Nietzsche y la Destrucción de la Metafísica: El Devenir como Única Realidad

I. La Crítica Nietzscheana a la Metafísica Occidental

Este fragmento se basa en la obra El ocaso de los ídolos (1889), escrita por Friedrich Nietzsche en el año en que sus problemas mentales lo llevarían a distintas casas de reposo y al abandono definitivo de su actividad intelectual. Perteneciente al capítulo «La razón en la filosofía», Nietzsche realiza una crítica radical a todos aquellos pensadores que, a lo largo de la historia, despreciaron el devenir y se inventaron el concepto del «Ser» por no soportar la realidad del cambio, la vejez o la muerte.

Las «Momias Conceptuales» y la Ficción del Ser

Nietzsche acusa a estos filósofos de haber defendido momias conceptuales, es decir, conceptos vacíos de contenido vital. Los grandes conceptos de la metafísica occidental no son más que meras ficciones creadas por la incapacidad de aceptar una verdad evidente: el único mundo existente es el que captamos con los sentidos, y este es cambiante, está en continuo devenir.

Entre los conceptos metafísicos criticados se encuentran:

  • Ser
  • Idea
  • Substancia
  • Yo
  • Noúmeno

Recorrido Histórico del Error Metafísico

Nietzsche identifica una línea de error que se extiende a lo largo de la historia de la filosofía:

  1. Parménides: Fue el primero en cometer este error al establecer la máxima: «lo que es no deviene; lo que deviene no es».
  2. Platón: Ahondó en el error al defender la existencia de las Ideas, arquetipos inmutables, perfectos y eternos, situados en el mundo inteligible, frente a la ficción del mundo sensible y al engaño de nuestros sentidos.
  3. Aristóteles: Aunque negó el dualismo ontológico platónico, volvió a equivocarse al defender la existencia de la substancia, basándose en la percepción de los accidentes y en la necesidad de estos de sustentarse en la primera.
  4. Descartes (Época Moderna): Reincide en el mismo error al defender la primacía e independencia de la substancia pensante (yo, alma, conciencia) frente a la substancia extensa (el cuerpo).
  5. Kant: Finalmente, al establecer la distinción entre el noúmeno (o «cosa en sí») y el fenómeno, vuelve a reincidir en la misma falacia.

Conclusión del Error

Para Nietzsche, el gran error ha consistido en no aceptar que el mundo es puro devenir y que la vida es finita. El ser humano, en lugar de aceptar esta evidencia, ha buscado distintas vías de escape (religiosas, filosóficas y científicas) para no enfrentarse a esta terrible verdad: estamos solos en el mundo y somos dueños de nuestro destino.

II. De Heráclito al Sensismo: La Fiabilidad de los Sentidos

En este segundo apartado, Nietzsche establece una diferencia crucial entre Heráclito y el resto de los filósofos racionalistas, aunque, a pesar de reconocerle a Heráclito mayor mérito, continúa optando por una postura sensitiva semejante a la del antiguo escepticismo.

Heráclito y la Valoración del Cambio

Heráclito, al igual que Parménides, planteaba una diferencia entre apariencia y realidad, adjudicando la primera a los sentidos y la segunda a la razón. Sin embargo, a diferencia de Parménides y los eleatas, quienes consideraban que los sentidos engañaban al mostrar cambios contradictorios con la razón, Heráclito consideraba que los sentidos nos engañan porque nos hacen creer en la permanencia de los objetos, cuando en realidad estos están continuamente cambiando.

Nietzsche valora este punto de vista como una aceptación del devenir que no está presente en ningún otro filósofo racionalista. (No hay que olvidar que el giro histórico, esto es, la valoración del cambio como un elemento clave de la realidad, llevado a cabo sobre todo por el idealismo de Hegel, se basaba en parte en la recuperación de la filosofía de Heráclito, a la que se había prestado muy poca atención desde la antigüedad).

Nietzsche y la Negación de la Diferencia Apariencia-Realidad

A pesar del homenaje que le rinde a Heráclito, Nietzsche difiere de él, ya que no admite que exista diferencia alguna entre apariencia y realidad. En su opinión, los sentidos son completamente fiables, porque nos muestran el cambio, el devenir, y eso es precisamente la realidad.

Nietzsche adopta aquí una línea de argumentación que ya se encontraba en algunos escépticos antiguos como Sexto Empírico, y que sería reutilizada por sensistas modernos como Gassendi:

Los sentidos nos aportan los fenómenos, las apariencias, y en ese sentido son fidedignos porque nos muestran la realidad tal y como esta aparece ante el sujeto. El problema surge cuando el sujeto intenta aplicar conceptos a esos fenómenos, intentando clasificarlos y fijarlos. En este punto entra en juego la razón, y es aquí donde nos equivocamos.

El Error de la Razón en la Conceptualización

Sexto Empírico, por ejemplo, señalaba que la miel nos parece dulce, y este parecer dulce que depende únicamente de los sentidos es real. Pero a continuación, nuestra razón intenta explicar por qué la miel parece dulce y llega a la conclusión de que debe existir una característica en la esencia de la miel que es el «dulzor». Es la razón la que tergiversa la información recibida por los sentidos.

Nietzsche sigue este mismo razonamiento: cuando los sentidos nos muestran las apariencias, nos dan la realidad tal como esta se nos muestra. Pero a continuación, tendemos a concebir esa realidad en términos de entidades fijas que tienen determinadas propiedades, y entonces es cuando creamos los conceptos fijistas (como cosa, substancia, unidad…) que distorsionan la auténtica realidad, que es simplemente un fenómeno que ocurre ante mí en un momento dado, y que como tal es irrepetible.

La Apariencia como Única Realidad

La conclusión de Nietzsche es clara: la «apariencia» es la única realidad. Cuando comparamos la «apariencia» con algo «real», con un «mundo verdadero», lo que estamos haciendo es crear una ficción dependiente de nuestros conceptos. Pero esa «realidad» es mucho menos segura que los datos de los sentidos, porque depende de la razón, y esta yerra más fácilmente que los sentidos (postura defendida por cualquier sensista).

Por eso, Nietzsche pone el término «aparente» entre comillas, para referirse a lo que los filósofos idealistas denominan «aparente» (lo mismo que ocurre con «mundo verdadero»). Nietzsche, en realidad, no acepta la validez del término: el término «aparente» solo tiene sentido si admitimos la existencia de un mundo real, o sea, no aparente. Como Nietzsche considera que dicho mundo real, distinto de los fenómenos, no existe, el término «aparente» simplemente carece de significado y deberíamos dejar de utilizarlo.