La Filosofía de Nietzsche: De lo Apolíneo y Dionisíaco a la Muerte de Dios

Lo Apolíneo y lo Dionisíaco: La Dualidad de la Existencia

Friedrich Nietzsche propone dos metáforas, inspiradas en la cultura clásica griega, para explicar la vida: lo apolíneo y lo dionisíaco. Lo apolíneo (que proviene de la figura del dios Apolo en la mitología griega) representa el orden, el equilibrio, la sobriedad y la razón. Por otro lado, lo dionisíaco (que proviene de la figura del dios Dionisos) representa lo incontrolado, las pasiones, los deseos, la irracionalidad, el caos, el desorden y la embriaguez.

Según Nietzsche, la tragedia griega era la metáfora perfecta para presentarnos la vida misma, ya que en ella aparecen irremediablemente unidos lo apolíneo y lo dionisíaco. La vida es una mezcla de ambos elementos al mismo tiempo; es apolínea y dionisíaca a la vez. Para Nietzsche, la negación de uno de estos ámbitos es negar la vida misma. Sostiene que Occidente ha olvidado y negado la dimensión dionisíaca de la existencia en favor de lo puramente racional y apolíneo.

La Muerte de Dios y la Crítica a la Metafísica

Para este pensador, la realidad humana está en continuo devenir, en un proceso constante. Sin embargo, la metafísica tradicional y la ciencia pretenden presentarnos la vida como algo estático, ofreciendo generalizaciones vacías que han desprestigiado lo concreto, lo individual y lo que está en perpetuo cambio. Por ello, el lenguaje que utilizan, basado en generalidades, no puede dar cuenta de lo concreto y se convierte en un conjunto de conceptos vacíos que no reflejan la realidad.

En este contexto, Nietzsche proclama que «Dios ha muerto». Dios, entendido como ese concepto absoluto que ha presidido el pensamiento occidental desde los griegos hasta el siglo XX, ha sido aniquilado. Según Nietzsche, el ser humano «lo ha matado» al destruir ese concepto que representaba la perfección, lo absoluto y lo eterno. Afirma que la idea de Dios impide al individuo desplegarse plenamente, ya que se sitúa siempre como un ideal de perfección inalcanzable, actuando como un «vampiro de la vida».

La Ilusión del “Mundo Verdadero” frente al “Mundo Aparente”

Esta sección explora la crítica de Nietzsche a un pilar de la cultura occidental: el concepto de verdad, que se fundamenta en la dualidad entre lo aparente y lo verdadero.

El Mundo Aparente

Es la expresión que hace referencia a la crítica de Nietzsche al concepto de verdad. La dicotomía entre lo aparente y lo verdadero constituye el fundamento del racionalismo iniciado con la filosofía (Platón, Kant, Marx), pero también sigue operativa en el pensamiento científico moderno. Esta idea guarda una estrecha relación con el carácter metafórico de todo lenguaje y con la propuesta vitalista de Nietzsche de concebir la verdad como una perspectiva.

El Mundo Verdadero

Es la expresión que designa el objeto del deseo, el nombre de todas las aspiraciones humanas. En Platón, aparece por primera vez separado del mundo sensible, aunque todavía accesible para el sabio. La separación se consuma con el cristianismo, cuando ese mundo resulta inaccesible en el presente, siendo tan solo una promesa para «el sabio, el piadoso, el virtuoso». Con la filosofía kantiana, se presenta como algo indemostrable y prohibido para la razón, relegado a ser meramente «pensado» como un «consuelo, una obligación o un imperativo». A partir de este momento, el camino hacia la idea, hacia el «mundo verdadero», se vuelve intransitable. El positivismo marca la quiebra de esta ilusión: el tiempo de la espera también conoce su fin, y ahora el objeto del deseo se torna extraño, desconocido. A un paso está el abismo, la refutación de la idea: aquel mundo no era más que una ilusión superflua, un proyecto inútil.

Las Tres Transformaciones del Espíritu

En su obra Así habló Zaratustra, Nietzsche nos muestra el camino que debe atravesar el espíritu humano, de forma metafórica, para transmutar la moral tradicional por nuevos valores propios. Por lo tanto, debemos entender estas tres figuras como las etapas que atraviesa el espíritu en dicho camino.

  • El Camello

    El espíritu se encuentra inmerso en la moral tradicional, la judeocristiana. Es un espíritu de carga, servicial, que sigue los modelos y las normas que le han sido impuestos. Asume la humillación y la abnegación como virtudes. Por ello, Nietzsche lo denomina camello: es aquel que se arrodilla para soportar pesadas cargas y se somete a los valores establecidos.

  • El León

    El león es descrito como el espíritu que se rebela y se enfrenta a la moral tradicional. Nietzsche representa este enfrentamiento como una lucha entre el león y el gran dragón. El león ruge su «yo quiero» frente al dragón, que encarna los valores milenarios y ruge su «tú debes», imponiendo la determinación sobre la libertad. El león es el espíritu desafiante que busca destruir las cadenas del camello y vencer al dragón. Este acto de destrucción es un paso crucial para poder crear nuevos valores.

  • El Niño

    Una vez conquistada la libertad, el espíritu del león se transforma en el del niño. Esta figura representa la máxima potencia para la creación de nuevos valores. El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma. En su juego creador, afirma la vida con un sagrado «sí», estableciendo su propia voluntad y perspectiva del mundo, libre de las cargas del camello y la furia destructora del león. El niño simboliza, pues, el espíritu creativo que culmina el camino hacia la transvaloración de todos los valores.