La Transición Liberal en España: De la Crisis de 1808 al Reinado de Isabel II (1808-1840)

1. La Crisis de 1808

Desde noviembre de 1792, Manuel Godoy acaparó un poder sin límites. Él fue el artífice de una política de aproximación a Francia a través de diversos tratados que tendrían nefastas consecuencias.

A) El Motín de Aranjuez y la caída de Godoy

Napoleón decidió quitarse la espina inglesa a través del Decreto de Bloqueo Continental (noviembre de 1806), por el que se prohibía todo comercio del continente europeo con Inglaterra para cerrar todas las costas europeas al comercio inglés y provocar la ruina de la industria inglesa, llevando con ello la miseria al país. Para hacer efectivo el bloqueo en Portugal, aliado de Inglaterra, Napoleón firmó con España el Tratado de Fontainebleau (octubre de 1807), por el que se autorizaba al ejército francés a atravesar España camino de Portugal. A su vez, se incorporaba un tratado secreto de partición de Portugal: una parte sería para Francia, otra para España y una tercera sería un principado personal para Godoy.

En pocos días, las tropas francesas acabaron con la resistencia portuguesa. Mientras, otras fuerzas se apoderaban de Barcelona, Pamplona y otras plazas bajo el pretexto de defender a España de un desembarco inglés. La situación interior de España era favorable a los planes de Napoleón. En efecto, la oposición a Godoy, a cuya cabeza estaba el mismo príncipe de Asturias, Fernando, e integrada por importantes miembros de la nobleza y del clero, preparó un golpe palaciego, el Motín de Aranjuez, entre el 17 y el 19 de marzo de 1808, que provocó la caída de Godoy mientras Carlos IV abdicaba en su hijo Fernando.

B) Las Abdicaciones de Bayona

La caída de Godoy y de Carlos IV y la elevación al trono de Fernando VII agravaron la crisis de la monarquía española. Esto favoreció los planes de Napoleón, que logró atraer a la familia real a la localidad francesa de Bayona, entre los días 21 de abril y 10 de mayo de 1808. Allí, Napoleón obtuvo las abdicaciones de los monarcas, Carlos IV y Fernando VII, quienes renunciaron a sus derechos a la corona española. Napoleón decidió entonces entregar el reino de España a su hermano José I, lo que desembocaría en la oposición del pueblo español y en el inicio de la Guerra de la Independencia (1808–1813), iniciada con el levantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo de 1808, secundado por el resto del país.

C) El Levantamiento contra los franceses

El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid estalló en cólera y surgió el choque con el ejército francés. Las guarniciones militares en Madrid tenían la orden de no intervenir contra los franceses. Algunos oficiales, como Luis Daoiz y Pedro Velarde, desobedecieron las órdenes y se unieron a la rebelión. El ejército francés reprimió duramente el levantamiento popular, con un saldo de cientos de muertos. Frente a la actitud de la Junta de Gobierno, la reacción popular fue muy distinta. La renuncia de Fernando VII se interpretó como impuesta por la fuerza. La rebelión se extendió por todas las ciudades del país.

D) Poder oficial y poder popular: La monarquía de José I

Napoleón quiso presentarse como el regenerador del pueblo español. Convocó en Bayona a un centenar de eclesiásticos, nobles y militares con la intención de elaborar una constitución, lo que desembocó en la aprobación del Estatuto de Bayona. El rey José I llegó a Madrid en julio de 1808. Fue un monarca impopular; su personalidad se alejaba de la imagen que sobre él dieron los patriotas españoles, llamándole “Pepe Botella” o “el rey de copas”. Contó con el apoyo de los viejos ilustrados que creían sinceramente en las reformas, pero que fueron tachados de afrancesados por las clases populares opuestas al rey.

La mayoría del país no reconoció a las autoridades oficiales y solo vieron como rey a Fernando VII, pero como estaba ausente, en su nombre surgieron Juntas Locales y luego Juntas Provinciales. Más tarde, para organizar la resistencia y dar un gobierno central al país, constituyeron, mediante el envío de dos representantes de cada una, una Junta Suprema Central. Primero residió en Aranjuez, luego, ante el avance francés, se retiró a Sevilla y, por último, a Cádiz, donde terminó disolviéndose (enero de 1810) pasando el poder a un Consejo de Regencia.

2. La Guerra de la Independencia (1808-1813)

La guerra se desarrolló en tres fases:

1. La primera fase: los éxitos iniciales (junio-noviembre de 1808)

Esta fase tiene lugar tras el fracaso del levantamiento de Madrid. En este período, los soldados franceses se emplearon en sofocar los alzamientos urbanos que se habían extendido por las ciudades más importantes del país. En el mes de junio tuvo lugar el primer sitio de Zaragoza, cuya posesión era fundamental para controlar la importante vía de comunicación del valle del Ebro.

El hecho más destacado de esta primera fase de la guerra fue, no obstante, la Batalla de Bailén, donde un ejército francés dirigido por el general Dupont fue derrotado el 19 de julio por un ejército español improvisado. La derrota de Bailén tuvo una doble repercusión: estratégica y propagandística. Por primera vez era derrotado un ejército napoleónico en campo abierto. Sus consecuencias fueron importantes: José I abandonó Madrid y las tropas francesas se retiraron al norte del Ebro. Napoleón decidió entrar personalmente en España, al frente de un poderoso ejército: la Grande Armée.

2. La segunda fase: el apogeo francés (noviembre de 1808 – primavera de 1812)

Esta segunda fase viene determinada por la reacción francesa ante la derrota de Bailén. Napoleón entra en España en noviembre de 1808. En diciembre toma Madrid, donde vuelve a colocar a su hermano. Napoleón abandonaba España dejando un fuerte ejército bajo la dirección del general Soult. En el otro extremo peninsular, Zaragoza cae en poder de los franceses cuando era prácticamente un montón de ruinas (febrero de 1809). Tras otro largo sitio, también caía Gerona (diciembre de 1809).

Antes, en noviembre, el ejército español era derrotado en la batalla de Ocaña por el rey José, abriéndose a los franceses las puertas de Sierra Morena y el dominio de Andalucía, que es ocupada (enero–febrero de 1810), menos Cádiz que, abastecida desde el mar por los ingleses, quedó libre toda la Guerra, de lo que se derivaron unas consecuencias trascendentales para la historia de España: la elaboración allí de la primera constitución española.

Un hecho decisivo en esta fase de la guerra fue la acción de los guerrilleros que supieron aplicar una guerra de desgaste, con la que se minaba la moral de las tropas francesas y se les impedía el control efectivo del territorio.

3. La tercera y última fase: la ofensiva final anglo-española (primavera de 1812-agosto de 1813)

La tercera y última fase de la guerra se inició en la primavera de 1812, cuando Napoleón se vio obligado a retirar de España una parte muy importante de sus tropas para engrosar la Grande Armée que se preparaba para la invasión de Rusia. El duque de Wellington dirigía al ejército inglés que había desembarcado en Lisboa en 1809. En 1811, Wellington iniciaba una nueva ofensiva desde Lisboa, permitiéndole recuperar Ciudad Rodrigo (enero de 1812) y Badajoz (abril de 1812). También Wellington triunfaba en Los Arapiles (Salamanca, julio de 1812).

El desastre de Rusia aceleró la derrota francesa. Napoleón retiró más hombres para asegurar la defensa de Francia. Las tropas francesas en España, en consecuencia, iniciaron el repliegue hacia su país, mientras Wellington emprendía la ofensiva final. En la Batalla de Vitoria (junio de 1813) los franceses eran derrotados y José I se vio obligado a cruzar la frontera. Todavía se mantenía Soult ocupando San Sebastián y Pamplona, pero derrotado en la Batalla de San Marcial (agosto de 1813) tuvo también que pasar a Francia. En diciembre de 1813 Napoleón firmaba el Tratado de Valençay, por el que Fernando VII era repuesto en el trono y se ponía punto final a la guerra.

Consecuencias de la Guerra

Los efectos de la guerra fueron desastrosos para España. Se calcula que hubo medio millón de muertos. Ciudades quedaron arrasadas; en otras se destruyeron edificios y monumentos artísticos; una parte importante de las obras artísticas fueron robadas por los franceses. El comercio colonial cayó en picado. El anterior ritmo de crecimiento industrial se perdió, con máquinas y manufacturas destruidas. El campo quedó arrasado, con pérdida de cosechas y cabezas de ganado. Además, la Hacienda Pública quedó todavía más arruinada. Por último, la guerra afectó al proceso de independencia de la América española.

3. El Reinado de Fernando VII (1814-1833): Sus Etapas

Para el estudio de este reinado lo dividiremos en tres etapas:

1. El restablecimiento del absolutismo (1814-1820)

Una vez acabada la Guerra, las Cortes se trasladaron a Madrid. Fernando VII debía jurar la Constitución. Fernando recuperó su trono entre muestras de calor popular y de prestigio. Fernando VII llega a España, entra por Cataluña (marzo de 1814), sigue hacia Zaragoza, y de allí a Valencia. En esta ciudad recibe el Manifiesto de los Persas, un escrito de sesenta y nueve diputados instándole a que implante el Antiguo Régimen y, por tanto, la monarquía absoluta. A su vez, el monarca también recibía en Valencia el apoyo del general Francisco Javier Elío. Ya no había dudas en el rey. Se preparó el golpe de Estado y, mediante el decreto, dado en Valencia, de 4 de mayo de 1814, se restauraba el poder absoluto del monarca y se abolía toda la legislación de las Cortes de Cádiz. A finales de mayo, Fernando VII, como rey absoluto, entraba en Madrid.

El retorno al absolutismo se inscribe en un contexto favorable a la vuelta al Antiguo Régimen en Europa tras la caída de Napoleón. Las potencias vencedoras de Napoleón se reunieron en el Congreso de Viena y terminaron creando la Santa Alianza, una unión entre las monarquías absolutistas para acabar con cualquier brote liberal.

Tras el golpe de Estado vino la represión política. Fueron detenidos y juzgados liberales y afrancesados, acusados, respectivamente, de conspiración contra el rey y de traición. Otros muchos lograron abandonar antes el país, integrando el primer exilio de la España contemporánea. En cuanto a la labor de los gobiernos de Fernando VII, hay que decir que fue desastrosa. La Hacienda estaba prácticamente en bancarrota, los pagos de los intereses de la deuda estatal no se cumplían y la guerra en América se llevaba los pocos ingresos de la Hacienda. Pero el mantenimiento de las colonias americanas era clave para la Hacienda, por los recursos que desde siempre habían generado, y ello explica el denodado esfuerzo de Fernando VII para hacer fracasar la independencia de las colonias.

La represión política no detuvo la acción de los sectores liberales. Se dedicaron a conspirar, siendo el mejor marco para ello las logias masónicas, muy difundidas en el ejército. Serán los pronunciamientos o golpes militares las herramientas más adecuadas para acabar con el absolutismo. Durante el periodo de 1814 a 1819 hubo varios, pero todos fracasaron al no contar con el suficiente apoyo. En 1820, en cambio, el teniente coronel Rafael del Riego se subleva en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) con las tropas que se concentraban para sofocar la rebelión en América; él y otros militares que se suman a la sublevación exigen al rey que jure la Constitución de 1812. El rey, consciente de su debilidad, aceptó el 7 de marzo la Constitución de 1812, la juró el día 9 y el 10 publicó un manifiesto en que afirmaba: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”.

2. El Trienio Liberal (1820-1823)

A lo largo de los tres años, las Cortes aprobaron una legislación reformista, que venía a completar y desarrollar la labor legislativa de las Cortes de Cádiz, con la intención de acabar con el Antiguo Régimen:

  • Supresión de la vinculación de la tierra (mayorazgos).
  • Abolición de los señoríos jurisdiccionales y territoriales, con una fórmula favorable a la nobleza titular de los señoríos, que pasaban de ser “señores” a “propietarios”.
  • Ley de Supresión de Monacales, por la que se disolvían los conventos y se desamortizaban sus bienes. También quedó suprimido el Tribunal de la Inquisición.
  • Restablecimiento de la Milicia Nacional, fuerza cívico-militar, que los liberales apoyaban en los medios urbanos para defender la Constitución.

Mientras, en el interior de la cámara empezó a darse una división entre los mismos liberales. Por un lado estaban los moderados, que buscaban una aceptación del sistema por la Corona y eran partidarios de realizar reformas con prudencia. Por otro lado estaban los exaltados o radicales, que querían una aplicación estricta de la Constitución, reduciendo los poderes del rey a los meramente ejecutivos. A todo esto, el régimen constitucional avanzaba con grandes dificultades.

El 7 de julio de 1822, en Madrid, un golpe militar absolutista pudo acabar con el gobierno liberal. Detrás de él también estaba el rey. Fue sofocado por la Milicia Nacional y por civiles armados. Su efecto fue la caída del gobierno moderado de Martínez de la Rosa y su sustitución por otro, radical, presidido por el general Evaristo San Miguel.

Desde entonces las partidas o guerrillas realistas organizadas por la aristocracia y el clero absolutista, que ya venían actuando desde 1821, incrementaron sus acciones. En Seo de Urgel se hicieron fuertes e instalaron una Regencia formada por absolutistas que fueron más tarde sometidos. Para terminar con el régimen constitucional no había otra forma que actuar desde fuera. Y así fue. Las potencias de la Santa Alianza decidieron en el Congreso de Verona (octubre de 1822) intervenir en España para restablecer el poder real. Francia fue la encargada de enviar un ejército que entró en España en abril de 1823 al mando del duque de Angulema, conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis. Recorrió, sin apenas oposición, la Península, llegó a Cádiz donde fue libertado el monarca, llevado por el gobierno casi como un prisionero.

3. La Década Absolutista u Ominosa (1823-1833)

Por decreto de 1 de octubre de 1823 el rey declaraba la nulidad de todo lo aprobado por las Cortes y el gobierno durante los tres años constitucionales. Fernando VII desencadenó una violenta represión, el terror blanco, contra los liberales, muchos de los cuales, entre ellos Rafael del Riego, fueron ejecutados. A instancia del rey se crearon Comisiones Militares para procesar a los que desempeñaron puestos en el Trienio, con más de cien ejecuciones; se organizaron Juntas de Purificación, encargadas de depurar la Administración de empleados y profesores de tendencia liberal. Se comprende, en fin, que la historiografía liberal denominara como “ominosa” o abominable a esta década.

Con todo, por mucho que lo pretendieran los absolutistas más acérrimos, la vuelta al absolutismo, repitiendo los esquemas de la restauración de 1814, no era posible, entre otras cosas, porque con aquellos se desembocó en la vuelta al liberalismo en 1820, algo que no se estaba dispuesto a repetir. Esto explica la incorporación de ministros con ideas favorables a la aplicación de reformas, como Luis López Ballesteros, ministro de Hacienda, que introdujo una reforma presupuestaria y fiscal. Por tanto, con la vigilancia estrecha del monarca, había una vía media defendida por estos absolutistas reformistas, cuyo objetivo final era la supervivencia del absolutismo, pero esta vía estaba amenazada, a su vez, por los liberales, que pretendían, mediante pronunciamientos o conspiraciones, la vuelta a la Constitución, y por los absolutistas acérrimos, realistas ultras o ultrarrealistas, opuestos a cualquier cambio o reforma.

En la corte, este sector se agrupaba alrededor de don Carlos María Isidro, hermano del rey y su posible sucesor, dado que Fernando VII no tenía descendencia. Además de sofocar las insurrecciones ultrarrealistas también se reprimieron todos los levantamientos liberales. El último intento, el protagonizado por un grupo dirigido por José María Torrijos, finalizó con el fusilamiento de Torrijos y los 49 hombres detenidos con él (diciembre de 1831).

La Cuestión Sucesoria

La cuestión sucesoria domina la parte final del reinado. En 1830, después de un cuarto matrimonio, con María Cristina de Borbón, y ante la eventualidad de una descendencia femenina, el rey promulgó la Pragmática Sanción (marzo de 1830), que derogaba la Ley Sálica, con lo que privaba de sus derechos al infante don Carlos, a cuyo alrededor se agrupaban los ultrarrealistas. En octubre nacía la heredera, la futura Isabel II.

Los partidarios de don Carlos, también llamados apostólicos o carlistas, en septiembre de 1832 protagonizaron los llamados sucesos de La Granja, una conjura que obligó a un Fernando VII gravemente enfermo a reimplantar la Ley Sálica. Al recuperarse el monarca, volvió a derogar la citada ley y el propio don Carlos tuvo que abandonar la corte, marchando a Portugal, donde declaró que no reconocía a su sobrina Isabel como legítima heredera. El 29 de septiembre de 1833 fallecía Fernando VII y se iniciaba la regencia de María Cristina. Días después, en diferentes puntos del país, se producían levantamientos armados a favor de don Carlos, dando comienzo así una guerra civil que enfrentó a los carlistas contra los isabelinos. Para los liberales se abría la gran oportunidad para acceder al poder, para lo que llevaban mucho tiempo esperando.

4. La Regencia de María Cristina (1833-1840)

A) Los comienzos moderados de la revolución liberal: El Estatuto Real de 1834

Tras la muerte de Fernando VII, María Cristina fue nombrada regente; al frente del gobierno seguía Cea Bermúdez, que presidió el último gobierno de Fernando VII, pero, para la etapa que se abría, este no era el político adecuado, cuyo programa consistía en oponerse tanto a los carlistas como a los liberales. La regente pronto comprobó que el cambio de gobierno era necesario. Y, en efecto, en enero de 1834, fue llamado para formar gobierno Martínez de la Rosa, antiguo doceañista y jefe de gobierno durante el Trienio Liberal. Ganado ya para un liberalismo moderado, Martínez de la Rosa buscó una fórmula de equilibrio entre las tendencias liberales y el mismo carlismo. El resultado fue la aprobación del Estatuto Real, firmado por la regente en abril de 1834. Era una “carta otorgada” por la corona, no reconocía derechos individuales ni la división de poderes y sí establecía una convocatoria de Cortes con dos cámaras.

Para proceder a la correspondiente convocatoria electoral para la elección del Estamento de Procuradores, en mayo de 1834 se aprobaba una ley electoral con un sufragio muy restringido. La cámara recién elegida, con sorpresa para el gobierno, por su actitud crítica, exigía reformas profundas y en ella, además, volvían a resurgir las diferencias entre moderados y progresistas. Martínez de la Rosa dimitió en junio de 1835 siendo sustituido por el conde de Toreno, también del sector moderado. El nuevo gobierno solo duró cuatro meses. No lograba imponerse en la guerra carlista, mientras los liberales extremistas promovían amotinamientos populares, con asaltos y quemas de conventos —a los frailes se les acusaba de estar al lado de los carlistas— en ciudades como Zaragoza, Valencia, Cádiz, Málaga, Barcelona (donde también se prendió fuego a la fábrica de tejidos de Bonaplata)… El resultado fue la formación de Juntas revolucionarias de signo progresista en varias capitales, que Toreno intentó disolver pero al fracasar presentó su dimisión. La regente, entonces, llamó a Mendizábal, un liberal progresista, para formar gobierno en septiembre de 1835.

B) La fase progresista de la revolución liberal (1835–1837): Mendizábal, el Motín de La Granja y la Constitución de 1837

El nuevo gabinete de Mendizábal (septiembre de 1835 a mayo de 1836) se formó contando con una Hacienda prácticamente sin fondos, y ante una guerra de la que era necesario darle un giro a favor de los isabelinos. Así, se amplió el alistamiento de hombres para el ejército y como vía para obtener fondos se aprobó la Desamortización de bienes eclesiásticos del clero regular, el 19 de febrero de 1836. Con ella, en efecto, se buscaba contar con recursos para la Hacienda, eliminar o disminuir la deuda pública, hacer frente al carlismo y atraerse a las filas liberales a los compradores de bienes desamortizados.

A todo esto, como es imaginable, la regente no se encontraba a gusto con Mendizábal. En mayo de 1836 Mendizábal decidió dimitir ante las diferencias con la regente a la hora del nombramiento de determinados cargos militares. Era lo que buscaba la regente, que encargó a Francisco Javier Istúriz (mayo–agosto de 1836) formar gobierno. Pero este, de corte moderado, no contaba con el apoyo de las Cortes (Estamento de Procuradores). Otra vez volvían, en julio y agosto, los levantamientos populares de signo progresista contra el gobierno y a favor del restablecimiento de la Constitución de 1812. (Nota: La División provincial de Javier de Burgos de 1833, consolidada con el gobierno moderado, con pocas diferencias está todavía vigente.)

Por fin, el 12 de agosto (1836) tenía lugar el Motín de los Sargentos de La Granja, que obligó a la regente a restablecer la Constitución de 1812 y a formar un nuevo gobierno con José María Calatrava al frente (agosto de 1836–agosto de 1837) y Mendizábal en Hacienda. Es a partir de ahora cuando quedó consolidada la división de los liberales entre un partido moderado y otro progresista, que era el que subía al poder con Calatrava. El programa del gobierno consistió en acabar con las instituciones del Antiguo Régimen e implantar un régimen liberal con una monarquía constitucional.

Convocadas elecciones a Cortes, la nueva Cámara tuvo mayoría progresista. Un conjunto de leyes permitieron:

  • La disolución del régimen señorial y el mayorazgo.
  • La supresión de los privilegios gremiales, reconociéndose la libertad de industria y comercio.
  • El establecimiento de la libertad de imprenta (de prensa).
  • La reanudación de la desamortización de las fincas rústicas y urbanas de las órdenes religiosas.

El proceso culminó con la promulgación de la Constitución de 1837, muy breve frente a la de 1812. Fue aprobada con la idea de fijar un texto estable que pudiera ser aceptado por progresistas y moderados. El nuevo texto reconocía la soberanía nacional y los derechos individuales; establecía unas Cortes bicamerales. La implantación del bicameralismo junto al fortalecimiento de la corona fueron las grandes concesiones de los progresistas al liberalismo moderado. También quedó aprobada una nueva ley electoral (1837), que elevaba el número de electores, pero seguía siendo censitario y restringido.

C) La vuelta de gobiernos moderados (1837-1840): La Ley de Ayuntamientos

Una vez aprobada la Constitución se convocaron elecciones para octubre de 1837 que fueron ganadas por los moderados. Los gobiernos de esta etapa se vieron influidos por los dos militares que estaban destinados a marcar el curso político de la historia de España en los próximos años: Baldomero Fernández Espartero, que se convirtió en cabeza de los progresistas, y Ramón María Narváez, de los moderados.

Tras el final de la guerra carlista, el gobierno se propuso aprobar una ley de ayuntamientos donde las diferencias entre progresistas y moderados eran muy fuertes. Los primeros defendían la elección del alcalde por los votantes; en cambio, los moderados pretendían que fuese designado por el gobierno de entre los concejales elegidos. Las Cortes aprobaron la polémica ley y los progresistas decidieron movilizarse contra ella. Espartero manifestó su rechazo a la ley que la regente terminó sancionando (14 de julio de 1840). Días después otra vez volvían a formarse juntas en las principales ciudades del país. La regente para frenar la insurrección nombró a Espartero jefe de gobierno, pero al no aceptar el programa del nuevo gobierno la regente presentó su renuncia, marchando a Francia (octubre de 1840).

D) El problema carlista y la Primera Guerra (1833-1839)

Fernando VII murió el 29 de septiembre de 1833, dos días después, su hermano Carlos María Isidro, a través del Manifiesto de Abrantes, reclamaba el trono desde Portugal. En distintos puntos de España hubo levantamientos a favor de don Carlos, pero, poco a poco, la guerra que se desataba no era solo una guerra dinástica sino un enfrentamiento entre los partidarios del Antiguo Régimen y los que querían convertir a España en un Estado liberal. La regente María Cristina buscó el apoyo de los liberales.

Análisis de los dos bandos enfrentados

El Bando Carlista:

  • Ideología: Partidarios del absolutismo monárquico, la defensa de la religión y de los fueros (identificados con el Antiguo Régimen).
  • Apoyos Sociales: Miembros del ejército, la mayor parte del clero regular y del bajo clero secular (para quienes el liberalismo representaba la expropiación y venta de sus bienes), parte de la nobleza y del campesinado (coincidía mucho con los sermones del clero en contra del liberalismo).
  • Geografía: Triunfó, sobre todo, en las zonas rurales, y especialmente en el norte (País Vasco y Navarra), al considerarse amenazadas por el liberalismo uniformista y centralizador, pero tuvo escaso arraigo entre las masas urbanas que rechazaban el absolutismo.

El Bando Isabelino (o Cristino):

  • Apoyos Sociales: La reina regente contó con el apoyo de parte de la nobleza, del funcionariado y altas jerarquías de la Iglesia, altos mandos del ejército, burguesía y profesiones liberales y clases populares urbanas.

El desarrollo bélico de la Primera Guerra Carlista

  1. Primera fase (1833-1835): Triunfos carlistas. El pretendiente don Carlos se estableció en Navarra (julio de 1834) con un gobierno alternativo al de la regente. En 1835 el coronel carlista Zumalacárregui muere en el cerco de Bilbao, la única gran ciudad que estuvo a punto de caer en sus manos, ya que su dominio se basaba, sobre todo, en el medio rural. También hubo partidas carlistas en Cataluña, y en el Maestrazgo y el Bajo Aragón.
  2. Segunda etapa (julio de 1835-octubre de 1837): Las grandes expediciones. Se caracteriza por las grandes expediciones carlistas para enlazar y estimular las partidas dispersas por el país. En 1836 tiene lugar la primera de ellas, la del general Miguel Gómez. Partió del País Vasco, consiguió llegar a Galicia, después se dirigió a Valencia y de aquí hacia Andalucía. La expedición no logró consolidar el carlismo en ningún punto y terminó regresando hacia el norte. Al año siguiente, en 1837, tuvo lugar la “expedición real”, que partió de Navarra en mayo, bajo la dirección del propio pretendiente y a la que se unió Ramón Cabrera, llegando a las afueras de Madrid en septiembre. Los fracasos militares carlistas empezaban a escindir a los dirigentes carlistas conscientes de la imposibilidad de una victoria militar.
  3. Tercera fase (octubre de 1837 y agosto de 1839): Agotamiento y final. Se caracteriza por el agotamiento de los contendientes. Al fin, el general carlista Maroto firmó el Convenio de Vergara (agosto de 1839) con Espartero por el que se ponía fin a la guerra. Los carlistas reconocían la derrota; además, el gobierno se comprometía a tratar en las Cortes el tema de los fueros en el País Vasco y en Navarra. El convenio no fue aceptado por don Carlos (septiembre de 1839).

Consecuencias de la Guerra Carlista

Las consecuencias más importantes de la guerra carlista fueron varias. En lo político, la monarquía, ávida de apoyos, se inclinó de manera definitiva hacia el liberalismo. En ese mismo campo, los militares cobraron un gran protagonismo en la vida política y protagonizarán frecuentes pronunciamientos. Por último, los gastos de la guerra forzaron la desamortización de las tierras de la Iglesia.