El Despertar Filosófico de Sofía: Un Viaje por la Identidad y el Universo

El jardín del Edén

El Jardín del Edén y los Primeros Enigmas

Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina. Allí comenzaba el espeso bosque.

Giró para meterse por el Camino del Trébol. Aquí solo había gente los sábados y los domingos.

Era uno de los primeros días de mayo. Los abedules tenían ya una fina capa de encaje verde. ¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de esa materia vegetal verde salieran a chorros de la tierra inanimada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos restos de nieve?

Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes.

A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un padre normal y corriente. Ni siquiera tenía sello. En la notita ponía: ¿Quién eres?

No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, solo esas dos palabras escritas a mano con grandes interrogaciones.

Volvió a mirar el sobre. ¿Pero quién la había dejado en el buzón? —¡Misi, misi, misi! Había recibido todos estos animales como una especie de compensación por parte de su madre, que volvía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegaba por el mundo.

Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó caer sobre una banqueta de la cocina con la misteriosa carta en la mano.

La Cuestión de la Identidad

¿Quién eres?

En realidad no lo sabía. Aún no lo había averiguado del todo.

¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? ¿En ese caso, habría sido otra? Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba. Se colocó delante del espejo, y se miró fijamente a sí misma.

—Soy Sofía Amundsen —dijo.

La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera Sofía, la otra hacía exactamente lo mismo. Sofía intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo movimiento, pero la otra era igual de rápida.

—¿Quién eres? —preguntó.

Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo: —Tú eres yo:

Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo: —Yo soy .

Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible de arreglar. En el pelo de Sofía no servían ni el gel ni el espray. ¿Era realmente el parto lo que decidía el aspecto que uno iba a tener?

¿No resultaba extraño el no saber quién era? Ni siquiera había elegido ser un ser humano.

¿Qué era un ser humano?

Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.

—Creo que me subo para hacer los deberes de naturales —dijo, como si quisiera disculparse. Un instante después, se encontraba en la entrada.

No, prefiero salir al jardín, pensó.

—¡Misi, misi, misi, misi! ¿No era extraño estar en el mundo en este momento, poder caminar como por un maravilloso cuento?

Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos tupidos arbustos de grosellas. También él estaba en el jardín, pero seguramente no era consciente de ello de la misma manera que Sofía.

Reflexiones sobre la Existencia y la Muerte

Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por pensar en el hecho de que no se quedaría aquí eternamente. Pero un día habré desaparecido del todo.

¿Habría alguna vida más allá de la muerte? ¿El gato ignoraría también esa cuestión por completo?

La abuela de Sofía había muerto hacía poco. ¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse alguna vez?

En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. La vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto. De la misma manera, resulta igualmente imposible pensar que uno va a morir, sin pensar al mismo tiempo en lo fantástico que es vivir. «Hasta ahora no he entendido lo valiosa que es la vida», había dicho. ¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el buzón?

Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. ¿Se había asegurado de mirar si el buzón se había quedado vacío del todo la primera vez?

También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una nota igual que la primera.

¿De dónde viene el mundo?, ponía.

No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Por primera vez en su vida pensó que casi no tenía justificación vivir en un mundo sin preguntarse siquiera de dónde venía ese mundo.

El Callejón era el escondite secreto de Sofía. Ese día solo estaba confundida.

La casa roja estaba dentro de un gran jardín. En la lápida ponía: «La pequeña Marie llegó, nos saludó y se dio la vuelta». La abuela había contado que el seto había dificultado el paso a las zorras que durante la guerra venían a la caza de las gallinas que andaban sueltas por el jardín.

Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como las jaulas de conejos dentro del jardín. Pero eso era porque no conocían el secreto de Sofía.

Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del seto. Podía estar segura de que nadie la encontraría allí. De pequeña, le gustaba observar a sus padres cuando andaban buscándola entre los árboles.

A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. «¿De dónde viene el mundo?»

Pues no lo sabía. De modo que el universo tuvo que haber nacido en algún momento de algo distinto. ¿No resultaba eso tan imposible como pensar que el mundo había existido siempre? Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y aquello, no habría sabido crearse a mismo sin tener antes un «sí mismo» con lo que crear. En ese caso, solo quedaba una posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había rechazado esa posibilidad! Todo lo que existe tiene que haber tenido un principio.

—¡Caray!

Vuelve a abrir los dos sobres.

«¿Quién eres?»

«¿De dónde viene el mundo?»

¡Qué preguntas tan maliciosas!

El cartero acababa de dejar el correo del día. Además, no era su letra. Resulta más fácil así.

Con todo cariño, papá.

Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro de ella.

¿Quién era esa Hilde que cumplía quince años poco más de un mes antes del día en que también ella cumplía quince años?

Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Møller Knag.

Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era auténtica, con sello y matasellos. Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?

De esta manera Sofía tuvo otro problema más en que meditar.

Intentó ordenar sus pensamientos de nuevo:

Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado con tres enigmas:

  • ¿Quién eres?
  • ¿De dónde viene el mundo?
  • ¿Cómo encontraría a Hilde?

Los Misterios de la Correspondencia

Demócrito

… el juguete más genial del mundo… Mientras leía la carta grande, el filósofo solía deslizarse hasta el buzón con un sobrecito blanco.

Esto significaba que no le resultaría difícil descubrirlo. Porque sobrecitos blancos no surgen por mismos así como así.

Sofía decidió estar muy atenta al día siguiente. Era viernes y tenía todo el fin de semana por delante.

Subió a su habitación y abrió allí el sobre. Esta vez solo había una pregunta en la nota, pero la pregunta era, si cabe, más loca que aquellas tres que habían venido en la carta de amor.

En primer lugar, Sofía no estaba segura de estar de acuerdo con Allí encontró una bolsa de plástico llena de piezas del Lego de muchos tamaños y colores.

Mientras lo hacía, le venían a la mente pensamientos sobre el Lego.

Resulta fácil construir con las piezas del Lego, pensó. Y luego podía desmontarlas y construir algo completamente distinto.

¿Qué más se puede pedir? Pero seguía sin entender qué tenía que ver con la filosofía.

Pronto Sofía construyó una gran casa de muñecas. ¿Por qué dejaban las personas de jugar? Estoy trabajando en una complicada investigación filosófica.

Su madre dejó escapar un profundo suspiro. Seguramente estaba pensando en el conejo y en el sombrero de copa.

Al volver del instituto al día siguiente, Sofía se encontró con un Se llevó el sobre a su habitación, y se puso enseguida a leer, aunque al mismo tiempo vigilaría el buzón.

Sócrates y la Sabiduría Interior

Sócrates

… más sabia es la que sabe lo que no sabe… Su madre estaba inclinada sobre la encimera. Decidió no decirle nada sobre el pañuelo de seda.

—¿Has recogido el periódico? —se le escapó a Sofía.

La madre se volvió hacia ella.

—¿Me haces el favor de recogerlo ?

Sofía se fue corriendo al jardín y se inclinó sobre el buzón verde. En la portada del periódico leyó unas líneas sobre los cascos azules de las Naciones Unidas en el Líbano.

Los cascos azules… A lo mejor los cascos azules de las Naciones Unidas llevaban consigo su propia oficina de correos.

Cuando su madre hubo terminado en la cocina, le dijo a Sofía medio en broma: —Vaya, sí que te interesa el periódico. Cuando se fue a hacer la compra, Sofía cogió la carta sobre la fe en el destino y se la llevó al Callejón. ¿Conocía su escondite más secreto? ¿Pero por qué estaban mojados los sobres?

Sofía daba vueltas a todas esas preguntas. Abrió el sobre y leyó la nota.

Querida Sofía. A partir de ahora, mi pequeño mensajero te las llevará, y las depositará directamente en el lugar secreto del jardín.

Puedes seguir poniéndote en contacto conmigo cuando sientas necesidad de ello. Cuando mi mensajero descubra una carta así, me traerá el correo.

P. D. No es muy agradable tener que rechazar tu invitación a tomar café, pero a veces resulta totalmente necesario.

P. D. De vez en cuando, objetos de este tipo se cambian por error en colegios y lugares así, y esta es una escuela de filosofía.

Saludos, Alberto Knox. Pero esta carta era la más curiosa que había recibido jamás.

No llevaba ningún sello. También resultaba curioso que la carta se hubiera mojado en ese día primaveral tan seco.

Lo más raro de todo era, desde luego, el pañuelo de seda. El profesor de filosofía también tenía otro alumno. ¿No era ese un nombre muy extraño?

La Conexión con Alberto Knox y Hilde

Con esta carta se confirmaba, al menos, que existía una conexión entre el profesor de filosofía y Hilde Møller Knag. Pero lo que resultaba completamente incomprensible era que también el padre de Hilde hubiera confundido las direcciones. ¿Conocería a Hilde también? ¿Se trataría de un niño?

El Pudor Natural y el Conocimiento Verdadero

«¿Existe un pudor natural?»

Sofía sabía que pudor era una palabra anticuada que significaba timidez; por ejemplo, sentir pudor porque alguien te vea desnudo. ¿Pero era en realidad natural sentirse intimidado por ello?

Pero en muchas partes del mundo, era natural ir desnudo. ¿Era esto filosofía? Si lo que quería decir el filósofo era que, una que era consciente de que no sabía todo, era más sabia que una que sabía igual de poco, pero que, sin embargo, se imaginaba saber un montón, entonces no resultaba difícil estar de acuerdo.

Sofía nunca había pensado en esto antes. No aguantaba a esa gente tan segura de saber un montón de cosas de las que no tenía ni idea.

Y luego eso de que los verdaderos conocimientos vienen de dentro. Cuando verdaderamente había aprendido algo, de alguna manera, ella había contribuido con algo. Pero la siguiente afirmación era tan extraña que simplemente se echó a reír: «Quien sepa lo que es correcto también hará lo correcto».

Sofía no lo creía. Pero aún tuvo más miedo al oír que lo que se acercaba respiraba como un animal. Puso las manos sobre las piernas y empezó a llorar.