Historia de España: De la Unión Dinástica a la Centralización Borbónica (Siglos XV-XVIII)

I. La Fundación de la Monarquía Hispánica: Los Reyes Católicos

Unión Dinástica y Consecuencias Territoriales

Isabel de Castilla y Fernando de Aragón se casaron en 1469. En ese momento eran infantes en sus respectivos reinos. Isabel se convirtió en reina de Castilla tras la muerte de su hermano Enrique IV. Juana, la hija del fallecido rey, también se proclamó reina de Castilla, por lo que se inició una guerra de sucesión que terminó con la victoria de Isabel y sus defensores en 1479. En 1479, Fernando, tras el fallecimiento de su padre Juan II, se convirtió en rey de Aragón. Aunque cada Corona mantuvo sus leyes diferentes (unión dinástica), su unión propició que a partir de entonces sus descendientes recibieran en una sola persona su patrimonio.

El título de «Reyes Católicos» les fue otorgado por el papa Alejandro VI en 1496 por su defensa de la cristiandad en la toma de Granada y en la expulsión de los judíos, ambos hechos acontecidos en 1492. Isabel murió en 1504 y Fernando en 1516.

Durante sus reinados, la Monarquía Hispánica conquistó:

  • El reino de Granada (1482-1492).
  • Navarra (1512).
  • Las islas Canarias (finalizada en 1496).
  • Algunas plazas en el norte de África (Orán, Melilla, Bugía).
  • Comenzó la expansión por América (islas del Caribe y algunas zonas de la costa atlántica de América).
  • El reino de Nápoles, que heredó Fernando y que se sumó a los reinos italianos de Sicilia y Cerdeña que ya poseía.

Además de esto, casaron a sus hijos con miembros de otras casas reales europeas, contribuyendo de esta manera a que sus descendientes aglutinaran más territorios.

II. El Imperio de los Austrias Mayores: Carlos I y Felipe II

Política Interior: Diferencias y Similitudes

Carlos I, *rey nómada* y sin capital, heredero de un vasto imperio, se enfrentó a numerosos desafíos internos. La diversidad de sus dominios, cada uno con sus propias leyes y costumbres, exigía una cuidadosa gestión. Su reinado estuvo marcado por la necesidad de consolidar su autoridad y obtener recursos para financiar sus constantes guerras. A pesar de su ambición centralizadora, Carlos I tuvo que lidiar con rebeliones como la de las Comunidades de Castilla y la de las Germanías de Valencia y Mallorca, que pusieron en cuestión su poder y revelaron las tensiones sociales y políticas existentes en sus dominios. En el Sacro Imperio, su política interior se caracterizó por la lucha contra los príncipes protestantes alemanes, a los que se vio obligado a hacer algunas concesiones.

Felipe II, *rey sedentario*, con capital en Madrid, hijo de Carlos I, heredó un imperio más consolidado, pero también enfrentó desafíos propios. Su reinado estuvo marcado por una mayor centralización del poder y por una política religiosa mucho más rígida. La Contrarreforma y la lucha contra el protestantismo fueron prioridades fundamentales para Felipe II, quien favoreció notablemente a la Inquisición para perseguir a los herejes. A diferencia de su padre, Felipe II fue más reacio a realizar concesiones a los distintos reinos y a las élites locales, lo que generó tensiones y conflictos. El caso de Antonio Pérez, su secretario, es un ejemplo de las intrigas palaciegas y de las luchas de poder que marcaron su reinado.

En definitiva, tanto Carlos I como Felipe II buscaron fortalecer el poder real y garantizar la unidad de sus dominios. Sin embargo, sus enfoques y los contextos históricos en los que gobernaron dieron lugar a diferencias significativas. Carlos I tuvo que hacer frente a una mayor inestabilidad interna y a una mayor diversidad religiosa, mientras que Felipe II se centró en consolidar el poder real y en imponer una estricta ortodoxia católica.

Política Exterior: Defensa del Catolicismo y Hegemonía

Tanto Carlos I como Felipe II desarrollaron una política exterior basada en la defensa del catolicismo y en el mantenimiento de la hegemonía española en Europa, aunque con objetivos y resultados diferentes.

Similitudes en la Política Exterior

Ambos monarcas compartieron la idea de proteger la fe católica frente a sus enemigos: los protestantes, el Imperio turco y otras potencias europeas. Los dos lucharon contra Francia, buscando el control de territorios en Italia y el equilibrio político en el continente, y también combatieron al Imperio otomano para frenar su expansión en el Mediterráneo.

  • Carlos I logró detener a los turcos en Viena y conquistó Túnez.
  • Felipe II consiguió la gran victoria naval de Lepanto (1571).
  • Ambos obtuvieron victorias como Mühlberg en 1547 contra los príncipes protestantes.

En ambos casos, sin embargo, la amenaza turca continuó.

Diferencias en la Política Exterior

Las diferencias entre ambos radican principalmente en sus metas y en el alcance de sus conflictos. Carlos I fue un emperador con una visión universal, que aspiraba a crear una monarquía cristiana unida bajo su autoridad, razón por la cual se implicó en guerras dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, enfrentándose a los príncipes protestantes hasta la Paz de Augsburgo (1555), que reconoció la libertad religiosa de los estados alemanes.

En cambio, Felipe II, más centrado en los intereses de la Monarquía Hispánica, buscó consolidar el poder dentro de sus territorios y actuar como defensor del catolicismo, sin las pretensiones imperiales de su padre. Además, Felipe II amplió su acción exterior hacia el Atlántico y el norte de Europa:

  • Consiguió la unión con Portugal (1580), formando el mayor imperio de su tiempo.
  • Sufrió graves derrotas, como el fracaso de la Armada Invencible (1588) en su intento de invadir Inglaterra.
  • Vio el inicio de la decadencia española con la independencia de las Provincias Unidas (1581) en los Países Bajos.

Unificación Territorial (Reyes Católicos) vs. Centralismo (Austrias)

El proceso de unificación territorial de los Reyes Católicos fue un paso importante hacia la consolidación del poder real, pero no significó una unificación completa en términos administrativos. Isabel de Castilla y Fernando de Aragón gobernaron juntos, pero respetando la autonomía de cada reino. Cada territorio mantuvo sus propias leyes, fueros e instituciones, como las Cortes y privilegios de la Corona de Aragón, mientras que en Castilla el poder real se fortaleció notablemente.

En cambio, el centralismo llevado a cabo por los Austrias, especialmente bajo Felipe II, fue mucho más allá de una unión dinástica. Durante el siglo XVI, los Austrias implementaron reformas para consolidar el poder monárquico y centralizar la administración. Felipe II, en su afán por lograr una mayor unidad política, comenzó a reducir las autonomías de los reinos, centralizando el poder en Madrid. Los Austrias también comenzaron a imponer leyes y sistemas fiscales comunes. A pesar de estos esfuerzos, las diferencias entre los territorios, sobre todo en la Corona de Aragón, siguieron siendo evidentes, aunque las instituciones tradicionales perdieron progresivamente poder frente a la monarquía.

Las diferencias entre el proceso de unificación de los Reyes Católicos y el centralismo de los Austrias son claras. Los Reyes Católicos consiguieron una unión dinástica sin integrar completamente los sistemas políticos y legales de Castilla y Aragón, manteniendo la autonomía de cada reino. En cambio, los Austrias, bajo Felipe II, buscaron subordinar las instituciones locales y crear un gobierno más centralizado, que redujo considerablemente la autonomía de los reinos, especialmente en la Corona de Aragón.

III. Los Austrias Menores y la Figura del Valido

La Figura del Valido y su Importancia en el Siglo XVII

Los validos eran nobles que, tras ganarse la confianza del rey, adquirían un gran poder político y administrativo en la corte. Su influencia era tan notable que ejercían como principales consejeros del monarca y se encargaban de la gestión de los asuntos del reino. Su proximidad al rey les permitía tomar decisiones clave, manejar recursos y dirigir políticas. De esta manera, desempeñaron un papel fundamental en la administración, especialmente durante los reinados de los Austrias menores en España.

  • Felipe III: Su valido, el duque de Lerma, llevó a cabo una política de pacificación basada en la diplomacia y el control de la nobleza, buscando mantener la estabilidad interna. Sin embargo, su gobierno fue criticado por la corrupción y la mala administración.
  • Felipe IV: El valido fue el conde-duque de Olivares, quien intentó centralizar el poder y llevar a cabo reformas ambiciosas, como la Unión de Armas, la unificación de Castilla y Aragón y la reorganización del sistema fiscal. A diferencia de Lerma, Olivares adoptó una política más activa y reformista, pero sus medidas fracasaron debido a la resistencia interna, los altos costos de las guerras y las rebeliones de Cataluña y Portugal, lo que provocó una gran inestabilidad política y social.
  • Carlos II: Al morir su padre era aún un niño, por lo que su madre, Mariana de Austria, actuó como regente. Durante su regencia tuvo como validos a Nithard, su confesor jesuita, y a Fernando de Valenzuela. Posteriormente, Don Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Felipe IV, se opuso a la reina y se convirtió en el primer valido durante la mayoría de edad del monarca. Más tarde ocuparon este cargo el duque de Medinaceli y el duque de Oropesa. En los últimos años de su reinado, la persona más influyente fue su esposa, Mariana de Neoburgo. La debilidad física y mental de Carlos II hizo que fuera fácilmente manipulado por sus validos y por la corte, lo que reflejó la decadencia política de la monarquía en esa etapa.

IV. El Advenimiento de los Borbones y la Centralización

Causas y Consecuencias de la Guerra de Sucesión Española

En 1700 murió el último rey de la Casa de Austria, Carlos II, sin descendencia directa. Los principales candidatos a ocupar el trono eran, por un lado, Felipe de Anjou, de la Casa Borbón, nieto del rey Luis XIV de Francia, y, por otro lado, el archiduque Carlos de Habsburgo, hijo del emperador de Austria. El testamento de Carlos II designaba como sucesor al candidato Borbón, que fue proclamado rey con el nombre de Felipe V.

Esto provocó un grave conflicto de intereses y de equilibrio de poder entre las potencias europeas, ya que Felipe V era también candidato al trono francés. Así, Gran Bretaña, Holanda y Portugal dieron su apoyo al candidato austríaco y entraron en guerra contra España y Francia. De esta forma, la sucesión al trono español pasó a ser un conflicto internacional (1700-1713). Dentro de España, la cuestión sucesoria también había dividido los territorios: Castilla y Navarra se mostraron fieles a Felipe V; en cambio, la Corona de Aragón respaldó al candidato austriaco. El enfrentamiento derivó en una guerra civil que se desarrolló durante casi una década, hasta 1714.

Las fuerzas de ambos candidatos estaban bastante equilibradas y los Borbones se mostraron incapaces de derrotar a los ejércitos de la otra coalición que apoyaba a Carlos de Habsburgo. Pero en 1711 moría el emperador de Austria y ocupaba el trono el archiduque Carlos, y, un año después, Felipe V renunciaba a sus derechos al trono francés. En consecuencia, Inglaterra y Holanda manifestaron su interés en acabar la guerra y reconocieron a Felipe V como monarca español.

Se iniciaron unas largas negociaciones que condujeron finalmente a la Paz de Utrecht de 1713. Este Tratado, junto con el de Rastatt en 1714, pusieron fin a la Guerra de Sucesión española.

Los Decretos de Nueva Planta

Ideas Principales

Los Decretos de Nueva Planta, promulgados por Felipe V tras su victoria en la Guerra de Sucesión Española, constituyeron una profunda transformación política, jurídica y administrativa que cambió la organización del país. Estos decretos, inspirados en el modelo centralista francés, supusieron la abolición de los fueros, instituciones y leyes propias de los territorios de la Corona de Aragón —Valencia, Aragón, Cataluña y Mallorca—, como castigo por su apoyo al archiduque Carlos de Austria durante el conflicto.

Se eliminaron sus Cortes, Consejos y sistemas fiscales propios, imponiéndose en su lugar el modelo castellano. Los reinos de la Corona de Aragón quedaron así integrados bajo un mismo sistema político-administrativo, gobernado directamente por el monarca. Se implantó una administración uniforme, con audiencias, intendentes y corregidores, y se impuso el castellano como lengua oficial en la administración.

Este proceso dio lugar a una monarquía centralizada y absolutista, donde el poder residía exclusivamente en el rey, siguiendo la influencia del absolutismo francés de Luis XIV. Los Decretos de Nueva Planta significaron, por tanto, el fin del sistema de monarquía compuesta que había caracterizado a los Austrias, y el nacimiento de una España más unificada y centralizada, con un solo marco legal y político. Supusieron además el punto de partida del Estado moderno borbónico, donde la autoridad real se impuso sobre los privilegios territoriales, consolidando así la nueva monarquía de Felipe V y la hegemonía del modelo borbónico en el siglo XVIII.

Comparación de Implicaciones en la Corona de Aragón y en la Corona de Castilla

En la Corona de Aragón, los Decretos de Nueva Planta tuvieron un carácter punitivo y transformador. Supusieron la abolición total de sus instituciones tradicionales, como las Cortes, los fueros, los consejos y la Generalitat, además de la desaparición de sus sistemas fiscales y jurídicos propios. En estos territorios se implantó directamente el modelo castellano de administración, con intendentes y corregidores dependientes del rey. La administración de justicia y el gobierno local pasaron a estar bajo el control directo de la monarquía, desapareciendo las formas de autogobierno que habían existido desde la Edad Media. Además, el castellano se convirtió en la lengua oficial de uso obligatorio en todos los documentos administrativos, sustituyendo al catalán, al valenciano y al aragonés. Estas medidas tuvieron también una intención simbólica: eliminar las diferencias internas de los reinos y reforzar la autoridad del monarca como soberano absoluto.

En cambio, en la Corona de Castilla, los Decretos de Nueva Planta no significaron la abolición de sus instituciones, ya que Castilla había permanecido fiel a Felipe V durante la guerra. En lugar de un castigo, los decretos sirvieron para reorganizar y modernizar la estructura administrativa, buscando una mayor eficacia y centralización del poder. Se reformaron los Consejos de Estado, de Hacienda y de Indias, así como las Reales Audiencias y Chancillerías, adaptándolos al nuevo modelo borbónico, inspirado en la administración francesa. Aunque estas reformas consolidaron el absolutismo, Castilla mantuvo su posición privilegiada dentro del conjunto de la monarquía.

V. El Reformismo Borbónico en el Siglo XVIII

Evolución de la Administración del Estado bajo los Borbones y su Impacto

El reformismo borbónico produjo una profunda transformación en la administración del Estado, cuyo propósito principal fue centralizar el poder y mejorar la eficiencia gubernamental. Para lograrlo, se reforzó la figura del intendente, un funcionario que se encargaba de la administración local, la recaudación de impuestos y el fomento económico.

Este sistema permitió un mayor control del territorio y una reducción de la influencia de los antiguos consejos y virreyes. Además, se sustituyó el viejo sistema de Consejos por un modelo más ágil y eficaz basado en las Secretarías de Estado, lo que representó un avance hacia una administración más moderna, funcional y jerarquizada, inspirada en el absolutismo francés.

La administración borbónica también se profesionalizó, estableciendo criterios de mérito y capacidad para el acceso a los cargos públicos, en lugar del tradicional sistema de privilegios. Con ello, se pretendía garantizar una gestión más racional y eficaz, reducir la corrupción y fortalecer la autoridad del monarca.

A largo plazo, estas reformas sentaron las bases de un Estado moderno y centralizado, con una burocracia más estructurada y dependiente del poder real. No obstante, no lograron eliminar completamente la corrupción ni la ineficacia, especialmente en las zonas rurales y periféricas del país. En definitiva, la evolución de la administración bajo los Borbones tuvo un impacto decisivo en la historia de España, ya que permitió una mayor cohesión del territorio, un fortalecimiento del poder real y una modernización del aparato estatal, preparando el camino para las transformaciones del siglo XIX.

Los Pactos de Familia

Los Pactos de Familia fueron una serie de alianzas entre España y Francia firmadas durante el siglo XVIII por los monarcas borbones, con el objetivo de fortalecer sus intereses comunes en Europa y contrarrestar el poder de Gran Bretaña. En el reinado de Carlos III, estos pactos desempeñaron un papel fundamental en la política exterior, pues representaban una de las principales estrategias diplomáticas de la monarquía española.

Como miembro de la dinastía borbónica, Carlos III mantuvo una relación estrecha con Francia, buscando la cooperación y el apoyo mutuo entre ambos reinos. Esta alianza se consolidó con la firma del Tercer Pacto de Familia (1761), que implicaba un compromiso militar y político entre España y Francia. En virtud de este acuerdo, los dos países se comprometían a ayudarse mutuamente en caso de guerra, lo que llevó a España a participar junto a Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-1763).

Las consecuencias de este pacto fueron diversas. En el corto plazo, la guerra resultó negativa para España, que sufrió pérdidas coloniales, especialmente la ocupación temporal de La Habana y Manila por parte de Gran Bretaña. Sin embargo, el conflicto terminó con el Tratado de París (1763), por el que España recuperó sus territorios a cambio de ceder Florida a los británicos.

A pesar de estas pérdidas, los Pactos de Familia fortalecieron los lazos entre las dos monarquías borbónicas y sirvieron para reforzar la posición internacional de España, situándola como un actor relevante en el equilibrio europeo del siglo XVIII. Además, reflejaron el espíritu de cooperación borbónica y la búsqueda de una política exterior basada en la defensa de los intereses comunes frente al poder marítimo y comercial de Gran Bretaña. En conjunto, los Pactos de Familia tuvieron una gran importancia tanto política como diplomática, pues, aunque generaron conflictos, también contribuyeron al fortalecimiento del Estado español, a la modernización de su ejército y marina, y al mantenimiento de su influencia internacional durante el siglo XVIII.