En su obra El nacimiento de la tragedia, Nietzsche presenta un profundo estudio filológico, artístico y filosófico centrado en el origen y la evolución de la tragedia griega. Dos fuerzas esenciales están presentes en estas obras teatrales: por un lado, Apolo, el dios griego del sol y la luz, y, por otro lado, Dioniso, el dios del vino y la embriaguez. Ambos dioses son utilizados por Nietzsche de un modo metafórico y simbólico, relacionándose con los siguientes significados:
- Dioniso: Representa la voluntad, lo irracional, la noche, lo instintivo.
- Apolo: Simboliza la luz de la razón, la armonía, la alegría, la luminosidad del día, y se corresponde con los diálogos, las palabras y los personajes.
Evidentemente, sus valores son opuestos: Dioniso encarna lo común y Apolo, lo individual.
La Proclamación de la “Muerte de Dios”
En este contexto, Nietzsche proclama la “muerte de Dios”. Dios representa la imagen de todo lo suprasensible, lo sobrenatural, aquello que se fundamenta en el “más allá”, abarcando desde Sócrates y Platón hasta Kant, pasando por el cristianismo. Nietzsche observa que la idea del Dios cristiano ha perdido su fuerza creativa y generadora de valores vitales. Según él, a finales del siglo XIX, y desde hacía tiempo, en Dios se sostenían todos los valores nihilistas de la civilización occidental.
Nietzsche entiende, por lo tanto, que Dios es la expresión de valores que niegan esta vida terrenal, al apoyarse en una vida “falsa” e inexistente, que se presenta como la verdadera en detrimento de la actual.
El Nihilismo Pasivo: La Angustia del Vacío
El nihilismo pasivo era una actitud que Nietzsche ya observaba en su propio tiempo. Este nihilismo surge cuando los valores supremos tradicionales de Occidente —Dios, la Verdad, el Bien y el Mal— revelan sus debilidades y se convierten en meras palabras vacías, generando angustia e inquietud.
Así, ante la ausencia o el vacío de referentes, el nihilismo pasivo se aferra a seguir esos mismos referentes que ya sabe caducos, o bien se sume en una completa falta de dirección. En esencia, este nihilismo revela la incapacidad de superar la angustia que provoca el saber que todos los valores creados por Occidente están caducos, son falsos, decadentes, negadores de la vida y, en última instancia, hijos de la “voluntad de la nada”.
El “Último Hombre”: Símbolo de la Decadencia
Según Nietzsche, este nihilismo pasivo y la “voluntad de la nada” son encarnados por una figura cargada de simbolismo: el “último hombre”, quien experimenta el fin de la civilización. Nietzsche observa que en su tiempo predomina el reino del “último hombre”, quien, ante el nihilismo patente, se deja vencer por el desánimo y vive angustiado, temeroso y deprimido ante la tristeza de un mundo ilusorio que se desmorona ante sus ojos. El “último hombre”, sumido en el nihilismo pasivo, se entristece ante la total falta de sentido y se precipita aún más en el nihilismo.
Nihilismo Activo y la “Voluntad de Poder”
El nihilismo activo se presenta como una respuesta a la crisis de valores que sumerge la época de Nietzsche. De este modo, representa una fuerza capaz de sobreponerse a la crisis del nihilismo pasivo y de actuar, sin dejarse vencer por la angustia ni la inquietud que provoca el desenmascaramiento de los valores negadores de la vida. El nihilismo activo es un signo de la “voluntad de poder”, a diferencia del pasivo, que se relaciona con la “voluntad de la nada”.
La “voluntad de poder”, de este modo, se asemeja al propio proceso del mundo y de la naturaleza, que desarrolla su actividad sin cesar y la repite constantemente, sin que tenga sentido preguntarse por qué es así. El mundo, pues, se comprende como vida desbordada y en constante expansión, en pugna por crecer y afirmarse. Por lo tanto, la “voluntad de poder” es la fuerza creadora que caracteriza la vida y que, si la interpretamos desde la metáfora de la vida como obra de arte, podríamos concluir que es voluntad de crear.
Sin embargo, al mismo tiempo, la “voluntad de poder” comporta una dimensión individual que no debe confundirse con la simple voluntad humana. Es crucial recordar que los valores creados, para no caer en el nihilismo pasivo, deben ser reconocidos como ficticios; es decir, no son eternos ni ideales, sino que están en un constante devenir y creación.
El “Superhombre” (Übermensch): El Creador de Nuevos Valores
La figura simbólica del hombre que asume el nihilismo activo es el “superhombre” (Übermensch), cuyo prefijo über se acerca más al sentido de “ultra” o “más allá”. Por lo tanto, se refiere al hombre capaz de trascender, de no quedarse sin metas ni vacío, a diferencia del “último hombre”. Es la actitud del nuevo hombre que debe reemplazar al “último hombre”.
El “superhombre” debe ser visto como una especie de nuevo dios terrenal que afirma la vida, que ve la oportunidad de establecer valores completamente nuevos, contrarios al nihilismo. Él infundirá un nuevo sentido a la realidad, creando nuevos valores de vida que no se fundamentan en el “más allá”, sino en este mundo terrenal.
El “superhombre” es la encarnación de todos los valores nietzscheanos, y su aparición natural sigue a la “muerte de Dios” o su desaparición absoluta, que representa la negación de la vida. Quien sirve a Dios o vive pensando en Él niega la vida, dejando de vivirla plenamente. Así, frente a una civilización que fundamenta sus valores en el “más allá”, en la nada y en la negación de la vida, el “superhombre” debe ser fiel al presente, fiel a su tiempo y fiel a la tierra, la única realidad que el ser humano puede vivir plenamente.
Las Tres Transformaciones del “Superhombre”
La caracterización del “superhombre” no es unívoca en la obra de Nietzsche. El “superhombre” no vive apesadumbrado por los siglos de filosofía, reflexión, religión y ciencia. Nietzsche describe en él las tres transformaciones que se dan en el camino hacia el “superhombre”:
- El camello: Representa a la persona humilde y sumisa, que vive pendiente de obedecer. El camello soporta una pesada carga: la moral y la religión lo convierten en un esclavo que vive sujeto a las normas, pendiente del imperativo «¡Tú debes!». Es el hombre kantiano.
- El león: Se niega a seguir obedeciendo y se libera de cargas opresoras. Lucha contra Dios, pero aún necesita la moral y los valores tradicionales. Es el momento de la negación liberadora y, posteriormente, del imperativo «¡Yo quiero!».
- El niño: El león se calma y ya no necesita construir su libertad reaccionando contra nada. El niño representa el natural y sincero “sí a la vida”. Se libera de la seriedad y del rigor racionalista del león, y convierte la inconsciencia y la inocencia en su mejor virtud. Como ejemplo perfecto del “superhombre”, el niño imagina, crea, inventa y juega con la vida. Es el verdadero creador de valores.