El Imperio Español: Auge, Hegemonía y Crisis (Siglos XV-XVII)

Los Reyes Católicos: La Fundación del Estado Moderno

El reinado de los Reyes Católicos supuso el punto de partida del Estado Moderno en España, gracias a la creación de una monarquía autoritaria basada en la unidad dinástica de Castilla y Aragón, la unificación territorial, la expansión ultramarina, la conquista de Granada y la búsqueda de la unidad religiosa.

El Conflicto Sucesorio en Castilla

En Castilla, la proclamación de Isabel como heredera por Enrique IV provocó un conflicto sucesorio frente a los partidarios de Juana la Beltraneja, apoyada por Portugal. Tras la boda de Juana con Alfonso V de Portugal, se desencadenó una guerra civil e internacional. En 1475, las tropas portuguesas invadieron Castilla, pero las fuerzas castellanas lograron imponerse, especialmente tras la victoria de Toro (1476). Francia también intervino, temiendo la unión Castilla-Aragón y aliándose con Portugal.

El conflicto concluyó con el Tratado de Alcaçovas-Toledo (1479), por el cual Isabel y Fernando fueron reconocidos como reyes de Castilla, mientras Juana renunciaba a sus derechos. Portugal quedó con derechos en África y Castilla consolidó la expansión hacia Canarias.

La Unión Dinástica y la Unificación

Ese mismo año, Fernando heredó la Corona de Aragón, formando una unión dinástica, aunque cada reino conservó sus propias leyes e instituciones. A partir de 1492, con la conquista de Granada y la posterior anexión de Navarra, se completó la integración territorial peninsular. La unidad religiosa —mediante la conversión o expulsión de judíos y musulmanes— reforzó el poder real y la cohesión interna.

En conjunto, las reformas institucionales, la política exterior y la centralización del poder sentaron las bases de una monarquía fuerte, territorialmente unificada y con proyección internacional, inicio del futuro Imperio hispánico.

La Dinastía de los Austrias: Auge y Declive de la Monarquía Hispánica

Los Austrias Mayores: Expansión y Centralización

Los Austrias mayores son los primeros reyes de la dinastía de los Habsburgo en España, caracterizados por su carácter fuerte y su implicación personal en la política. Incluyen a:

  • Carlos I (1516-1556)
  • Felipe II (1556-1598)

Carlos I centró su política en consolidar un vasto imperio europeo y ultramarino, enfrentando conflictos como la Reforma protestante, guerras con Francia y el Imperio otomano, y consolidando la autoridad real frente a los reinos de la Península. Su reinado combinó expansión territorial con centralización administrativa y fiscal. Felipe II continuó estas políticas de centralización, defensa del catolicismo y expansión del imperio, alcanzando la hegemonía hispánica en Europa y América, aunque sus guerras y la gestión de un imperio tan amplio generaron tensiones económicas y sociales.

Los Austrias Menores: Crisis y Delegación del Poder

Los Austrias menores abarcan a los reyes de la segunda mitad del siglo XVII y comienzos del XVIII. Se caracterizan por su menor protagonismo personal en la política, delegando gran parte del poder en validos o ministros, como el Conde-Duque de Olivares en el caso de Felipe IV. Sus reinados se centraron en mantener un imperio debilitado por guerras, crisis económicas y conflictos internos. Los principales monarcas de este periodo fueron:

  • Felipe III (1598-1621)
  • Felipe IV (1621-1665)
  • Carlos II (1665-1700)

Intentaron aplicar reformas administrativas y fiscales, pero enfrentaron rebeliones como la Rebelión de Cataluña o la independencia de Portugal. Bajo Carlos II, la monarquía estaba marcada por la debilidad política y económica, lo que preparó el camino para la Guerra de Sucesión Española tras su muerte.

Conclusión: Dos Etapas de una Dinastía

En conjunto, los Austrias mayores representan la época de expansión y centralización, mientras que los Austrias menores se caracterizan por la crisis del poder real y la decadencia del imperio, marcada por la delegación de autoridad y las dificultades para mantener la hegemonía española en Europa y el mundo.

La Búsqueda de la Unidad Religiosa: Expulsión de Judíos y Moriscos

La Expulsión de los Judíos (1492)

La expulsión de los judíos en 1492 fue consecuencia directa del Decreto de la Alhambra (o Edicto de Granada), promulgado por los Reyes Católicos tras la conquista de Granada y como culminación de la unidad religiosa que buscaba la Monarquía. El edicto ordenaba que todos los judíos que no aceptaran convertirse al cristianismo abandonaran los territorios de Castilla y Aragón en apenas cuatro meses. Se justificaba alegando que la presencia judía influía negativamente en los conversos y dificultaba la pureza de la fe cristiana. Como resultado, decenas de miles de judíos se vieron obligados a vender sus bienes precipitadamente, abandonar sus hogares y buscar refugio en el norte de África, Portugal, Italia o el Imperio otomano. La expulsión supuso una enorme pérdida cultural, económica y científica para la Península, ya que la comunidad judía había desempeñado un papel destacado en el comercio, la medicina, la diplomacia y las finanzas.

La Expulsión de los Moriscos (1609)

Más de un siglo después, en 1609, el rey Felipe III decretó la expulsión de los moriscos, descendientes de los musulmanes obligados a convertirse al cristianismo tras las guerras y capitulaciones del siglo XVI. Aunque oficialmente cristianos, muchos eran sospechosos de practicar el islam en secreto, mantener costumbres propias y representar un posible apoyo interno a enemigos exteriores, especialmente al Imperio otomano o a los piratas berberiscos. El duque de Lerma, valido del rey, impulsó la medida en un contexto de crisis económica y tensiones sociales. La expulsión afectó a unas 300.000 personas, golpeando especialmente al Reino de Valencia, donde los moriscos eran gran parte de la mano de obra agrícola. Su marcha provocó despoblamiento, pérdida de técnicas agrícolas especializadas y conflictos al redistribuir tierras y bienes. Ambas expulsiones marcaron profundamente la historia de España al eliminar dos minorías que habían contribuido durante siglos a su diversidad cultural y económica.

Expansión Atlántica: Canarias y la Rivalidad con Portugal

Integración de las Islas Canarias

La integración de las Canarias en la Corona de Castilla fue un proceso que se desarrolló entre los siglos XIV y XV y que culminó en 1496 con la conquista de Tenerife. Castilla impulsó la ocupación del archipiélago por su posición estratégica en las rutas atlánticas y por su potencial económico. La resistencia guanche retrasó la conquista en islas como Gran Canaria, La Palma y Tenerife, pero finalmente las islas quedaron incorporadas al sistema castellano. Tras ello, Canarias se convirtió en un enclave clave para la expansión atlántica y para el comercio con África y, más tarde, con América.

El Reparto del Atlántico con Portugal

La tensión con Portugal en 1478 se enmarca en la Guerra de Sucesión Castellana. Ese año, ambos reinos disputaban el control del Atlántico y del comercio africano, destacando la batalla naval de Guinea, donde Portugal capturó una flota castellana. Este episodio consolidó la ventaja portuguesa en la costa africana. La tensión terminó con el Tratado de Alcáçovas (1479), por el cual Castilla renunciaba a sus aspiraciones africanas y Portugal reconocía la legitimidad de Isabel, definiendo así el reparto inicial del Atlántico.

La Conquista y Organización del Imperio Americano

El Descubrimiento y la Conquista

La conquista de América se inició en 1492 con la llegada de Cristóbal Colón al Caribe, hecho que abrió la expansión castellana hacia territorios desconocidos para Europa. Lo que comenzó como una empresa exploratoria se convirtió rápidamente en un proceso de conquista y colonización. Las expediciones avanzaron mediante alianzas con pueblos indígenas, enfrentamientos armados y la fundación de ciudades. Conquistadores como Hernán Cortés en México y Francisco Pizarro en el Perú derrotaron a grandes imperios como el mexica y el inca, incorporando vastos territorios a la Monarquía Hispánica. Este proceso trajo intercambios culturales, pero también un enorme impacto demográfico derivado de las enfermedades, la guerra y los trabajos forzosos.

La Organización Política y Administrativa

A medida que el dominio se extendió, la Corona comprendió la necesidad de organizar políticamente estos territorios y controlar a los conquistadores. Así surgieron las principales instituciones de gobierno:

  • El Virrey: Representante directo del rey en los grandes territorios americanos. Actuaba como máxima autoridad civil, militar y administrativa, encargado de hacer cumplir las leyes, supervisar la evangelización, gestionar el comercio y mantener el orden. Los principales virreinatos —el de Nueva España (1535) y el del Perú (1542)— constituyeron la base del gobierno imperial.
  • Las Leyes de Indias: Desde los primeros años tras 1492, se desarrolló un conjunto de normas destinadas a regular la vida en las Indias. Este cuerpo legal, perfeccionado durante los siglos XVI y XVII, buscaba proteger a los indígenas, limitar abusos de encomenderos y colonos, y garantizar la autoridad real frente a posibles excesos de los conquistadores. Documentos clave como las Leyes Nuevas de 1542 intentaron mejorar la situación de los nativos y reorganizar la administración. La Recopilación de 1680 sistematizó todas estas disposiciones. Aunque su aplicación no siempre fue uniforme, las Leyes de Indias constituyeron uno de los sistemas jurídicos coloniales más completos, reflejando el intento de la Monarquía Hispánica de ejercer un gobierno ordenado, centralizado y moralmente justificado en el continente americano.

La Crisis de 1640: El Proyecto Centralista de Olivares y sus Consecuencias

El Conde-Duque de Olivares, principal ministro y valido de Felipe IV, trató de fortalecer la Monarquía Hispánica en un momento de crisis económica y militar. Su propuesta más ambiciosa fue la Unión de Armas, un plan que buscaba que todos los territorios de la monarquía —no solo Castilla— contribuyeran con soldados y recursos para sostener las guerras europeas. Esta política, sin embargo, generó un amplio rechazo en los reinos que defendían sus privilegios y autonomía.

La Rebelión de Cataluña (1640-1652)

El conflicto más grave estalló en Cataluña en 1640. La presencia obligada de tropas castellanas durante la Guerra de los Treinta Años provocó abusos, tensiones y un fuerte malestar entre los campesinos catalanes. El detonante fue el Corpus de Sangre, un motín en Barcelona en el que fue asesinado el virrey. Las instituciones catalanas rompieron con Felipe IV y buscaron el apoyo de Francia, llegando a reconocer a Luis XIII como conde de Barcelona. La guerra se prolongó hasta 1652, cuando Cataluña fue reincorporada al dominio de la monarquía, aunque con graves daños económicos y territoriales.

La Independencia de Portugal (1640-1668)

De forma paralela, en Portugal también crecía el descontento por las medidas centralizadoras de Olivares y por la participación obligada en las guerras de la monarquía. El 1 de diciembre de 1640, la nobleza portuguesa protagonizó un levantamiento que proclamó rey al duque de Braganza, Juan IV, iniciando la Guerra de Restauración. España, agotada militarmente por múltiples frentes, fue incapaz de recuperar el reino, que vio su independencia reconocida oficialmente en 1668.

Estos conflictos demostraron los límites del proyecto político de Olivares y provocaron su caída en 1643, marcando el declive definitivo del poder hegemónico de la Monarquía Hispánica.

El Apogeo de la Hegemonía Hispánica bajo Felipe II

La hegemonía hispánica bajo Felipe II alcanzó su punto más alto en la segunda mitad del siglo XVI, cuando la Monarquía Hispánica se convirtió en la mayor potencia política, militar y territorial de Europa y del mundo conocido. Al heredar un vasto imperio de Carlos V, Felipe II gobernó territorios que abarcaban España, los Países Bajos, gran parte de Italia, Portugal y su imperio ultramarino (tras 1580), además de extensas posesiones en América y Asia. Su reinado estuvo marcado por la defensa del catolicismo como elemento unificador, lo que lo llevó a intervenir en numerosos conflictos europeos en el contexto de la Reforma y la Contrarreforma.

Victorias y Expansión

Felipe II venció en batallas decisivas como la de San Quintín (1557) contra Francia, consolidando la influencia española en Europa occidental. La victoria de la Batalla de Lepanto (1571), en la que la Liga Santa derrotó al Imperio otomano, reforzó su reputación como defensor de la cristiandad. En 1580 logró la unión dinástica con Portugal, incorporando sus territorios y rutas comerciales, lo que convirtió a la Monarquía Hispánica en la primera potencia marítima y colonial del mundo.

Desafíos al Imperio

Sin embargo, su hegemonía también afrontó serios desafíos. La rebelión de los Países Bajos derivó en una guerra larga y costosa que España no consiguió sofocar plenamente. La derrota de la Armada Invencible frente a Inglaterra en 1588 supuso un duro golpe, aunque no significó el fin del poder marítimo español. Además, el enorme tamaño del imperio y las continuas guerras generaron una fuerte presión económica, conduciendo a crisis financieras y bancarrotas.

A pesar de estas dificultades, el reinado de Felipe II representó la época de mayor extensión y prestigio internacional de la Monarquía Hispánica, que mantuvo una influencia decisiva en los asuntos europeos y consolidó un imperio global sin precedentes.