Carlos V: herencias dinásticas, política interior y conflictos europeos (1516–1558)

Carlos V

Carlos de Gante. A la muerte de Fernando II de Aragón, Carlos de Gante, hijo de Felipe el Hermoso y Juana I de Castilla, vino a la península ibérica para hacerse cargo de su herencia materna (Castilla, Navarra, Canarias y las Indias) debido a la incapacidad por enfermedad mental de su madre; de Fernando II heredó la Corona de Aragón, las posesiones en Italia y del norte de África; además, poseía los Países Bajos, el Franco Condado y los derechos sobre el ducado de Borgoña, a lo que hay que sumar el patrimonio de su abuelo, Maximiliano I (sur de Alemania y Tirol).

Política interior

Tras asegurarse su posición gracias a la firma de una serie de acuerdos diplomáticos, como el Tratado de Noyón, Carlos embarcó hacia España y desembarcó en Asturias acompañado de consejeros flamencos, como Guillermo de Croy y Adriano de Utrecht. En 1518 las Cortes de Castilla le juraron como Rey, solicitándole:

  • el aprendizaje del castellano,
  • el cese de nombramientos a extranjeros,
  • la prohibición de la salida de metales preciosos y caballos de Castilla,
  • un trato más respetuoso a su madre, Juana I de Castilla, recluida en Tordesillas.

Fue reconocido por las Cortes de Aragón como rey de Aragón (y su madre como reina), por las Cortes catalanas y por las Cortes valencianas. Carlos se casó en 1526 con Isabel de Portugal. Los ingresos y el poder procedían en gran medida de su propio patrimonio, sobre todo de Castilla, a través de los impuestos que gravaban el reino y de los metales preciosos procedentes de las Indias.

Reformas administrativas

Carlos I impulsó una serie de reformas para integrar a las élites sociales en el gobierno, dando un impulso al sistema de Consejos. Llevó a cabo la racionalización de la Hacienda, del Consejo de Indias y del Consejo de Estado, este último como un consejo privado del monarca. Los Consejos estaban compuestos por personas escogidas personalmente por el rey que discutían asuntos determinados; el monarca siempre tenía la última palabra. Su capital administrativa fue Valladolid hasta 1561.

El rey despachaba con sus secretarios, encargados de trasladar al monarca las deliberaciones de los Consejos y de comunicar a los miembros del Consejo las decisiones y resoluciones reales, lo que permitió el funcionamiento eficaz del sistema. Destacó en este papel Francisco de los Cobos.

Las Cortes y su papel

Las Cortes, a partir de la revuelta de las Comunidades, perdieron importancia, convirtiéndose en una institución sumisa al monarca, con la excepción de las Cortes de la Corona de Aragón que, al tener mayor poder, fueron apenas convocadas por el monarca.

Conflictos internos: Comunidades y Germanías

Durante su reinado aparecieron importantes conflictos internos:

Revuelta de las Comunidades (1520–1522)

La revuelta de las Comunidades tuvo lugar en ciudades como Toledo, Segovia, Salamanca, Zamora, Ávila, Cuenca y Madrid, donde se organizaron comunas que se opusieron a las autoridades que acompañaban a Carlos I y a los grandes señores, expulsando a los corregidores. Los comuneros se reunieron en la llamada Junta General de Tordesillas buscando el apoyo de la reina Juana I de Castilla, que se negó a firmar ningún documento.

El movimiento tuvo un carácter político y pretendía imponer varias condiciones al monarca, entre ellas:

  • prescindir de los consejeros extranjeros y limitar el poder real;
  • acatar la voluntad de los procuradores de las ciudades representantes en las Cortes;
  • reducir los impuestos y proteger la industria textil;
  • disminuir el poder de la nobleza.

En la batalla de Villalar (1521), los comuneros, al mando de Juan Padilla, fueron derrotados y ejecutados sus líderes. Se inició una dura represión en Toledo y Segovia y se impusieron importantes sanciones económicas a las ciudades participantes en el movimiento.

Aprovechando la revuelta de las Comunidades, en 1521 Enrique II de Navarra, con el apoyo del rey francés Francisco I y de gran parte de la población navarra, recuperó el territorio en poco tiempo. Pero tras la cruenta batalla de Noáin, el territorio volvió a ser controlado por las tropas de Carlos I. Finalmente se optó por la vía diplomática, que concedía una amplia amnistía, reconocía el control de la Alta Navarra por parte del emperador y la renuncia a la Baja Navarra, que no llegó a controlar militarmente.

Revuelta de las Germanías (1519–1523)

En los territorios de Levante se produjo la revuelta de las Germanías. Los artesanos de Valencia poseían el privilegio de formar milicias armadas en caso de necesidad, para luchar contra los turcos y las flotas berberiscas, una medida concedida por Fernando el Católico y respetada por Carlos V en 1519. En 1520, durante una epidemia de peste y una escasez de alimentos en Valencia, y con los nobles abandonando la zona, las milicias dirigidas por Joan Llorenç se hicieron con el poder en Valencia, desobedeciendo la orden de Adriano de Utrecht de su inmediata disolución. El movimiento se extendió a las Islas Baleares, donde duró hasta 1523.

La revuelta se dirigió contra los señores feudales y sus siervos mudéjares. Los rebeldes exigían:

  • la abolición de la jurisdicción señorial y de los impuestos feudales,
  • el control de los municipios por parte de los gremios,
  • el reparto de tierras en algunos casos.

Las tropas de los germaníes estaban formadas por artesanos, campesinos, trabajadores y miembros del bajo clero. Finalmente la monarquía resultó la gran vencedora, apoyada por los nobles, saliendo reforzada frente a las Cortes y las ciudades, aunque se respetaron sus fueros, derechos y privilegios.

Política exterior

La política exterior de Carlos V tenía como objetivo defender su herencia dinástica, pero la idea de un gobernante y un imperio lo condujo a la guerra contra tres grandes enemigos: el rey de Francia, el sultán del Imperio otomano y los príncipes alemanes; a estos se unieron otros actores cambiantes como el Papa o Inglaterra. El monarca dio preferencia a la hegemonía en Europa, valiéndose de la guerra pero también de una eficaz red de embajadores y de un poderoso ejército, financiado por el oro y la plata americanos.

Relación con Francia

En relación con Francia, Carlos V tuvo que contener los anhelos expansionistas de Francisco I, lo que supuso numerosas guerras intermitentes contra éste y luego contra su hijo Enrique II. Los choques tuvieron lugar en los Pirineos, en las fronteras de los Países Bajos y el Franco Condado, pero sobre todo en Italia. Los reyes de Francia se aliaron con los turcos, los piratas berberiscos y los príncipes alemanes protestantes. El emperador se apoyó, en especial, en Inglaterra, con quien se firmó el Tratado de Windsor.

Las consecuencias de las guerras con Francia fueron:

  1. Las conquistas del Ducado de Milán y de los presidios de Toscana, y el control sobre Génova y el Papado, sobre todo tras el Tratado de Cateau-Cambrésis.
  2. La renuncia a Borgoña, que permaneció en poder de Francia.
  3. El aumento del prestigio militar de los Tercios, con hechos como el Sacco di Roma por parte de mercenarios (como castigo por la ayuda prestada por el Papa al rey francés) o la victoria en la batalla de San Quintín contra las tropas francesas.
  4. La ruina financiera del Estado español, al tener que recurrir a préstamos para financiar los gastos de la guerra, una carga heredada por su hijo Felipe II.

Frente mediterráneo: Imperio otomano y piratas

El Imperio otomano, gobernado por el sultán Solimán el Magnífico, amenazaba las posesiones de Carlos V en dos frentes: en Europa oriental y en el Mediterráneo, aliándose con los piratas Barbarroja y Dragut, que atacaban desde Argel. En este frente, Carlos V carecía de una flota poderosa y se limitó a realizar algunas acciones espectaculares de éxito limitado —como la toma de Túnez— pero fracasó en Argel, por lo que el mar Mediterráneo siguió siendo inseguro para España e Italia.

El problema religioso: la Reforma y los príncipes alemanes

Tuvo que afrontar la difusión del protestantismo por el norte de Europa, apoyado por príncipes alemanes. Carlos V no apoyaba al papado en sus deseos de ruptura total con los protestantes; los príncipes protestantes habían formado la Liga de Esmalcalda. Carlos V los derrotó en Mühlberg. En 1555 firmó la Paz de Augsburgo, que dividió el Imperio en dos confesiones —católica y protestante— y otorgó a los príncipes el derecho de imponer su religión a sus súbditos, lo que provocó el exilio de los disconformes.

Abdicaciones y muerte

En 1556 Carlos V renunció al trono mediante las abdicationes de Bruselas: otorgó sus dominios españoles a su hijo Felipe II y cedió sus derechos imperiales y los dominios austriacos a su hermano Fernando. Carlos V falleció el 21 de septiembre de 1558.