El Reinado de Carlos I de España: Consolidación y Desafíos del Imperio Habsburgo en el Siglo XVI

Introducción al Reinado de Carlos I de España

La monarquía autoritaria de los Reyes Católicos marcó el inicio de la Edad Moderna en España. La unión de entidades con distinta personalidad (idiomas, leyes, costumbres, etc.) se fortaleció con la llegada de los Austrias (Habsburgo) a la corona española. Los monarcas que reinaron en los reinos hispánicos durante la mayor parte del siglo XVI, pertenecientes a la dinastía de Habsburgo (también denominada Casa de Austria), se convirtieron en los más poderosos de la época, llegando a formar un imperio gigantesco gracias a las herencias derivadas de la política matrimonial de los Reyes Católicos, las guerras y la colonización del Nuevo Mundo.

Estos reyes fueron Carlos I (que reinó desde 1517 hasta 1556) y su hijo Felipe II (rey entre 1556 y 1598). A la muerte de Isabel, heredó el trono su hija Juana, casada con Felipe de Borgoña. Tras la muerte de Felipe y la incapacidad de Juana (debido a su locura), el trono pasó a su hijo Carlos I. A la muerte de su abuelo Fernando el Católico, heredó Aragón. Sería rey de España como Carlos I y emperador de Alemania como Carlos V.

Carlos I nació en Gante (Bélgica) en 1500 y abdicó en 1555. Su herencia era inmensa, lo que le convirtió en el monarca más poderoso de su tiempo. Poseía:

  • España (Castilla, Aragón, Sicilia, Nápoles, Cerdeña, Rosellón y la Cerdaña) y América, herencia de los Reyes Católicos (sus abuelos maternos).
  • Austria y Alemania, herencia de Maximiliano de Austria (su abuelo paterno).
  • Los Países Bajos, Flandes y el Franco Condado, herencia de María de Borgoña (su abuela paterna).

Carlos I llegó a España rodeado de una corte de amigos, consejeros y eclesiásticos de Flandes, el más importante de los cuales era el obispo Adriano de Utrecht (futuro papa Adriano VI), quienes no conocían el país y no hablaban castellano. Entre ellos se repartieron los cargos principales, lo que levantó de inmediato recelos entre los notables de Castilla y Aragón. Intentó vencer las resistencias que levantaba su condición de príncipe extranjero. Convocó las Cortes de Castilla, Aragón y Barcelona, en las que fue reconocido rey y en las que pretendió dos cosas: atraerse a los poderosos descontentos y conseguir fondos para sus empresas imperiales.

Llevó una vida itinerante por Europa y, en todo su reinado, solo vivió en España catorce años. Cuando tenía cincuenta y seis años, abdicó en una ceremonia solemne en Bruselas. A su hijo, Felipe II, le cedió la corona de los reinos españoles, a los que se adscribieron todos los territorios europeos, salvo los dominios de Austria y el título imperial, que fueron cedidos a su hermano Fernando, futuro emperador. Se retiró al monasterio de Yuste, donde murió.

El Imperio de Carlos V: Política Interior y Exterior

Política Interior: Conflictos y Consolidación

Al comienzo del reinado de Carlos I se produjeron dos rebeliones internas que se relacionan con la falta de identificación de diversos sectores con la orientación política del nuevo rey, así como con diversos conflictos sociales: son las rebeliones de las Comunidades de Castilla y las Germanías de Valencia y Mallorca, que tuvieron el carácter de revueltas políticas, pero también fueron revueltas sociales y antiseñoriales.

La Revuelta de las Comunidades de Castilla (1520-1522)

Surgieron en Castilla donde, desde la muerte de Isabel, se habían registrado graves trastornos sociales y políticos, debido a las conflictivas regencias de Fernando el Católico y el cardenal Cisneros. Todo esto se agravó con la llegada del séquito de extranjeros que traía el monarca. Carlos I, monarca autoritario, quería tener en sus manos todos los resortes del poder. Muchas ciudades de Castilla se levantaron contra el rey y buscaron el apoyo moral de la reina Juana, recluida por su locura. Los líderes de la revuelta comunera fueron Padilla, Bravo y Maldonado.

Las Cortes le reclamaron más atención a los asuntos del reino, que residiera él en España, que respetara las leyes tradicionales de Castilla, que no otorgase cargos a extranjeros, protección a la industria nacional (especialmente la textil, muy perjudicada por la exportación de lana) y que aprendiese la lengua castellana lo antes posible. Pero el monarca solo los convocó para pedir dinero para su coronación como emperador. El monarca se marchó a Alemania entre un malestar creciente.

Una serie de ciudades (Toledo fue la primera, seguida por Segovia —donde se produjeron los primeros y más violentos incidentes—, Ávila, Burgos, Murcia, etc.) se sublevaron contra la monarquía, se constituyeron en gobierno del reino y ofrecieron la corona a la madre de Carlos I. Sin embargo, las esperanzas depositadas sobre la reina Juana no fructificaron, ya que esta se negaba a sellar algún compromiso o a plasmar su firma a modo de regente.

Este movimiento agrupaba a un sector de los hidalgos y de las clases medias urbanas (artesanos, mercaderes, funcionarios). Formaron una Junta que pasó a denominarse como Cortes y Junta General del Reino. Los comuneros se hicieron fuertes en toda la Meseta y Murcia. Murcia, que se encontraba bajo constante amenaza por parte de las ciudades realistas e influida por las Germanías presentes en el vecino Reino de Valencia, acabó por abandonar el marco comunero.

En pocos meses, el conflicto se extendió y se produjeron también revueltas campesinas de carácter antiseñorial. Los sublevados se encontraron pronto frente a la oposición de la monarquía, de los grandes exportadores de lana y de la gran nobleza terrateniente y de zonas periféricas como Andalucía. Con su ayuda, el regente Adriano de Utrecht, en ausencia del rey, reunió un ejército.

La respuesta de Carlos I ante la nueva situación, a través del Cardenal Adriano, consiguió acercar posturas con los nobles, a fin de convencerlos de que sus intereses y los del rey eran los mismos. A su vez, comenzaban a oírse voces discordantes dentro del propio bando comunero, especialmente la de Burgos, que insistía en dar marcha atrás y al final abandonaría el bando comunero. Ambos bandos se dedicaron activamente a recaudar fondos, reclutar soldados y organizar a sus tropas. Con la llegada de 1521, los comuneros parecían ya dispuestos a una guerra total, pese a las voces discordantes dentro del propio movimiento. Por un lado, había quienes proponían buscar una solución pacífica, y por otro, quienes eran partidarios de continuar la lucha armada. La Junta decidió seguir ambas iniciativas, tanto la pacifista como la belicista, y terminó fracasando en ambas.

Fue, por tanto, una rebelión política nacionalista, pero mezclada con aspectos sociales, puesto que, aunque iniciada por las ciudades, se sumaron a ella numerosos campesinos castellanos en contra de sus señores. Por ese motivo, muchos nobles que al principio simpatizaban con la causa de los comuneros se cambiaron al bando del rey. Esto decidió el resultado de la guerra. Tras duros enfrentamientos, el rey venció a los comuneros en la Batalla de Villalar.

Las ciudades no tardaron en sucumbir al potencial de las tropas del rey, volviendo todas las ciudades a prestarle lealtad. Carlos I regresó a España. A partir de su llegada, la represión contra los comuneros avanzaría a un ritmo mayor. Finalmente, Carlos I promulgó el Perdón General, que daba la amnistía a un total de 293 comuneros de todas las clases sociales.

Las consecuencias fundamentales de la Guerra de las Comunidades fueron la pérdida de la élite política de las ciudades castellanas, en el plano de la represión real y la bajada en las rentas del Estado. El poder real se vio obligado a indemnizar a aquellos que perdieron bienes o sufrieron daños en sus posesiones durante la revuelta. La forma de pago de estas indemnizaciones se solucionó mediante un impuesto especial para toda la población de cada una de las ciudades comuneras. Estos impuestos mermaron las economías locales de las ciudades durante un periodo aproximado de veinte años, debido a la subida de precios. De igual modo, la industria textil del centro de Castilla perdió todas sus oportunidades de convertirse en una industria dinámica. El rey quitó a los extranjeros de los altos cargos.

Las Germanías de Valencia y Mallorca (1519-1523)

La germanía (del catalán-valenciano germà, ‘hermano’) era el sistema de hermandades gremiales y de reclutamiento que intentaron establecer para defenderse de las incursiones piratas. Estallaron casi paralelamente a las Comunidades de Castilla y afectaron a casi todos los Estados de la Corona de Aragón, aunque los hechos más graves sucedieron en Valencia y Mallorca. Fue un conflicto más social que político. Comenzó como una violentísima revuelta del artesanado y los pequeños comerciantes valencianos contra la nobleza, el alto clero y la alta burguesía, sectores que gobernaban las ciudades.

Los sublevados se quejaban del mal gobierno municipal y su escasa representación en dicho organismo. Pedían más democratización de los cargos municipales y mejora de los arrendamientos campesinos. A esto se unió la mala situación económica (inflación, crisis de subsistencia, epidemia de peste, etc.). En el verano de 1519, aprovechando la huida de las autoridades municipales por temor a la peste y a los ataques de los berberiscos, los agermanados se hicieron con el control de la ciudad de Valencia, dirigidos por líderes como Joan Llorens y Vicente Peris.

El movimiento sufrió una radicalización progresiva. La rebelión antinobiliaria se extendió a la huerta, con saqueo de tierras y haciendas de los nobles, y a otras poblaciones y núcleos urbanos del reino, constituyéndose juntas revolucionarias. Posteriormente, el movimiento agermanado perdió unidad, produciéndose discrepancias entre sus líderes, y las siguientes campañas militares concluyeron en derrotas de los agermanados. En 1522, las tropas reales entraron definitivamente en Valencia, realizándose la ejecución de Vicente Peris y sus más directos colaboradores, lo que produjo la derrota definitiva de los “agermanats”, nombrándose virreina de Valencia a Germana de Foix.

Germana de Foix gobernó duramente hasta su muerte, organizando junto con su esposo una pequeña aunque brillante corte. Se mencionan 800 sentencias de muerte que debieron efectuarse de forma intermitente a lo largo de varios años. Aunque, según otras fuentes, las represalias consistieron más bien en confiscaciones y multas, sobre todo a las organizaciones gremiales, produciéndose escasos casos de pena de muerte. En 1524, la virreina de Valencia concedió un indulto. La pacificación efectiva del territorio parece ser que no se produjo hasta 1528, fecha en que el rey otorgó un perdón general. La figura del rey quedó reforzada.

Organización Institucional del Imperio Habsburgo

Además de los conflictos o revueltas, es de destacar la organización de algunas instituciones que se desarrollaron durante el reinado de los Austrias mayores. El aparato de gobierno del Imperio era muy complejo. Junto al rey estaban sus secretarios y ayudantes más directos, quienes tomaban las decisiones, pero existían grandes Consejos especializados en asuntos concretos. Eran los órganos encargados de resolver los asuntos de gobierno. Su número fue variable. Unos se ocupaban de asuntos relacionados con un territorio concreto, como los Consejos de Aragón, Italia, Flandes y el Consejo Real de Castilla, que tuvo un papel preeminente y se convirtió en la base del Estado. También se estableció el de Indias para ocuparse de los asuntos de América, el de Hacienda, el de Órdenes Militares, el de Guerra y el de la Inquisición.

Posteriormente, surgió el Consejo de Estado, que se ocupaba de la política exterior. Las Cortes siguieron celebrándose por reinos (Castilla, Aragón, Valencia y Cataluña). Tuvieron siempre carácter estamental. Con el tiempo, fueron perdiendo importancia; los reyes solo las convocaban cuando necesitaban subsidios económicos.

Los gobiernos locales siguieron encomendados a Concejos o Cabildos para el gobierno municipal (alcaldes, regidores, etc.) y a corregidores, que eran los representantes del rey. Estos gobiernos locales fueron desempeñados por las propias oligarquías de las ciudades. La justicia estuvo en manos de las Audiencias.

El poder supremo fuera de Castilla lo tuvo el virrey, que era la máxima autoridad en todos los territorios de la Corona de Aragón. Tenía poder civil, militar y judicial. Fuera de la Península también se establecieron virreinatos (Nápoles, Sicilia, América, etc.).

El poder real se completaba con un poderoso ejército dependiente del rey y no de los nobles. Su mantenimiento y organización consumía la mayor parte del tesoro. Otro de los grandes poderes de la época fue la Iglesia, que no solo intervino en asuntos religiosos sino, tanto o más, en civiles. La mejor prueba de la unión entre la Iglesia y la Monarquía fue la Inquisición.

Política Exterior: La Defensa de la Monarquía Universal

Carlos V entendió que el Imperio español tenía una gran misión histórica que cumplir: el mantenimiento de una monarquía cristiana y universal, cuya jerarquía espiritual ostentaba el Papa y él, el jefe político, frente a la triple amenaza de los príncipes protestantes, de los turcos y de las apetencias de Francia. Esta idea imperial de Carlos V, que no compartían otros reyes, hizo que el emperador se viera envuelto en continuas guerras. Esto hizo que le prestara más atención a su título de emperador que al de rey de España. Esta idea imperial supuso tres guerras por las posesiones de Carlos V.

Conflictos con Francia: La Lucha por la Hegemonía Europea

La guerra con Francia tenía precedentes medievales y había sido una constante en la política de Fernando el Católico. Francia se encontraba aislada por el Este (posesiones españolas) y por el Oeste (Inglaterra, aliada de España por el matrimonio de Catalina, hija de los Reyes Católicos, y de Enrique VIII). La guerra estalló por dos motivos principales: el control de la península italiana y la pugna por Flandes y Borgoña. Carlos V y Francisco I chocaron pronto por coincidir en sus aspiraciones. El control del ducado de Milán era fundamental para el emperador, pues era clave en las comunicaciones entre los dominios imperiales al norte y sur de los Alpes.

El emperador hizo frente a tres guerras con Francia. En la primera (que tuvo lugar entre 1521 y 1525), los franceses invadieron Navarra y Milán, y terminó con la victoria española de Pavía, donde cayó prisionero el rey francés Francisco I. Después, fue trasladado a Madrid, donde permaneció recluido hasta la firma del Tratado de Madrid (1526), por el que el rey francés se comprometió a devolver Borgoña y a renunciar a cualquier derecho sobre la península italiana; pero una vez puesto en libertad, regresó a Francia y se desdijo de lo firmado.

En 1526 se reanudaron las luchas, la segunda guerra con Francia, tanto en Italia como en los Países Bajos, llegando el Papa a apoyar a Francia (lo que provocó que en el año 1527 las tropas imperiales saquearan Roma). La guerra, favorable otra vez para los españoles, concluyó con la Paz de Cambray, por la que España renunciaba al ducado de Borgoña y Francisco I renunciaba a cualquier pretensión en Italia. Como colofón de este triunfo, el Papa coronó solemnemente emperador a Carlos I en Bolonia. En adelante, sería ya durante todo su reinado (hasta las abdicaciones de Bruselas de 1555) Carlos I de España y V de Alemania.

La tercera guerra tuvo varios episodios, que finalizaron con la Paz de Crépy, ya que el emperador tuvo que centrar sus esfuerzos contra los príncipes protestantes. Esta fase terminó con la supremacía de España en Italia. La última de las guerras con Francia tuvo lugar ya con su hijo Felipe II, quien obtuvo la victoria de San Quintín en 1557 sobre los franceses.

Las Guerras de Religión en Alemania: Reforma y Conflicto

El conflicto en Alemania se produjo en dos frentes: primero, guerras de religión contra los protestantes (la Reforma de Lutero), que habían roto la unidad católica; y, segundo, guerras con los príncipes alemanes que buscaban libertad religiosa y política, ya que dependían del emperador. La secularización de los bienes eclesiásticos por parte de los príncipes protestantes provocó el enfrentamiento militar. El enfrentamiento entre catolicismo y protestantismo se agudizó cuando los príncipes de los estados alemanes luteranos se unieron en la Liga de Esmalcalda y entablaron varias guerras contra las tropas imperiales, que se saldaron con resultados dispares.

Los alemanes contaban con la ayuda de Francia. Tras varias victorias españolas (como la Batalla de Mühlberg), no se pudo acabar con el problema. Hubo una derrota final y en 1555 se llegó a la Paz de Augsburgo, que concedía la libertad religiosa, consistente en que cada príncipe podía elegir la religión a practicar en sus Estados, pero no así los ciudadanos, obligados a practicar la de su príncipe. Se consagraba así la definitiva división religiosa de Europa.

El Enfrentamiento con el Imperio Otomano en el Mediterráneo

Los turcos habían acabado con el Imperio Bizantino en 1453 y desde entonces llevaban a cabo una política de expansión por el norte de África y Europa Oriental, llegando a poner en grave peligro a los territorios austriacos. Carlos I se sentía amenazado doblemente: por su condición de emperador alemán y por las posesiones aragonesas y castellanas en Italia. Además, la piratería practicada por navíos turcos constituía un serio freno para la navegación por el Mediterráneo.

El enfrentamiento con los turcos se saldó con una victoria (la conquista de Túnez en 1535) y un fracaso (la expedición de Argel en 1541), a consecuencia de la cual la mayor parte del Mediterráneo se convirtió en un “lago turco”. Por lo que los ataques de los piratas turcos continuaron. En la lucha por tierra, las tropas turcas fueron detenidas por el ejército imperial a las puertas de Viena.

Legado y Consecuencias del Reinado de Carlos V

Con su reinado, la Casa de Austria (dinastía de los Habsburgo) comenzó a gobernar en España, inaugurando la época del Imperio español en Europa y América, que perduró hasta principios del siglo XVIII, momento en que se perdieron los territorios europeos no hispánicos del imperio. La época del Imperio español atravesó una etapa de auge y esplendor en el siglo XVI y una lenta decadencia en el siglo XVII. Los dos siglos de la dinastía de los Austrias fueron los de máximo poderío, de florecimiento de la cultura en el Siglo de Oro, la expansión del mundo y de identificación del poder político y cultural con la defensa de los valores del catolicismo.

Durante el reinado de Carlos V, los reinos hispánicos, sobre todo Castilla, se vieron involucrados en problemas que poco o nada tenían que ver con sus intereses. Esto se tradujo en la participación en innumerables guerras fuera de nuestras fronteras, aunque no faltaron algunos incidentes internos. Las victorias en los campos de batalla no significaron una mejoría en la vida de los españoles; al contrario, se puede afirmar que el estado casi permanente de guerra produjo, a partir de mediados del siglo, un estancamiento demográfico y hundió la economía.

Otro problema del reinado de Carlos V y de todo el siglo XVI fue el endeudamiento crónico de la hacienda pública, puesto que con los crecientes impuestos y con el oro y plata americanos no había suficiente para financiar las costosas guerras exteriores que afrontó el emperador. A los principales impuestos tradicionales (las alcabalas, un 10 % de todas las transacciones comerciales, y las aduanas) hubo que añadir nuevas vías de financiación:

  • Los millones, que gravaban los artículos de primera necesidad, de ahí su enorme impopularidad.
  • Los juros, emisión de deuda pública.
  • Los asientos, dinero adelantado por los banqueros a la espera de cobrar con los metales preciosos americanos.

La deuda gigantesca que acumuló Carlos V con banqueros europeos (como los Fugger y los Welser) fue una de las causas de su abdicación. Castilla fue la gran perjudicada por esa política, pues contribuía a los gastos en mayor proporción que los otros reinos hispánicos. Durante el reinado de Felipe II, el problema hacendístico, lejos de solucionarse, se incrementó.

Un hecho de gran relevancia que afectó a todos fue la enorme inflación derivada de la llegada de los metales procedentes de las minas americanas. Pese a ello, hasta mediados del siglo, la población y la economía crecieron, siendo sus sectores clave la agricultura (que abastecía al mercado americano), la producción y exportación de lana, la del hierro vasco y la industria de astilleros en Andalucía. Sevilla, debido a su papel en el comercio con América, se convirtió en una de las ciudades europeas de mayor actividad mercantil.

Pero el imperio fue acumulando graves problemas internos y externos que llevaron a la desaparición de su hegemonía en Europa, consumada al morir el último monarca de la Casa de Austria, Carlos II, en 1700.