El Ascenso de los Totalitarismos en Europa: Fascismo y Nazismo (1918-1939)

Las Democracias y el Ascenso de los Totalitarismos (1918-1939)

El fin de la Primera Guerra Mundial (la Gran Guerra) dio lugar a una profunda inestabilidad en Europa, sentando las bases para el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Esta inestabilidad se manifestó a través de varios factores clave:

  • Tensiones persistentes entre las naciones vencedoras y vencidas.
  • Una severa crisis económica global.
  • La percepción de una “amenaza” bolchevique, inspirada por la Revolución Rusa.
  • La emergencia y consolidación de regímenes totalitarios, como el nazismo y el fascismo.

Europa: Democracias y el Auge de las Dictaduras

La crisis económica de la posguerra se agravó significativamente con el Crac de 1929, lo que provocó un aumento drástico del desempleo y una creciente inestabilidad social. Las clases dirigentes, temerosas de una posible revolución proletaria al estilo ruso, buscaron soluciones autoritarias. Así, durante las décadas de 1920 y 1930, se establecieron numerosos regímenes autoritarios en Europa.

Estos gobiernos dictatoriales, de corte conservador, encontraron su base de apoyo en terratenientes, militares y eclesiásticos, quienes exigían frenar la expansión de las ideas comunistas y socialistas. Las dictaduras se extendieron por gran parte de Europa oriental, central y mediterránea, abarcando desde Polonia hasta Portugal.

Mientras tanto, en países como Gran Bretaña, Francia, Suiza, Bélgica y Países Bajos, los regímenes democráticos lograron mantenerse gracias a las coaliciones de partidos liberales frente a las fuerzas más radicales. En los países nórdicos, la socialdemocracia fue clave para la estabilidad del sistema. Sin embargo, estas democracias observaron el ascenso de las dictaduras con una actitud pasiva, sin adoptar medidas significativas frente al expansionismo del fascismo italiano y del nazismo alemán.

La Doctrina Fascista: Pilares Ideológicos

La ideología fascista se caracterizó por una serie de principios fundamentales que la distinguían de otras corrientes políticas:

  • Antidemocrática, antisocialista y antiliberal: Rechazo frontal a los sistemas parlamentarios, las ideologías de izquierda y los principios de libertad individual.
  • Autoritarismo y control estatal: El Estado ejerce un control absoluto sobre toda forma de oposición y sobre la vida pública y privada.
  • Rechazo al sufragio y a las instituciones representativas: Negación de la igualdad entre los ciudadanos y, por ende, de la necesidad de representación popular.
  • Intervencionismo estatal: Control total del Estado en los ámbitos económico, social y privado.
  • Búsqueda de la autarquía económica: Aspiración a la autosuficiencia económica para reducir la dependencia exterior.
  • Exaltación del líder supremo: El jefe (conocido como Duce en Italia, Führer en Alemania, Caudillo en España) concentra todos los poderes del Estado y del partido único. Se le considera un hombre excepcional, un “superhombre”, a quien se debe obediencia ciega.
  • Fuerte aparato propagandístico y grandilocuencia: Uso masivo de la propaganda para moldear la opinión pública y glorificar el régimen.
  • Jerarquía social: Defensa de las diferencias sociales, donde cada individuo debe sentirse inmerso y satisfecho con su posición.
  • Organizaciones corporativistas: Imposición de un partido único, sindicatos verticales y organizaciones juveniles y femeninas controladas por el Estado, prohibiendo cualquier otra forma de asociación.
  • Exaltación de la raza: Creencia en la superioridad de una raza específica, a menudo acompañada de políticas discriminatorias.
  • Legitimación del uso de la fuerza: La violencia se considera un medio legítimo para alcanzar objetivos, tanto a nivel interno como en las relaciones internacionales. Se prioriza la acción sobre la razón.
  • Imperialismo y “espacio vital”: Una nación fuerte busca la formación de un imperio. Se defiende el principio del “espacio vital”, que otorga a un pueblo superior el derecho a conquistar territorios para su expansión, por encima del derecho internacional.

La Italia Fascista (1922-1939)

La Posguerra en Italia

El elevado coste de la vida, el desempleo y la inseguridad laboral promovieron huelgas y el surgimiento de objetivos revolucionarios. Se produjeron ocupaciones de fábricas en el norte de Italia y de grandes fincas por parte de los campesinos. La burguesía, alarmada ante la posibilidad de una revolución social, reclamó represión y medidas estrictas para controlar la situación.

La monarquía y el régimen constitucional se apoyaban en una coalición de centro, pero entre 1919 y 1922 se sucedieron cinco gobiernos muy inestables, atacados por el Partido Popular, el Partido Socialista y el Partido Comunista Italiano (PCI).

Los excombatientes italianos, seguidores de Gabriele d’Annunzio (conocidos como camisas negras), realizaron reclamaciones de carácter nacionalista y violento, denunciando la incapacidad del gobierno.

El Ascenso de Mussolini

En 1919, Benito Mussolini fundó los Fasci di Combattimento, una organización que aglutinó a excombatientes y presentó un programa populista y nacionalista. En 1921, los Fasci se transformaron en el Partido Nacional Fascista, que proponía combatir la amenaza del bolchevismo en Italia, crear un Estado fuerte y desarrollar una política expansionista. Inmediatamente, recibió el apoyo de la Confindustria y del Ejército.

Las Escuadras Fascistas perseguían a políticos, periódicos y pensadores de izquierda, mientras la administración los encubría. Lograron desarticular una huelga general en 1922, lo que les granjeó el apoyo de la clase media. Desafiaban constantemente al gobierno, acusándolo de incapacidad. En octubre de 1922, se produjo la famosa “Marcha sobre Roma”, donde los camisas negras ocuparon los principales edificios gubernamentales y de comunicación de la capital. Víctor Manuel III, presionado por militares profascistas, en lugar de decretar el estado de excepción, pidió a Mussolini que formara gobierno.

Mussolini no estableció una dictadura de inmediato, sino que fue eliminando progresivamente derechos y libertades. El creciente control de las calles, de los mecanismos de seguridad y las irregularidades en el proceso electoral les otorgaron la mayoría a los fascistas en las elecciones de 1924.

La Dictadura Fascista

En 1925, Mussolini fue nombrado jefe de Gobierno. El Estado y el Partido Fascista quedaron plenamente identificados. Legislaba mediante decretos y controlaba todo el poder ejecutivo. Prohibió todos los partidos y sindicatos, a excepción de los fascistas. En 1928, el Parlamento pasó a depender del Gran Consejo Fascista (órgano superior del partido), convirtiéndose en 1939 en un órgano exclusivamente consultivo denominado Cámara de los Fasci y las Corporaciones. La administración pública fue depurada de elementos no adictos al régimen. Se creó la OVRA (Organización para la Vigilancia y la Represión del Antifascismo) para perseguir y eliminar a los opositores.

Con los Pactos de Letrán (1929), el Papa Pío XI reconoció el Reino de Italia y a Roma como su capital. A cambio, el Estado italiano se comprometió a pagar una renta anual al Vaticano. El apoyo del Papado consolidó significativamente la posición del régimen.

En política exterior, se produjo una remilitarización y una expansión en la frontera con Yugoslavia, además de un notable expansionismo colonial (como la ocupación de Etiopía en 1935, y la influencia sobre Túnez y Albania).

La economía se caracterizó por un total intervencionismo estatal, proteccionismo y una marcada tendencia a la autarquía. El Estado asumió el control de sectores estratégicos (electricidad, siderurgia, construcción naval, química, etc.). Solo se autorizaban las importaciones indispensables, lo que, sin embargo, hizo que la industria perdiera competitividad. Los tres ejes básicos de la política económica fueron: las obras públicas, las “batallas” agrarias (para aumentar la producción) y la política natalista. A pesar de estos esfuerzos, el desempleo aumentó y el poder adquisitivo de los italianos disminuyó, mientras los dirigentes fascistas concentraban la mayor parte de la riqueza.

Todo ciudadano italiano debía pertenecer al Partido Fascista o a sus sindicatos. Se estableció una educación y una cultura de corte fascista y religiosa. La comunicación y la propaganda estaban bajo un control absoluto.

La conquista de Etiopía (1935-1936), que provocó sanciones por parte de la Sociedad de Naciones, impulsó a la Italia fascista a un acercamiento estratégico con el régimen nazi de Berlín.

La Alemania Nazi (1933-1939)

Contexto de la República de Weimar

El inicio del régimen republicano, la República de Weimar, se vio marcado por condiciones políticas y económicas extremadamente negativas. Asumió la derrota en la Primera Guerra Mundial y las duras condiciones impuestas por los vencedores. El sistema político democrático nació débil y fue constantemente atacado tanto por la extrema derecha (nacionalistas radicales) como por la extrema izquierda (espartaquistas). En 1923, Adolf Hitler intentó el fallido Putsch de Múnich.

Las deudas de guerra resultaban impagables, lo que llevó a la ocupación francesa del Ruhr. La crisis económica de la posguerra fue extremadamente dura. La repercusión del Crac de 1929, con la retirada masiva de capitales norteamericanos, hundió aún más la economía alemana. La producción descendió drásticamente y el desempleo se disparó. Los sucesivos gobiernos demócratas perdieron el apoyo popular y de la burguesía.

El Ascenso de Hitler y el Nazismo

En 1921, Hitler reorganizó el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), creando escuadrones paramilitares, las SA (Secciones de Asalto o camisas pardas), para la intervención violenta contra sus adversarios. Adoptó simbología fascista y manifestó una ideología nacional-revanchista y racista. Tras el Putsch, redactó “Mein Kampf” (Mi Lucha), obra en la que estableció su doctrina: antidemocracia, anticomunismo, antisemitismo, la necesidad de un líder fuerte para una nación fuerte, la superioridad de la raza aria, la creación de un Reich pangermánico y la exigencia del “espacio vital”. En 1925, creó las SS (Schutzstaffel), su guardia pretoriana personal.

La coyuntura económica posterior a 1929 y el creciente malestar social propiciaron el auge del radicalismo político. En las elecciones de 1932, los partidos de centro, temiendo una influencia bolchevique, pactaron con los nazis, y Adolf Hitler fue nombrado canciller de un gobierno de coalición. Los votos que llevaron a los nazis al poder procedían del desempleo masivo, el revanchismo bélico, el miedo al comunismo y la presión ejercida en las calles.

La Dictadura Nazi

En 1933, Hitler convocó nuevas elecciones generales. Una semana antes, se incendió el Reichstag (el parlamento alemán), y se culpó de inmediato a los comunistas. Por decreto, se prohibieron las reuniones políticas, y las SA se dedicaron a perseguir brutalmente a los políticos de distinto signo. Se suprimieron las libertades individuales. A pesar de no alcanzar la mayoría absoluta, Hitler presionó al Parlamento para que le concediesen poderes especiales durante cuatro años. En 1934, a la muerte de Hindenburg, Hitler asumió también la presidencia y se proclamó Reichsführer (Líder del Reich). Para consolidar su poder dentro del Partido Nazi, ordenó la “Noche de los Cuchillos Largos”, en la que fueron asesinados los disidentes de las SA.

El Partido Nacionalsocialista fue declarado partido único, y el Frente Alemán del Trabajo (Deutsche Arbeitsfront) se convirtió en el único sindicato. La administración pública y los tribunales de justicia fueron depurados, y toda la administración se centralizó. El Estado y el Partido quedaron identificados, únicos y centralizados, bajo la autoridad suprema del Führer. A su alrededor, figuras clave como Goering (en el ámbito económico), Goebbels (en propaganda) y Himmler (en la represión política) ejercían un poder considerable. Las SS y la Gestapo (Policía Secreta del Estado) se encargaban de la represión y el control social.

Económicamente, el objetivo era convertir a Alemania en una gran potencia autárquica. El Estado adoptó un modelo absolutamente intervencionista: se controlaron precios y salarios, y se restringieron drásticamente las importaciones. Se llevaron a cabo vastas obras públicas y se reforzó la industria pesada, especialmente la armamentística. Sin embargo, la industria de consumo apenas era suficiente, el poder adquisitivo de la población era muy bajo, las jornadas laborales eran prolongadas y los derechos sindicales estaban suprimidos.

La raza aria debía ser protegida y purificada, lo que implicaba la segregación y eliminación de personas con discapacidad física, minorías étnicas y disidentes, considerados un peligro para el orden social. El antisemitismo, de carácter racial, permitía responsabilizar a los judíos de los males de Alemania, además de justificar la confiscación de sus grandes fortunas.

La sociedad alemana, además de la unidad racial, debía alcanzar una unidad ideológica total. Joseph Goebbels fue el encargado de esta tarea. Se depuró la educación, se censuró la comunicación, el arte y la literatura, prohibiéndose numerosos autores y libros. Muchos intelectuales, científicos, artistas y escritores huyeron de Alemania. Se establecieron organizaciones juveniles obligatorias y se politizó todo el sistema educativo y recreativo. La represión y eliminación de la oposición y la disidencia eran rápidas y brutales.

Hitler vinculaba la superioridad racial con su política internacional. Por un lado, rechazó el Tratado de Versalles; por otro, reclamó la unidad del territorio pangermánico y la expansión para conseguir el “espacio vital”, que consideraba el territorio de los pueblos eslavos de raza inferior. Esto conduciría a la ocupación de Polonia, Ucrania, etc., cuyos habitantes quedarían al servicio de la raza superior.

Este expansionismo, impulsado por la doctrina del “espacio vital”, fue uno de los principales detonantes de la Segunda Guerra Mundial.