Al terminar la Guerra Civil, el teatro español había perdido a los autores más innovadores de la época inmediatamente anterior, como Valle-Inclán, Lorca o Unamuno. Otros muchos estaban en el exilio: Max Aub, Alberti y Alejandro Casona, cuyas obras a partir del 36 no serían conocidas hasta muchos años después por el público español.
Mientras en los escenarios europeos se representaban obras muy novedosas, como el teatro épico colectivo de Bertolt Brecht o el “teatro del absurdo” de Eugène Ionesco y Samuel Beckett, la escena española estaba invadida por un teatro burgués convencional que entroncaba casi con el del siglo XIX, destinado a entretener a un público burgués mayoritariamente conservador. Por otra parte, la censura impedía estrenar obras que atentasen contra los valores sociales o morales establecidos. Así seguirá el panorama hasta 1949, año del estreno de Historia de una escalera, de Buero Vallejo, que inicia un camino hacia la renovación.
1. El teatro de la inmediata posguerra
a) El teatro continuista
Es un teatro que triunfa y que acoge una larga nómina de dramaturgos: Pemán, Joaquín Calvo Sotelo, José López Rubio, cuyos estrenos se convierten en acontecimientos sociales. Tiene las siguientes características:
- Son piezas bien construidas, con diálogos fluidos, equilibrio dramático y sorpresas bien calculadas.
- Se desarrolla en interiores donde reina la comodidad de la clase media sin problemas económicos.
- Los temas se repiten: enredos amorosos, aparentes infidelidades…
Su comicidad no compromete a nada. La intención crítica se centra en las costumbres burguesas, pero sin atacarlas violentamente. Continúa así la tradición de la “comedia de salón”.
La comedia es el género por excelencia de este tipo de teatro. Lo representa en todos sus rasgos José López Rubio. Todos sus estrenos (Celos del aire, La otra orilla, La venda en los ojos) fueron un gran éxito de taquilla.
Sin embargo, otros autores, sin salirse de la línea trazada, optan por el costumbrismo (Pemán, La viudita naviera) o por las obras de tema histórico (Luca de Tena, ¿Dónde vas Alfonso XII?).
b) El humor: Jardiel Poncela y Miguel Mihura
Al margen del teatro continuista sobresalen dos figuras que practican una comedia de humor bastante innovadora, en la que integran lo inverosímil y lo absurdo con un lenguaje irónico y crítico con las convenciones burguesas.
Las obras de Enrique Jardiel Poncela (destacan entre ellas Eloísa está debajo de un almendro, 1940 o Los habitantes de la casa deshabitada, 1942) tienen como base la inverosimilitud y lo fantástico para presentar una caricatura de la sociedad. Se diferencia del teatro cómico anterior en la atemporalidad del conflicto y en la ausencia de casticismo y populismo. Su humor es de raíz intelectual y abstracta.
Miguel Mihura ya rompió los esquemas del teatro cómico en 1932, escribiendo Tres sombreros de copa. Se burla de los tópicos, de la vida burguesa, la autoridad y las normas sociales mediante una comedia disparatada, irónica y exagerada, a pesar de su desenlace pesimista. Tras esta comedia, no entendida en su momento, el autor se acomodó a los gustos del público burgués con títulos que continuaron con el humor, pero ya a un nivel mucho menos mordaz y crítico: El caso de la señora estupenda (1953) o Maribel y la extraña familia (1959).
2. El teatro existencial del realismo social
Entre 1950 y 1968 se sitúan dos autores que llevan al teatro las angustias de la condición humana, el compromiso, la denuncia ante la injusticia y la lucha por la libertad: Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre.
Antonio Buero Vallejo
Antonio Buero Vallejo resume en la evolución de su obra la trayectoria del teatro español después de la guerra, ya que sus dramas han ido adaptándose a las distintas corrientes del teatro de este siglo. Todas sus piezas indagan sobre la condición humana. Sus personajes viven en un eterno interrogante, pero apoyados en la esperanza. Recupera para el teatro la ”catarsis” de la tragedia clásica: sus obras conmueven al espectador y le obligan a tomar conciencia de lo que vive.
Etapa existencial
Su etapa existencial comienza con Historia de una escalera, que refleja un mundo gris de vecinos con sus ilusiones y fracasos, vidas inútiles enmarcadas por la frustración. En La ardiente oscuridad (1950) trata el tema de la ceguera, que simboliza el inconformismo humano ante las propias limitaciones.
Etapa social
Su etapa social se inicia con Hoy es fiesta (1956), otra pieza de personaje colectivo en la que indirectamente se denuncia la miseria y la opresión. El Tragaluz (1967) es un drama en que la época contemporánea del autor (los resentimientos, odios y rencores de la posguerra) es observada desde el futuro. Asimismo, realiza en esta etapa una incursión en el teatro de tema histórico, con Las Meninas, sobre la figura de Velázquez, que simboliza la libertad del artista frente al poder.
Tercera etapa: Renovación formal
Puede hablarse de una tercera etapa en la que, sin abandonar el autor sus preocupaciones ideológicas y éticas, intenta mayor renovación formal, con obras como La Fundación (1974). En los años 80 estrenó Caimán y Diálogo secreto.
Alfonso Sastre
El teatro de Alfonso Sastre se caracteriza principalmente por una actitud de denuncia social, acompañada por intentos de renovación de técnicas dramáticas. Fundó un grupo de teatro experimental que llamó Arte Nuevo y que derivó más tarde en T.A.S. (Teatro de Agitación Social), con el que representaba obras de Bertolt Brecht y otros autores europeos y americanos, pero el proyecto no llegó a tener grandes éxitos.
Publicó diversos artículos en los que expuso su teoría del teatro como un arte social que serviría para agitar las diversas esferas de la vida española. Su producción dramática es amplia y aún no se han representado muchas de sus obras, ya que nunca conectó totalmente con el gusto del público, además de los grandes problemas de censura que tuvo que sufrir.
Entre sus dramas destacan Escuadra hacia la muerte (1953) y La mordaza (1954).
Antonio Gala
En esta época inicia también su andadura teatral Antonio Gala, que enlaza con la comedia de salón y un teatro más existencial y simbolista. Comenzó su dramaturgia con Los verdes campos del edén (1963). Más tarde, Noviembre y un poco de hierba (1967), Los buenos días perdidos (1972), Anillos para una dama (1973)…
Otras obras suyas son El cementerio de los pájaros (1982), Samarkanda, Los bellos durmientes… La amplia obra teatral de Gala ha sido más apreciada por su público que por parte de la crítica, la cual encuentra dificultad a la hora de clasificarla debido al carácter lírico y épico que el autor imprime en su trabajo.
3. El teatro experimental renovador (1968-1975)
Poco a poco, las innovaciones europeas de la posguerra llegan a España. Hacia 1970 se produce una renovación teatral basada en el espectáculo, la escenografía y las técnicas audiovisuales. Casi se destruye la acción y se utilizan las alegorías, los símbolos y lo abstracto en escena. A este modo de representar se le ha llamado ”teatro subterráneo”. Son autores y grupos disconformes con el sistema que pretenden llevar su protesta a través del teatro.
En esta etapa de renovación también han tenido una actuación destacada los grupos de teatro independientes, con montajes de espectáculos propios: el TEI, Tábano, La Cuadra, y los grupos catalanes, muy numerosos, como Els Joglars, Els Comediants, Dagoll Dagom.
Fernando Arrabal y el teatro pánico
Mención aparte merece la figura de Fernando Arrabal, quien propuso una revolución total de la escena en la línea vanguardista. Creó su llamado teatro pánico, estrenado siempre en Francia, con rasgos tomados del Surrealismo y del esperpento de Valle-Inclán. Sobresale una actitud de rebeldía ante lo que el autor considera lo absurdo y la sinrazón del mundo.
Entre sus obras destacan El cementerio de automóviles y Pic-nic.
4. El teatro desde 1975
Tras el experimentalismo, casi todos los géneros literarios vuelven la vista a la tradición, de ahí la denominación de neorrealista a la época actual. Esto afecta también al teatro. Los escenarios españoles acogen espectáculos realizados por grupos independientes, al lado de autores experimentales, como Francisco Nieva, que sigue estrenando. Pero los nuevos autores dramáticos se han inclinado por la comedia neorrealista, bien construida y que desarrolla temas de actualidad: la droga, el paro, los problemas juveniles, la delincuencia, etc. Aparece un nuevo costumbrismo de tono irónico.
Entre los nuevos dramaturgos podemos señalar a José Luis Alonso de Santos, Ernesto Caballero y José Sanchis Sinisterra, quien debe su renombre a piezas de carácter histórico, entre las que destaca ¡Ay, Carmela! (1986).