La Guerra Civil Española: Orígenes y Estallido (1936-1939)
La Guerra Civil Española constituye el momento más trágico de la historia contemporánea de España. Supuso la culminación violenta de una lucha de intereses que se venía gestando desde décadas anteriores. El proyecto modernizador de la Segunda República había chocado con la resistencia de la España más conservadora. Sus intereses se vieron amenazados tanto por el reformismo de la izquierda parlamentaria como por los deseos revolucionarios de los sectores más radicales de la sociedad.
La Polarización Política y el Camino hacia el Conflicto
En las elecciones de febrero de 1936 se produjo una fuerte polarización de las fuerzas políticas. La izquierda (republicanos reformistas, PSOE y PCE) se agrupó en una coalición denominada Frente Popular y se convirtió en la fuerza ganadora. El Gobierno quedó formado exclusivamente por republicanos (Izquierda Republicana de Manuel Azaña y Unión Republicana de Martínez Barrio), mientras que el PSOE y el PCE, entre otros, debían prestar apoyo parlamentario. Niceto Alcalá Zamora fue destituido por las Cortes como presidente de la República, siendo sustituido por el propio Manuel Azaña, con gran oposición de la derecha, en tanto que se nombraba a Santiago Casares Quiroga presidente del Gobierno.
En este clima de polarización política, la situación se hizo muy conflictiva. Los desórdenes produjeron un clima de violencia social, con enfrentamientos en las calles y un aumento de las huelgas. Falange Española y otros grupos de extrema derecha organizaron patrullas armadas para promover acciones violentas contra las izquierdas, que fueron respondidas de la misma forma, dando lugar a una espiral que llenaba de preocupación a una buena parte de las derechas, que ya estaban pensando en un golpe de fuerza para acabar con el Frente Popular y restablecer el orden.
La Conspiración Militar y el Levantamiento
Una parte del ejército, convencida de que había peligro de una revolución comunista, comenzó a planificar un levantamiento armado que debía estar liderado por el general José Sanjurjo, refugiado en Portugal, y organizado desde Pamplona por el general Emilio Mola. Entre sus objetivos estaban el restablecimiento del orden y la autoridad, la defensa de la unidad de España y de la religión católica, y tenía un marcado carácter antidemocrático y anticomunista. En este clima, las ramificaciones de la conspiración se fueron extendiendo. Para alcanzar sus objetivos, se contó con muchos oficiales de la UMD (Unión Militar Española), una asociación clandestina de oficiales antirrepublicanos distribuidos por todo el territorio.
El Gobierno, para frenar los rumores, trasladó a los militares sospechosos de estar implicados (Francisco Franco, Emilio Mola). La excusa final fue el asesinato, el 13 de julio de 1936, del líder monárquico José Calvo Sotelo a manos de integrantes de fuerzas policiales, en venganza por el asesinato del teniente José Castillo de la Guardia de Asalto por la ultraderecha. Ello aceleró el levantamiento militar que se inició el 17 de julio de 1936 en Marruecos, dando comienzo a la Guerra Civil Española.
El Fracaso del Golpe y la División del País
Los sublevados habían previsto una operación rápida para apoderarse del poder, decretar el estado de guerra y sofocar cualquier tipo de oposición. Pero el golpe no triunfó en su totalidad, ni tampoco pudo ser sofocado, y la división del país en dos bandos originó una larga y cruenta guerra.
El pronunciamiento se inició el 17 de julio en Melilla y triunfó en todo el Protectorado de Marruecos. El 18 de julio, el general Francisco Franco tomó el mando del Ejército de África al mismo tiempo que otros jefes militares se sublevaban en la Península (Gonzalo Queipo de Llano, Emilio Mola, Manuel Goded y Miguel Cabanellas, entre otros). La sublevación triunfó en zonas del interior (Castilla y León, Aragón, Galicia y ciudades andaluzas), además de Baleares y Canarias. Pero fracasó en Cataluña, la franja cantábrica, Castilla-La Mancha, Valencia, Murcia, Extremadura y gran parte de Andalucía. El Gobierno de la República tardó en reaccionar. Ni el presidente de la República, Manuel Azaña, ni el presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, tomaron medidas los dos primeros días.
Tras la dimisión de este último, José Giral se hizo cargo del Gobierno y autorizó la entrega de armas a los sindicatos y partidos políticos del Frente Popular, quienes, junto a una parte de los militares que permanecieron leales a la República, hicieron frente a los sublevados. De este modo, consiguieron mantener su dominio sobre los principales centros industriales, la agricultura de exportación y la mayoría de la flota, aviación y reservas de oro.
En esta situación de clara desventaja inicial, los sublevados necesitaban trasladar rápidamente el Ejército de África a la Península. Y consiguieron establecer un puente aéreo entre Tetuán y Sevilla con la ayuda de aviones alemanes e italianos, los Estados fascistas que, además, estaban dispuestos a facilitar armamento y soldados. En consecuencia, pudieron continuar con sus ofensivas militares en la Península en un conflicto que iba a durar tres años.
Dimensión Política e Internacional del Conflicto
Los Bandos Enfrentados
Enseguida se conformaron dos bandos:
- Los Sublevados (Nacionales): Se llamaron a sí mismos los nacionales por su defensa de la unidad de España, inspirados por el fascismo. Este bando estaba compuesto por grupos conservadores y católicos, partidos de derechas como la CEDA, y organizaciones de extrema derecha como los tradicionalistas (carlistas) y falangistas, y en general, todos aquellos que se habían opuesto a las reformas de la República. Su intención era «restablecer el orden» mediante una dictadura militar.
- Los Republicanos: Defendían la legalidad republicana y el sistema democrático, habían apoyado el Frente Popular y estaban constituidos por clases populares, obreros y empleados, pequeña burguesía y campesinado. En este grupo estaban muchos partidarios de las organizaciones socialistas, comunistas y anarcosindicalistas, pero también las clases medias republicanas y un nutrido grupo de intelectuales. Todos ellos representaban intereses muy diversos, desde sectores reformistas hasta grupos revolucionarios.
La Repercusión Internacional
La Guerra tuvo una gran repercusión internacional en un momento de mucha tensión en Europa. Fue vista como una lucha entre las democracias (y en parte, revolucionarias) contra los regímenes fascistas en ascenso (Alemania e Italia). Se pensó que España era el primer escenario, un anticipo, de un enfrentamiento que acabaría extendiéndose a escala mundial. La mayor parte de la opinión democrática y progresista del mundo se decantó por la República, al igual que la URSS y los partidos comunistas. En tanto que la población conservadora de las democracias y los gobiernos fascistas pensaban que la sublevación de Franco era una manera de luchar contra la expansión del comunismo, así como el catolicismo, que en su mayor parte acabó apoyando a los sublevados.
Apoyos Externos y la No Intervención
Los dos bandos recurrieron al exterior para obtener apoyos. Los sublevados (nacionales) obtuvieron ayuda militar en aviones, hombres y armas. Pero los republicanos se encontraron con la negativa de las democracias a prestarles ese apoyo (Francia, Gran Bretaña y EE. UU.), que fueron demasiado prudentes ante el temor de que el conflicto español se extendiese por Europa. Defendían, a propuesta de Gran Bretaña, una política de apaciguamiento (mantener la calma, sin actuar para que el conflicto no se extendiera) ante la amenaza de la Alemania nazi y amenazaron a Francia, que también tenía un gobierno de Frente Popular, que si actuaba en España no apoyarían su política internacional ante Hitler. Se temía que su implicación en el conflicto español pudiera precipitar el estallido de una nueva guerra europea y se buscaba impedir que se internacionalizara, aislándolo.
Francia se plegó a estas exigencias e impulsó la creación de un Comité de No Intervención (agosto de 1936) con sede en Londres y al que se adhirieron muchos países. Pero no logró el objetivo que pretendía, ya que Alemania e Italia se lo saltaron desde el primer momento. La política de no intervención constituyó una gran injusticia para la República y una de las causas de su derrota al impedirle adquirir armas para hacer frente a la insurrección.
Ayuda Internacional a la República y a los Sublevados
En este estado de cosas, el Gobierno de la República tuvo que comprar armas y productos energéticos donde y como pudo. Decidió enviar a la Unión Soviética, en octubre de 1936, las reservas de oro del Banco de España para hacer frente al pago de las armas compradas (sobre todo tanques, piezas de artillería y aviones). Además, se activó un movimiento de solidaridad antifascista en el mundo que se concretó en las llamadas Brigadas Internacionales, formadas por voluntarios extranjeros llegados de diferentes países que prestaron una gran ayuda. Se calcula que alrededor de 40.00istas llegaron a España y que tuvieron una importante función en la defensa de Madrid y en los diferentes campos de batalla, pese a su escasa preparación militar.
Sin embargo, los sublevados (nacionales) fueron los más favorecidos con el apoyo extranjero. La ayuda alemana e italiana en armas (aviones, carros de combate, artillería, fusiles, municiones…) fue la más importante tanto numérica como tácticamente. Alemania envió a su aviación, la Legión Cóndor, y se sirvió de la Guerra de España para probar algunas de sus nuevas armas. Cobró su ayuda con la entrega de minerales y otros productos energéticos. El apoyo italiano fue también muy importante, sobre todo en tropas (se calcula en más de 70.000 hombres) y consistió en el envío de una gran unidad, el Corpo Truppe Volontarie. Además, miles de marroquíes sirvieron en el bando nacional.
Evolución en las Dos Zonas: Bando Republicano y Bando Sublevado
El Bando Republicano: Guerra y Revolución
El Gobierno republicano tuvo que recurrir a las organizaciones políticas y sindicales de izquierda para hacer frente al golpe de Estado mediante la entrega de armas. Esto originó que no siempre pudiese controlar la situación interna ante la aparición de un nuevo poder armado, una verdadera estructura de poder popular. Además, decretó la disolución del ejército tradicional y la creación de batallones de voluntarios, en los que debían integrarse las milicias populares (que no pertenecen a un ejército regular y luchan por su propia voluntad).
Por ello, en la zona republicana, durante el verano de 1936, el poder del Estado sufrió un desplome casi total (incapaz de controlar la situación) y fue sustituido por nuevos organismos (consejos, comités y juntas) que impusieron un nuevo orden revolucionario. En algunas zonas se produjo la colectivización de la propiedad privada (incautar y distribuir la riqueza) y un violento movimiento anticlerical y antiburgués, que se concretó en ataques contra edificios religiosos, asaltos a propiedades, asesinatos y detenciones contra sospechosos de pertenecer a las derechas, llevados a cabo por grupos incontrolados. Se puede decir que la sublevación militar provocó que se extendiese una revolución social.
Para aunar esfuerzos y detener los avances de los sublevados, en septiembre de 1936 se formó un Gobierno de concentración presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, con la participación de todas las fuerzas de izquierda. Incluso, unos meses después, entraron cuatro ministros anarcosindicalistas (de la CNT), hecho sin precedentes en el mundo. Se pretendía una gran alianza antifascista para recomponer el poder del Estado, creando un Ejército Popular y poniendo fin a la dispersión de fuerzas. Pero pronto surgieron problemas entre comunistas y anarcosindicalistas. Estos últimos no renunciaban a practicar su propia política, como las colectivizaciones, y se resistían a integrar sus milicias en el ejército regular.
Los problemas que debilitaron definitivamente al Gobierno de Largo Caballero estallaron en Barcelona en 1937 (los Hechos de Mayo) con enfrentamientos en las calles entre anarquistas e izquierdistas. Había dos maneras de entender cómo debía llevarse la guerra: un sector afín a los anarquistas (CNT-FAI) defendía que la revolución (cambiar el sistema de propiedad y destruir el Estado) debía ser prioritaria; en tanto que otro sector (republicanos, PCE y PSOE) pensaba que había que centrarse en ganar la guerra, poniendo orden en la retaguardia.
Estos enfrentamientos dentro del bando republicano reforzaron las posiciones comunistas, por el apoyo que tenían de la Unión Soviética. Se formó en mayo de 1937 un nuevo Gobierno presidido por Juan Negrín, formado solo por partidos políticos (sin UGT ni CNT) y que permanecería hasta el final de la guerra. Negrín propuso una política de resistencia de la República, aunque también intentó alcanzar un acuerdo con el enemigo con su programa de los Trece Puntos para que cesara la lucha armada, pero Franco no lo aceptó. Durante los últimos meses de la guerra, en el territorio republicano se extendió el desánimo y el cansancio entre la población, pero se insistía en la necesidad de resistir con la esperanza de que el previsible estallido de una guerra en Europa cambiara el escenario. Pero tras la pérdida de Cataluña en febrero de 1939, la República tenía los días contados.
La Zona Sublevada (Nacional): Hacia un Estado Totalitario
En la zona nacional, la disciplina militar y la proclamación del estado de guerra mantuvieron en todo momento el orden. La muerte de Sanjurjo, quien debía encabezar la sublevación, planteó un problema de liderazgo. Se creó en Burgos una Junta de Defensa Nacional integrada por militares (Mola, Franco, Queipo de Llano…) y presidida por Cabanellas, que asumió el mando, suspendió la Constitución y prohibió cualquier actividad política. Pero el general Francisco Franco fue ganando adeptos para dirigir la guerra, en parte porque Hitler y Mussolini lo reconocieron como su interlocutor. Y el 1 de octubre de 1936 fue nombrado «Jefe del Gobierno del Estado» y Generalísimo de los Ejércitos españoles, trasladando su cuartel general a Salamanca. Existió, por tanto, y al contrario que en la zona republicana, un mando militar único, aunque no todos pensaban igual.
Pero solo eran legales Falange Española de las JONS, cuyo jefe, José Antonio Primo de Rivera, había sido fusilado, y la Comunión Tradicionalista (carlistas). Se toleraba la CEDA y los grupos monárquicos. Posteriormente, Franco, inspirándose en los modelos italiano y alemán, quiso crear un partido único y un jefe con plenos poderes. Su Decreto de Unificación creaba ese partido único: Falange Española Tradicionalista y de las JONS, unificando aquellas entidades y en el que se integrarían las demás fuerzas del bando nacional. Franco sería el Jefe Nacional de ese partido único, concentrando en sus manos aún más poder. Se creó un primer Gobierno en Burgos. Franco tenía la Jefatura del Estado y la Presidencia del Gobierno. El nuevo Estado se inspiraba en el fascismo y defendía un modelo social basado en el conservadurismo y el catolicismo.
Se abolió la legislación republicana y se suprimieron las libertades política, sindical y religiosa, imponiéndose la censura. También se abolieron los estatutos de autonomía y se restableció la pena de muerte. Esta construcción del Estado franquista vino acompañada de una violencia extrema dirigida a aniquilar a los vencidos en el territorio que ocupaban. Asimismo, se aprobó el llamado Fuero del Trabajo, inspirado en el fascismo italiano, con un único sindicato y se prohibieron las huelgas y reivindicaciones obreras. También se respetó la influencia de la Iglesia y se hizo público el apoyo de los obispos a los sublevados. El nuevo Estado era confesional (se reconocía una religión oficial) y se derogó el matrimonio civil y el divorcio. La zona nacional se había convertido en un Estado totalitario (el Estado ejerce todo el poder a través de un partido único que se funde con las instituciones y no permite las libertades).
Desarrollo del Conflicto Bélico
La Batalla de Madrid
Tras cruzar el Estrecho, en julio de 1936, el objetivo inicial de los sublevados era tomar Madrid. El general Juan Yagüe, al mando de las tropas de África (legionarios y regulares), consiguió enlazar con la zona sublevada del norte tras tomar Badajoz. En octubre de 1936, Franco, tras llegar a Toledo y liberar su Alcázar, estaba a las puertas de Madrid. Pero se encontró con la movilización general y la resistencia de la población en medio de consignas como «¡No pasarán!», a pesar de que el propio Gobierno republicano se había trasladado a Valencia y a los ataques aéreos. Gracias también a la llegada de las primeras Brigadas Internacionales. Con este freno a las pretensiones de Franco, concluyó la fase denominada de columnas (milicias republicanas formadas por voluntarios de partidos y sindicatos sin la disciplina militar).
Las Batallas del Jarama y de Guadalajara
Fracasada la toma de Madrid, los sublevados emprendieron intentos por aislar Madrid, cortando sus comunicaciones con Valencia. Estas maniobras produjeron las batallas del Jarama y de Guadalajara; esta última, a cargo de tropas italianas, se saldó con un nuevo fracaso ante el reconstituido ejército de la República.
La Campaña del Norte
A lo largo de 1937, la lucha se trasladó al Norte, a la franja cantábrica, ante la imposibilidad de tomar Madrid. Un cambio de estrategia, ya que la guerra iba a ser larga. En abril se produjo el primer bombardeo aéreo del mundo sobre una población civil, en Guernica, por la aviación alemana e italiana por orden de Franco. Se ocupó Bilbao y la República, para aliviar esta presión militar sobre el norte, abrió nuevos frentes contraatacando en Brunete, cerca de Madrid, y Belchite, en Aragón. Pero no consiguió que las tropas nacionales ocuparan toda la zona en octubre.
La Ruptura del Territorio Republicano
Tras esta derrota, el ejército republicano se reorganizó con la creación de las Brigadas Mixtas a cargo del general Vicente Rojo, quien pretendió dotarlo de eficacia con mandos profesionales y la integración de las milicias populares. El nuevo ejército republicano intentó tomar la iniciativa con diversas ofensivas, como la Batalla de Teruel. Pero el ejército de Franco desencadenó la Campaña de Aragón, llegando al Mediterráneo en abril de 1938, lo que suponía que el territorio republicano quedaba dividido en dos zonas, una de las cuales era Cataluña. Sin embargo, la ofensiva se mantuvo hacia el sur, hacia Castellón y Valencia.
La Batalla del Ebro
Fue uno de los mayores episodios militares de la guerra. Empezó en julio de 1938 con un ataque republicano sobre este frente establecido en el río Ebro, pero no pudieron consolidar sus conquistas. Franco envió grandes refuerzos y contó con el apoyo de las aviaciones alemanas e italianas, consiguiendo detener el ataque, lo que obligó a los republicanos a replegarse y, posteriormente, a avanzar ocupando parte de Tarragona y la desembocadura del Ebro. En noviembre de 1938 se dio por acabada la batalla y el ejército republicano quedó mermado. Se produjo entonces la ofensiva sobre Cataluña y Barcelona cayó en enero de 1939 sin lucha. Esto precipitó la huida hacia Francia de miles de refugiados, entre ellos el propio Gobierno, con su presidente Juan Negrín y el de la República, Manuel Azaña. Un mes después, toda Cataluña estaba ocupada.
El Final de la Guerra Civil
A la República solo le quedaba la zona centro, con Madrid y la región mediterránea, desde Valencia hasta Almería. Negrín regresó de Francia y quería continuar la guerra con ayuda de los comunistas. A finales de febrero, Reino Unido y Francia reconocieron al Gobierno de Franco y Azaña presentó su dimisión como presidente de la República.
A primeros de marzo se produjo una sublevación (interna, dentro de las propias fuerzas republicanas) contra el Gobierno de la República, dirigida por el coronel Segismundo Casado, jefe de la defensa de Madrid, quien había entrado en contacto con espías de Franco para poner fin a la guerra mediante una negociación. Casado pensaba que la influencia comunista en el Gobierno de Negrín impedía terminar la guerra. Tras una lucha con unidades comunistas, controló Madrid y creó una Junta de Defensa para negociar con Franco «una paz honrosa». Pero este ahora no aceptó condición alguna, obligó a entregar las armas y las tropas nacionales entraron en Madrid sin lucha. En los días posteriores se fue ocupando toda la zona interior y mediterránea con la ocupación de Albacete, Alicante y Valencia. El 1 de abril de 1939, Franco firmó en Burgos el último parte de guerra, dando por concluido el conflicto.
Consecuencias de la Guerra Civil Española
Sus terribles consecuencias iban a permanecer durante muchos años en España. Tuvo un balance trágico, que se manifestó en muertes y desapariciones, el exilio de numerosos españoles, la represión brutal durante y después de la guerra, y las pérdidas económicas. La guerra comportó miseria y muerte para miles de personas de ambos bandos.
Impacto Demográfico y Represión
En primer lugar, un terrible saldo de víctimas (muertos, heridos, mutilados, desaparecidos, desplazados), muy difícil aún hoy de cuantificar. Existen cifras muy dispares. Decenas de miles perdieron la vida, tanto soldados en el frente como la población civil víctima de bombardeos, penurias y represión. Algunas fuentes calculan que murieron más de medio millón de personas, contabilizando las acciones militares, los fusilados en la retaguardia y las muertes en la inmediata posguerra en las prisiones por las malas condiciones. Además, muchas muertes violentas no figuran en ningún registro. La represión fue sistemática; además de los fusilados, hay que contar con presos e internados en campos de concentración, los condenados a trabajos forzados y las personas que permanecieron ocultas. Algunos antifranquistas constituyeron una guerrilla, conocida como maquis, que actuaban en los montes.
Exilio y Pérdida Cultural
Asimismo, muchas personas tuvieron que abandonar el país hacia un penoso y largo exilio. Sobre todo al final de la guerra, en retirada y coincidiendo con la caída de Cataluña, para pasar a Francia. Otros, hacia el norte de África o diversos destinos, como México. La pérdida fue demoledora para la vida cultural, pues numerosos intelectuales y profesores abandonaron el país.
Costes Económicos y Sociales
La guerra también tuvo elevados costes económicos que iban a condicionar gravemente el futuro porque arruinó el país. Se destruyeron las infraestructuras y las comunicaciones: redes ferroviarias, puertos, viviendas, fábricas, etc. Se paralizó la actividad económica, se perdieron las cosechas y la cabaña ganadera, y se produjo una fuerte reducción de la producción industrial. La desnutrición provocó enfermedades y ocasionó muertes. La guerra causó, además, un enorme endeudamiento. El hundimiento de la renta nacional y per cápita fue tal que el nivel anterior a la guerra no se recuperó hasta avanzada la década de los años 50, y el hambre estuvo presente en la vida de los españoles durante una dura posguerra. También destruyó la convivencia entre los españoles y el sistema democrático creado durante la Segunda República, que fue sustituido por una dictadura militar que se prolongaría durante 40 años.