Tras la crisis de 1898, que resquebrajó las bases del sistema y planteó la necesidad de tomar medidas orientadas a la regeneración de la vida política y social del país, se forzó a los partidos dinásticos a iniciar una serie de reformas que, sin embargo, no modernizaron el sistema de la Restauración ni democratizaron la vida política española.
Desde el siglo XVI, Cuba proporcionaba a España azúcar y tabaco procedentes de plantaciones explotadas por esclavos negros. A mediados del siglo XVIII, dicho comercio fue monopolizado por la Real Compañía de Comercio de La Habana. Con la pérdida del imperio español en América, la inversión española se centró en la explotación de estas islas. El Capitán General era la máxima autoridad en Cuba y tenía poderes similares a los de un monarca absoluto.
Pero desde el Trienio Liberal, los cubanos exigieron el fin del esclavismo y se inició una concienciación independentista que se pondría de manifiesto en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y que continuaría en febrero de 1895. Tras dicha guerra, los españoles no introdujeron medidas significativas, lo que produjo un nuevo levantamiento independentista en Cuba que se convirtió rápidamente en una insurrección en toda la isla. Por otra parte, el proyecto hegemónico de EE.UU. incluía dentro de sus objetivos los restos del Imperio Colonial español.
El Imperio Colonial Ultramarino Español
Los restos coloniales de España consistían en Cuba, Puerto Rico, las islas Filipinas y un conjunto de islotes y pequeños archipiélagos. En la segunda mitad del siglo XIX, comenzó un proceso de separación de estos territorios de la metrópoli. Cuba y Puerto Rico presentaban unos rasgos coloniales muy peculiares: ambas islas tenían una vida económica basada en la agricultura de exportación, con el azúcar de caña y el tabaco como principales productos. Aportaban a la economía española un flujo continuo de beneficios. Constituían un mercado cautivo, obligados a comprar harinas catalanas carísimas, y no se les permitía exportar azúcar al resto de Europa a partir de 1870. En las Filipinas, la población española era escasa y los capitales invertidos no eran importantes. La soberanía había sido mantenida por la fuerza militar y por la presencia de órdenes religiosas.
La Pérdida de Puerto Rico
Desde la segunda mitad del siglo XIX, se produjeron levantamientos independentistas. En 1868, nacieron guerrillas lideradas por Ramón Emeterio Betances e influenciadas por José Martí. En 1868, se inició el llamado Grito de Lares. La sublevación fue sofocada, pero la persistente resistencia obligó a España a abolir la esclavitud en 1873. Finalmente, en 1897, se concedió la autonomía. En 1898, el ejército estadounidense ocupó militarmente la isla y disolvió el gobierno autonómico.
La Guerra de los Diez Años (1868-1878)
En 1868, comenzaron en Cuba los movimientos autonomistas, cuando se produjo la sublevación conocida como el Grito de Yara, dirigida por Carlos Manuel de Céspedes. Este evento dio comienzo a la lucha por la abolición de la esclavitud en las plantaciones e ingenios azucareros y por la autonomía política. Asimismo, el proyecto de EE.UU. sobre el Caribe implicaba el desplazamiento de España como potencia de segundo orden. Esta guerra fue liderada por Céspedes, Máximo Gómez y Antonio Maceo, y contaba con el apoyo popular al proponer el fin de la esclavitud, localizándose el foco más importante al este de la isla.
En 1869, Céspedes fue elegido presidente de la República de Cuba en Armas y los esclavos fueron liberados en el territorio rebelde. Durante la monarquía de Amadeo I de Saboya, se produjo una lucha ideológica sobre el tema de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico, dando lugar a una división entre abolicionistas y antiabolicionistas. El gobierno de Amadeo I intentó abolir la esclavitud y realizar reformas políticas, pero los sectores económicos con intereses en Cuba frustraron el intento de solución pacífica. Las divisiones internas del ejército libertador permitieron el triunfo español en la Guerra de los Diez Años, cuando Arsenio Martínez Campos logró la pacificación. Finalmente, se firmó la Paz de Zanjón en febrero de 1878, ya durante el reinado de Alfonso XII, por la que Martínez Campos concedió a los cubanos algunas formas de autogobierno. Así surgió el Partido Liberal Cubano, que representaba a la burguesía criolla. Frente a él, otro sector concentraba a los latifundistas azucareros que se oponían a todo tipo de reformas. En Puerto Rico pasó algo similar, y uno de los resultados de este periodo fue la abolición formal de la esclavitud en 1873.
En la década siguiente, se frustraron las aspiraciones autonomistas por la reacción de la oligarquía azucarera, agrupada en la Liga Nacional. El proyecto de autonomía presentado por Antonio Maura en 1893 llegó tarde y fue rechazado por el Parlamento Español.
La Guerra Chiquita (1879-1880)
El proceso revolucionario cubano no acabó aquí. Un sector minoritario, encabezado por Antonio Maceo, continuó la lucha, dando lugar a la Guerra Chiquita entre 1879 y 1880, lo que provocó el exilio de Maceo de Cuba.
La Guerra de Cuba y Filipinas (1895-1898)
La Guerra de los Diez Años había arruinado la agricultura y las fortunas criollas y españolas. Entonces, EE.UU. aprovechó su oportunidad y empezó a invertir en las plantaciones para su comercialización. Ante el temor de un nuevo colonialismo, surgieron nuevos grupos liderados por José Martí, quien en 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano y preparó el inicio de la guerra de independencia. Durante el gobierno de Sagasta entre 1886 y 1890, se abolió la esclavitud en la isla, pero las Cortes rechazaron ampliar su autonomía.
España mantuvo fuertes aranceles a Cuba para impedir la llegada de productos norteamericanos a la isla. Por ese motivo, el presidente McKinley amenazó con cerrar las puertas del mercado estadounidense al azúcar y tabaco cubano. José Martí y su partido organizaron la oposición al dominio español y norteamericano en Cuba. En 1895, estalló en Cuba el Grito de Baire el 24 de febrero. La insurrección comenzó en el este de la isla con Antonio Maceo y Máximo Gómez, quienes extendieron la guerra hacia el oeste. Cánovas envió un ejército al mando de Arsenio Martínez Campos, ya que era considerado el más adecuado. Debido a su poco éxito, Martínez Campos fue sustituido por Valeriano Weyler, quien intentó derrotar a las guerrillas y creó los primeros campos de concentración (conocidos como ‘reconcentración’). Sin embargo, la dificultad de proveer al ejército y a los ciudadanos produjo una elevada mortalidad entre la población. Además, se destruyeron plantaciones y numerosas vías férreas, quedando la economía cubana resentida. Tras el asesinato de Cánovas en agosto de 1897, fue sustituido por Sagasta, quien probó la estrategia de conciliación.
Sagasta quitó a Weyler del mando y puso a Ramón Blanco. Concedió a Cuba la autonomía en noviembre de 1897, incluyendo sufragio universal, igualdad de derechos, autonomía arancelaria y la promesa de una constitución cubana en la que un gobernador tendría el papel de un rey. Pero la debilidad española animó a EE.UU. a intervenir en la guerra. En 1898, envió el acorazado USS Maine a la bahía de La Habana con la excusa de proteger sus intereses. El 15 de febrero de 1898, el acorazado explotó y murieron 260 hombres (pocos oficiales, que estaban en tierra). Aunque la causa exacta de la explosión es aún debatida, la prensa estadounidense culpó inmediatamente a España. Dos meses después, el 18 de abril de 1898, el Congreso y el Senado estadounidense declararon la guerra a España en Cuba y Filipinas, con el pretexto de que ambas debían ser independientes.
La Guerra Hispano-Estadounidense tuvo dos frentes principales: Cuba y Filipinas. En mayo de 1898, España envió una flota para defender Cuba y Puerto Rico al mando del almirante Pascual Cervera, pero fue destruida en la bahía de Santiago de Cuba por barcos estadounidenses blindados y con cañones de mayor alcance. Las tropas estadounidenses desembarcaron en Cuba y la ocuparon fácilmente. Sin embargo, EE.UU. no reconoció su independencia inmediata.
A la vez, se produjo en Filipinas otra insurrección entre 1896 y 1897. Aquí, la presencia española era menor y se limitaba a unas órdenes religiosas, a la explotación de recursos naturales y a su función como punto comercial con China. El levantamiento fue también reprimido; su principal dirigente, José Rizal, acabó ejecutado, mientras que los insurrectos capitularon al poco tiempo. En 1897, el general filipino Emilio Aguinaldo reanudó la lucha y, al año siguiente, aprovechó la guerra entre España y EE.UU. para ocupar el territorio (excepto Manila), destruyendo la escuadra española en Cavite en abril de 1898.
Consecuencias del 98
La derrota de 1898 sumió a la sociedad y la clase política española en un estado de desencanto y frustración. Para quienes la vivieron, significó la destrucción del mito del imperio español. Además, la prensa extranjera presentó a España como una nación moribunda, con un ejército ineficaz, un sistema político corrupto y unos políticos incompetentes, cuajando esa visión en parte de la opinión pública española.
Repercusiones Económicas y Políticas
A pesar del desastre y su significado simbólico, las repercusiones fueron menores de lo que se esperaba. No hubo una gran crisis política ni la quiebra del Estado, y el sistema de la Restauración sobrevivió al desastre, consiguiendo la supremacía del turno dinástico. Los viejos políticos conservadores y liberales se adaptaron a los nuevos tiempos. Tampoco hubo una crisis económica significativa a pesar de la pérdida de mercados coloniales protegidos y de la deuda causada por la guerra. Así, la estabilidad política y económica dejó ver que fue más una crisis moral e ideológica que causó un impacto psicológico en la población. Por otro lado, los movimientos nacionalistas se expandieron y la burguesía industrial tomó conciencia de la incapacidad de los partidos dinásticos para desarrollar una política renovadora y orientó su apoyo a las formaciones nacionalistas.
El Regeneracionismo
La crisis colonial favoreció la aparición de movimientos que criticaron el sistema de la Restauración y propugnaron la necesidad de una regeneración y modernización de la política española. Tras el 98, surgieron una serie de movimientos regeneracionistas que contaron con el respaldo de clases medias, con ejemplos del pensamiento de Joaquín Costa, quien propugnaba la necesidad de dejar atrás los mitos del pasado glorioso, modernizar la economía y la sociedad, y alfabetizar la población. También defendía la necesidad de organizar a los sectores productivos de la vida española. Además, el desastre dio cohesión a la Generación del 98, que se caracterizó por su profundo pesimismo, su crítica frente al retraso respecto a Europa y el papel de