La Revolución Liberal en el Reinado de Isabel II
1. María Cristina y Espartero: Los Inicios del Liberalismo
En 1833, tras la muerte de Fernando VII, su esposa María Cristina asumió la regencia, dado que Isabel era menor de edad. Sin embargo, el hermano del difunto rey, Carlos, y sus partidarios, absolutistas intransigentes, no aceptaron esta sucesión, alzándose en armas contra ella y obligando a la regente a buscar apoyo en los sectores liberales. Así comenzó la Primera Guerra Carlista, que culminaría en 1840 con el Convenio de Vergara entre Rafael Maroto y Baldomero Espartero.
Tras la muerte de Fernando VII, las reformas constitucionales se reactivaron mediante dos importantes instrumentos: el Estatuto Real de 1834 y la Constitución de 1837. El Estatuto Real establecía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, si bien el monarca conservaba una mayor iniciativa y poder. La nueva Constitución de 1837 era, en contraste, más progresista, al incorporar una amplia declaración de derechos y el principio de soberanía nacional, además de equilibrar el poder de la Corona respecto de las Cortes.
En esta época, cabe destacar la recurrencia de los pronunciamientos militares, que, apoyados por los partidos políticos, se convirtieron en el principal motor de los cambios políticos.
La aprobación en 1840 de la Ley de Ayuntamientos, que permitía a los ciudadanos elegir a sus alcaldes, provocó un movimiento insurreccional que obligó a la regente a apoyarse nuevamente en Espartero. Este disolvió las Cortes y anuló la ley, lo que llevó a la dimisión de la regente y a la asunción del gobierno por parte del general. Durante su regencia, Espartero continuó con las reformas constitucionales y desarrolló importantes medidas desamortizadoras. Aun así, los constantes intentos de levantamientos militares hicieron que su gobierno fuera extremadamente inestable. Tras el intento de levantamiento de O’Donnell en 1842, y especialmente las revueltas en Barcelona (castigadas con el bombardeo de la ciudad), se produjo el estallido final. Un grupo de antiesparteristas apoyó a Narváez para que accediera al poder. Las Cortes, para evitar una nueva regencia, adelantaron la mayoría de edad de Isabel II, quien fue coronada a los trece años.
2. La Primera Década Moderada (1843-1854)
El Partido Moderado, con el apoyo de la alta burguesía, gobernó durante diez años. Eliminó la Constitución de 1837 y promulgó la Constitución de 1845, que otorgaba mayor poder a la Corona en detrimento del Parlamento. El poder legislativo era bicameral, y sus miembros eran elegidos mediante sufragio censitario, lo que restringía el derecho al voto a una minoría privilegiada. Se estableció el catolicismo como religión oficial del Estado. Se reestructuró la Administración central mediante la Ley Municipal, que contrarrestaba la Ley de Ayuntamientos, y se estableció un Código Penal común en 1848.
Alejandro Mon realizó una reforma de Hacienda en 1845 con el objetivo de sanear la deuda pública. Aunque teóricamente buscaba una distribución equitativa de los impuestos, en la práctica, estos recayeron mayoritariamente sobre las clases populares, mientras que los grandes propietarios quedaron exentos o con cargas menores. En 1851, el Banco de San Fernando obtuvo el monopolio de la emisión de moneda, y se unificaron los pesos y medidas en todo el territorio nacional.
Se firmó un Concordato con la Iglesia en 1851, que le permitió recuperar algunos de sus privilegios y restablecer las relaciones con el Estado, deterioradas a raíz de la desamortización de 1836. Se creó en 1844 la Guardia Civil, con la función de mantener el orden en las zonas rurales, donde muchos propietarios aplicaban duras medidas sobre sus jornaleros.
Los moderados favorecieron los negocios financieros de miembros políticos y de la familia real, lo que propició un ambiente de corrupción. Esta situación propició que en 1854 un grupo de liberales impulsara un levantamiento militar con el objetivo de cambiar el rumbo político.
También tuvo lugar en esta época la Segunda Guerra Carlista (o Guerra dels Matiners), iniciada por los partidarios del hijo de Don Carlos, tras la negativa de Isabel II a aceptar su petición de mano. Los ejércitos carlistas fueron rápidamente sofocados por las fuerzas isabelinas. No obstante, algunos focos de resistencia carlista perduraron hasta 1860, especialmente en el País Vasco y Cataluña.
3. El Bienio Progresista (1854-1856)
En 1854, tuvo lugar «La Vicalvarada», un pronunciamiento militar liderado por Leopoldo O’Donnell en Vicálvaro (Madrid). Este levantamiento no pretendía destronar a Isabel II, sino forzar a la reina a readmitir las reformas progresistas, lo cual se articuló a través del Manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas del Castillo. A partir de este momento, se inició un período de dos años conocido como el Bienio Progresista, durante el cual se intentó, sin éxito, crear una nueva constitución. En este levantamiento participaron miembros de la Unión Liberal, así como sectores burgueses de diversas ciudades.
Isabel II encargó a Espartero la formación de gobierno, quien retomó sus medidas progresistas. Entre ellas destacaron la expulsión de los jesuitas por supuesta conspiración y la segunda desamortización (1855), que, si bien fue beneficiosa al permitir el cultivo de tierras improductivas, por otra parte, empeoró las condiciones de vida de los jornaleros. También cabe destacar en 1855 la promulgación de la Ley de Ferrocarriles, que impulsó el desarrollo del capitalismo en España.
Esta época coincidió con un período de bonanza económica, en parte gracias a la Guerra de Crimea, que permitió a España vender suministros a los países beligerantes a precios elevados.
4. La Segunda Década Moderada (1856-1868)
Las presiones de los moderados, la Corona y los eclesiásticos provocaron el fin del Bienio Progresista, dando paso a un nuevo período de gobierno moderado (1856-1868). En esta época, los gobiernos de Narváez y O’Donnell se sucedieron en el poder. Al comienzo, Narváez formó gobierno, lo que consolidó el predominio de los terratenientes, la Iglesia y los militares conservadores. Durante este período, se paralizó la desamortización, se concedieron nuevos privilegios a la Iglesia y se intensificaron las represalias en las zonas rurales, donde la Guardia Civil actuaba con mayor contundencia.
Uno de los aspectos más destacables del gobierno de Narváez fue la corrupción endémica en el sistema político. Entre sus manifestaciones, cabe resaltar la compra de votos, el pucherazo (manipulación electoral mediante la alteración de votos) y el sistema de caciques. También se intentó combatir el analfabetismo con la Ley de Instrucción Pública de 1857.
De 1858 a 1863, se produjo un período de prosperidad bajo el gobierno de O’Donnell. Cabe destacar el desarrollo económico impulsado por la explotación de las colonias, la expansión comercial y los beneficios derivados de la Guerra de Secesión en Estados Unidos. También resaltó la política exterior activa: se enviaron tropas a la Cochinchina en defensa de los misioneros; hubo expediciones en el norte de África, que culminaron en guerra con el sultán; se ocupó Santo Domingo, aunque posteriormente se perdió; y se envió un ejército a México, a cargo del general Prim, para tomar una ciudad portuaria.
Paralelamente a la política conservadora, empezaron a surgir nuevos movimientos liberales. Se creó el Partido Demócrata, fundado por Emilio Castelar y Ramón de Cala y Moya; y apareció el republicanismo. Además, surgieron los primeros movimientos obreros, que provocaron varios motines en Andalucía, como la Revueltas de Loja en 1861. Sin embargo, los moderados respondían duramente ante las demandas de libertad. Narváez volvió a gobernar en 1864, entregando el Ministerio de Gobernación a González Bravo. En este año, varios profesores republicanos fueron expulsados, lo que llevó a los estudiantes a crear un movimiento de protesta duramente reprimido (la Noche de San Daniel). Hubo un intento de levantamiento militar por parte de Prim, que fue castigado con el fusilamiento de varios sargentos. Así, la corte de Isabel II se iba desprestigiando y el malestar social aumentaba progresivamente.
En 1866, se acordó el destronamiento de la reina y la convocatoria de Cortes Constituyentes. En 1867, O’Donnell murió, lo que llevó a sus partidarios a unirse a este movimiento revolucionario, que culminaría en 1868.
5. La Revolución de 1868: El Fin de una Era
En los años anteriores a 1868, el malestar social y el desprestigio del gobierno de Isabel II eran crecientes. Tras el fracaso de la sublevación del cuartel de San Gil en 1866, se decidió la unión del mayor número de fuerzas militares y civiles posibles. De esta forma, el general Prim pactó en Ostende una alianza con el Partido Demócrata, que se había escindido del progresista para promover el cambio de régimen y convocar Cortes Constituyentes.
Cabe considerar como factor importante la crisis económica que se manifestó a partir de 1866. Fue una crisis de subsistencias, que trajo escasez de cereales, alza de precios, hambre y enfermedades, y que afectó también a la burguesía de los negocios.
La revolución se produjo, finalmente, en septiembre de 1868 al grito de «¡Viva España con honra!» y triunfó sin apenas derramamiento de sangre, formándose juntas revolucionarias en numerosos puntos del país. El ejército leal a la reina Isabel II, que se encontraba veraneando en San Sebastián, ante los acontecimientos, se exilió a Francia junto con la familia real.
Con la Revolución de 1868 se inició el Sexenio Democrático. Tras el triunfo de la revolución, Isabel II abandonó España y se estableció un Gobierno Provisional, encabezado por Serrano, que convocó elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal.