Evolución de la Poesía Española en el Siglo XX: De las Vanguardias al Compromiso de Miguel Hernández

La Poesía Española del Siglo XX hasta Miguel Hernández

La historia literaria española conoció entre 1900 y 1939 un periodo denominado Edad de Plata. Los movimientos poéticos de esta época se agrupan en varias tendencias renovadoras.

Renovación Poética: Modernismo, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez

La crisis de final de siglo dio lugar al nacimiento de movimientos renovadores que se oponían a los modos de vida, a las aspiraciones y al gusto por la estética realista de la burguesía. El Modernismo se circunscribe a un conjunto de escritores obsesionados por la renovación estética, por la búsqueda de un arte elitista y de un modo de vida —la bohemia— que los alejara de la realidad vulgar que los rodeaba. Nacido en Hispanoamérica y difundido por el magisterio de Rubén Darío, el Modernismo español incluye a autores como Manuel Machado y Francisco Villaespesa.

Otro grupo de escritores pretendió una reforma más general, que abarcara también la política, las ideas y la vida nacional. Forman la llamada Generación del 98. Uno de sus libros más importantes es Campos de Castilla, en el que destacan poemas sobre la decadencia de España. Uno de los grandes temas machadianos es el tiempo, y su preocupación por lo temporal está presente en otros temas como el sueño y el amor. Utiliza los versos asonantes en formas tradicionales, como el romance, pero prefiere la silva-romance, las liras y las cuartetas.

Entre 1914 y 1930 se impulsa una actitud diferente ante la literatura y el arte. En el Novecentismo se agrupan críticos, novelistas, profesores, historiadores y filósofos, entre los que destacan José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón y Gabriel Miró. El Novecentismo supone la aparición de un nuevo tipo de artista: con una sólida preparación universitaria, busca la objetividad y desecha posturas angustiadas y románticas. El ensayo y la novela serán los géneros preferidos por estos autores.

Las Vanguardias suponen la definitiva liquidación de la estética del siglo XIX. Defensores del antirrealismo y de la autonomía del arte, los vanguardistas sitúan sus obras muchas veces en los límites de la comprensión, requiriendo un esfuerzo del lector para entenderlos. Los movimientos se suceden con rapidez. En España, los de más huella fueron el Creacionismo, el Ultraísmo y, sobre todo, el Surrealismo. Alentadas por la inquieta figura de Ramón Gómez de la Serna, promotor y guía de las vanguardias en España, estas corrientes literarias son sobre todo poéticas, y en ellas militaron algunos de los poetas de la Generación del 27.

La Generación del 27: Vanguardia y Tradición

La Generación del 27 representa la última etapa del proceso de renovación y su más alta madurez. Sus autores (Federico García Lorca, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, entre otros) forman un grupo poético de calidad extraordinaria en el que se produce una síntesis de vanguardia y tradición, con una diversidad de tendencias estéticas que van desde la poesía vanguardista a la poesía pura, pasando por el surrealismo y el neopopularismo, influido este último por la lírica tradicional conocida por autores como Lorca, Diego o Alberti. El lenguaje poético del grupo del 27 se caracteriza por su afán de innovación y originalidad, destacando el uso de la metáfora y la imagen. Además, utilizaron tanto poemas y estrofas clásicas como combinaciones nuevas de versos regulares y el verso libre.

Miguel Hernández sobresale en la lírica escrita durante la Guerra Civil por la calidad e intensa emoción que traspasa toda su producción poética. Parte de una poesía gongorina y vanguardista representada por su libro Perito en lunas (1933), continúa con un poemario amoroso de sonetos, El rayo que no cesa (1936), y acaba en su etapa de poesía comprometida con textos de poesía social y política. En Cancionero y romancero de ausencias recoge la concepción trágica del que se ha visto separado de los suyos e incluso ha perdido su propia libertad. La pena, el amor y el erotismo, la ausencia, el odio entre los hombres y la muerte son los temas principales de sus versos, de vocabulario sencillo, llenos de símbolos, metáforas e imágenes.

El Compromiso Social y Político en la Obra de Miguel Hernández

Miguel Hernández se considera un precursor de la poesía comprometida de décadas posteriores. En este tipo de poesía, los escritores utilizan el poema como un instrumento para cambiar la sociedad. En 1934, Miguel conoce a Pablo Neruda. Su círculo de amistades se va ampliando con escritores conocidos. Miguel no permanece al margen de los sucesos que ocurren en este tiempo ni de las grandes personalidades que se cruzan en su vida, de modo que todo ello termina despertando en él el germen social que permanecía dormido. Este germen social había permanecido oculto por el poderoso influjo de Ramón Sijé, pero cuando llega a Madrid abre los ojos a otra realidad. Miguel Hernández inicia así una poesía de compromiso político.

El 24 de diciembre de 1935, muere en Orihuela Ramón Sijé. Miguel se siente profundamente afectado por la muerte de su amigo, a quien le dedica su famosa «Elegía». Las revueltas sociales y políticas del momento se agravan, alterando la vida cotidiana, hasta que se produce el levantamiento de los militares contra el Gobierno republicano y desemboca en la contienda civil. Miguel se alista del lado del ejército republicano y desarrolla labores de organización de tareas de índole cultural, a la vez que intenta renovar y alentar la moral de los soldados con recitales y lecturas.

Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939) son dos poemarios escritos durante la Guerra Civil. El tema amoroso deja paso a una poesía social y cívica, comprometida con su tiempo. El primero es más épico y optimista; el segundo es, en general, más pesimista: los años han pasado y el poeta vuelve sus ojos hacia los horrores de la guerra —heridos, cárceles, miseria, destrucción, sangre…—, que son protagonistas de sus poemas. Durante la guerra, Miguel Hernández emplea su poesía para luchar por la causa republicana y, con Viento del pueblo, mantiene viva la esperanza.

Su poesía evoca la muerte de Lorca y la de los hombres en el frente de batalla; canta al niño yuntero, al sudor de los campesinos, a la compañera, esposa y amante lejana. La solidaridad es ahora el lema del poeta. Busca una poesía más directa que recrea su carácter oral; de ahí el empleo abundante del romance, del octosílabo como metro más popular e inmediato, del metro corto que hunde sus raíces en la lírica tradicional y en la canción. Pero también intercala poesía de procedencia más culta de carácter épico, como «Las manos», «Canción del esposo soldado» o «Hijo de la luz».

Viento del pueblo es un libro optimista y esperanzado por el rumbo que pueden tomar los acontecimientos, mientras que El hombre acecha marca una visión desalentadora de la realidad, con miles de muertos y heridos. El elemento humano, el «pueblo» del primer libro —mundo colectivo, solidario—, es aquí «hombre» (referencia genérica a la condición humana), y la fuerza vivificadora («viento») pasa a ser una acción amenazante, aniquiladora («acecha»).

Tras la evidencia trágica, el poeta ha de cumplir ahora una función reveladora. Debajo de los signos de infortunio (odio, opresión, muerte) que sufre el pueblo, a él corresponde actuar para advertir sobre esos poderes benévolos y regeneradores, capaces de liberarlos para siempre de lo maligno.

En Viento del pueblo, la unidad de la obra está determinada por los tonos de la exaltación, la lamentación y la imprecación. La exaltación tiene su origen en el entusiasmo combativo; la fuente inspiradora está en su identificación con la colectividad que se levanta glorificada en sus atributos de fuerza, orgullo y arrogancia, a través de una hipérbole simbólica que hace uso del bestiario («yacimientos de leones, / desfiladeros de águilas, / y cordilleras de toros») y fenómenos atmosféricos de especial poder y violencia (huracán, rayo). Actúa el poeta como un mensajero para los suyos que, proféticamente, anuncia un futuro redentor.

En la lamentación, se trata sobre todo de poemas elegíacos, como el dedicado a García Lorca, o de otros con matices muy distintos de marcado acento social, como «El niño yuntero» o «Aceituneros». Como radical contraste de la exaltación está la imprecación contra los cobardes y los que tiranizan al pueblo, con imágenes de tono degradador, símbolos de naturaleza zoomórfica (liebres, gallinas) y signos que indican el pánico que sacude a esos cobardes («el pelo se les espanta»).