta de alusiones cristianas, pero también de elementos mitológicos paganos, tomados de las deslumbrantes obras de los escritores latinos Virgilio y Ovidio, prestadas por el canónigo Almarcha.
El primer M. H. copia, memoriza e imita a los clásicos españoles y a las nuevas voces consolidadas: la exquisitez de la poesía desnuda de Juan Ramón Jiménez o la musicalidad del modernista Rubén Darío, quien también estudió en el colegio de jesuitas de Orihuela unos años antes. Joven de iniciativas y arrestos, se asocia con C. Fenoll y, sobre todo, con R. Sijé, un emprendedor nato. Los tres amigos oriolanos fundan una revista literaria, Destellos.
Primeros Viajes a Madrid y Consolidación Poética
Tras estas aventuras iniciáticas, el aprendiz de poeta desea demostrar que domina el oficio y que merece ser aceptado en la sociedad, en la república de las letras. Y pronto se da cuenta: Orihuela se le queda pequeña para lo que Miguel quiere hacer. Quizá consiga salir del pueblo sin menospreciar a su padre. Es la hora de prestar a la patria el servicio militar obligatorio. Sin embargo, de nuevo otro revés: el colmo de su desgracia llega cuando, en el sorteo, resulta excedente de cupo, es decir, que se libra de la mili y ha de permanecer en Orihuela.
Si quiere abandonar su casa, habrá de esperar a su mayoría de edad, que entonces se alcanzaba a los veintiuno. Pero no dispone de dinero suficiente. Pide ayuda a sus amigos acomodados y a los que confían en él, y por medio de Sijé, prepara su marcha a Madrid.
Exactamente un mes después de haber cumplido los veintiún años, el 30 de noviembre de 1931, emprende viaje a Madrid para vivir su sueño de escritor. La aventura apenas dura seis meses; no le va bien. El colofón de su amarga estancia madrileña lo pone su retorno. Camino a Orihuela, es detenido en el tren e ingresa en la cárcel de Alcázar de San Juan por llevar un billete de estudios o un billete de caridad a nombre de otra persona. Ha de pedir dinero para reanudar el viaje y recurre, como siempre, a Ramón Sijé, que se había erigido en su mentor y guía, más aún que el propio Almarcha.
Su permanencia en la capital española, sin embargo, le permite respirar el ambiente del homenaje que en 1927 se dedicó a Góngora, el gran poeta cordobés, en quien se inspiraría para confeccionar su primer poemario publicado: Perito en Lunas (1932). El libro está compuesto por 42 octavas reales en las que los objetos humildes (palmeras, cohetes, sandías, pozos…) son sometidos a una elaboración metafórica, hermética y deslumbrante.
Amor y “El Rayo que no Cesa”
El joven Hernández crece: era la hora del amor. En 1933, Miguel conoce en Orihuela a una modista, seis años menor que él, Josefina Manresa. Al año siguiente, en septiembre de 1934, formaliza su noviazgo con ella. Para granjearse la aceptación en Madrid, escribe con celeridad, a la muerte del torero Ignacio Sánchez Mejías, un drama teatral, El torero más valiente (1934). La pieza, sin embargo, no se editó completa ni se estrenó en vida de Miguel.
Un año después, en 1935, fija su residencia en Madrid con el deseo de estar cerca del hervidero artístico que le permita prosperar. La escritura es su obsesión. Por un lado, las lecturas de San Juan de la Cruz, en clave erótica, y las de Garcilaso determinan los sonetos pastoriles de su proyecto de «Silbo vulnerado», un nuevo poemario. Por otro lado, Quevedo, junto con la experiencia real del sentimiento amoroso, dota de contenido existencial a «Imagen de tu huella», otro proyecto de libro.
Ambas iniciativas literarias, que no fueron publicadas, serían el antecedente de su primer gran éxito: El Rayo que no Cesa (1935), con el que marca un hito en la lírica amorosa española. El libro se compone, sobre todo, de sonetos, a excepción de la famosa «Elegía a Ramón Sijé», escrita en tercetos encadenados. Quizá sea el poema de la amistad más grandioso escrito hasta ahora. También componen el libro dos hermosas odas a Vicente Aleixandre y a Pablo Neruda. Entre los títulos memorables del libro destacan «Como el toro he nacido para el luto y el dolor» y «No me conformo, no, me desespero».
La agitada vida social, cultural y, sobre todo, erótica de Madrid lo llevó a romper las relaciones con su novia de Orihuela. Entabla nuevas amistades en todos los ámbitos de la cultura efervescente del Madrid republicano. Después de algo más de seis meses de ruptura, escribe a Josefina pidiéndole reanudar las relaciones, y tiene éxito. Desde ese momento, ninguna otra mujer se interpondría, pero sí el signo sangriento de la guerra y la cárcel.
El tema de El Rayo que no Cesa es, pues, la insatisfacción profunda de la inaccesibilidad de la amada; es decir, la queja del enamorado, no por no ser correspondido, sino por no poder gozar carnalmente de su amor.
Transformación Ideológica y Compromiso Social
En 1935, esta es la fecha clave en el cambio ideológico y estético de M. H. Abandona su credo religioso («Me libre de los templos: sonreídme») y se abraza a la defensa de los más débiles, del proletariado, de las mujeres desprotegidas. A los oprimidos se dirige ahora con una expresión más clara y contundente: desaparece la retórica hueca y el puritanismo fatuo; exhibe un tono reivindicativo que forjará el espíritu hernandiano más progresista. El ambiente, lo que ve, lo que comenta, y los nuevos amigos de Madrid le conducen definitivamente a esferas de pensamiento que contrastan con sus amigos: con el español Vicente Aleixandre, el chileno Pablo Neruda. Canónico.
La Guerra Civil Española y la Poesía Comprometida
Tras el golpe de Estado de los rebeldes militares, al mando del general Franco, contra la II República, el 18 de julio de 1936, Hernández consolida su postura social y la convierte en política: se afilia al Partido Comunista y se alistó como voluntario en el Quinto Regimiento del bando republicano. Con el arma de la palabra, Miguel Hernández participa en cuatro frentes de defensa: Madrid, Andalucía, Extremadura y Aragón.
Miguel es nombrado comisario de Cultura del batallón de El Campesino para animar a los combatientes con sus arengas y sus actividades literarias: publicaciones de periódicos, representaciones breves de teatro de agitación, confección de carteles, murales de poesías y dibujos, y tablones de anuncios. Su poesía se hace bélica. Combina lo épico con lo lírico. Esta es una de las peculiaridades de Hernández. Recurre al romance y al octosílabo, a un idioma llano y popular, sin renunciar a calidades poéticas.
Con la publicación de los romances de Viento del Pueblo (1937), dedicado al poeta del pueblo, Miguel inicia una etapa de poesía comprometida. Entre cantos épicos, arengas y poesía de combate, destacan poemas de clara preocupación social como «El niño yuntero», «Aceituneros», «El sudor»… Miguel ha dejado de ser el poeta-pastor para erigirse en el poeta del pueblo. Viento del Pueblo es una de las más altas cumbres del arte de la España en guerra, junto al Guernica de Picasso. En Viento del Pueblo aparece, en efecto, el tono épico dirigido a un protagonista colectivo, pero nunca se omite lo lírico.
El 9 de marzo, Miguel y Josefina contraen matrimonio civil en Orihuela. Pero se marchan de inmediato a Jaén. Durante esta fase de la guerra, Miguel recoge muchos momentos épicos de exaltación de los republicanos que luchan por España. Una de las heroínas es Rosario la Dinamitera, quien perdió una mano y parte del brazo al explotarle una granada. La poesía, más allá de los símbolos políticos, se hace social y de hondo calado humano.
A veces se transforma en indignada arenga ante la indiferencia de ciudades de retaguardia, como Jaén, en «Aceituneros». Junto a la poesía épica y social, cuando Josefina comunica a Miguel, por carta, que está embarazada, el poeta hace prevalecer las exclamaciones líricas del amor entre balas y cañones: «Canción del esposo soldado». Y el niño, Manuel Ramón, nacerá el 19 de diciembre de 1937.
Con el tiempo, llegará a asociarse la figura de Miguel con la misma II República española. Su valor simbólico devendría en valor mítico para la España de los vencidos durante el sometimiento franquista, pero también para el postfranquismo. Uno de sus compañeros en la primera línea de fuego relata que él era un poeta combatiente. Porque él no era como los otros que iban al frente, estaban en un acto y volvían a Madrid. Él estuvo allí todo el tiempo, igual que cualquier otro combatiente, y con su palabra ayudaba mucho a levantar la moral de la gente.
Tragedias Personales y “El Hombre Acecha”
Por muy poco tiempo permanece Hernández en el frente de Aragón, debido a los fuertes dolores de cabeza que aquejan al poeta. Las cefalalgias lo conducirían a un hospital de reposo, a Benicàssim, donde coincidiría por primera vez con Antonio Buero Vallejo, el pintor que acabaría siendo el dramaturgo de referencia para la España de posguerra. Pero las penas y el deterioro bélico de la resistencia republicana se vuelven a acumular a los sucesos más íntimos para Miguel Hernández. A los diez meses, muere su primer hijo, y Josefina encaja tan duro golpe estando nuevamente embarazada de seis meses.
A la vena optimista de Viento del Pueblo, prosigue un año después, El Hombre Acecha (1938). Libro en la misma línea que el anterior, pero con un acento de dolor mucho más intenso. A lo largo de 1938, la derrota republicana ya es inminente: estos poemas constituyen un grito desgarrador entre muertos, heridos, cárceles…, desilusión. El hombre es una amenaza para el hombre, animalizado: el poeta siente miedo de todos, hasta de sí mismo. Hernández busca el nuevo brote en su mujer y en la descendencia. La guerra y el hambre han generado el odio sobre el paisaje. Destacan poemas tan impresionantes como «El hambre» y «El herido».
Con El Hombre Acecha, M. H. marca el modelo de la lírica española de posguerra, impregnada de dolor e ira.
Exilio, Prisión y Muerte
El 1 de abril de 1939, en la España franquista se declaró la paz y se impuso la victoria. M. H. ha ido a informarse, por recomendación del matrimonio de María Teresa León y Rafael Alberti, a la embajada de Chile en Madrid sobre un posible asilo político. Chile no reconocería la victoria de Franco hasta transcurridos diez días del último parte de guerra. Hernández no confía en la seguridad de los asilados. Nadie le da cobijo; todos tienen miedo de correr riesgos.
Desolado, desengañado y cansado, opta por el exilio a pie a través de la frontera portuguesa. Es entregado a la policía española por la policía del dictador portugués Salazar y encarcelado en Rosal de la Frontera. De aquí fue llevado a diversas.
Solo con la finalidad de no dejar desamparados a su mujer y a su hijo, ya que las leyes franquistas no reconocían el matrimonio civil, consiente y, en la enfermería de la prisión, se casa «por la Iglesia» veinticuatro días antes de producirse la muerte. Sin tratamiento médico adecuado, fallece en Alicante el 28 de marzo de 1942, a los treinta y un años. Desde los últimos meses de la contienda, Hernández fue confeccionando una especie de diario poético íntimo de breves canciones y romances en escuetos versos.