La Visión Kantiana: Moral, Política y el Progreso de la Humanidad hacia la Paz Perpetua

Conceptos Fundamentales en la Filosofía de Kant, Descartes y Hume

A continuación, se presentan algunos conceptos clave de la filosofía de Kant, contrastados brevemente con ideas de Descartes y Hume, que sirven como base para comprender su pensamiento ético y político.

Immanuel Kant

  • Determinación de la voluntad: Puede ilustrarse igualmente con el caso de la moral hedonista y epicúrea.
  • Acción moral: Compendio de principios éticos.
  • Kant había partido, en la primera de las críticas, de un factum, del mismo modo que parte de un factum en la Crítica de la Razón Práctica. Tenemos certidumbre apodíctica y conciencia a priori de la existencia de una ley moral inmanente a nuestra razón: el imperativo categórico.
  • Incondicionada / Mandato de moralidad: La voluntad no se somete a ninguna instancia ajena a su propia razón.
  • Moralmente valiosos: Actos que emanan de la buena voluntad.
  • Absolutamente bueno: La buena voluntad en sí misma.
  • Bien supremo: La unión de virtud y felicidad.
  • La razón práctica o voluntad santa se da a sí misma la ley moral.
  • Este estado de santidad / el proceso de realización moral es también infinito.

René Descartes

  • Como lo demuestra el hecho de que…
  • Maneja una concepción [de la razón/mente] que sería dueña de nuestra voluntad.

David Hume

  • Asalta [la razón/la moral].
  • No podemos ir más allá [de la experiencia/los sentimientos].
  • El bien moral [fundamentado en el sentimiento].
  • Naturaleza emotiva / naturaleza humana.

Kant y la Moralización de la Política

Kant propone, en oposición al maquiavelismo, una moralización de la política.

El autor va a simpatizar abiertamente con las revoluciones burguesas. Y, con todo, hay una cierta reserva en el autor, alimentada por el temor a los imprevisibles efectos que tales insurrecciones puedan generar, que lo llevan cautamente a abanderar un reformismo que pueda satisfacer, y a su vez sofocar, los inflamados ideales de la revolución. En este sentido, apuesta decididamente por una suerte de Despotismo Ilustrado como vía para una paulatina reforma constitucional que haga innecesarias las dolorosas y sangrientas consecuencias del parto revolucionario y vaya progresivamente ampliando las esferas de libertad. Es decir, cree que lo ideal es que un monarca ilustrado se sitúe a la cabeza del Estado como primer servidor del mismo y gobierne con espíritu representativo, cumpliendo con su deber de gobernar republicanamente, aunque mande autocráticamente. Esto es, el monarca gobierna al pueblo según principios que son conformes a las leyes de la libertad, aunque no necesite el consentimiento del pueblo para ello. Precisamente, este consentimiento se presume tácitamente gracias al contrato social. Por consiguiente, de esta idea de un contrato social originario deriva la exigencia de que el legislador dicte sus leyes «como si» estas pudieran haber emanado de la voluntad unida de todo un pueblo, pues aquí radicaría la legitimidad de toda ley pública. El monarca, consecuentemente, no podrá gobernar de espaldas a la voluntad popular ni en oposición a la moralidad.

El Derecho de Rebelión y el Rol de la Filosofía Política

Y, con todo, no se contempla el derecho de rebelión ante una autoridad despótica o injusta. Ello resulta sorprendente, al menos teóricamente, pues, si bien Hobbes había negado tal derecho en su intento por preservar la monarquía absoluta, ya Locke lo había concebido como absolutamente legítimo frente al abuso de poder por parte de una autoridad inicua. En cambio, Kant aduce como razón para negar la posibilidad de insurrección de los súbditos frente a la autoridad la necesidad de encontrar un fundamento al ordenamiento jurídico; pues, si el pueblo cuestiona al Jefe de Estado, el recurso que asiste al pueblo es la libertad de expresión siempre y cuando se mantenga dentro de los límites del respeto a la dignidad y el principio de responsabilidad ante las leyes. El autor parece quedar así equidistante del soberano y del pueblo. Y en algún sentido, esta última es la tarea que Kant reserva a la filosofía política: la de ejercer de conciencia crítica que denuncie los abusos y se erija en principio de corrección de las arbitrariedades del poder. La misión del filósofo será, por tanto, desde su independencia y libertad, ejercer de faro para ilustrar e iluminar el camino de la humanidad, señalando el horizonte utópico de un Estado cosmopolita futuro que, más allá de ser una quimera, se erige en pauta para los principios de gobierno.

La Filosofía de la Historia de Kant: Progreso y Destino Moral

Así pues, la historia no adolece de la ausencia de un hilo conductor; es legítimo mantener una fe racional en la existencia de una tendencia a la perfectibilidad o, con más claridad, al progreso moral de la humanidad. En efecto, Kant había defendido en su ética el postulado de la inmortalidad del alma como condición necesaria para posibilitar el perfeccionamiento moral y, a su vez, alcanzar el bien supremo. En el mismo sentido, había presupuesto la existencia de un hipotético Reino de los Fines; reino en el que se consumaría el ideal de una humanidad plenamente racional. Esa es la tendencia que se aprecia como hilo conductor en los acontecimientos históricos que, por consiguiente, no son un mero agregado de sucesos dispersos, sino un todo preñado de sentido. En la conquista de esa meta la educación juega un papel determinante, pues gracias a ella se desarrollan todas las disposiciones naturales del hombre con arreglo al destino de la especie humana. Dicho destino es la perfección moral de la humanidad. Este es el fin, si bien solo cabe esperarlo tras el transcurso de muchos siglos. En efecto, admite Kant, no vivimos en una época ilustrada, pero sí de Ilustración; entre la barbarie y nuestro destino: la absoluta moralización. Gracias al generoso desarrollo de las artes y las ciencias somos extraordinariamente cultos. Estamos civilizados, pero queda pendiente la moralización.

El Plan Oculto de la Naturaleza y el Estado Cosmopolita

Y, sin embargo, el plan oculto de la Naturaleza-Providencia es que, aunque lo ignoremos, cuando perseguimos –aun malévolamente– nuestro propio interés, estamos ejecutando un plan de la naturaleza. La discordia generada por la guerra que los hombres se hacen entre sí a través de sus antagónicos proyectos personales se resuelve y subsana en la concordia que el plan universal de la Naturaleza ha trazado «astutamente» para toda la humanidad a modo de destino. Y este no es otro, como ya se apuntó, que la aparición de un Estado Cosmopolita, a saber: «abandonar el estado sin ley propio de los salvajes e ingresar en una confederación de pueblos, dentro de la cual aun el Estado más pequeño pudiera contar con que tanto su seguridad como su derecho no dependiera de su propio poderío, sino únicamente de esa gran confederación de pueblos, de un poder unificado y de la decisión conforme a leyes derivadas de la voluntad común». Es decir, una confederación de pueblos no sometida a Jefe político alguno, sino con arreglo a un derecho internacional comúnmente pactado que habilita la posibilidad de una paz perpetua.

Kant frente a Maquiavelo: El Imperativo del Deber Ser

De Maquiavelo se dijo que debíamos estarle agradecidos porque describió con un crudo realismo lo que los hombres hacen y obvió el idealismo de lo que deberían hacer. Lo contrario, podemos afirmar, es lo que debemos a Kant. Nada más absurdo que subestimar las posibilidades de la especie, sepultándolas en la zafiedad de lo existente, cegándola con lo más sórdido de la realidad para impedir que mire hacia un horizonte más luminoso y prometedor. Frente a la mera constatación de lo que es, en el potencial humano anida la posibilidad de un deber ser: «Algunas cosas solo se dejan conocer a través de la razón, no por medio de la experiencia; cuando no se desea saber cómo es algo, sino cómo tiene que o debe ser». Desde estas consideraciones hay que entender la exigencia kantiana de moralizar la política para «tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad».