Causas y Consecuencias de la Guerra de Cuba: Un Análisis Histórico

1. Hacia el Desastre

1.1. Antecedentes y Causas

A lo largo del siglo XIX, España fue una potencia colonial reticente a establecer reformas en sus posesiones. Existía el temor de que la autonomía llevaría directamente hacia la independencia. Los gobernantes prometieron reformas desde 1866, pero en cambio, solo elevaron los impuestos. Después de la paz de Zanjón, que terminó con la primera guerra de Cuba en 1878, en la que la metrópoli se comprometió a introducir reformas en la isla, lo único que hicieron fue aprovecharse para reforzar la explotación de la colonia y su españolización. Esta situación desesperó tanto a autonomistas como a independentistas.

1.2. Inicio de la Insurrección

Tras más de 15 años de vida colonial asentada en la tregua, se fue preparando el levantamiento de Baire, el 24 de febrero de 1895, con dificultades. Todo ese tiempo se había estado conspirando contra la metrópoli, al amparo de las asociaciones entonces permitidas, y algunos grupos se mostraban dispuestos a intentar de nuevo la insurrección. Los autonomistas (Unión Constitucional) eran partidarios de las reformas (partidos, sufragio restringido y algunas libertades de reunión y asociación); pero seguían demandando más reformas y mayor igualdad jurídica y legal con la península. Un hecho clave fue la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PCR) de carácter democrático, antillano (incluía la emancipación de Puerto Rico) e interracial. Mientras se esperaba el momento propicio para la insurrección, se acopiaban hombres y armas, conseguidas por donaciones (EE.UU.).

En 1894, fracasa el proyecto de Martí de invadir la isla; fue descubierto y desbaratado. Martí contó con el apoyo de los nacionalistas que había en la isla y con los del partido revolucionario. Las reformas de Maura no pasan el trámite parlamentario y las tímidas reformas propuestas por Abárzuza no contentan a los autonomistas que esperaban más de la metrópoli, uniéndose a los nacionalistas e implicándose en la sublevación. El 24 de febrero de 1895 se inicia una nueva sublevación (grito de Baire). Martí da la orden desde Nueva York para que empiece la insurrección. La reacción política en la metrópoli se produce en forma de cambio de gobierno: Sagasta facilitó la alternativa al Gobierno de Cánovas, cuya principal tarea será la organización financiera y militar de la guerra cubana. Envían al general Martínez Campos (antiguo pacificador) con un contingente militar, pero la situación no era la misma a la de la anterior guerra (como el propio general afirma): la insurrección se extiende por toda la isla, amenazando incluso a La Habana, sede del capitán general, el cual aconseja a Cánovas adoptar una política más dura e intransigente e incluso a que se nombrara como su sustituto al general Weyler, el cual es nombrado capitán general, llegando a la isla en febrero de 1896 dispuesto a ganar la guerra a cualquier precio.

Se incrementa el envío de refuerzos militares en medio de exaltaciones patrióticas oficiales y algunas resistencias populares; pero también aumenta el número de insurrectos. La sustitución de Martínez Campos por Weyler en enero de 1896 supuso un cambio sustancial en la manera de hacer la guerra con efectos inmediatos: en pocos meses logró pacificar las provincias de Oriente, mediante una táctica extremadamente dura de aislamiento de la guerrilla de su medio natural, concentrando a la población campesina, y acotando mediante tronchas (amplia franja de terreno desbrozado, de norte a sur de la isla, vigilada desde torres de observación, cuyos centinelas comunicaban por heliógrafo a las tropas los movimientos que observaban en la zona despejada). La evolución de la guerra en estos primeros años se corresponde con los periodos de gestión de los dos capitanes generales: muy desfavorable en 1895, con Martínez Campos, y de recuperación favorable con Weyler en 1896.

La vida política en la península estaba condicionada por la guerra: la preocupación básica del Gobierno era allegar fondos suficientes para financiarla y lograr el consenso político para la defensa de los objetivos nacionales. En un principio, Cánovas contará con el apoyo de Sagasta para la aprobación urgente de los presupuestos de 1895 (con mayoría liberal en la Cámara), así se evitaba la manifestación de discrepancias y se centraban en la guerra. Incluso se aplazó la celebración de elecciones generales. Con las nuevas Cortes de mayoría conservadora, aparecen las primeras discrepancias sobre la gestión de la guerra. Cánovas aprobó por decreto medidas descentralizadoras, mientras los liberales eran partidarios de la autonomía.

EE.UU. aprueba la concesión de ayudas a los insurrectos. Se temía la participación de EE.UU. en la guerra y los diplomáticos españoles trabajaban para retrasarla lo más posible; pero el fin de la presidencia de Cleveland (partidario de la soberanía española sobre la isla, aunque con concesiones) hacía temer un giro en la posición norteamericana. El giro se produjo inmediatamente: el nuevo presidente McKinley inicia una etapa más abiertamente intervencionista. La presión interior (críticas de Sagasta) y exterior (EE.UU.), obligan a Cánovas a declarar la crisis total en junio de 1897, aunque los liberales no estaban inclinados a asumir la tarea de gobierno.

1.3. Hacia el Desastre

Hecho fortuito que produce un giro en los acontecimientos en España y en Cuba: asesinato de Cánovas en agosto de 1897. Tras un breve Gobierno de transición del general Azcárraga, se da la alternancia en el poder con el acceso de los liberales de Sagasta, lo que significa un giro inmediato en la política cubana: sustitución de Weyler y abandono de los planes militares y de la política llevada en los últimos años (gestión dura, criticada por EE.UU. en cuanto a los derechos humanos, pero eficaz en el sometimiento de la insurrección: ya casi tenía sometida a toda la isla). El general Blanco sustituyó a Weyler y la política de los liberales era reducir las acciones militares y pasar a la acción política: concesión de la autonomía, amnistía a presos políticos cubanos y de Puerto Rico, así como la presentación por parte de Moret de decretos de igualdad de derechos políticos (sufragio universal). Estas medidas fueron tardías e ineficaces, pues apenas pudieron ser puestas en práctica. El primer gobierno autonomista de J. M. Gálvez comenzó a ejercer en enero de 1898 y, lejos de frenar, alentó aún más el movimiento independentista y la presión norteamericana era cada vez más fuerte. En la misma línea, se cerró un pacto en Filipinas con los insurrectos a finales de 1897 (paz de Biac-Na-Bató).

La presión norteamericana desde el inicio de la guerra, tanto diplomática como por la creación de la opinión pública, aumentó a partir de la voladura del Maine el 15 de febrero de 1898, cuya responsabilidad fue atribuida al Gobierno español, sin pruebas, por una comisión de investigación norteamericana, dando a los EE.UU. argumentos y justificación definitiva para una intervención más directa en la guerra, exigiendo satisfacciones y concesiones al movimiento independentista cubano como si se tratase de una declaración de guerra. EE.UU. hace una nueva oferta de compra de la isla por 300 millones de dólares, antes de llegar al conflicto. El rechazo coincide con la publicación del informe de la voladura del Maine, que aceleró los pasos hacia la guerra. La diplomacia española se apresuraba en mediar a través de los embajadores europeos en Washington ante McKinley; pero éste, mediante un mensaje al Congreso, justificaba la próxima intervención, solicitando autorización al Congreso para adoptar medidas pertinentes, incluidas el empleo de las fuerzas militares y navales.

El 18 de abril de 1898, el Congreso y el Senado norteamericanos contestan a la solicitud del presidente en forma de ultimátum para España:

  • Que el pueblo de Cuba es y debe ser libre e independiente.
  • Que es deber de los EE.UU. exigir, como por la presente su Gobierno exige, que el Gobierno español renuncie inmediatamente a su autoridad y gobierno en Cuba y retire sus fuerzas terrestres y navales de las tierras y mares de la isla.

Se autoriza al presidente de los EE.UU. y se le encarga y ordena que utilice todas las fuerzas militares y navales de los EE.UU. y llame al servicio activo las milicias de los distintos Estados de la Unión en el número que sea necesario para llevar a efecto estos acuerdos.

El ultimátum, verdadera declaración de guerra, provocó en España manifestaciones patrióticas y motines populares. El Gobierno español tuvo que aceptar la declaración de guerra condicionado por una posible sublevación militar si accedía a las peticiones de los EE.UU. Inmediatamente, EE.UU. inició las operaciones de bloqueo naval de la isla.

En Filipinas se vivió un precedente del desenlace de Cuba: los conatos independentistas parecían controlados, pero la intervención naval norteamericana provocó el desigual enfrentamiento en Cavite contra la escuadra del almirante Montojo. Este suceso impulsó el movimiento insurreccional indígena. Esta derrota provocó la reacción popular en motines que coincidieron con una época de subsistencia. El descontento social ponía en cuestión la popularidad de la guerra, provocando una crisis ministerial que venía de la derrota de Cavite.

Tras el ultimátum norteamericano, es enviada a Cuba una escuadra a mando del almirante Cervera, ante la reticencia de los mandos por la inferioridad manifiesta, dado que no debían dejar guarnecidas las costas españolas y Canarias. En Santiago de Cuba se encontraba la flota española en su bahía, como si de una ratonera se tratase, bloqueada la salida por la numerosa flota norteamericana. Los navíos españoles, no acorazados, mal dotados de artillería y sin apenas combustible, aconsejaban no salir del puerto; pero la situación interna, la presión pública, el miedo a un pronunciamiento militar, la salvaguarda del sistema político y del propio régimen, aconsejaban sacrificar la escuadra y el prestigio de los militares. El desenlace final fue la destrucción de la flota.

La rendición de Santiago de Cuba se hizo el 12 de julio y Manila un mes después. En Washington se cerraban las negociaciones del protocolo y el 14 de agosto se firmaba la capitulación de Manila, con la liquidación del archipiélago. El 10 de diciembre, España firma la Paz de París, liquidando su imperio ultramarino. En este Tratado, España pierde Cuba, Puerto Rico, Filipinas (por 20 millones de dólares) y Guam, que pasan a manos de EE.UU., así como la venta, a principios de 1899, de Marianas, Palaos y Carolinas, a Alemania.