El laboreo del hierro en nuestro entorno hunde sus raíces en la llegada de los pueblos celtas a la Península en la antigüedad. Ya los romanos hacen referencia a la existencia de hierro en este entorno. El desarrollo posterior de las ferrerías no hizo más que mostrar la importancia que tuvo este laboreo en la economía y diversificación social del País Vasco. Si este hecho es aplicable a todo el País Vasco, adquiere singular importancia en Bizkaia, donde la abundancia y calidad del mineral de hierro fue el núcleo de la moderna industrialización.
Orígenes
La génesis de la industrialización del País Vasco estuvo, por tanto, centrada en Bizkaia y en el monopolio del hierro. A su abundancia y calidad, dos elementos lanzaron el mineral a ámbitos extranjeros: la facilidad de extracción y la proximidad al mar.
La primera siderurgia moderna se instaló en 1840. A partir de esta fecha, varias más acompañaron esta industrialización que, por motivos prácticos, comenzó a centrarse en el eje Barakaldo-Sestao. Así, en 1854, los Ybarra Hermanos y Cía levantaron en el Desierto la «Fábrica de Hierro de Nuestra Señora del Carmen», en tanto que la familia Chávarri, con Víctor Chávarri al frente, creó la «Vizcaya» en Sestao.
Ambas fueron las bases del intenso desarrollo industrial de Bizkaia. Sin embargo, dos situaciones ralentizaron este desarrollo: el estallido de la tercera guerra carlista y las leyes forales. Superadas ambas circunstancias, se inició un período de gran expansión protagonizado por una burguesía de nuevo cuño, la repatriación de capitales provenientes de Cuba y Filipinas y las inversiones extranjeras. En estas circunstancias se fundaron compañías extranjeras y vascas cuya finalidad era la exportación de mineral. De hecho, entre 1880 y 1900 se exportó el 90 % del mineral, especialmente a Inglaterra. Para el traslado del mineral a las nuevas industrias levantadas en la ría, como para la exportación, se instalaron o reactivaron no menos de cinco ferrocarriles mineros. Los beneficios de este comercio se reinvirtieron en generar una siderurgia propia, aunque no se abandonó la exportación. Junto a esta industria de base se instalaron otras metalúrgicas y navieras, favorecidas, por otra parte, por el desarrollo de la banca y el establecimiento de la Bolsa. La escasez de carbón mineral se palió con la construcción del ferrocarril de La Robla y una amplia flota que hizo lo mismo desde Asturias.
Es entonces, a partir de 1887, cuando surgieron varias voces que solicitaron al Gobierno un cambio de la política productiva, viendo la necesidad de proteger la naciente industria siderúrgica de la competencia extranjera. Así lograron las Leyes Arancelarias de 1891 y 1896.
Consolidación
El período comprendido entre 1898 y 1901 fue de crecimiento. En 1902 se fundó Altos Hornos de Vizcaya. Se consolidó, por otra parte, el sector naviero, se creó la Babcock & Wilcox y aparecieron compañías de seguros y reaseguros. El papel vasco en el mercado interior español se reforzó merced a nuevas leyes proteccionistas que eliminaron la competencia extranjera. La pequeña crisis de comienzos de 1910 se solventó con el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, años en los que, a pesar de la neutralidad de España, se aprovechó para vender mineral a ambas partes contendientes.
Finalizado el período de la guerra, y sus grandes beneficios, llegó una segunda crisis que fue solventada por la aplicación a la siderurgia del «Convertidor Bessemer», más barato que el Alto Horno pero con un problema: precisaba de mineral no fosfórico, cuya existencia se limitaba a Suecia y la zona minera de Bizkaia. La facilidad de extracción y proximidad al mar de esta zona motivó que los países europeos redoblaran sus inversiones en la margen izquierda del bajo Nervión. Fue el momento cumbre de la extracción de mineral y de la producción de acero.
De esta forma, no solo salieron adelante las empresas ya existentes, sino que se levantaron empresas auxiliares metalúrgicas, cementeras y de infraestructuras para la explotación minera, como cargaderos, embarcaderos, tranvías aéreos, cadenas flotantes… Todo ello precisó de abundante capital, que llegó no solo de las reinversiones gananciales, sino también de burgueses catalanes y empresas extranjeras.
Consecuencias sociales
Crecimiento de la población
Todo este proceso industrial precisó, por otra parte, de una ingente mano de obra. Llegó, a partir de 1877, a decenas de miles desde las provincias limítrofes, de modo que se pasó de 400.000 habitantes en 1877 a más de 600.000 en 1900, lo que supuso un incremento del 34 % frente al 9 % del resto del país. Bizkaia fue el territorio que más creció. A finales del siglo, casi 1 de cada 3 vascos vivía en la ría de Bilbao, que se estaba convirtiendo en la zona económica y demográfica más dinámica del País Vasco y de España, y en un área metropolitana de gran influencia en todo el territorio peninsular.
Este crecimiento poblacional se dio gracias a una fortísima inmigración. Los municipios de San Salvador del Valle, Abanto y Ciérvana, Barakaldo, Sestao y Bilbao aportaron el 87 % de este crecimiento, la mayoría procedente de la emigración. A finales de siglo, los inmigrantes, que representaban el 75 % de la población activa, supusieron también la base humana para el surgimiento de nuevas ciudades en la Ría. En localidades como Barakaldo y Portugalete, la población activa inmigrante era mayoritaria. Estas tasas contrastan con las de Gipuzkoa y Álava. En Álava hubo incluso un cierto estancamiento de la población. Habría que esperar a principios del siglo XX para que Gipuzkoa se convirtiera en una provincia receptora de población.
Problemas derivados del crecimiento
La inmigración provocó una serie de problemas que deben considerarse desde un triple punto de vista: para el lugar de salida, para el lugar de llegada y, por último, para las propias personas.
Consolidación de dos clases sociales
Cabe hacer referencia a la consolidación de dos clases sociales antagónicas: los obreros y los burgueses. Los primeros, provenientes de una sociedad agraria tradicional, se asentaron en la zona minera, la margen izquierda y los barrios de la periferia bilbaína. Su situación era muy dura.
La infame vivienda o casa de peones, la comida, la obligatoriedad de comprar en las cantinas, los salarios, la higiene de las viviendas obreras y la falta de seguridad en el trabajo centraron sus reivindicaciones.
Los segundos (los burgueses) se asentaron en los ensanches de San Sebastián (Donosti) (el ensanche de San Sebastián fue el primero en el País Vasco tras demolerse en 1862 las murallas; primó el modelo de ciudad de carácter terciario, en la que el turismo estaba llamado a desempeñar un papel muy importante), Bilbao (en 1861, Isabel II concedió a la villa de Bilbao la posibilidad de aumentar su término municipal a costa de Abando y Begoña —las anteiglesias más próximas—. El proyecto no solucionó el problema de la vivienda obrera, ya que se concibió exclusivamente para la burguesía. Su construcción fue muy lenta y para 1895 solo se había construido una cuarta parte del ensanche) y, en general, en la margen derecha del Nervión. La alta burguesía, siempre en búsqueda de privacidad, se asentó en la zona de Las Arenas, reservándose la oligarquía el exclusivo barrio de Neguri.
Aparición del Movimiento Obrero y del Nacionalismo
Como resultado de esta situación, aparecieron en el entorno de Bilbao y la margen izquierda dos novedades políticas: el Movimiento Obrero y el Nacionalismo.
El primero, con el objetivo de reivindicar mejoras en la vida de los trabajadores, estuvo liderado por el Socialismo y, posteriormente, por el Comunismo. El Anarquismo no tuvo demasiada implantación. Existieron también, aunque sin matiz político, organizaciones relacionadas con la Iglesia Católica, destacando entre ellas la Sociedad de San Vicente de Paúl.
El segundo nació relacionado con dos realidades ampliamente vividas en Bilbao: la pérdida de los Fueros y la llegada de inmigrantes. Sabino Arana dio una vuelta de tuerca a ambos movimientos afirmando, en un primer momento, que la solución al problema no estaba ni en uno ni en otro, sino en la «independencia de Bizkaia».