El Auge de los Nacionalismos y Regionalismos en la España de la Restauración: Cataluña y País Vasco

Los Nacionalismos y Regionalismos en la España de la Restauración

Uno de los fenómenos más destacados de la Restauración fue la aparición de diversos movimientos regionalistas y nacionalistas. Grupos de intelectuales, políticos, periodistas y hombres de negocios propusieron en ciertas regiones políticas contrarias al uniformismo y al centralismo estatal.

Estos movimientos se fundamentan en el particularismo lingüístico, cultural, institucional e histórico, en contraste con el centralismo del Estado liberal, que fue incapaz de articular un nacionalismo español cohesionado, identificándose este último con el tradicionalismo católico.

El sistema de la Restauración no pudo resolver la democratización ni la política colonial en Cuba, lo que llevó a que solo los partidos nacionalistas parecieran capaces de regenerar el país impulsando la economía y la cultura. Estos movimientos se expandieron aprovechando el escaso patriotismo español y el apoyo de sectores urbanos, grupos ideológicos y algunas regiones.

El Nacionalismo Catalán: Orígenes y Consolidación

A mediados del siglo XIX, nació el movimiento de la Renaixença, que intentaba la recuperación de la lengua y las señas de identidad catalanas. Más tarde, este movimiento derivaría en la aparición de corrientes políticas que buscarían un autogobierno para la región catalana.

Justificaban el nacionalismo político en:

  • La historia propia y diferenciada del resto del Estado español.
  • Una lengua diferente, el catalán, conservada en el ámbito público.
  • Una realidad económica diferenciada del resto de España, con un notable desarrollo industrial en Cataluña.

Este desarrollo económico estuvo ligado a una burguesía industrial y de negocios con mentalidad empresarial, a una burguesía comercial urbana, a unas clases populares formadas por trabajadores independientes y a una clase obrera industrial y moderada. Estos sectores defendían el autogobierno de Cataluña, lo que propició el nacimiento de un nacionalismo político catalán que se identificó con estas clases sociales emergentes.

De Valentí Almirall a la Lliga Regionalista

El republicanismo federal, que reclamaba soberanía para Cataluña, tuvo en Valentí Almirall a uno de sus principales defensores. Almirall fundó el Centre Català y comenzó a defender la autonomía de Cataluña, liderando la protesta contra los tratados librecambistas, lo que supuso la aproximación de los intereses de la burguesía industrial a la ideología catalanista.

Tras el fracaso de Almirall, comenzó el predominio del catalanismo conservador, defendido desde posiciones regionalistas, pasando por un catalanismo católico de base rural, hasta defensores de una Cataluña singular.

El catalanismo se consolidó con las Bases de Manresa (1892), un documento producido por la Unió Catalanista, que proponía un poder catalán como resultado de un pacto con la Corona, otorgando a Cataluña una entidad autónoma dentro de España, sin defender el separatismo.

Tras la pérdida del mercado colonial, se produjo la crisis del sistema político de la Restauración, lo que aumentó el interés de la burguesía catalana por tener representación al margen de los partidos dinásticos. Su objetivo era un sistema político que, a diferencia del de la Restauración, fuera capaz de afrontar los retos de la sociedad industrializada.

En este contexto, Enric Prat de la Riba creó la Lliga Regionalista. Este nuevo partido buscaba participar activamente en la política y tener representantes en las instituciones que defendieran el catalanismo. Este partido nacionalista logró restar peso a los partidos dinásticos, ya que contó con el apoyo de la burguesía catalana y de las clases medias.

Sin embargo, los propósitos de la Lliga colisionaron con el centralismo de los gobiernos de la Restauración, cuya única respuesta significativa fue la creación, en 1914, de la Mancomunidad de Cataluña, presidida por Enric Prat de la Riba y posteriormente por Josep Puig i Cadafalch, que agrupaba a las cuatro diputaciones provinciales catalanas con fines administrativos.

El Nacionalismo Vasco: Identidad y Fueros

Nacido en 1890, el nacionalismo vasco se diferenciaba del catalán en su fundamento ideológico: una lengua propia, el euskera, y la defensa de sus fueros históricos, derogados en la Restauración de 1876.

La pérdida de los fueros, junto con la industrialización del País Vasco y la llegada de inmigración de otros territorios, favorecieron el sentimiento nacionalista, ya que se percibía un peligro para sus costumbres, tradiciones y pilares ideológicos y sociales, como la religión.

Sabino Arana, principal propulsor del nacionalismo vasco, configuró su primer programa político, creó la ikurriña (bandera vasca) y fundó el PNV (Partido Nacionalista Vasco) en 1895 en Bilbao. Sus principios fundamentales incluían:

  • Independencia de Euskadi y creación de un Estado vasco, con fronteras formadas por Vizcaya, Álava, Guipúzcoa, Navarra, Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa.
  • Radicalismo antiespañol.
  • Oposición a los matrimonios entre vascos y “maketos” (inmigrantes no vascos).
  • Promoción del idioma y recuperación de tradiciones culturales vascas.
  • Apología del mundo rural vasco.

El PNV, aunque con raíces en el carlismo, se definía como un partido conservador, opuesto al liberalismo, la industrialización, el socialismo y el españolismo. Contaba con apoyos entre la pequeña y mediana burguesía y en el mundo rural. Sin embargo, la burguesía industrial y financiera se mantuvo alejada debido a sus intereses económicos con España, mientras que el proletariado, mayoritariamente de origen inmigrante, se acercó al socialismo.

Aunque inicialmente el PNV defendió la independencia de Euskadi, esta posición fue evolucionando hacia el autonomismo. Tras la muerte de Arana, aparecieron disensiones dentro del nacionalismo vasco, aunque su progreso electoral fue constante.

Tuvieron sus primeros éxitos en los ámbitos locales y provinciales. Convivieron entonces dos tendencias: una posibilista, que propugnaba reformas del Estado y la autonomía, y otra radical, seguidora de las ideas independentistas de Sabino Arana.

Solo durante la Segunda República, catalanes y vascos conseguirían sus respectivos estatutos de autonomía.