Conciencia, Libertad y Educación: Explorando la Ética Personal y los Retos Pedagógicos Actuales

Ética para Amador – Fernando Savater

El autor, Fernando Savater, aborda distintos modelos de “imbécil”. Para evitar ser uno, es fundamental desarrollar la conciencia moral. Savater identifica varios tipos de “imbéciles”:

  • El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en una siesta permanente.
  • El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta.
  • El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo (imita a los demás); se conforma con lo que dicen los demás.
  • El que sabe lo que quiere, pero “lo quiere flojito”, y a fin de cuentas termina siempre haciendo lo que no quiere, y dejando lo que quiere para mañana.
  • El que quiere con fuerza y ferocidad, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es la realidad; termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo.

Todos estos tipos de “imbecilidad” requieren un “bastón”, es decir, una dependencia externa. Lo opuesto a ser imbécil es poseer conciencia, lo cual demanda ciertas cualidades innatas, así como requisitos sociales y económicos. La conciencia, según Savater, implica:

  • Saber que todo da igual porque realmente queremos vivir, y además vivir bien.
  • Estar dispuesto a fijarnos si lo que hacemos corresponde con lo que verdaderamente queremos o no.
  • Desarrollar un buen gusto moral de tal manera que ciertas cosas nos repugnen espontáneamente.
  • Renunciar a buscar coartadas que disimulen nuestra libertad.

Egoísmo

Generalmente, se entiende por egoísta a quien piensa solo en sí mismo y no se preocupa por los demás. Sin embargo, dado que todos buscamos la “buena vida”, Savater propone que solo deberíamos llamar egoísta a aquel que sabe de verdad lo que le conviene para vivir bien y se esfuerza por conseguirlo.

Culpa y Responsabilidad

Estos conceptos están intrínsecamente relacionados con la conciencia y el remordimiento. No hay peor castigo que darse cuenta de que uno está boicoteando los actos que desea realizar. Los remordimientos surgen de la libertad: si no fuéramos libres, no podríamos sentirnos culpables. La seriedad de la libertad radica en que sus efectos individuales no pueden borrarse a conveniencia una vez producidos; además, cada acto libre que realizamos limita nuestras posibilidades al elegir y ejecutar una de ellas.

Responsabilidad

La responsabilidad no consiste simplemente en tener la honradez de asumir los errores sin buscar excusas; implica saber que cada uno de mis actos me construye, me define e inventa. Si obro bien, cada vez me será más difícil obrar mal (y viceversa, por desgracia). Por ello, lo ideal es cultivar el “vicio de vivir bien”.

Mitomanías de la Educación Argentina

Las nuevas generaciones siempre han sido objeto de miradas contradictorias. Por un lado, se las considera el “futuro del país” y en ellas se depositan muchas esperanzas. Sin embargo, al calificar a los jóvenes, a menudo se los presenta como un peligro, una amenaza e incluso como una “juventud perdida”. Esta visión negativa parece dominar el ámbito escolar, donde es frecuente oír que los adolescentes “no tienen valores”, “no se interesan por nada”, etc. La realidad es que no todos los alumnos son iguales. Esta percepción puede llevar a que el docente renuncie a su responsabilidad en el proceso educativo y termine culpando a los jóvenes.

“A los alumnos de hoy no les interesa nada…”

Se tiende a pensar que el interés, al igual que la inteligencia, se tiene o no. Este prejuicio genera la exclusión pedagógica de aquellos que no muestran interés en el programa escolar. La mayoría de los docentes cree que determinados valores sociales (como el compromiso, la honestidad y la tolerancia) están debilitados en la juventud actual. Esto puede explicarse por dos variables: dificultades en la construcción de la autoridad docente y un aumento de la conflictividad en la construcción del orden en las instituciones. Actualmente, el aprendizaje requiere que el alumno se “interese” por aprender y se esfuerce en consecuencia. Sin embargo, muchos docentes consideran que esta responsabilidad no les corresponde a ellos, sino a los padres. Por tanto, si los chicos no aprenden, es porque no estudian, y si no estudian, es porque no tienen interés en aprender.

La curiosidad por conocer el mundo que nos rodea es natural y todos la traemos al nacer. En cambio, los intereses cognitivos están relacionados con lo personal, la experiencia y las relaciones con los demás, o con lo que la sociedad determina.

El docente debe tener en cuenta que no existe ser humano sin motivaciones, pasiones o intereses; debe comprender que los alumnos se interesan en ciertas cosas más que en otras. El conocimiento debe ser significativo tanto para el futuro como para el presente del alumno. El rol del docente es unir los intereses del alumno con el programa escolar, ya que cuando se siente una verdadera pasión por aprender algo, el esfuerzo no se percibe como tal. De esta manera, se busca formar un individuo autónomo, creativo, productivo y políticamente participativo.

“Los pobres no pueden aprender… hay niños que no son educables”

Aunque existan niños en situación de carencia (sin trabajo o vivienda), la gran mayoría de ellos frecuenta un establecimiento escolar y tiene una inserción determinada en el sistema de consumos culturales.

Todo individuo puede ser educado, siempre y cuando tenga los recursos necesarios. Por lo tanto, no existen individuos “ineducables”, sino más bien excluidos de las oportunidades de aprendizaje que merecen y a las cuales tienen derecho.

El objetivo central no debe ser la simple escolarización y la culminación del nivel secundario, sino la apropiación de conocimientos básicos para la vida. La escuela es un instrumento que facilita un conocimiento cultural fundamental y habilita al educando para seguir aprendiendo durante toda la vida.

“La culpa de todo la tiene la familia…”

En el ámbito universitario, a menudo se atribuye el problema a la enseñanza secundaria, que no prepara adecuadamente a los estudiantes. Sin embargo, la culpa suele recaer en la familia. Ciertamente, el panorama de la familia actual demanda un rediseño de la escuela y del tiempo pedagógico. Existe una tensión entre las familias y las escuelas al demandar responsabilidades que antes se esperaban de otras instituciones (como la propia familia).

“Los padres de hoy no colaboran con la escuela. No hay compromiso de las familias…”

Aquí se presentan varias contradicciones: Por parte de la institución, se requiere una mayor contribución de las familias, pero también es cierto que esa participación puede afectar la ejecución de las tareas propuestas por la escuela. Por otro lado, los agentes escolares suelen reivindicar sus derechos profesionales argumentando que son “ellos los que saben”, y no siempre se muestran dispuestos a permitir que las familias intervengan en la escuela.

Hay aspectos cruciales para el desarrollo infantil que solo la familia puede proporcionar: el amor y el cariño de un padre o una madre no pueden ser provistos por otras instituciones (escuela, docente, Estado).

La educación que brinda la familia sigue siendo la “primera” y fundamental, ya que provee la base que sustentará los aprendizajes posteriores. La institución escolar, por su parte, se ha vuelto insustituible en la medida en que solo ella puede “realizar ciertas cosas” y hacerlo de forma masiva. Cuando las cosas no funcionan bien, ni en casa ni en la escuela, las relaciones entre ambas instancias se vuelven más complejas. De esta manera, familias y docentes pueden y deben mejorar su contribución al desarrollo de las nuevas generaciones trabajando en conjunto.