EL TEATRO ANTERIOR A 1939
El teatro de este periodo está condicionado por el público burgués; los empresarios de esta época tenderán a ofertar un teatro más comercial y, en menor medida, el más innovador.
El teatro comercial
Continúa el modelo de Echegaray, autor de gran éxito gracias a sus tramas costumbristas. Encontramos la comedia benaventina: tras el fracaso de algunas de sus obras, Jacinto Benavente opta por crear obras donde plantee problemas poco conflictivos, adaptándose así a los gustos del público. Obras destacadas incluyen Los intereses creados (1907), que critica los ideales burgueses, y La malquerida (1913), un drama rural. El teatro cómico también alcanzará gran éxito. Dentro de este género, encontramos la comedia costumbrista, con obras como Malvaloca (1912), o los sainetes de Carlos Arniches, como El santo de la Isidra (1910). Arniches creará también la tragedia grotesca. Muñoz Seca impulsa la astracanada, que buscará la risa fácil. El teatro poético está influido por el modernismo; destacan en él los hermanos Machado (Manuel y Antonio).
El teatro renovador
Se aparta del teatro anterior con nuevas técnicas y enfoques temáticos. La Generación del 98 llevó a cabo varios intentos renovadores; ejemplos son Fedra (1918) de Unamuno o Lo invisible (1927) de Azorín. Valle-Inclán destacará por su producción dramática, originalidad, temas y estética diferentes, con obras como Divinas palabras (1919). Alcanzará su plenitud con el esperpento, género que deforma sistemáticamente la realidad, presentando a los personajes y valores de manera caricaturesca y grotesca, y denuncia aspectos de la sociedad española, con personajes que a menudo parecen marionetas. Las obras esperpénticas más importantes son la trilogía Martes de Carnaval (1930) y Luces de Bohemia (1920), esta última considerada su obra maestra. En el Novecentismo apenas hay obras teatrales destacadas. En la Generación del 27 se produce un acercamiento del teatro al pueblo y se crearon compañías teatrales como La Barraca, dirigida por Lorca y Ugarte, con el objetivo de educar al público y difundir el teatro clásico y moderno. Alejandro Casona mezcla fantasía y realidad en sus obras, y Max Aub también cuenta con una producción teatral relevante. El autor más destacado de esta generación es Federico García Lorca, con obras cumbre como Bodas de sangre (1931), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936).
EL TEATRO DE 1939 HASTA LA ACTUALIDAD
Años 40: Posguerra y evasión
Tras la Guerra Civil, este género se convierte en uno de los principales medios de evasión. Predomina una línea escapista para alejarse de la dura realidad española, aunque también se usará para difundir los valores del régimen franquista. La comedia burguesa será un éxito, con autores como Joaquín Calvo-Sotelo, Luca de Tena y el ya consagrado Benavente. Son obras con personajes de clase media, a menudo sentimentalistas, con intriga y final feliz. El teatro de humor buscará romper con las tradiciones del humor anterior, desarrollando un teatro basado en lo absurdo y el ingenio verbal, con autores como Miguel Mihura (Tres sombreros de copa, escrita en 1932 pero estrenada en 1952) o Jardiel Poncela (Eloísa está debajo de un almendro, 1940).
Años 50: El teatro social y crítico
Aparece un teatro de corte social de carácter crítico, que intenta sortear la censura. Sobresale Antonio Buero Vallejo, con obras como Historia de una escalera (1949), que retrata la frustración y la miseria de la sociedad española. El llamado teatro soterrado chocó frontalmente con la censura, pues en él la crítica se hace más explícita y directa. Su principal representante es Alfonso Sastre, con obras como Escuadra hacia la muerte (1953).
Años 60: Continuidad y experimentación
Se mantiene la vigencia del teatro comercial burgués; Alfonso Paso, por ejemplo, estrena con gran éxito Usted puede ser un asesino (1958). Se continúa con la línea de protesta y denuncia, tanto de corte realista como experimental. José María Recuerda fue un autor destacado de este estilo. Buero Vallejo seguirá cosechando mucho éxito, incorporando innovadores elementos escénicos (luces, decorado, simbolismo) y utilizando la tragedia con un profundo enfoque social. Surge el fenómeno del teatro independiente, con grupos que buscan nuevas formas de expresión y relación con el público. Los más destacados fueron: Els Joglars, Los Goliardos y el Teatro Experimental Independiente (TEI). Estos grupos, a menudo, buscaban la interacción con el público y la improvisación, además de enfoques críticos que no eran explícitamente políticos ni sociales.
1975-2000: Transición y nuevos rumbos
Con el fin de la dictadura y la desaparición de la censura, se intentan introducir otros estilos y temáticas que, en ocasiones, no terminan de cuajar con el gran público, que a menudo rechaza los montajes vanguardistas más radicales. Aparecen autores importantes como Antonio Gala (Anillos para una dama, 1973) y José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro, 1985), que logran conectar con los espectadores.
Siglo XXI: Diversidad y nuevos formatos
El público actual se entretiene con múltiples opciones, como la televisión o Internet, lo que supone un reto para el teatro. Se destaca el teatro en la calle como modo escénico, junto con obras más vanguardistas, el microteatro (obras de corta duración representadas en espacios reducidos) y los musicales al estilo Broadway, que gozan de gran popularidad.
LA POESÍA POSTERIOR A 1939
Contexto de posguerra: Poesía arraigada y desarraigada
Durante la Guerra Civil se escribió una poesía militante al servicio de los ideales de cada uno de los dos bloques contendientes. Al finalizar la guerra, el panorama poético está marcado por el conflicto. Por un lado, encontramos la poesía arraigada, cuyos autores buscan una cierta serenidad formal y temática, a menudo inspirándose en modelos clásicos. Poetas como Garcilaso y los del Siglo de Oro son tomados como referencia, utilizando temas como el amor, la familia, la fe y la patria, en consonancia con los valores patrióticos del nuevo régimen. Esta poesía se publicará en revistas como Escorial. Una obra de gran importancia fue La casa encendida (1949) de Luis Rosales. Por otro lado, la poesía desarraigada solo encuentra angustia, dolor y un profundo vacío existencial en su mirada hacia España y el mundo; el profundo trauma de la guerra deja al ser humano sin los valores fundamentales. Una de las obras más importantes de esta corriente es Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso.
La poesía social (Años 50)
En la década de los 50, se produce un giro del «yo» al «nosotros» que inaugura la poesía social. Esta corriente contrae un compromiso ético con la «mayoría» (el pueblo) y escoge un lenguaje desnudo, claro y directo, despojado de recursos retóricos complejos, para manifestar la injusticia social y la solidaridad. Destacan obras como Ángel fieramente humano (1950) y Pido la paz y la palabra (1955) de Blas de Otero, o Las cartas boca arriba (1951) y Cantos íberos (1955) de Gabriel Celaya.
La Generación del 50 y la renovación poética
La Generación del 50 (también conocida como «Generación de medio siglo» o «Niños de la guerra») agrupa a poetas que vivieron la guerra siendo niños y que, en general, desvinculan su trayectoria poética de las vivencias directas del conflicto para centrarse en la experiencia personal, la reflexión íntima y una mayor elaboración del lenguaje. Cada uno adquiere una personalidad estética y temática propia, superando el realismo más crudo de la poesía social. Ángel González, por ejemplo, renueva la poesía social con un tono más irónico y escéptico en obras como Áspero mundo (1956) o Nuevo Mundo (mencionado en el texto original, aunque Tratado de urbanismo de 1967 es más representativo de su evolución).
Los Novísimos (Años 70)
En los años 70, destacan los Novísimos, agrupados a raíz de la publicación en 1970 de la antología Nueve novísimos poetas españoles, preparada por Josep Maria Castellet. Rompen drásticamente con los estilos de la poesía anterior (especialmente con la poesía social y realista), retoman influencias vanguardistas (surrealismo, culturalismo) e investigan otras nuevas, incorporando referencias a la cultura de masas (cine, cómic, música pop). Destaca Pere Gimferrer con Arde el mar (1966).
Poesía en la democracia: Pluralidad de tendencias
Con la llegada de la democracia, la poesía se vuelve un fenómeno plural y diverso, sin una corriente dominante clara. Por un lado, la poesía de la experiencia, que ya tenía antecedentes en la Generación del 50, se recrea en las vivencias y fantasías cotidianas del yo poético, utilizando un lenguaje coloquial y accesible; destaca en esta línea Luis García Montero. Surgen también tendencias como la poesía del silencio o minimalista, que busca la esencialidad y utiliza la poesía como instrumento de reflexión y conocimiento profundo, o la poesía épica o narrativa, que busca en la memoria colectiva y en la historia para construir relatos poéticos más amplios.