Goya y el Vaticano: Un Recorrido por Obras Maestras del Arte Español e Italiano

La Carga de los Mamelucos: El 2 de Mayo de Goya

Identificación

Estamos ante una obra pictórica titulada La Carga de los Mamelucos, también conocida como El 2 de Mayo de 1808 en Madrid, de Francisco de Goya. Fue pintada en 1814, se trata de un óleo sobre lienzo, de estilo romántico, y se encuentra en Madrid, en el Museo Nacional del Prado.

Contexto Histórico

Francisco de Goya y Lucientes es la figura culminante del arte español del siglo XVIII y uno de los grandes pintores de la historia universal. Nacido en el pueblecito aragonés de Fuendetodos y educado en Zaragoza en el taller de Francisco Luzán, se trasladó luego a Madrid y a Italia para continuar sus estudios. A su regreso, se casó con la hermana de Francisco Bayeu, uno de los pintores de Carlos III, lo que le abrió las puertas de la corte. Recibió una serie de encargos para pintar cartones con destino a la Real Fábrica de Tapices (como La Maja y los Embozados, El Quitasol, La Gallina Ciega, El Cacharrero, entre otros).

En 1792, Goya sufrió una grave enfermedad que lo dejó sordo, marcando fuertemente su carácter y su obra, que ganó en profundidad y originalidad. Goya no es, como Velázquez, un genio precoz, sino el fruto de una lenta evolución, y no alcanza un estilo personal hasta pasados los cuarenta años. Liberal e ilustrado, los episodios de la Guerra de la Independencia y la posterior reacción absolutista dejaron en él una honda huella. Tras el fracaso del Trienio Liberal (1820-1823), solicitó permiso al rey Fernando VII para abandonar España y se trasladó a Burdeos con su segunda mujer, Leocadia Zorrilla, donde fallecería.

Además de su faceta como pintor (destacó sobre todo en el género del retrato), Goya desarrolló una importante labor como grabador (aguafuertes, litografías, etc.), realizando series magistrales como Los Caprichos, Los Desastres de la Guerra, La Tauromaquia o Los Disparates. Utilizó, quizá por primera vez, nuevas técnicas como el aguatinta y la litografía. La originalidad de la obra de Goya radica en su perfecta adecuación a las circunstancias de su tiempo; en su pintura se refleja la evolución del arte europeo desde el Rococó hasta el Romanticismo, pasando por el período Neoclásico.

Goya, figura culminante del arte español del siglo XVIII, inició su carrera con encargos para la Real Fábrica de Tapices, donde plasmó escenas festivas y costumbristas de la vida madrileña, como La Maja y los Embozados o El Quitasol. Estas obras, destinadas a la decoración de palacios como el del Pardo, reflejaban el ambiente festivo de la capital, muy apreciado por la nobleza. Sin embargo, una grave enfermedad en 1792 lo dejó sordo, marcando un punto de inflexión en su carácter y obra. A partir de entonces, su pintura ganó en profundidad y originalidad, evolucionando hacia un estilo más personal y dramático. Los episodios de la Guerra de la Independencia y la posterior reacción absolutista dejaron una honda huella en él, impulsándolo a explorar temas más oscuros y críticos. Esta nueva fase culminaría en sus famosas Pinturas Negras, realizadas entre 1819 y 1823 para la decoración de su casa, la Quinta del Sordo. Estas obras, al igual que sus series de grabados como Los Caprichos (grabados realizados con un punzón sobre una plancha y pasados a tinta posteriormente), exploran un mundo de sombras, delirios, supersticiones y miedos, anticipando la visión de lo terrible que heredarían los pintores románticos. La Carga de los Mamelucos, pintada en 1814, se sitúa en este período de transición, reflejando ya la crudeza y el dramatismo de los acontecimientos históricos que transformaron su visión artística.

Análisis de la Obra

La obra recoge uno de los episodios ocurridos en la ciudad de Madrid el día 2 de mayo de 1808, cuando grupos de masas populares intentan impedir el traslado a Francia del hijo menor del rey de España Carlos IV. Este evento marca el inicio del levantamiento general del pueblo español contra los franceses, y trasluce el rechazo tanto hacia la política napoleónica como hacia la imposición de cualquier tipo de acción por parte de los extranjeros, tolerados por una parte de la administración española.

En esta escena se representa un ataque de las masas populares a un grupo de mamelucos, soldados egipcios mercenarios a las órdenes de los franceses. Al escoger esta escena, Goya muestra magistralmente toda la carga de rabia y violencia que llevó a diversos elementos de las clases populares que se encontraban en Madrid a salir a la calle a pelear armados con cuchillos contra un ejército bien pertrechado y armado, un ejército que constituía la élite de la Europa del momento. Goya mezcla además el elemento de “odio” hacia el musulmán, que enlazaba con la interpretación tradicional de la “Reconquista cristiana” de España.

El centro compositivo del cuadro lo marca el soldado mameluco muerto que cae del caballo, al que otro individuo apuñala, un acto totalmente sin sentido, ya que el caballo no es enemigo de nadie, lo que muestra lo ilógico de la guerra que lleva a la destrucción sistemática. El resto de la composición muestra a otra serie de figuras que acuchillan a jinetes y monturas, mientras que el ejército francés intenta salir de la carnicería. Lo más destacado del conjunto son las expresiones de los rostros: de rabia e indignación en los madrileños, de miedo en los franceses e incluso en sus caballos. La escena se desarrolla dentro de la ciudad, ya que los edificios se representan en un perfil, aunque de modo genérico, sirviendo de marco de referencia, pero sin restar protagonismo a la acción.

Toda la escena está teñida de dinamismo y dramatismo, con movimientos exacerbados y violentos, aspectos que luego serían fundamentales para los románticos como Géricault y Delacroix. Esta exacerbación del movimiento parece haberse contagiado a la mano del artista, que utiliza una técnica basada en pinceladas rápidas, sueltas, a base de manchones, como salidas también de un estallido de violencia del pintor. Con respecto a los colores, destaca la brillantez de los mismos y la utilización del llamativo rojo de la sangre que salpica la escena. Además, los trata con gran libertad, ya que incluso puede verse en la cabeza de un caballo reflejos de verde gracias a los efectos que provoca la sombra. En definitiva, junto a Los Fusilamientos del 3 de Mayo (o Los Fusilamientos de la Moncloa), se trata de un alegato antibelicista, realizado con más de cien años de adelanto a las corrientes contemporáneas que también van en ese sentido.

La Basílica de San Pedro del Vaticano: Fachada y Plaza

Fachada de San Pedro del Vaticano

Identificación

Título: Basílica Papal de San Pedro.
Localización: Plaza de San Pedro (Ciudad del Vaticano).
Autor: Carlo Maderno.
Cronología: 1614.
Estilo: Renacimiento y Barroco.

Contexto Histórico

En el siglo XV, Roma aparecía como un conjunto de ruinas, sin calles, y los peregrinos que querían visitar las basílicas debían abrirse paso por penosos caminos. Es sintomático que, a pesar del poderío de la Iglesia durante la Edad Media, no se construyó ninguna catedral que rivalizara con las de otras ciudades europeas. La ciudad de Roma tenía una doble función: ser la residencia territorial del Estado Eclesiástico y el centro de la Iglesia Católica. Para conseguirlo, los papas realizaron una política de construcciones representativas con el fin de lograr una ciudad de «rango superior». Sus monumentos, y en este caso San Pedro y su plaza, serían los más representativos. Toda la actividad ciudadana estaba en función de la Iglesia y sus construcciones: «No hay que olvidar que las calles que conectaban las basílicas, y que por tanto eran recorridas por los peregrinos, rápidamente se transformaron en calles comerciales muy importantes, porque naturalmente todos los comercios se agolpaban en las calles de mayor tránsito, como podría suceder hoy en cualquier ciudad moderna.»

Para los papas del Renacimiento, la victoria del cristianismo sobre el paganismo debería quedar patente en los monumentos antiguos que había en las plazas de Roma. Así, Sixto V colocó obeliscos en los puntos importantes de las plazas principales, convirtiéndose en símbolos de la tradición antigua, de la que la Iglesia toma posesión. El obelisco de la Plaza de San Pedro, de 25,5 m de alto y de granito rojo, fue traído desde Heliópolis por orden de Calígula y colocado en la espina del circo de Nerón; este emperador realizó inscripciones dedicadas a Tiberio y Augusto. Posteriormente, Sixto V lo trasladó en 1585 al centro de la Plaza de San Pedro. La iglesia de San Pedro de Roma debe encuadrarse dentro de dos estilos artísticos: el Renacimiento y el Barroco.

Análisis de la Obra

La fachada fue realizada por Maderno, de estilo Barroco. Presenta una escalinata de acceso al templo. La fachada se divide en dos cuerpos. En el cuerpo inferior cuenta con ocho columnas de orden gigante y cuatro pilares adosados a los laterales. En los laterales hay dos aberturas con arcos de medio punto; según se avanza hacia el centro, nos encontramos con hornacinas con arco de medio punto que presentan frontones circulares. A continuación, hay cinco puertas, dos de ellas adinteladas, otras dos con arco de medio punto y una central adintelada. En el mismo cuerpo, encima, encontramos vanos rectangulares, algunos de ellos ciegos, y sobre ellos ventanas con arcos de medio punto con balconada, que presentan frontones triangulares y semicirculares sujetados por columnas. Una línea de entablamento separa los dos cuerpos con inscripciones. En el cuerpo superior hay pilastras adosadas y en el intercolumnio encontramos vanos cuadrangulares y rectangulares alternados; los rectangulares presentan en la parte superior frontones triangulares. En la parte central hay un amplio frontón triangular con un escudo en el centro. Hay un campanario a cada lateral. Rematando todo el conjunto, hay una balaustrada y figuras en línea con las pilastras, y en los laterales hay dos relojes.

Plaza de San Pedro

Identificación

La obra que vamos a comentar es la Plaza de San Pedro del Vaticano, diseñada por el arquitecto Gian Lorenzo Bernini entre 1656 y 1667, lo que la convierte en uno de los ejemplos más ilustrativos de arquitectura civil del Barroco romano.

Contexto Histórico

El Barroco nace en Italia y se desarrolla desde finales del siglo XVI hasta el siglo XVIII. Es la apelación a lo emocional o dramático y la oposición a lo intelectual y racional. Es un fenómeno artístico y literario estrechamente vinculado a la Contrarreforma.

Se manifestó principalmente en la Europa occidental, aunque debido al colonialismo también se dio en numerosas colonias de las potencias europeas, principalmente en Latinoamérica. La religión es uno de sus rasgos predominantes, desplazando características del Renacimiento. Combina misticismo y sensualidad. La característica principal de la arquitectura barroca fue la utilización de composiciones basadas en líneas curvas, elipses y espirales, así como figuras policéntricas complejas. La arquitectura se valió de la pintura, la escultura y los estucados para crear conjuntos artísticos teatrales y exuberantes que sirviesen para ensalzar a los monarcas que los habían encargado. Se plasma principalmente en el urbanismo, iglesias y palacios. El más grande de los arquitectos fue Bernini, pero también destacan Borromini, Mansart o Louis Le Vau.

La ciudad de Roma tenía una doble función: ser la residencia territorial del Estado Eclesiástico y el centro de la Iglesia Católica. Para conseguirlo, los papas realizaron una política de construcciones representativas con el fin de lograr una ciudad de «rango superior». Sus monumentos, y en este caso San Pedro y su plaza, serán los más representativos. La Basílica de San Pedro es un templo católico en la Ciudad del Vaticano, fundada por el Papa Julio II. La basílica cuenta con el mayor espacio interior de una iglesia cristiana en el mundo y es considerada como uno de los lugares más sagrados del catolicismo. La construcción de la plaza se llevó a cabo entre 1656 y 1667 de la mano de Bernini, con el apoyo del papa Alejandro VII. En las liturgias y acontecimientos más destacados, la Plaza de San Pedro ha llegado a albergar más de 300.000 personas.

Análisis de la Obra

Encargada por el papa Alejandro VII, la Plaza de San Pedro debía sustituir una rectangular anterior y culminaba la labor de reconstrucción de la basílica que se había iniciado en el siglo anterior bajo el pontificado de Julio II.

Bernini toma como punto de partida el eje central, ahora muy alargado, y sobre él diseña una de las más impresionantes plazas de Occidente. Bernini diseña una plaza para la que utiliza dos plantas diferentes: la más próxima a la fachada de forma trapezoidal y la plaza propiamente dicha de forma elíptica. La fachada y la zona inmediata a ella se eleva sobre el resto de la plaza gracias a una escalinata, lo que permite darle todo el protagonismo a la misma, así como la visión del altar durante las celebraciones litúrgicas que tienen lugar al aire libre. La plaza trapezoidal se abre en dos brazos ovalados formados por sendos cuadripórticos con columnas de orden toscano sobre las que descansa un dintel corrido, propio de los órdenes jónico y corintio, y en el que se divide en triglifos y metopas como debía corresponder. Pero la genialidad de Bernini estriba en el incurvamiento de esta columnata. Y lo hace describiendo una elipse, curva de mayor dinamismo que el círculo, y situando cerca de sus focos dos magníficas fuentes; así, hay una constante en la suma de apreciaciones de las mismas desde cualquier situación del espectador en la elipse.

La columnata curva consta de cuatro filas de columnas de orden toscano y proporciona un total de 296 columnas que, sobre el entablamento, sostienen 140 estatuas de santos, obra de los discípulos del maestro. El efecto de este deambulatorio es impresionante, ya que el bosque de columnas no parece tener fin, sea cual sea el punto elegido. Con eso, Bernini quiebra, definitivamente, el ideal de perspectiva central que había presidido la arquitectura de Brunelleschi. La gran fachada de la basílica queda siempre condicionada por las infinitas posibilidades de observación que ofrece la curvada columnata.

La plaza ovalada tiene como eje central un obelisco egipcio, ya situado en el centro de la antigua plaza en 1586 por el papa Sixto V en memoria al martirio de San Pedro, y que Bernini respetó situándolo en el centro de la plaza por él diseñada. Este obelisco se ve flanqueado de manera simétrica por las dos fuentes.

Por lo demás, el largo eje axial se hace enorme y supera ampliamente la dimensión mayor de la propia basílica. Este alargamiento de los ejes longitudinales será una constante en las grandes urbanizaciones barrocas posteriores, desde Versalles a La Granja o al París de Haussmann.

Bernini opta por una plaza sobria, de aspecto austero, de manera que su decoración se limita a las esculturas de las cornisas y al juego de luces y sombras de los espacios abiertos en los pórticos entre las distintas filas de columnas.

La Plaza de San Pedro del Vaticano debía cumplir dos funciones claramente diferenciadas: una civil y práctica, y otra más simbólica. Respecto a la primera, la plaza debía servir para acoger la concentración de grandes masas de fieles, permitir la celebración de liturgias como la bendición Urbi et Orbe o la procesión del Corpus Christi, y delimitar el espacio del Vaticano del resto de edificios de la ciudad, dándole mayor protagonismo. Por otro lado, la plaza debía convertirse en una metáfora de la propia Iglesia Católica. Los dos brazos elípticos diseñados por Bernini simbolizan los brazos abiertos de la Iglesia que acoge en su seno a todos.

Conclusión

El deseo de los papas de convertir a Roma en una ciudad digna de ser la capital del catolicismo llevó a una ingente labor de remodelación urbana para transformar la ciudad medieval, abriendo avenidas y construyendo plazas con monumentales fuentes y palacios. En esta labor, durante gran parte del siglo XVII, destacó Bernini como arquitecto, urbanista y escultor, y diseñó plazas como la Navona o la del Tritón. La Plaza de San Pedro, diseñada por Bernini, se convirtió no solamente en un espacio público abierto que daba acogida a miles de peregrinos, sino, además, en un símbolo de la legitimidad de la Iglesia Católica frente a las tesis protestantes.

Desde 1870, tras la desaparición de los Estados Pontificios, la Plaza de San Pedro es uno de los límites entre la Ciudad-Estado del Vaticano e Italia.