Escultura Clásica Griega: Maestros y Cánones
Mirón
Mirón: Escultor griego de la segunda mitad del siglo V a.C., encuadrado en la etapa clásica griega. Mirón destacó por ser el primer escultor del clasicismo, así como por trabajar de forma magistral el bronce a la cera perdida. Al igual que otros escultores clásicos, buscó plasmar la belleza ideal a través de la armonía, la proporción y el estatismo emocional (ethos). Sin embargo, Mirón fue un paso más allá al intentar plasmar el movimiento y la tensión muscular en su obra cumbre, “El Discóbolo”, que a pesar de sus limitaciones (contraste entre la tensión muscular del cuerpo y la serenidad del rostro), mostraba a un atleta en el momento concreto de lanzar un disco, creando una transición entre dos trayectorias opuestas.
Policleto
Policleto: Escultor griego de la segunda mitad del siglo V a.C., encuadrado en la etapa clásica griega. Policleto desarrolló sus obras mayoritariamente en bronce y escribió una obra teórica de gran trascendencia, el “Canon”, en la cual propuso una visión geométrica del cuerpo humano. Este canon proponía dividir la cabeza en tres segmentos iguales (frente / nariz / boca-barbilla) y emplearla como medida de proporción para todo el cuerpo, estableciendo un canon de 1:7. Asimismo, también introdujo el contrapposto o chiasmo, que buscaba el equilibrio y el movimiento de la escultura a través de la oposición armónica de las distintas partes (el torso y la cabeza ligeramente inclinados hacia ángulos diferentes, y luego piernas y brazos opuestos, relajando uno y tensando el otro). Todo ello se plasma en dos obras maestras que nos han llegado mediante copias romanas en mármol: el “Doríforo” (“el portador de la lanza”) y el “Diadumenos” (“el que se ciñe la cinta”).
Lisipo
Lisipo: Escultor griego del siglo IV a.C., encuadrado en la etapa de crisis del clasicismo griego, que posteriormente evolucionó hacia el helenismo. Lisipo se caracterizó por aportar un tipo humano más esbelto a través del canon 1:8 (el cuerpo es ocho veces la cabeza), el empleo del contrapposto/chiasmo, el dominio del espacio a través de esculturas abiertas y tridimensionales y, consecuentemente, por la multiplicidad de los puntos de vista. Podemos destacar como obras más importantes el “Apoxiomeno”, donde un deportista desnudo se retira la arena de su cuerpo con una estrígila tras una competición, y varios retratos de Alejandro Magno, pues fue escultor en su corte.
El Arte Paleocristiano: De la Clandestinidad a la Legalización
Periodización y Características Generales
El arte paleocristiano fue contemporáneo del arte romano del Bajo Imperio, con el que tuvo un intercambio mutuo de influencias. En él se distinguen dos periodos:
- Periodo de clandestinidad: Esencialmente el siglo III, época de las persecuciones.
- Periodo de libertad de culto: Y posterior ascenso del cristianismo a religión oficial del imperio, durante los siglos IV y V.
Su final como arte primitivo cristiano se hace coincidir con la desaparición del Imperio Romano de Occidente (476), lo que no significa que carezca de continuidad en el arte posterior.
Características
El paso de la clandestinidad a la legalidad supuso profundos cambios en el arte paleocristiano, que pasó de la pobreza y austeridad al lujo y ostentación. Sin olvidar esta circunstancia, se pueden señalar las siguientes características generales:
- Adoptó modelos, técnicas y estilo del arte tardorromano, con el que coincidió en el tiempo.
- Careció de una arquitectura distintiva durante la etapa de clandestinidad. Tras la legalización, adoptó a sus propias necesidades de culto tipos arquitectónicos preexistentes en el mundo romano.
- En las artes figurativas (escultura, pintura y mosaico) se interesó más por la identificación y comprensión de los temas que por la correcta representación de las imágenes, es decir, más por el significado que por la forma.
- Se recurrió a temas del mundo clásico pagano, en especial durante la clandestinidad para no delatarse, pero asignándoles un significado de carácter cristiano.
Arquitectura de la Clandestinidad y el Culto
Hasta el 200 aproximadamente, los cristianos se reunían en sus propias casas, que se denominaban tituli (titulus en singular), donde se realizaba la liturgia, normalmente en el comedor. A estas casas se las denomina domus ecclesiae (“casa de asamblea”) y solían ser una casa patricia acomodada y adaptada a sus necesidades. Los cristianos necesitaban un espacio para la reunión de su comunidad (Ekklesia en griego), pues a diferencia de la religión romana, sus rituales obligaban a tener un espacio para llevarlos a cabo.
Simultáneamente, dada la importancia que los cristianos otorgan a la vida de ultratumba, son muy importantes los cementerios, en especial los subterráneos o catacumbas. Se organizan con estrechas galerías (ambulacrum) en cuyas paredes están los lóculos (nichos) rectangulares para los cadáveres, que a veces se cobijan en un arco semicircular (arcosolio) para destacar a un personaje.
Escultura Paleocristiana
La estatuaria en el arte paleocristiano fue muy escasa, debido al temor de que su semejanza con los modelos paganos propiciara el culto a las imágenes, condenado por los textos bíblicos. Para evitar la idolatría, la imagen debía tener un valor exclusivamente simbólico y abstracto. En consecuencia, la escultura figurativa se limitó casi exclusivamente a los relieves y a los frontales de sarcófagos.
Sus características formales son similares a las de la pintura y el mosaico, y sus temas se centran en pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, especialmente aquellos relacionados con la salvación y la resurrección. Se distinguen dos tipos principales, con algunas variantes:
- Sarcófagos inspirados en modelos paganos: Presentan escenas o personajes que ocupan todo el frontal, desarrollándose de manera continua o separados por columnas en un marco arquitectónico.
- Sarcófagos cristianos: Muestran escenas mínimas o personajes dentro de un rectángulo o medallón central, flanqueados a ambos lados por series de estrígilos. La decoración se realiza en la parte frontal y en la cista (tapa), ya que los sarcófagos solían colocarse apoyados en la pared.
Temática y estilo: Algunos están decorados con estrígiles (ornamentos de ondulaciones). Las escenas suelen separarse por columnas. Cada escena incluye dos o tres personajes, del Antiguo o Nuevo Testamento. Destaca el sarcófago de Giunio Basso en Milán.
Artes Figurativas: Simbolismo y Mensaje
La casi total ausencia de pintura y escultura cristianas hasta finales del siglo III se debió a la condena bíblica de la representación antropomórfica de la divinidad y del culto a imágenes sagradas. Solo la necesidad de extender su mensaje y competir con otras religiones en condiciones de igualdad, a pesar de las prohibiciones y dificultades, puede explicar el cambio de actitud de los cristianos hacia las imágenes. Por otra parte, el arte paleocristiano es ante todo un arte simbólico, en el que la calidad formal de la obra se supedita al mensaje que se pretende transmitir.
La Basílica Paleocristiana
Tras los edictos de tolerancia del 311 y 313, el cristianismo pudo practicar su culto en público y necesitó una arquitectura propia. El antiguo templo pagano no servía, porque estaba concebido como morada de la divinidad y no como lugar de reunión. La comunidad cristiana requería un edificio amplio para la asamblea de fieles y un espacio destacado para el oficiante.
El modelo elegido fue la basílica, inspirada en las basílicas romanas del foro destinadas a justicia y negocios y en la basílica palatina, donde el emperador celebraba audiencias. Bajo el impulso de Constantino, autor del Edicto de Milán (313), se levantaron las primeras basílicas cristianas, como San Juan de Letrán y, poco después, San Pedro del Vaticano.
En los siglos IV y V las basílicas paleocristianas mostraron una gran homogeneidad. Su planta era rectangular, dividida en tres o cinco naves longitudinales, separadas por columnas que sostenían arcos o entablamentos. La nave central, más alta y ancha, tenía cubierta a dos aguas con armadura de madera, a veces oculta por un techo plano. La diferencia de altura permitía abrir ventanas que iluminaban el interior.
La cabecera se remataba con un ábside semicircular, cubierto por bóveda de horno y reservado al obispo y al clero mayor. En Occidente se añadían elementos como el transepto, que cruza perpendicularmente las naves antes de la cabecera, o un atrio porticado con fuente, que precedía al acceso. Junto a él se situaba el nártex, espacio reservado a los catecúmenos, que no podían permanecer dentro durante algunos momentos de la liturgia.
El interior seguía un fuerte eje direccional desde la entrada hasta el altar del ábside, interpretado como un camino simbólico de salvación. A partir del siglo V, la orientación se fijó de oeste a este: los fieles entraban por el oeste y avanzaban hacia la luz del sol naciente, símbolo de Dios. El exterior no tenía apenas importancia: se buscaba solo aislar el espacio sagrado con un muro liso, sin decoración relevante, incluso más austero que la arquitectura romana.
Entre las basílicas más destacadas del periodo se encuentran San Pedro de Roma (siglo IV, de cinco naves, con atrio, nártex, testero, próthesis y diacónicon), San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor (432) y San Juan Evangelista en Rávena. En Oriente se prefirieron plantas centralizadas, a menudo en cruz griega, como la de San Simón el Estilita en Siria.
Baptisterios, Mausoleos y Martyria
Además de basílicas, los primeros cristianos construyeron también baptisterios, mausoleos y martyria (en singular martyrium), que tienen algunos rasgos en común:
- Todos ellos adoptan plantas centralizadas, con un manifiesto significado simbólico: el círculo se asocia a la perfección de Dios, y cualquier figura que en él se inscriba (octógono, cruz griega) participa igualmente de la protección divina.
- Suelen estar cubiertos por cúpula, que refuerza el simbolismo de la planta.
- En los edificios de planta circular y en algunos de planta octogonal el espacio central está rodeado por un deambulatorio.
Los baptisterios —edificios para el bautismo— son de planta octogonal, por el significado del número ocho en la simbología cristiana: Dios había creado el universo en siete días, y Cristo había resucitado en el día octavo (domingo), el que seguía al sábado o séptimo día de la semana judía, culminando así el proceso divino de la creación. Por tanto, el ocho simboliza la resurrección de Cristo y el bautismo, entendido este como acto de purificación que da muerte al hombre en pecado para resucitar a una nueva vida.
Los mausoleos y los martyria eran de naturaleza y características similares. Los mausoleos se erigían en conmemoración de algún personaje destacado, cuya tumba se albergaba en su interior. Los martyria, en cambio, se consagraban a un mártir o a un santo, y contenían sus restos o se levantaban en el lugar del martirio. Los martyria eran típicos de Oriente, donde solían formar un conjunto con una basílica, como en el caso de la Natividad de Belén o del Santo Sepulcro de Jerusalén. En Occidente, en cambio, los restos de mártires o santos se depositaban preferentemente en las mismas basílicas, en criptas situadas bajo el altar.
Pintura y Mosaico Paleocristiano
En el arte paleocristiano, tanto la pintura como el mosaico se destinaron a la representación mural de temas religiosos en los lugares de reunión y culto. El tránsito de la prohibición a la legalización del cristianismo coincide con el de la pintura al mosaico. En otras palabras:
- La pintura mural al fresco se desarrolló desde finales del siglo I hasta comienzos del siglo IV, esencialmente en las catacumbas, y su estilo presenta en la mayoría de los casos la tosquedad propia de artistas poco cualificados.
- Desde el Edicto de Tolerancia de Constantino (313), el mosaico tendió a sustituir a la pintura en la decoración de basílicas, baptisterios, mausoleos y martyria.
Su mayor complejidad técnica y coste económico, así como su brillantez y colorido, se corresponden con la nueva etapa de aristocratización de la Iglesia, que se reflejó tanto en la calidad de las obras —se abandonó la tosquedad inicial de la pintura— como en el tratamiento de las figuras (a Jesús y a sus discípulos se los representaba con la apariencia y dignidad de patricios romanos). No obstante, en ambos procedimientos se perseguía ante todo una finalidad didáctica, que primaba la claridad del mensaje sobre la corrección formal.
En este sentido, pintura y mosaico paleocristianos presentaban ciertos rasgos comunes con el arte tardorromano contemporáneo:
- El hieratismo y la rigidez de las figuras humanas.
- El esquematismo de la composición.
- La simplificación de las escenas, con una reducción al mínimo de los elementos secundarios, en particular los paisajísticos o espaciales.
En muchas de estas pinturas está la iconografía que luego se utilizará en el arte medieval. Se realizan sobre bóvedas y paredes, dividiendo el espacio en líneas. Temas clave: Pez (símbolo de Cristo), pavo real y paloma (símbolo del alma), escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, orante (mujer alzando los brazos al cielo en señal de petición), escenas de cacerías (Cristo “cazador” de almas), Buen Pastor, Cristo entregando el rollo de la ley (Traditio Legis), etc. En cuanto a las características técnicas: Pocos colores, no representación fidedigna (se pretende transmitir un mensaje), ausencia de paisaje, o elementos convencionales del mismo, estilo “impresionista”.
Obras Arquitectónicas Destacadas
1. Santa Sofía de Constantinopla (Paleobizantino)
Periodo: Paleobizantino (532-537)
Arquitectos: Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto
Está dedicada a la Divina Sabiduría (Hagia Sofía). El emperador Justiniano encargó su construcción y se terminó en apenas cinco años. Su planta combina la cruz griega inscrita en un rectángulo, derivada de la planta basilical de tres naves. El elemento más destacado es la cúpula central, de 31 metros de diámetro y 55 metros de altura, que parece flotar gracias a los cuarenta ventanales que iluminan todo el espacio central. Gran parte del peso de la cúpula se sostiene sobre cuatro grandes arcos de medio punto apoyados en pilares rectangulares, mientras que la transición del círculo al cuadrado se realiza mediante pechinas. Parte de la carga se distribuye hacia semicúpulas laterales, creando un espacio central amplio, luminoso y ligero. El exterior presenta un aspecto sobrio y macizo, sin grandes decoraciones. Tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos, la convirtieron en una mezquita y añadieron cuatro minaretes y cubrieron las imágenes de sus muros.
2. Santa María del Naranco (Arte Asturiano)
Periodo: Arte asturiano (siglo IX, reinado de Ramiro I)
Arquitecto: Anónimo
Santa María del Naranco, situada en Oviedo, fue construida originalmente como palacio y posteriormente adaptada como iglesia. Presenta planta rectangular de dos pisos, con cubierta de madera y arcos de medio punto. Destaca por su decoración escultórica en frisos, capiteles y ventanas, con motivos geométricos y vegetales, así como por la alternancia de pilares y columnas que aporta ritmo a los espacios interiores. La construcción combina funcionalidad y estética, mostrando un carácter innovador dentro del arte asturiano. Sus espacios amplios, luminosos y bien proporcionados reflejan la influencia de la arquitectura visigoda y prerrománica, adaptada a la corte de los reyes asturianos y al contexto religioso del norte de España.