Introducción a las Transformaciones Sociales y Políticas en la España Contemporánea
El proceso de reforma agraria y el inicio de la industrialización dieron lugar a la configuración de nuevas relaciones sociales que culminaron con la progresiva desaparición de los estamentos y con el nacimiento de una nueva sociedad de clases. La reforma liberal hizo desaparecer paulatinamente los privilegios e igualó a todos los ciudadanos ante la ley y la fiscalidad. Las diferencias se establecieron, a partir de entonces, en el terreno económico. La riqueza se convirtió en la categoría básica de definición social. Frente a los burgueses, los ricos o los propietarios, aparece contrapuesto el grupo de los que carecen de riqueza, de propiedad.
Nace así un nuevo tipo de conflicto social, del que fue testigo la Restauración, que pone el acento más que en la conquista de la libertad en la lucha por la igualdad. Esto explica, por tanto, el surgimiento y desarrollo del movimiento obrero del que vamos a hablar. Sin embargo, la Restauración no tuvo que hacer frente, únicamente a ese movimiento social de los obreros, sino también a una emergencia de movimientos de carácter nacionalista y regionalista en diversas zonas de España. La gestación de estos nacionalismos debe comprenderse como reacción frente a las pretensiones uniformizadoras del sistema político y administrativo adoptado por el liberalismo y su pretensión de imponer una cultura oficial castellanizada que ignoraba la existencia de otras lenguas y culturas. En la emergencia de estos movimientos tuvo mucho que ver el atraso económico, ya que evidenció el desequilibrio entre un centro atrasado y poco poblado donde residía el Gobierno y una periferia rica e industriosa, sometida a directrices de un grupo de políticos que no atendía a los intereses de las provincias que creaban la riqueza de la nación. La defensa de estos intereses, tanto culturales como económicos, dio paso a la formación de asociaciones nacionalistas.
El Movimiento Obrero en España (Siglo XIX-XX)
Orígenes y Primeras Manifestaciones
Para entender el surgimiento de este movimiento tenemos que remontarnos irremediablemente al nacimiento de la clase obrera. Los orígenes de dicha clase están ligados al proceso de industrialización que se produjo en España a lo largo del siglo XIX. La aparición de la industria moderna supuso una organización del trabajo diferente de la del antiguo sistema gremial. Las nuevas fábricas utilizaban una mano de obra asalariada, conocida primero con el nombre de operarios y más tarde con el de proletarios. El patrón, propietario de un establecimiento industrial, compraba la fuerza del trabajo de un obrero (hombre, mujer o niño), a cambio de un salario no regulado por ninguna ley. Las condiciones laborales y vitales generadas por este nuevo sistema de organización del trabajo eran inhumanas y terminaron dando lugar a las primeras manifestaciones de protesta obrera.
Estas se produjeron a partir de la década de 1820 y tuvieron un carácter de reacción contra la mecanización. El ludismo (surgido en España en 1820, a imitación del ludismo inglés de 1811 de Ned Ludd) fue la primera expresión de rebeldía obrera contra la introducción de las nuevas máquinas a las que responsabilizaban de la pérdida de puestos de trabajo y, sobre todo, del descenso de los jornales. Sin embargo, los trabajadores comprendieron muy pronto que el problema no radicaba en las máquinas, sino en el reparto desigual de los beneficios y salarios. Por tanto, había que cambiar las relaciones laborales utilizando el único recurso que tenían: la unidad de acción y la paralización de la producción mediante la huelga. Surgieron así las primeras asociaciones obreras, en torno a los años 40 del siglo XIX, encargadas de defender al trabajador de los inconvenientes del capital.
Las primeras organizaciones obreras surgieron en Cataluña, donde se estaba desarrollando la moderna industria textil. Estas asociaciones eran organizaciones de ayuda mutua que trataban de cubrir las necesidades de los afiliados en casos de pérdida de empleo, por despido, accidente, enfermedad, cierre de fábrica, etc. Las cuotas de los afiliados constituían una caja de resistencia que permitía mantener o auxiliar temporalmente a las familias caídas en desgracia. En 1840 se creó en Barcelona la Asociación Mutua de Tejedores, que llegó a estar integrada por unos 15.000 miembros. Con la ayuda de un crédito municipal pudo incluso crear una fábrica propia destinada a ocupar a los obreros despedidos por participar en huelgas. En el seno de estas primeras asociaciones se descubrió la importancia de la coordinación solidaria para conseguir mejores condiciones laborales y salariales. A imitación de la de tejedores surgieron otras asociaciones que, a partir de 1843 durante la década moderada, fueron disueltas e ilegalizadas. Se iniciaba así una turbulenta historia de clandestinidad, interrumpida por breves períodos de signo progresista en los que las asociaciones sindicales eran toleradas fugazmente. Este fue el caso del Bienio Progresista de 1854 a 1856, durante el cual tuvo lugar la primera huelga general en España (1855).
La Primera Internacional (AIT) y la División Ideológica
Pero el movimiento obrero no fue solo una sucesión de huelgas, sino que, al igual que en el resto de Europa, empezaron a desarrollarse planteamientos teóricos que pretendían elaborar propuestas de solución para el conflicto obrero. Así, el socialismo utópico tuvo como principal representante en España a Joaquín Abreu, que defendió la creación de falansterios (cooperativas de producción y consumo que producían todo lo necesario para sus habitantes).
En septiembre de 1868, cuando estalló en España la revolución que destronó a Isabel II, la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT o Primera Internacional), que se había fundado cuatro años antes, decidió aprovecharse de la atmósfera democrática (Sexenio Democrático 1868-1874) reinante en España, excepcional en la Europa de la época. La revolución democrática había restablecido la libertad de asociación, de prensa y de palabra. El enfrentamiento de las ideas anarquistas y marxistas en la AIT, personificadas por M. Bakunin y K. Marx, respectivamente, se introdujo en España. En octubre llegó a Madrid Giuseppe Fanelli, un colaborador allegado a Bakunin. Allí primero y luego en Barcelona días después, se reunió con reducidos grupos de jóvenes a quienes dio a conocer la AIT y las ideas centrales del pensamiento anarquista de Bakunin. Para ello solo disponía de unos cuantos periódicos y algunas copias de estatutos obreros. Mantuvo con ellos algunas charlas entusiastas, pero difíciles, ya que hablaba en italiano y en francés y se veía obligado a ayudarse de la mímica porque prácticamente ninguno de sus interlocutores entendía estas lenguas. Aun así, produjo una gran impresión, y tras la traducción de los textos, la difusión de estas ideas fue rápida.
En 1870 un congreso general de sindicatos reunidos en Barcelona fundaba la Federación Regional Española de la Internacional, con fuerte influencia anarquista. Cuando en diciembre de 1871 el yerno de Marx, Paul Lafargue, llegó a España huyendo de la represión de la Comuna de París. En Madrid trató de combatir la influencia anarquista con la difusión de las ideas socialistas. Surgió así un grupo de seguidores marxistas formado por Francisco Mora, José Mesa y Pablo Iglesias, que publicó el periódico “La Emancipación”. Las discrepancias entre las dos corrientes internacionalistas (anarquismo y marxismo) culminaron con la expulsión de la federación del grupo madrileño que fundó entonces la Nueva Federación Madrileña, a partir de la cual se formó, posteriormente y clandestinamente, el PSOE en 1879.
El Movimiento Obrero durante la Restauración
Tras la Primera República el internacionalismo comenzó a perder fuerza, produciéndose su declive definitivo a partir de 1874, cuando el nuevo régimen de la Restauración declaró ilegal a la AIT, obligándola a organizarse en la clandestinidad. No será hasta el ascenso al poder de los liberales en 1881 —al frente de Sagasta— cuando se retorne a una mayor permisividad y las asociaciones obreras puedan salir de nuevo a la legalidad y expandirse. En ese año la FRE cambió su nombre por el de Federación de Trabajadores de la Región Española. El cambio se debió a la necesidad de adaptarse a la nueva legalidad, que prohibía las organizaciones de carácter internacional y dirigidas desde el extranjero. Los desacuerdos dentro de esta organización (con mayor implantación en Cataluña, Valencia y Andalucía) favorecieron que una parte del movimiento anarquista (anarcocomunismo) optara por la acción directa y organizara grupos revolucionarios con el objeto de atentar contra los pilares básicos del capitalismo: el Estado, la burguesía y la Iglesia. Paralelamente, y como consecuencia de la nueva permisividad, en 1888 el PSOE quedó constituido oficialmente como partido apoyado mayoritariamente en Vizcaya, Madrid y Asturias.
Durante la etapa de 1893-97 se produjeron los actos más destacados de violencia social: atentados contra personajes claves de la vida política de la Restauración (Martínez Campos), bomba en el Liceo de Barcelona, entidad representativa de la sociedad burguesa, o contra la Procesión del Corpus, símbolo de la liturgia eclesiástica. Los atentados fueron seguidos de una fuerte represión contra el anarquismo, que tuvo su más importante repercusión en los Procesos de Montjuic celebrados en 1897 en Barcelona, en los que fueron condenados y ejecutados cinco anarquistas. Sin embargo, estos procesos solo consiguieron una escalada de violencia terrorista que costó la vida al propio Antonio Cánovas del Castillo en 1897.
En cualquier caso, el impulso del anarquismo continuó adelante (en su versión anarcosindicalista) y en Barcelona se creó en 1907 Solidaridad Obrera, una federación de asociaciones obreras de carácter apolítico, reivindicativo y favorable a la lucha revolucionaria. Esta federación contó con prensa propia, y en 1910, impulsó la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). El nuevo sindicato nació con el objetivo de extenderse por toda España y consiguió consolidarse como hegemónico en Cataluña, logrando también una fuerte implantación en Andalucía y Valencia.
Programa de la CNT
- La independencia del proletariado respecto a la burguesía y a sus instituciones (el Estado), por lo que se declaraba totalmente apolítico.
- La necesidad de la unidad sindical de los trabajadores.
- La voluntad de derribar el capitalismo.
La evolución de la CNT sufrió constantes altibajos: a un período expansivo le seguía otro de represión y clandestinidad, como sucedió en 1911, cuando —después de la huelga general de septiembre— el sindicato estuvo prohibido hasta 1914. En cuanto a la organización obrera de carácter marxista, dejó de llamarse Nueva Federación Madrileña para denominarse Agrupación Socialista Madrileña, fundada por Pablo Iglesias en 1879. Esta agrupación se convirtió en el núcleo originario del Partido Socialista Obrero Español. En 1888 los socialistas impulsaron la creación de un sindicato socialista, la Unión General de Trabajadores. Partido y sindicato tuvieron en Madrid, Vizcaya y Asturias sus zonas de mayor influencia.
En cuanto al partido, el PSOE se definía como un partido marxista netamente obrerista y partidario de la revolución social. Su programa político contemplaba los siguientes puntos:
Programa Político del PSOE
- Derecho de asociación, reunión y manifestación.
- Sufragio universal.
- Reducción de las horas de trabajo.
- Prohibición del trabajo infantil.
- Abolición de clases.
- Transformación de la propiedad individual en propiedad social.
- Posesión del poder político por la clase trabajadora.
- Declaración de los derechos de la persona humana.
Por lo que al sindicato se refiere, la UGT respondía al modelo de sindicato de masas que englobaba los sectores de la producción y se organizaba en secciones de oficio en cada localidad. Para ampliar su base social, el sindicato se declaró no vinculado a la política y el único requisito de admisión era respetar el reglamento y los acuerdos aprobados. En cualquier caso, no debemos perder de vista que desde la escisión de la FRE, la tendencia anarquista arrastró a la gran masa de la población, mientras que la tendencia socialista, mucho más minoritaria, contó con menor porcentaje de afiliación hasta que en 1910 el PSOE consiguió su primer diputado en las Cortes: Pablo Iglesias.
En 1921 un grupo de socialistas desgajado del PSOE había fundado el Partido Comunista de España (PCE), valedor del modelo revolucionario ensayado por Lenin en Rusia. El PCE tuvo escasa significación hasta la Guerra Civil, pero su aparición iba a consolidar la división tripartita del movimiento obrero.
Nacionalismos y Regionalismos en la España Contemporánea
Factores y Características Comunes
A lo largo del siglo XIX aparecen en España núcleos de intelectuales y grupos políticos que diferencian públicamente las particularidades que caracterizan las zonas periféricas de la Península. Los factores que explican la aparición de estos nacionalismos son distintos. En su génesis cabe destacar la presencia de una lengua y unas costumbres propias, y en su desarrollo se encuentran procesos de renacimiento cultural, que pretenden extender el uso del idioma y recuperar una historia propia. A esto hay que añadir el desarrollo de la industrialización, la riqueza económica de la zona y la mayor o menor participación de las clases populares en estas formulaciones.
El punto de partida de los argumentos nacionalistas se halla en una afirmación: Cataluña y el País Vasco son naciones con derecho de autogobierno, con hechos diferenciales tales como una lengua, derechos históricos, una cultura y costumbres propias. A estas dos regiones españolas se les sumarán otras que, durante la Regencia, reivindicarán el reconocimiento de ciertas particularidades. Las razones del origen de cada uno de estos movimientos varían en función de las características histórico-culturales, sociales y económicas de las regiones donde aparecieron. Pero, a pesar de estas diferencias, todos defendían el particularismo lingüístico, cultural, institucional e histórico frente a las tendencias uniformizadoras y centralistas del Estado liberal.
El Catalanismo
Dentro de los nacionalismos hemos de distinguir, por tanto, entre el catalanismo y el nacionalismo vasco. En cuanto al primero, en 1830 surgió en Cataluña un amplio movimiento literario y cultural, conocido como la Renaixença. Su finalidad era la recuperación de la lengua y las señas de identidad de la cultura catalana, pero carecía de aspiraciones y de proyectos políticos, siendo sus objetivos puramente culturales. A la reavivación de los sentimientos de diferenciación política y cultural con respecto a otras regiones de España contribuyeron, además, determinados factores económicos como el desarrollo en el proceso de industrialización y el avance de la urbanización en Cataluña, en contraste con el resto del país, más agrario y rural.
Las primeras formulaciones catalanistas con un contenido político vinieron de la mano de Valentí Almirall, que fundó en 1882 el Centre Català, con la voluntad de agrupar a todos los catalanes dispuestos a conseguir la autonomía. Su divisa era “Cataluña adelante” y su actividad más importante fue la entrega de la “Memoria de los intereses morales y materiales de Cataluña” (Memorial de Greuges) al rey Alfonso XII en 1885. El memorial denunciaba la opresión de Cataluña y reclamaba la armonía entre los intereses y las aspiraciones de las diferentes regiones españolas.
Un grupo de intelectuales, vinculados al periódico de la Renaixença y contrarios al progresismo de Almirall, fundaron en 1891 la Unió Catalanista, de tendencia conservadora. Su programa quedó fijado en las Bases de Manresa, un texto extenso en el que se defendía la organización confederal de España, la soberanía de Cataluña en política interior, el uso del idioma propio como lengua oficial y que los cargos públicos fueran ocupados solo por catalanes.
En 1901, con la subida al poder de Sagasta y la convocatoria de elecciones generales, surge el periódico “La Veu de Catalunya”, dirigido por Enric Prat de la Riba, que inicia una campaña para movilizar al electorado catalán. Al mismo tiempo se llevó a cabo un pacto electoral que fundió todas las iniciativas catalanas en un nuevo partido, la Lliga Regionalista. El éxito fue total. La Lliga presentaba un programa político conservador, centrado en la lucha contra el corrupto e ineficaz sistema de la Restauración y a favor de un reformismo político que otorgase la autonomía a Cataluña dentro del Estado español. Sus éxitos electorales en Barcelona a partir de 1901 la convirtieron en la fuerza hegemónica en Cataluña hasta 1923.
El Nacionalismo Vasco
Por lo que al nacionalismo vasco se refiere, la abolición de los fueros tras la última guerra carlista dio origen al nacimiento de una corriente que reivindicaba la reintegración foral. Por otro lado, el proceso industrializador favoreció una fuerte inmigración, que supuso una ruptura de la sociedad tradicional vasca. Como reacción se fortaleció una corriente de defensores de la lengua y cultura vascas.
Una de las características más importantes y peculiares del nacionalismo vasco es que fue formulado por una sola persona, Sabino Arana. Su teoría viene definida por la afirmación de la raza, la defensa de las costumbres, el catolicismo, el antiespañolismo y la proclamación de la independencia de la nación vizcaína, Guipúzcoa, Álava y Navarra. Él fue quien acuñó el término Euskadi para designar la patria común de todos los vascos. Fundador del Partido Nacionalista Vasco, estableció como fundamentos ideológicos del mismo los siguientes:
Fundamentos Ideológicos del PNV
- Independencia vasca.
- Radicalismo antiespañol.
- Exaltación de lo vasco frente al “maketo”.
- Integrismo religioso católico.
- Promoción del idioma.
- Apología del mundo rural vasco.
- Conservadurismo ideológico.
Otros Regionalismos
En el caso de Galicia, la situación de atraso socioeconómico fue lo que dificultó la implantación del galleguismo, que en un principio se limitó a una minoría intelectual que actuó como impulsora. Dicha minoría inició un movimiento literario, el Rexurdimento, que buscó respuestas y soluciones al atraso económico y cultural de Galicia. Las figuras más destacadas fueron Rosalía de Castro, Alfredo Brañas y Manuel Murguía, exponentes de un liberalismo progresista. Paralelamente, se desarrolló una corriente conservadora, tradicionalista y fuertemente católica, heredera del carlismo.
Entrado el siglo XX, ante el fracaso de los regionalismos moderados, surgió una visión más progresista que dio origen a un movimiento político representado, sobre todo, por la figura de Alfonso Rodríguez Castelao y Vicente Risco.
Además, surgieron movimientos regionalistas, sobre todo, en Andalucía, con Blas Infante; Valencia, con Constantí Llombart y la organización Valencia Nova (1904); y Aragón, con Joaquín Costa. El regionalismo es un movimiento que reivindica el reconocimiento de la identidad diferencial de una región, ya sea cultural, económica, administrativa o política. Cuando estos movimientos acentúan su dimensión política y reivindican altas cotas de autogobierno, hablamos de nacionalismos como el catalán o el vasco. La razón de que, en las zonas mencionadas, no hablemos de nacionalismo se explica por la inexistencia de una burguesía fuerte que los respaldara.