Contexto Histórico:
La época de Velázquez en España se sitúa principalmente en el siglo XVII, durante el reinado de los Austrias menores, especialmente Felipe IV (1621-1665), quien fue el gran mecenas del pintor. Este periodo corresponde al Siglo de Oro español, una etapa de gran esplendor cultural, literario y artístico, pero también de decadencia política y económica. España aún conservaba un vasto imperio, pero ya comenzaba su declive como potencia hegemónica europea, con pérdidas territoriales y conflictos como la Guerra de los Treinta Años. Internamente, el país sufría crisis económicas, devaluación de la moneda, epidemias y una fuerte presión fiscal, mientras el poder real se delegaba frecuentemente en validos como el Conde-Duque de Olivares.
El Realismo Barroco: Velázquez
El arte barroco europeo tiene tres figuras clave: Bernini en Roma, Rubens en Amberes y Velázquez en Madrid. Diego Velázquez (1599-1660), nacido en Sevilla, es considerado el mayor genio de la pintura española.
Fue un gran retratista y trabajó todos los géneros: religioso, mitológico, bodegones y paisajes. Su estilo capta la luz, la naturaleza y el movimiento con serenidad. Aprendió en el taller de su suegro, Francisco Pacheco, y se casó con su hija en 1618. En 1623 se trasladó a Madrid y se convirtió en pintor de cámara del rey Felipe IV. Hizo dos viajes a Italia: el primero (1629) para estudiar arte, donde copió obras de Rafael y Miguel Ángel y pintó La fragua de Vulcano. En su segundo viaje, veinte años después, retrató a su criado Juan de Pareja y al papa Inocencio X, cuyo retrato destaca por su profundidad psicológica. También pintó La Venus del espejo, posiblemente inspirada por una dama romana con la que tuvo un hijo. Su estilo tiene dos etapas: la sevillana, donde se nota la influencia del tenebrismo (con colores oscuros y figuras muy definidas), y la madrileña, más madura y luminosa. En su juventud se centró en escenas de cocina y bodegones como Vieja friendo huevos o El aguador de Sevilla, algunos con significado religioso, como Cristo en casa de Marta y María. A partir de 1630, tras su primer viaje a Italia, su estilo cambia: descubre el valor de la luz y del aire entre los objetos, pierde precisión en las formas pero gana en colorido, usando tonos grises y pinceladas más libres, lo que lo acerca al impresionismo.
Esto se ve en los paisajes de la Villa Medici, pintados al aire libre. Velázquez destacó sobre todo como retratista. Pintó a la familia real, bufones, nobles, artistas y militares, como en La rendición de Breda. También creó grandes obras religiosas como El Cristo crucificado. En sus últimos años pintó dos obras maestras: Las Meninas y Las hilanderas.
Contexto del Neoclásico
El Neoclasicismo surge en el siglo XVIII, en plena Ilustración o Siglo de las Luces, un movimiento que defendía la razón, la educación y la libertad frente al Antiguo Régimen, la monarquía absoluta y la sociedad estamental. Estas ideas inspiraron la Revolución Francesa y las primeras revoluciones liberales. En este contexto de cambio, el arte buscó un estilo racional y moral, inspirado en la antigüedad grecorromana. Se fundaron academias de arte, especialmente en París, que se convirtió en el centro artístico europeo. En ellas se formaban artistas según normas estrictas, promoviendo los valores neoclásicos en pintura, escultura y arquitectura.
Neoclásico
El gusto neoclásico nace en Italia a mediados del siglo XVIII como reacción al barroco tardío y como continuación del espíritu clásico iniciado en el Renacimiento. Se inspira en el arte grecolatino, revalorizado gracias a los hallazgos arqueológicos de Pompeya y Herculano, que se pusieron de moda entre la aristocracia europea durante el Grand Tour. El objetivo del Neoclasicismo era educar moralmente a la sociedad a través del arte, exaltando valores como la razón, la libertad y la dignidad ciudadana.
Este movimiento tuvo dos etapas:
- Primera fase (desde 1755): centrada en Roma, con figuras clave como Winckelmann, teórico que defendía la imitación del arte antiguo como ideal de belleza (“noble sencillez y serena grandeza”), y Mengs, pintor que rompió con el ilusionismo barroco y defendió un arte racional, superior a la naturaleza.
- Segunda fase (desde 1770): se difunden sus principios gracias a las academias de arte, que profesionalizan la pintura, escultura y arquitectura, dejando atrás el modelo gremial.
Las academias transformaron al artista en un profesional culto. El sistema educativo era riguroso y progresivo: desde la copia de partes anatómicas hasta el dibujo del modelo al natural. En arquitectura, se seguían los tratados clásicos, especialmente los de Palladio, dando lugar al neopalladianismo, con gran influencia en Europa y América. Las principales academias fueron las de San Lucas (Roma), la Académie Royale (París), la Royal Academy (Londres) y San Fernando (Madrid). Fomentaban el talento con concursos, exposiciones y becas internacionales.
Jacques-Louis David
Jacques-Louis David (1748-1825) fue el gran pintor del Neoclasicismo y un artista profundamente comprometido con la política de su tiempo. Apoyó la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico, utilizando su arte como herramienta de propaganda y expresión ideológica. Su obra clave, El juramento de los Horacios (1785), representa el sacrificio por la patria y se considera el manifiesto de la pintura neoclásica. David se aleja de la narración literaria para centrarse en la intensidad emocional de un instante, lo que lo convierte en precursor del arte moderno. Técnicamente, combina el claroscuro con una composición inspirada en bajorrelieves.
Otras obras destacadas son La muerte de Sócrates, que enlaza con los ideales revolucionarios, y La muerte de Marat, un mártir político. Fue también un referente en moda, mobiliario y estilo de vida, reflejado en su retrato de Madame Récamier. Participó activamente en la Revolución como diputado y más tarde apoyó a Napoleón, al que retrató en obras como Napoleón cruzando los Alpes y La coronación de Napoleón. Tras la caída del emperador, se exilió en Bruselas, donde suavizó su estilo y anticipó el Romanticismo.
Goya
Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) fue un pintor aragonés inigualable, difícil de clasificar, cuya obra transita entre el Neoclasicismo y el Romanticismo, anticipando movimientos como el impresionismo, el surrealismo y el expresionismo. Trabajó para cuatro monarcas (Carlos III, Carlos IV, José Bonaparte y Fernando VII) y dominó todas las técnicas y géneros pictóricos. Sus inicios fueron difíciles: fue rechazado por academias, pero viajó por su cuenta a Italia. Su entrada en la Corte se dio gracias a su cuñado, Francisco Bayeu. A los 30 años comenzó a trabajar en la Real Fábrica de Tapices, creando escenas costumbristas protagonizadas por majos y majas, figuras populares de Madrid.
Además de escenas populares y religiosas, destacó como retratista de intelectuales ilustrados, nobles y miembros de la realeza, lo que lo llevó a ser nombrado primer pintor de cámara. Su estilo evolucionó tras quedar sordo en 1792, y a partir de entonces dividió su producción entre obras oficiales y otras más personales y críticas. Inició una potente obra gráfica con Los caprichos (1799), sátira social que fue censurada. Con la invasión napoleónica, retrató la brutalidad de la guerra en Los desastres y en los cuadros del 2 y 3 de mayo de 1808. También produjo La tauromaquia y más tarde, tras enfermar de nuevo, se retiró a la “Quinta del Sordo”, donde pintó las inquietantes Pinturas negras y grabó Los disparates. En 1823, tras la restauración absolutista, temiendo represalias por su pasado liberal, se exilió en Francia. Allí pintó La lechera de Burdeos, anticipando el impresionismo. Murió en Burdeos en 1828.