El Caso de Eratóstenes: Infidelidad y Justicia en la Atenas Clásica

Un Relato de Infidelidad y Venganza en la Atenas Clásica

Texto 33: El Matrimonio y la Vigilancia

Pues yo, atenienses, cuando me pareció bien casarme y llevé una mujer a casa, durante el resto del tiempo no estaba en disposición ni de agobiarla ni de que ella hiciera lo que deseara con demasiada libertad; la vigilaba como era posible y le prestaba atención como era natural.

Texto 34: La Confianza y la Virtud Doméstica

Cuando me nació un hijo, confiaba ya en ella y le entregué todas mis pertenencias, considerando que esta era la mejor relación. Así pues, al principio, atenienses, era la mejor de todas: en efecto, era una respetada ama de casa, una buena ahorradora y administraba todas las cosas perfectamente.

Texto 35: El Inicio de la Corrupción

Cuando se me murió la madre, quien, al morir, se convirtió para mí en la causa de todos los males: pues mi mujer, habiendo asistido al entierro y habiendo sido vista por este hombre, con el tiempo fue corrompida.

Texto 36: La Estrategia del Seductor y la Disposición de la Casa

Acechando, pues, a la criada que iba al ágora y hablándole, la sedujo. Así pues, al principio, atenienses (pues es necesario explicaros esto también), yo tenía una casita doble, con las estancias de arriba iguales a las de abajo en cuanto a las habitaciones de las mujeres y las de los hombres.

Texto 37: La Rutina Doméstica y el Engaño

Cuando tuvimos al niño, la madre lo amamantaba, y para que, cuando fuera necesario limpiar, no peligrara bajando por la escalera, yo vivía arriba y las mujeres abajo. Y así era ya tan habitual que a menudo mi mujer bajaba para acostarse junto al niño, darle pecho y evitar que gritara.

Texto 38: La Sospecha Inesperada

Y estas cosas sucedían así por mucho tiempo, y yo nunca sospeché, sino que permanecía tan neciamente que creía que mi mujer era la más sensata de toda la ciudad. Pasado un tiempo, señores, llegaba inesperadamente del campo, y después de la cena el niño lloraba y estaba malhumorado, molestado a propósito por la criada para provocar esta situación.

Texto 39: La Resistencia de la Esposa

En efecto, el hombre estaba dentro, pues después lo averigüé todo. Y yo ordenaba que mi mujer se fuera y le diera el pecho al niño para que parase de llorar. Ella, al principio, no quería, como si estuviera contenta de verme llegar después de un tiempo.

Texto 40: La Excusa y el Engaño Final

Cuando yo me enfadaba y ordenaba que se fuera, decía: «Para que tú seduzcas entonces a la joven, también antes, estando borracho, la persuadías». Y yo me reía, y ella, habiéndose levantado y yéndose, cierra la puerta, fingiendo que juguetea, y echa la llave. Yo, sin fijarme en nada de esto ni sospechar, dormía contento al llegar del campo.

Texto 41: La Revelación de la Verdad

«…Pues el hombre que os deshonra a ti y a tu mujer es casualmente enemigo nuestro. Así pues, si coges a la criada que va al Ágora y os sirve, y la pones a prueba, lo sabrás todo. Es —dijo— Eratóstenes de Oe quien hace estas cosas, quien no solo ha corrompido a tu mujer, sino también a muchas otras: tiene, en efecto, este arte».

Texto 42: La Investigación y la Confesión de la Criada

Habiendo dicho estas cosas, señores, aquella se fue. Yo enseguida me alteré, y todas las cosas me vinieron a la mente; estaba lleno de sospechas. […] Al llegar a casa, ordené que la criada me siguiera al Ágora y, habiéndola conducido a una casa de mis amigos, le dije que acababa de conocer todo lo que sucedía en casa.

Texto 43: El Ultimátum a la Criada

«Así pues —dije—, es posible para ti elegir cuál de estas dos cosas quieres: o, habiendo sido azotada, ir al molino y nunca parar de sufrir, o, habiendo confesado toda la verdad, no sufrir ningún mal, sino alcanzar el perdón de mi parte por tus errores. No mientas en nada, sino di toda la verdad».

Texto 44: La Resistencia y la Turbación de la Criada

Y aquella, al principio, lo negaba y me ordenaba que hiciera lo que quisiera, pues no sabía nada. Cuando yo le hice mención de Eratóstenes y le dije que este era el que frecuentaba a mi mujer, se turbó, considerando que yo sabía todas las cosas perfectamente.

Texto 45: La Confesión Detallada

Y entonces, habiendo caído ya a mis rodillas y habiendo pedido de mi parte la confianza de no sufrir ningún mal, revelaba, en primer lugar, que Eratóstenes se acercó a ella después del entierro; luego, que ella finalmente anunciaba los recados y que mi mujer, con el tiempo, fue seducida; y de qué formas hacía las entradas; y que en las Tesmoforias, estando yo en el campo, iba al templo con la madre de aquel. Expuso, en fin, perfectamente todas las otras cosas sucedidas.

Texto 46: El Regreso del Adúltero

Y cuando se encontraba bien, aquel salió y se fue, y yo me dormí. Eratóstenes —señores— entra, y la criada, habiéndose despertado, enseguida dice que está dentro.

Texto 47: La Búsqueda de Testigos

Y yo, habiéndole dicho a aquella que cuidara de la puerta, bajé en silencio, salí y fui a buscar a este y a aquel. A unos los encontré dentro, pero a otros no los encontré en casa. Y habiendo cogido a la mayoría de los que estaban presentes, marché.

Texto 48: La Irrupción y el Descubrimiento

Y habiendo cogido antorchas de la taberna más cercana, entramos, una vez que la anciana hubo abierto y preparado la puerta. Habiendo echado abajo la puerta del dormitorio, los primeros que entramos todavía lo vimos yaciendo junto a mi mujer, y los que entraron después, lo vieron desnudo de pie en la cama.

Texto 49: El Enfrentamiento

Y yo, señores, habiéndole pegado, lo derribé; y habiéndole llevado ambas manos hacia atrás y habiéndoselas atado, le preguntaba por qué me deshonraba entrando en mi casa. Y aquel, asumiendo su injusticia, suplicaba y pedía que no lo matara, sino que reclamara dinero.

Texto 50: La Sentencia de la Ley

Y yo le dije: «No te mataré yo, sino la ley de la ciudad, a la que tú, transgrediéndola, tuviste en menos que los placeres, y preferiste cometer tal error para con mi mujer y mis hijos antes que obedecer las leyes y ser honrado».