La Romanización de Hispania: Conquista, Sociedad y Legado en la Península Ibérica

El Origen de la Hispania Romana: La Conquista

La presencia romana en la Península Ibérica está intrínsecamente ligada al conflicto con Cartago durante la Segunda Guerra Púnica (siglo III a.C.). Aníbal, el general cartaginés, hizo de la península la plataforma de sus ejércitos y la base de su espectacular, pero finalmente fallida, marcha sobre Italia por los Alpes, que llegó a amenazar a la propia Roma. La respuesta romana fue el envío de tropas contra las bases peninsulares del poder cartaginés. La guerra finalizó con la victoria de Roma, y la intervención militar derivó en una conquista.

Esta no fue fácil, ya que la ocupación tropezó con la resistencia generalizada de los lusitanos, bajo el mando de Viriato, y de los celtíberos. Uno de los episodios más violentos fue la destrucción de Numancia tras un asedio de ocho meses. La conquista concluyó con la pacificación del noroeste peninsular por el emperador Augusto en el 16 a.C., tras una guerra contra los cántabros y astures.

La conquista derivó en la romanización del territorio, ahora denominado Hispania. Este es el proceso de integración de los pueblos peninsulares en el sistema romano, que conllevó la adopción del idioma, las estructuras político-administrativas y sociales, la cultura y la religión de los conquistadores. No fue un proceso ni rápido, ni sencillo, ni uniforme, siendo las zonas más romanizadas el Levante, el valle del Ebro y Andalucía.

Desarrollo de la Romanización

La administración de Hispania

Administración provincial

Durante la conquista de Hispania en el siglo II a.C., los romanos crearon dos provincias: la Ulterior (con capital en Corduba) y la Citerior (con capital en Tarraco), a las que se fueron agregando las tierras conquistadas. Finalizada la conquista con Augusto (siglo I a.C.), las provincias hispanas pasaron a ser tres: Baetica, Tarraconensis y Lusitania (nueva provincia, con capital en Emérita Augusta).

En el Bajo Imperio hubo nuevas modificaciones: el emperador Caracalla creó una nueva provincia, la Gallaecia (capital Bracara Augusta). En el siglo III d.C., Diocleciano introdujo varias reformas: creó la diócesis Hispaniarum, administrada por un vicarius nombrado por el emperador, que tenía bajo su mando a los gobernadores provinciales. Dicha diócesis fue dividida en cinco provincias peninsulares, las cuatro ya existentes más otra nueva: la Carthaginensis (capital Cartago Nova), y una provincia situada en el Norte de África: Mauritania Tingitana. A finales del siglo IV fue creada la provincia Balearica.

Existían dos tipos de provincias: las senatoriales, pacificadas y sin ejército, que dependían directamente del Senado (como la Baetica), gobernadas por un pretor, cónsul o procónsul; y las imperiales, que mantenían un ejército de legionarios y dependían directamente del emperador, quien nombraba a un legado para su gobierno (como la Tarraconensis).

Administración local

A su vez, las provincias se dividían en conventos jurídicos, que eran circunscripciones territoriales con una función judicial. En el ámbito local, se establecía una distinción entre:

  • Ciudades romanas, que podían ser de dos clases: colonias (creadas por decisión del Senado y con plenos derechos de ciudadanía romana) y municipios (ciudades a las que se les había otorgado el derecho latino, escalón previo a la ciudadanía romana).
  • Ciudades indígenas o civitates, que no tenían derechos especiales y se dividían en tres grupos en función de su resistencia ante la conquista: federadas o aliadas, libres y estipendiarias (estas últimas pagaban un estipendio al haber sido rendidas a la fuerza).

Todas ellas estaban reguladas por las leyes, el derecho y las ordenanzas municipales romanas, y regidas por un Consejo o Curia integrada por los decuriones y unos magistrados (duunviros, ediles, cuestores).

Las bases y los medios de la romanización

Bases del proceso

El proceso de la romanización se fundamenta en tres aspectos esenciales:

  • El latín, como lengua única, que se impone a todos los habitantes.
  • El derecho romano. Inicialmente, solo una minoría eran ciudadanos romanos, es decir, tenían todos los derechos públicos y privados. En el siglo I d.C., el emperador Vespasiano concedió el derecho latino a todas las provincias, y en el año 212, el emperador Caracalla extendió la ciudadanía romana a todos los habitantes libres.
  • La religión, politeísta, que actuó como elemento unificador porque adoptó creencias y costumbres de los pueblos conquistados, asumiéndolas como propias. A esto se le añadió el culto al emperador, que legitimaba el poder político (siglo I a.C.), y la posterior expansión y consolidación del cristianismo. Constantino promulgó en el 313 el Edicto de Milán, por el que decretó la libertad religiosa en el Imperio, y Teodosio promulgó en el 380 el Edicto de Tesalónica, por el que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano.

Medios de difusión

Los medios por los que la romanización penetró en la Península fueron:

  • El ejército. Llevó la lengua, creencias y costumbres de Roma a los lugares más apartados; incluso sus campamentos dieron lugar a ciudades. La participación de los indígenas en el ejército romano como tropas auxiliares aceleró su romanización. Una vez terminado el servicio militar, se asentaban en tierras entregadas por Roma, llevando consigo su civilización.
  • Las ciudades. Cohesionaron y romanizaron el territorio, ya que eran centros político-administrativos. Las nuevas ciudades se configuraron según el modelo urbanístico romano: de planta ortogonal, se orientaban por dos grandes ejes perpendiculares: el cardo (eje norte-sur) y el decumano (eje este-oeste). El foro era el centro de la vida ciudadana y en torno a él se construían los principales edificios públicos: la basílica, los templos, etc. En el siglo I a.C., el Estado romano fundó ciudades (colonias) para que se establecieran colonos o soldados romanos licenciados, por ejemplo: Caesaraugusta y Emérita Augusta. Algunos campamentos militares se convirtieron en ciudades, como el de la Legio Septima Gemina (León).
  • Una excelente red de calzadas que comunicaban las ciudades. Las más importantes eran la Vía Augusta, que desde Andalucía recorría el levante peninsular hasta llegar a Roma; la Vía de la Plata, que unía Emérita Augusta con Asturica Augusta; y la Vía Transversal, que unía Emérita Augusta con Caesaraugusta. Por ellas se movía la economía, pero también la ideología y las directrices emanadas desde Roma.

La sociedad hispanorromana

Se introdujeron los modelos romanos: la familia patriarcal y la propiedad privada. La población se dividía en:

  • Libres. Podían ser de dos tipos:
    • Ciudadanos: venidos de Roma o que habían adquirido la ciudadanía. Se distinguían los grupos privilegiados (organizados en órdenes senatorial, ecuestre y decurional, con diferencias patrimoniales y de acceso a magistraturas) y la plebe, con derechos civiles (propiedad, matrimonio, herencia), que era numerosa y de muy diferente nivel de riqueza.
    • No ciudadanos: en este grupo se encontraban los extranjeros.
  • Esclavos. Constituían el escalón más bajo de la sociedad. Carentes de libertad, trabajaban para sus dueños. Se obtenían por las guerras o por deudas y no tenían derechos ni podían acceder a la propiedad.
  • Libertos. Eran esclavos a los que su dueño había concedido la libertad (manumissio).

La economía en Hispania

Hispania se integró en el sistema económico romano, actuando como una colonia exportadora de materias primas y productos semielaborados e importadora de mercancías de lujo. La agricultura desarrolló la trilogía mediterránea (cereales, vid y olivo). Los repartos de tierras a los veteranos del ejército y los latifundios de las clases altas (villae), unidos a la corriente exportadora de excedentes agrícolas, impulsaron estas actividades. La minería era primordial y se centró en la extracción de metales preciosos: oro, plata, cobre, estaño, plomo (Cartagena) y mercurio. Las minas eran monopolio del Estado, que delegaba su explotación, siendo muy abundante la mano de obra esclava. El uso del denario de plata favoreció el comercio y la integración económica.

Conclusión: El Legado Romano

A comienzos del siglo III, el Imperio Romano entró en un periodo de dificultades políticas, económicas y sociales que desembocaron en una crisis del sistema imperial, llevándolo a su desaparición en el siglo V. La llegada de los suevos, vándalos y alanos a la Península Ibérica significó el fin de la Hispania romana.

El alto grado de romanización de la Península queda demostrado por:

  • La implantación del latín y el derecho romano. Aunque el índice de alfabetización apenas alcanzaría el 5% de la población, del latín derivan las lenguas romances, como el español y el catalán. El derecho romano, transmitido en latín, ayudó a homogeneizar todo el imperio y es la base del derecho actual.
  • El origen hispano de personas ilustres: los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio; el filósofo Séneca; los poetas Lucano y Marcial; el geógrafo Mela y el agrónomo Columela.
  • La cantidad de restos monumentales que se conservan: acueductos (Segovia), murallas (Lugo), puentes (Alcántara), teatros (Mérida y Cartagena), anfiteatros (Itálica) y arcos de triunfo (Bará).

Pero la más valiosa aportación del mundo romano al futuro peninsular fue que la dotó de su primera identidad en la historia. Aunque fuera una identidad romana, nació la conciencia de pertenecer a un orden común que se sobrepondría a los cambios históricos cuando la unidad imperial desapareciera y afloraran nuevas tensiones centrífugas.